FEMÉRIDES DE LA NACIÓN CANARIA

 

UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS

PERÍODO COLONIAL, DÉCADA 16011610

CAPÍTULO XXI (XVI)

Guayre Adarguma *

En los momentos de euforia se habían ensanchado desconsideradamente los cultivos de parras, con todas las consecuencias fatales que de esta falta de planificación se podían derivar: pérdida de calidad, por haberse aprovechado tierras impropias o demasiado altas; pérdida de terrenos de cultivo para el trigo, cuya escasez se hizo sentir todavía más cruelmente que antes; insuficiencia de la mano de obra; encarecimiento de las pipas, por insuficiencia de la madera. Hubo momentos de dudas, en que se preguntaban todos si valía la pena seguir trabajando, y otros momentos de desaliento, en que se llegó a prohibir el plantío de viñas en Tenerife. Hubo a mediados del siglo XVII una caída de los precios, que fue menos grave que la pérdida de los mercados: el de Indias, por la política monopolística de la Casa de la Con tratación, y el de Inglaterra, por la política monopolística de Londres.

 

Ambas crisis fueron superadas, aunque difícilmente; pero las cosas no volvieron jamás a ser lo que antes habían sido. Los cosecheros, estrechamente vigilados por sus compradores ingleses, no tenían más solución que la de entregárseles. Era preciso no sólo vender su vino, sino venderlo anticipadamente, para tener liquideces, dinero para la próxima campaña, bodegas libres y clientes satisfechos. Los exportadores de vinos no tenían inconveniente en anticiparles el dinero necesario, sino que, al contrario, empujaban en esta misma dirección. La operación era interesante, porque aseguraba la cosecha; porque no se hacía sin cobrar intereses; y porque el pago se hacía, en parte, con géneros y mercancías extranjeras, de la tienda del mismo comprador de los caldos.

El resultado de esta combinación de intereses fue que el comercio de los vinos tinerfeños volvió a prosperar, y se mantuvo a flote, y algunas veces más que a flote, a lo largo del siglo XVIll. Pero ahora los cosecheros no tenían en la operación más interés que el del trabajo. En cierto modo, habían sido reducidos al estatuto de medianeros de los capitalistas extranjeros: a muchos de ellos incluso se les escapó de la mano la propiedad del suelo. En cuanto a la comercialización de su propio producto, a su transporte, a cualquier posibilidad de capitalización a partir de la renta agrícola, no les quedaba ya ninguna posibilidad. Paradójicamente, fue una suerte el que este comercio hubiese decaído, por culpa de las guerras, entre 1790 y 1820. El reloj de la prosperidad se quedó parado en un momento en que la aluvión extranjera de personas y de capitales todavía se mantenía dentro de límites soportables y podía, como en efecto lo hizo, ir fundiéndose en la masa y servir de fermento positivo en la composición y el rápido progreso de la nueva sociedad.

 

En cuanto a Santa Cruz y su zona, en esta época habían dejado de ser productores de vino, como antes lo habían sido. Los plantíos habían disminuido hasta desaparecer. En 1802, Santa Cruz no producía ni vino ni uvas; en San Andrés sólo se recogían ocho pipas de vino al año, y unas 200 en Taganana.

 

Sería un error, si se considerase el cuadro de estos cultivos principales como negativo. Todo es coyuntura en la economía agrícola, y las zonas de sombra de la canaria no son quizá más angustiosas que las de otros ambientes o momentos históricos. Más aun, cabe precisar que, planteado de este modo, el asunto está enfocado de manera equivocada: nosotros hablamos en términos de prosperidad, en una época y un ambiente cuyo principal problema es la subsistencia. Esta distorsión es natural y quizá forzosa en un trabajo como el nuestro, que no puede perder de vista el carácter específico de la economía de distribución, no de producción, propia de Santa Cruz. Por lo tanto, lo que se debe comprender de esta sucesión de luces y de sombras es, por una parte, para el conjunto económico tinerfeño, el vaivén de los precios y los altibajos de los volúmenes y, por otra parte, en cuanto a la mera producción, la modificación periódica de la sustancia de la misma o, dicho en otros términos, la alternancia histórica de los cultivos. Lo segundo depende de lo primero: porque los cultivos principales de Canarias no tienen por estímulo las necesidades del consumo, sino las perspectivas del comercio de exportación y, por consiguiente, no pueden dejar de reproducir o, por lo menos, de reflejar la curva de su movimiento.

Esta alternancia de los cultivos, que diríamos diacrónica, viene acompañada por otra alternancia, sincrónica. Es decir que existe, en una época dada, una variedad de cultivos que quizá parezca menos llamativa, porque pocas veces se sale del mercado local, pero que no deja de ser real. Las cantidades de la producción son muy limitadas y por lo tanto su absorción por el comercio exterior es nula; pero no dejan de tener un significado en la economía doméstica y el mercado interior de la isla y, además, constituyen alguna vez la preparación de unos aprovechamientos ulteriores de mayor consideración. Los más importantes de estos cultivos de segundo orden, el maíz, la patata, el tomate y el tabaco, son regalos de América a la dietética europea y, en el último caso, al vicio universal.

 

Pocas cosas se pueden decir sobre el tomate en Canarias antes de 1800. En Europa había entrado bastante antes, pero como curiosidad más bien que como alimento. En Francia la conocieron, por el conducto español, a partir de mediados del siglo XVII, pero en el siglo siguiente todavía era una curiosidad inasequible. No hay indicios de su cultivo en Cananas en esta época; sin embargo, parece haberse introducido desde el siglo XVIII.

 

En cuanto al maíz, algunos autores suponen que lo habían traído a Canarias a fines del siglo XVI. La cosa no es imposible, por más que parezca dudosa. De todos modos, no hay mención acerca de su cultivo en el siglo XVII; en cambio, en 1724 se considera ya como alimento básico de la población de Tenerife. En 1789, Santa Cruz produce en su zona unos 80 cahíces de maíz, que representan un poco más de 60.000 litros . En 1802, la producción del maíz era nula en Santa Cruz, casi nula en San Andrés con cuatro fanegas, mínima en Taganana con un centenar de fanegas. La producción de toda la isla rozaba entonces las 25.000 fanegas. La impresión que se saca del cuadro comparativo de los cultivos es que se trata de un alimento que aun no ha entrado en las costumbres, pero que goza ya de gran aceptación en unos pocos lugares de la isla: el 40% de los cultivos se halla concentrado en La Orotava, Los Realejos e Icod.

Las patatas conservan en Canarias su nombre americano, papas. Su cultivo fue introducido en Europa en la segunda mitad del siglo XVI. Una tradición persistente, pero cuya veracidad no es posible comprobar, afirma que la patata vino por primera vez a Tenerife en 1622, traída por don Juan Bautista de Castro al regresar de su viaje al Perú, para plantarla en su finca de Icod el Alto. Su cultivo sistemático parece haberse difundido a mediados del siglo XVII. En 1663 y 1664 consta que se importaba en cantidades significativas desde Gran Canaria en 1724 se menciona como alimento básico de los isleños y en 1800, en palabras del marqués de Villanueva del Prado, síndico personero de Tenerife, era ya «el fruto más precioso de Tenerife». Se sabe que su éxito europeo ha sido considerable: en Canarias, si cabe, fue todavía mayor, no sólo por la ayuda providencial que ofrecía a una alimentación deficiente, sino también por ser las islas una de sus tierras de predilección, en que mejores resultados da en orden a la calidad y también en lo referente a rendimientos, ya que permite normalmente dos cosechas, y excepcionalmente tres.

 

Las superficies cultivadas aumentaron rápidamente, a partir de principios del siglo XVIII. En 1729, el diezmo de las papas representaba, para el solo beneficio de Candelaria, 375.000 mrs. y en 1738, para el beneficio de La Laguna, 724.500 mrs. La cosecha tinerfeña de 1779 se calculaba en más de 200.000 fanegas; en cambio, para 1802, la estadística de Escolar indica sólo 66.396 fanegas. En este total, la participación del término de Santa Cruz es modesta: 55 fanegas en 1790, 570 en 1792. En 1802 se recogen 4.500 arrobas en Santa Cruz, 3.600 en San Andrés y 200 fanegas, que son 24.000 arrobas, en Taganana.

Aunque modesta, la producción de la patata en Santa Cruz representa un valor total (18.000 reales) superior al del trigo (12.000 reales). En la isla en general, ha llegado a ser la principal preocupación de los gobernantes. Su consumo se completa con el de la batata (56.820 arrobas en 1802) y de los ñames (9.800 arrobas), cuya producción quedaba concentrada en los valles de Taganana y de San Andrés y cuyos precios de venta resultaban ligeramente superiores al de las patatas. Ninguno de estos dos productos llegó a competir aquí con las patatas, como ocurre por ejemplo en La Gomera.

 

El cultivo del tabaco parece haber sido introducido en Canarias en los primeros años del siglo XVII. En el de 1609, un tal Claudio Ferrau, vecino de Niza, se comprometía con Pedro Crosil, mercader de Marsella y su futuro cliente, «a hacer en esta isla de Tenerife y en la de La Palma y en la de Gomera y en el Hierro toda la cantidad de tabaco que se pudiera hazer y beneficiar, de la misma suerte y propiamente como se haze y beneficia en las Indias y particularmente como se haze y usa en Santo Domingo de la ysla Española, Indias de Su Magestad, que yo estoy en el uso del muy ábil y suficiente y diestro en ello».

No hay noticias de los resultados de este compromiso. El proyecto parece demasiado ambicioso, para que se haya podido poner en ejecución, sin haber dejado rastro alguno. Sin embargo, lo cierto es que en La Gomera y en El Hierro se cultivaba el tabaco a mediados del siglo XVII, posiblemente también en Tenerife. El resultado fue que las ventas particulares de tabaco producido en las islas mermaron los beneficios del arrendador de la renta del tabaco. Este se quejaba en 1657 que estaba perdiendo el 60% de la recaudación prevista: para poner coto a la mala costumbre de fumar sin pagar al estanco, se mandó por la Real Audiencia que se arrancasen todos los plantíos.

 

El pastel, hierba pastel o glasto, planta crucífera utilizada en las tintorerías antes de la aparición del añil, ha sido cultivado en Tenerife sobre una escala relativamente importante. Desde 1505, un Juan Martín, portugués, recibía una data de 250 fanegas de tierras de sequero, para esta finalidad. El pastel se exportaba a mediados del siglo XVII; pero, curiosamente, también se importaba en esta misma época, desde Francia. Todavía tenía interés comercial a principios del siglo siguiente por ser las Canarias el único productor, junto con las islas Azores y la región francesa del Languedoc; pero el valor del producto bajó después vertiginosamente, debido a la afluencia, en el comercio, del Índigo procedente de las Indias.

 

Los plátanos se han cultivado desde muy temprano, aunque no de manera intensiva. La producción de plátanos de Gran Canaria parece haber sido más importante que la de Tenerife. A mediados del siglo XVII se importaban los frutos desde Las Palmas, tanto en cajas como en barriles62. El embalaje se explica, si se piensa que el fruto no se transportaba y conservaba en racimos, sino separada la carne y mezclada hasta formar una masa blanda y negruzca que, con el nombre de conserva canaria, constituía en la Península un regalo apreciado.

En la zona de Santa Cruz, el plátano aparece relativamente tarde. En la calle de San José había en 1716 un solar que se conocía vulgarmente con el nombre de sitio de los Plátanos; pero no sabemos si se llamaba así por alguna platanera, o por el árbol que lleva el mismo nombre. La producción de plátanos empezó a adquirir mayor importancia en los últimos años del siglo XVIII. El valle de Igueste de San Andrés era todo una platanera, cuya belleza llamaba mucho la atención de los viajeros extranjeros. En 1802 los plátanos eran, por orden de importancia, el tercer producto del valle de San Andrés, detrás de la batata y del ñame, con un valor de producción de 82.000 reales. En Taganana la producción valía 10.800 reales y en La Rambla , que era el mayor centro de producción de la isla, 15.000 pesos.

 

Entre los árboles frutales, las higueras existían en Tenerife desde antes de la conquista. En 1802, la producción de higos pasos era una especialidad de Güímar, donde se recogía la cantidad importante de 14.000 arrobas, con un valor total de 210.000 reales. La recolección era menos importante en San Andrés (2.000 arrobas) y en Taganana (1.600 arrobas). En Santa Cruz se habían recogido 47 arrobas en 1790 y 130 en 1792. El cultivo de los frutales era corriente desde mediados del siglo XVI, sobre todo mezclando los árboles con las parras: en una viña de Acentejo, en 1556, se pueden ver almendros, hembrillas y duraznos. Los guayabos y papayos, introducidos en una época posterior, se mencionan en 1724 por primera vez.

 

Las frutas, las verduras y las hortalizas se producían en cantidades importantes en Santa Cruz, donde representaban en 1802 un volumen de venta de 40.000 reales, superior al de todos los demás cultivos reunidos. Algunos productos, tales como las judías, incluso llegaron a exportarse en determinados momentos.

 

Entre los cultivos especiales cabe mencionar el del lino, cuyo aprovechamiento había sido estimulado, en el último cuarto del siglo XVIII, por las medidas restrictivas a la importación de telas extranjeras.

 

Se intentó entonces estimular la producción local; pero los resultados no correspondieron a las esperanzas. En 1802 formaban todavía un buen renglón de la producción en La Orotava , con 650 arrobas, que se vendían en 75 reales la arroba, y sobre todo en Taganana, con 1.680 arrobas. El cultivo del azafrán, ausente en la zona de Santa Cruz, estaba concentrado en Buenavista: en 1802 su producción era de seis arrobas, por un valor total de 18.750 reales. Es evidente, a la luz de estos ejemplos, una multiplicación de las experiencias y una voluntad de diversificación de los cultivos, que sólo se anuncian en el último cuarto del siglo XVIII. Es cierto que se comprende ahora mejor el interés de una producción diversificada y que, por otra parte, la situación precaria del comercio de los vinos despierta el temor de los productores; pero los cultivos experimentales, a pesar de todo, no se deben a la previsión de los mismos productores, sino a la intervención de los nuevos organismos de control económico y más principalmente a las iniciativas de la joven Real Sociedad Económica. (Alejandro Ciuranescu, Historia de Santa Cruz, 1998.t.1: 509 y ss.).

 

1605. Por mandamiento de visita del obispo católico Martínez, en ningún día se podrán hacer representaciones dentro de la iglesia o ermita y las que se hubieren de hacer fuera, no se representarán sin vista y aprobación del vicario. Textos citados en Francisco Martines Fuentes, Memorias, III, fol. 1178 (ms. en RSE).

 

1605 julio 22. Real Cedula de esta fecha autoriza al  Cabildo colonial de Tenerife para: “Que se compren armas de las fábricas reales, real cédula (LL: R.XI/28). Que se libren 25.500 reales a Antonio de Villalpando, en Sevilla, para comprar con la mitad del dinero arcabuces, por un cuarto mosquetes con sus frascos, moldes y horquetas, y por otro cuarto picas de 25 palmos (Cab. II, 17/5.1614). Mil lanzas y 500 arcabuces vienen de Castro Urdíales en 1618 (Rumeu de Armas, 111,128).

 

1605 agosto 5. El Cabildo colonial de Tenerife dispone que: “Que en el Puerto de la Cruz y en Santa Cruz los alimentos que entran de fuera de la isla estén los nuebe días que está mandado a el público, para que cada uno se surta, sin que los revendedores puedan en este término atravesarlos”

 

El mercado interior

 

Los regatones o revendedores son los principales enemigos del comercio, según doctrina firme y constante de la autoridad. El uso establecido se sirve de ellos, a la vez que se esfuerza en eliminarlos del circuito comercial. Cuando un navío entra en el puerto de Santa Cruz es costumbre que durante nueve días el público puede acudir y comprar libremente de las mercancías que trae; sólo después de transcurrido este plazo, el maestre del navío puede disponer de su carga cediéndola a algún comerciante o persona que no sea simple vecino. Además, está previsto que los mercaderes extranjeros que navegan acompañando su propia mercancía, no pueden dejarla para la venta a otro mercader que no sea isleño, y que el revendedor no debe venderla De esta manera, el regatón está encerrado en un círculo estrecho de ordenanzas y limitaciones, cuyo primer objeto es evitar el encarecimiento y el acaparamiento de las mercancías.

 

Pero no es posible eliminar a los revendedores: en primer lugar porque son los intermediarios obligados de los ausentes y de los habitantes de otros lugares y, además, porque son vecinos como los demás y, por consiguiente, pueden presentarse a comprar libremente en los navíos desde el primer día de su llegada. Contra los odiados regatones se clama hasta el pie del trono, pero inútilmente. Al no poder cortar el mal de raíz, el Cabildo debe componer y estrechar el cerco, por ejemplo, limitando el plazo de que disponen los regatones para ejercitar sus artes nefandas, y obligándoles a declarar sus compras en un plazo de 24 horas.

 

Pero nunca las leyes llegaron a ser tantas como las maneras de burlar la vigilancia de la ley. Algunos vecinos e incluso algunos regidores intervienen directamente los barcos desde antes de su llegada al puerto, saliendo con chalupas a su encuentro, desde que sus vigías lo han avistado; y de este modo, cuando ha fondeado el navío, ya no queda nada que vender. El Cabildo tiene que preverlo y prohibirlo todo. Una provisión de la Real Audiencia sale al paso de esta costumbre: sólo se admite la venta de las mercancías que han sido puestas ya en el local de la aduana, con presencia de los diputados de meses. Aun así, escapan al comercio directo las mercancías que vienen consignadas; y el consignatario es un regatón de honor, al que no se le puede tocar. En fin, algunos navíos extranjeros prefieren no descargar de golpe toda la mercancía que traen para vender: mandan a tierra una lancha con algunos géneros que se venden y, cuando ha vuelto con el vino que ha conseguido a cambio, sueltan otra tanda de la carga, hasta liquidarla totalmente. Al Cabildo le queda mucho que aprender.

Las vendederas son otra pesadilla para la administración. En lugar de despachar el pan en lugares públicos, y preferentemente en la plaza  prefieren despacharlo en su casa, a escondidas, porque, cuando escasea, no lo dan sino a los que les compran también algún cuartillo de vino. Cuando venden uva, cabe sospechar que la han robado y, para evitarlo, se manda que no la vendan sin tener cédula del dueño de la viña de que la tienen comprada. Las que no tienen tienda puesta, no tienen el derecho de vender telas, porque todo cuanto se vende por varas debe despacharse en las tiendas vigiladas por los diputados: pero ellas evitan la ilegalidad que consistiría en medirlas en la calle, vendiéndolas por retazos. Todo es traba y trampa; pero la venta indirecta es un mal necesario y, a pesar de todo, el de las vendederas es buen negocio. Sus ganancias les permiten ayudar al rey con más de 9.000 reales de plata, en 1669, con motivo del donativo acordado por la isla.

 

Así como no puede impedir la proliferación de los intermediarios, la administración no dispone de medios suficientes para suprimir los fraudes; éstos florecen en los momentos de escasez, que son más frecuentes que los de holgura. Hay quien vende frangollo fabricado a base de harina de habas en las carnicerías roban los despojos o venden machos acabados de castrar como si fueran castrados de verdad.

El jabón no es jabón, sino un masticóte de cal y sebo que, a pesar de su mala calidad, se vende al0 cuartos la libra, cuando vale menos de doce'. Los plateros mezclan cobre en la plata, los cirieros ponen sebo en la cera y las fábricas de cal de Tejina mezclan la cal con ceniza y tierra blanca del Portezuelo. Contra todo esto, el Cabildo grita cuanto puede. No puede mucho, porque él mismo vende caro y compra barato y, por otra parte, porque aun no está clara en las mentes la idea del control a la producción.

Sin embargo, el mismo Cabildo ejerce sobre el comercio una estrecha vigilancia, por medio de los diputados de meses o fieles ejecutores, representantes de una triple tutela, de la postura, la inspección y la intervención. La postura ha pasado por todas las vicisitudes que ya conocemos. La tendencia general de la política del Cabildo es la de fijar los precios por debajo de los reales, con la convicción de que una disposición de la autoridad es suficiente para conseguir el abaratamiento. La inspección periódica de las tiendas tiene por objeto no sólo comprobar que los precios de postura han sido respetados, sino también que la mercancía puesta a la venta se halla en buenas condiciones y es apta para el consumo. En fin, la intervención, que no se puede ejecutar sino en base de órdenes formales del Cabildo, es la incautación de mercancías, generalmente mantenimientos, que no venían destinados a la isla y se hallan casualmente en el puerto, pero que se consideran de primera necesidad e indispensables en algunos momentos de emergencia. Esta fórmula de venta forzada, que es frecuente también en otros puertos, se completa con la veda, o sea la prohibición de la exportación de ciertos productos de la isla, en momentos en que escasean en el mercado local.

Otra forma de ayuda económica a las escaseces de las islas era la posibilidad que se les dejaba discretamente abierta, de comerciar con los enemigos en tiempos de guerra. La verdad es que este tráfico no era tan sorprendente entonces como puede parecer ahora. El mismo gobierno español, que prohibía terminantemente el comerciar con los enemigos, solía vender licencias en tiempo de guerra, dejaba entreabierta la frontera con Francia y dejaba cobrar a los comerciantes franceses sus ganancias del comercio con Indias, por la simple razón que la actitud contraria habría perjudicado a los intereses españoles más que a los franceses. Las islas se hallan en la misma situación o, mejor dicho, en una situación todavía peor. En los períodos de guerra, los canarios no pueden comprar ni vender: como la autarquía no es posible, la autoridad local permite la continuación del tráfico, en la medida de lo posible. Durante la guerra de Sucesión, el gobierno real tuvo que reconocer que esta política era la mejor.

 

Una real orden del 16 de octubre de 1705 autorizaba a los habitantes de las islas para que embarcasen sus vinos en barcos propios o neutrales para cualquier destino, incluyendo los puertos enemigos, y que admitiesen la importación de ciertos géneros enemigos, pagando un indulto de 7% a la hacienda real. Los géneros autorizados eran los que normalmente se podían considerar como indispensables a la economía nacional: la introducción de alimentos, pescado, carne, manteca, madera y cordaje quedaba autorizada para toda España; en 29 de septiembre de 1708 se permitió también la introducción de géneros calificados de ilícitos. Con pocas variaciones, esta pauta se siguió en Canarias casi hasta fines del siglo XVIII.

Las condiciones generales del mercado se reflejan naturalmente en las condiciones particulares del comercio de Santa Cruz. Al coincidir su inexistencia administrativa con un tráfico importante, que hace entrar por su puerto todos los mantenimientos de la isla, surge además un problema de repartición de los mismos, que sólo el tiempo se encargó de resolver. En efecto, la administración del tráfico se hace desde La Laguna. El problema consiste en saber si los mantenimientos necesarios para el consumo del lugar de Santa Cruz se deben separar también desde arriba. Pronto se había llegado a una especie de arreglo, primero tácito y después reconocido oficialmente, sobre las cantidades que se consideraban suficientes para el abastecimiento del lugar.

A partir de 1559, había quedado establecido por un acuerdo del Cabildo que de todo el pescado que entraba por Santa Cruz, una quinta parte debía quedarse abajo, para el consumo local, con excepción de la pesca que entraba por Guadamojete, que debía subir a La Laguna sin sufrir merma alguna. Al aumentar la población de Santa Cruz en el siglo XVIIi, se aumentaron también las necesidades y con ellas las cantidades de pescado detenido en el lugar, al punto que en 1767 se pedía desde La Laguna que dejasen al menos la mitad de la pesca para la ciudad. Por lo visto, Santa Cruz se sirvió a sí mismo holgadamente, a partir del momento en que pudo hacerlo. En cuanto al pan, La Laguna no permitía a los vecinos de Santa Cruz que se llevasen de la ciudad trigo, cebada ni bizcocho alguno, en las épocas de escasez. Cuando le vino bien, Santa Cruz se vengó acaparando más de la mitad de las entradas de trigo que pasaban por su puerto, exactamente como en el caso anterior.

 

En el último cuarto del siglo XVIII, la pugna entre la ciudad y su puerto se había generalizado al punto de invadir también el más neutral de los terrenos, el de los abastos. Santa Cruz guardaba para sí la mejor parte de lo que venía de fuera. El Cabildo se vengaba poniendo particular morosidad en los repartos de trigo procedente de sus propios, escatimando la ración de los de abajo, cuando las importaciones no eran suficientes. Se puede decir que laguneros y santacruceros sintieron la separación hasta en sus entrañas. (Alejandro Ciuranescu, Historia de Santa Cruz, 1998.t.11: 14 y ss.)

1605 agosto 8. El Obispo católico Francisco Martínez de Cisneros, negoció la elevación a parroquia el templo de Los Silos Tenerife, en su visita pastoral a la zona.

En las primeras décadas del siglo XVI ya existió en Los Silos una ermita a la Concepción , construida por el colono Gonzalo Yanes en su hacienda de Daute. Por no disponer de otro templo el lugar, el vecindario asistía allí a misa, si bien tal circunstancia creaba dificultades (lejanía, espacio etc). 

 

Esto originó, en el pueblo, el deseo de contar con una iglesia propia, situada en el centro del caserío. Con el deseo de dedicarla a la Virgen de La Luz , obtuvieron licencia para su fundación, comprometiéndose los vecinos a levantarla en el plazo de año y medio, con sus propios recursos; de no ser así el visitador del obispado, D. Juan Salbago ordenaría su construcción cargando los gastos.  

 

Fue el 20 de septiembre de 1568 cuando se firmó, en San Pedro de Daute, escritura pública entre los vecinos, D. Melchor Filguera y D. Amador Gil, y el representante del obispado para conseguir la construcción del templo que en este momento contaba con los cimientos abiertos La Iglesia se estructuró de forma rectangular, en una sola nave y con capilla mayor. Se siguió un proyecto organizado por los maestros canteros de la zona, D. Pedro de Acevedo y D. Miguel de Antunes. Ellos fueron los autores del arco del presbiterio, de la portada principal y lateral, lo mismo que de los ventanales, todo en cantería, es decir de los elementos arquitectónicos en piedra más noble del edificio. El artesonado de la nave, de par y nudillo, fue realizado por el carpintero icodense D. Juan González “El Tuerto” que a su vez hizo el de la capilla mayor.  

La Iglesia quedó concluida en 1570, por lo que los vecinos comparecieron nuevamente, esta vez en Buenavista, para solicitar del Obispo, Fray Juan de Azóloras, la bendición del edificio. Por tanto, quedó adscrita a la parroquia de Buenavista del Norte.

Los vecinos rápidamente solicitaron su elevación a Parroquia desvinculada de La de Buenavista y poder contar con cura establecido en Los Silos. Tales pretensiones fueron contestadas enérgicamente por el párroco de los Remedios, ante esa merma de su beneficio.  

A pesar de ello el obispo D. Francisco Martínez de Cisneros, negoció tal petición en su visita pastoral a la zona, en 8 de agosto de 1605. Esta vez se puso por condición que se realizaran nuevas obras (instalar un coro y ampliar la capilla mayor) para darle un mejor aspecto de iglesia parroquial.  

El entusiasmo del vecindario animó la construcción del coro en forma de tribuna, a los pies de la iglesia, siendo los maestros de los trabajos D. Juan Jordán “El Mozo”, carpintero de Garachico y D. Antonio Vargas que tuvo a su cargo la parte de albañilería. Aún sin cumplir la segunda obligación, ampliar la capilla mayor, el Obispo no tuvo inconveniente para decretar el día 10 de septiembre de 1605, el nombramiento de un sacerdote exclusivamente para Los Silos.  

Una vez fundada la Parroquia, pasaron casi veinticinco años sin iniciarse la reforma de la capilla mayor esto vino a suceder en 1629.  

 

Las obras fueron complicadas, ya que se construyó un nuevo arco y gradas, de cantería, realizadas por D. Juan Rivero; además se hizo un nuevo artesonado y algunas puertas por el carpintero D. Juan Antonio Pérez, lo referente a la albañilería estuvo a cargo de los oficiales D. Miguel Felipe y D. Juan Pérez. En 1680 se volvió a reformar el arco de la capilla mayor, con los trabajos efectuados por el maestro cantero D. Marcos de León.  

Con la edificación de las dos capillas laterales se completó la estructura de la iglesia en su aspecto cruciforme.  

En 1614 se fundó la Hermandad de la Misericordia que deseó tener capilla, para lo cual se designó solar en el lado sur y en 1628 para comunicar la capilla con la nave se rompió la parte correspondiente al muro, para instalar un arco de cantería, obra de D. Juan Rivero; esta se terminó en 1641. Lo más sobresaliente en su arquitectura es el artesonado, de planta cuadrada, luciendo ocho faldones y rematado con almizate octogonal, mientras que en lo escultórico es la talla del “Cristo de la Misericordia ” datado por primera vez en 1632, escultura de escuela sevillana que a fecha de hoy no se sabe con exactitud quien fue su autor pero podemos decir que son bastante acertadas las tesis del profesor D. Domingo Martínez de la Peña que lo atribuye a los parámetros de la familia Ocampo (imaginero jienense).  

 La capilla del Corazón de Jesús, simétrica a la anterior se edificó a finales del siglo XVII.

En la fachada principal se colocó en 1666 una lucida espadaña para coronar el conjunto. Era de sillares, con dos vanos grandes para las campanas y uno alto más pequeño que terminó el maestro cantero D. Cristóbal Báez.  

A espaldas de la capilla mayor se construyó, en la segunda mitad del siglo XVIII, un camarín o sala alta; comunicado con el nicho de la Virgen del retablo mayor. Bajo esta dependencia se organizó la sacristía, con puertas laterales en la pared del fondo de la capilla.

En 1930 se realizó una enorme obra en la Parroquia a cargo del arquitecto D. Mariano Estanga que afecto fundamentalmente a la cubierta de la nave, ventanales y en especial a la fachada principal El exterior quedó enmascarado en su aspecto tradicional isleño con la colocación de una fachada sobrepuesta primitiva, dominada por una alta torre central sobre un atrio flanqueada por otras dos más recogida en estructura de cemento y en estilo goticista, mientras que para las paredes laterales abrió ventanas romanizantes continuando la corrientes de algunos arquitectos canarios del momento que, en cierros edificios, utilizaban la manera ojival para la fachada principal y el románico para las secundarias.  

Sesenta y nueve años después, es decir, en 1999 comenzaron las obras de restauración que consistieron en: la restitución de la estructura originaria del templo en su nave principal, con la disposición de la totalidad de la estructura de cubierta nueva y cierre de los huecos de nueva apertura; reparación y mantenimiento de volúmenes laterales así como de la fachada principal diferenciándolos del resto del edificio mediante remate de cubiertas distintas con alero y canalón de teja árabe; y demolición de la parte superior de la torre dado el deterioro experimentado

Durante el primer semestre del ano 2001 se colocó el pavimento de todo el interior de la Parroquia y posteriormente las escalinatas exteriores de la misma.

Con ello quedó terminada la restauración de la misma consiguiendo recuperar gran parte de su estructura original, aspecto que contribuye al enriquecimiento del patrimonio histórico de la Villa de Los Silos.

1605 septiembre 5. Por disposición del Cabildo colonial de Tenerife se manda que la cal y la sal que han llegado a Santa Cruz se vendan «En conformidad de la antigua costumbre que esta ysla tiene a fabor de los vecinos della, que las mercadurías que a los puertos vienen se den por el tanto a los vecinos que las compran por tiempo de nueve días».

 1605 Octubre 21. Sepan qutos esta carta vien como yo xptoval mayner maestre y patron que soy de mi nabio nombrado sta mª de buena bentura questa surto y ancorado en el puerto de las ysletas desta ysla de Canª de biage a pesqueria de berberia otorgo por esta carta que tengo rreçividos de nicu[roto] ortiz mercader vezino desta ysla çiento y çinquenta y seis rreales pª forneçimiento del dho mi nauio por lo qual a de aber la quar[roto] pte de lo que a de aber vn marinero de soldada q baya y benga a la dha pesqueria y de la dha cantidad de çiento y çinquta y seis rreales me doy por contº y entregdo a mi boluntad rrenº las leyes del entrego prueba y paga como en ellas se contiene y el dho niculas ortiz corre el rriesgo desta cantid[roto]obre el dho nauio fletes y aparejos [roto] todo lo [roto] ypoteco al susodho para la paga y siguridad del prinçipal y ganançias expresamente pª no benderlo ni ennaxenarlo en manera alguna hata que primero y ante todas cosas el dho [roto]culas ortiz sea enterado del dho [ilegibles dos líneas] benido que sea de pesqueria a qualquier pte y lugar donde apostare con el dho my nauio dentro de ocho dias despues de aber descargado y con el rriesgo el dho niculas ortiz sobre el dho nauio como esta dho tiempo de vte y quatro oras despues que hubiere surgido en qualquier puerto de buelta de pesqueria y no viniendo a esta ysla dare el dho prinçipal y ganançias a andres hrrs vzno desta ysla de Canª q ba en el dho mi nabio cunº del dho [roto]las ortiz el qual le entregare sin que tenga poder el susodho sino solo con un tanto desta scriptuª y pª cumplir lo en ella contenido obligo mi persª y bse rrayzes y muebles auidos y por aber y doy poder cunpdo a las justª de su magd donde esta escriptuª se presentare a cuyo fuero e jurisdiçion expresamte me someto y rrenº mi propio fuº y jurisdiçion domisi[roto] y vezindad y la ley sit com benerid de jurisdiçion onivn judicum pª que me mden guardar lo aqui contdo como si fuese sentiª difiª de juez compete passda en cosa juzgda rrenº las leyes de mi fabor y la que defide la genªl rrenon de ley se ffª la carta en canª a veynte y un dias del mes de otue año del sor de mill y seisçientos y çinco años y el otorgte a quien yo el scrivº doy   fee que conozco lo firmo de su nre siendo testigo Xptoval myn de aguiar y myn de bera y santo domingo vsº desta ysla

Cristoual mainer.  passo ante mi ranco suares, scrivº pco 

(Rosa Mª González Monllor y José A. Samper Padilla).

 

Noviembre de 2011.

 

* Guayre Adarguma Anez Ram n Yghasen.

 

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Bibliografía

     

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