FEMÉRIDES
DE
UNA
HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS
PERÍODO
COLONIAL, DÉCADA 1601-1610
CAPÍTULO
XXI (XII)
Guayre Adarguma
*
Primer proyecto para la construcción del muelle de Santa Cruz de Tenerife. (Servicio Histórico Militar en: Rumeu de Armas, 1991).
1604
Febrero 6. R.C. expedida á petición
del Cabildo de Tenerife por medio de su Regidor y Mensaje de Francisco de Mesa,
haciendo relación de concurrir á los puerto de la citada isla muchos enemigos
con armas procedentes de Inglaterra é islas rebeladas, por lo cual los vecinos
estaban todo el año con las armas en la mano acudiendo á la defensa de ella; y
que también se hacían estos alardes contra armadas de moros que atacaban á
las islas, y como la de Tenerife era frontera y se hallaba dotada de numerosos
puerto de mar; se hacía mas necesario acudir á su defensa que á las otras;
pero que la Justicia mandaba tocar la campana de queda y se quitaban las armas
á los vecinos vendiéndolas á los navíos que iban á las Indias, por lo que
los mismos se quedaban desarmados, y que como eran pobres por lo general, carecían
de medios para volverse á armar y así la isla quedaba entregada á los
enemigos que la invadieran, por todo lo que solicitaba dicho mensajero que se
dejaran las armas como las tenían aquellos vecinos que eran gente humildes y
pacíficas, etc. En vista de lo expuesto, se manda por S.M. A la Audiencia y
Cabildo de Tenerife enviasen relación jurada en el plazo de sesenta días; en
Valladolid á 6 de Febrero de 1604, folio 106. (En: José María Pinto de la
Rosa, 1996)
1604 febrero 9. Al tratar de Santa Cruz de Tenerife en los siglos
XVII y XVIII no puede ser pasado por alto el problema
acaso más fundamental para el futuro desarrollo
y prosperidad de esta verdadera ciudad, que no tenía entonces otros títulos oficiales que los de puerto y plaza.
Nos referimos al muelle, de Santa Cruz,
acuciante problema cuya solución absorbió la atención de muchas generaciones
y que sigue y seguirá siendo eje de toda su vida y norte de todas sus
preocupaciones.
Habíamos dicho al referirnos al primitivo muelle de
Santa Cruz, situado en la playa de las Carnicerías,
que éste se había por completo arruinado
en el año 1600, o como dicen con frase gráfica los regidores del Cabildo de Tenerife, el muelle—seguramente con los despojos de su propia
ruina—"se había tupido!'. Cuatro años pasaron sin que las autoridades
buscasen una solución adecuada a este acuciante problema hasta que
las quejas y demandas incesantes de factores y mercaderes, junto con
la disminución del comercio y tráfico forzó al Cabildo a reunirse, transcurrido
este plazo, para deliberar sobre tan importante extremo.
El acuerdo tomado el
9 de febrero de 1604 es digno de ser reproducido textualmente:
"Que es notorio que los daños e inconvenientes
que han sucedido en el puerto de Santa Cruz,
por no haber en él un buen desembarcadero, puesto que el que en tiempos pasados
había se ha tupido, y que aunque este Cabildo ha procurado remediarlo, no ha
sido posible, y se ve que se ahogan muchas personas y no vienen a cargar los navios, y de once días a esta
parte se han ahogado dos mercaderes honrados y
estuvo a canto de ahogarse muchos más, y
si quedase sin remedio, las reales rentas se disminuirían, los vinos no se
cargaran y totalmente se arruinara esta isla; para remedio de lo cual este Cabildo fue al puerto de Santa Cruz, y llamó a
personas peritas,
así forasteros como naturales del puerto, y vistos por los ojos las caletas, de común acuerdo todos
vinieron, que para tiempo de tormenta y
remediar estos daños, detrás de la fortaleza vieja [de San Cristóbal],
en, una punta que nace de ella, que allí se haga, un muelle con una
punta que entre todo lo que pudiere en la peña hacia el mar, y corra
un lienzo para el noroeste y otro
hacia el oeste, con escalones de una y otra parte,
para que cruzando el viento de una parte se abrigue de la otra; y del dicho
muelle hasta la plaza [de
Este proyecto, concebido, como puede verse, con gran
holgura, como una obra sólida y definitiva,
no se realizó jamás. Dificultades económicas o
técnicas impidieron su construcción. Apenas si, con los materiales del muelle viejo, unas veces, y excavando en la roca,
otras, se improvisaron los escalones del
desembarcadero, que con los pies de amarre y pequeñas obras adicionales
permitieron la reanudación del comercio con menores riesgos y peligros, pues facilitaba de extraordinaria manera el
trasiego de mercancías que hacían las
barcazas desde los navíos al lugar y viceversa.
Este desembarcadero en la lajá de San Cristóbal,
provisional y endeble, apenas resistió por unos años los embates del mar,
hasta el punto de que hubo de ser abandonado y
nadie se volvió a acordar más de él. Consta sin
lugar a dudas que durante más de un siglo todo el tráfico comercial se hizo por la caleta de Blas Díaz, más tarde
conocida por caleta de
Esta situación duró hasta casi mediados del siglo
XVNI, y justo es consignar el nombre de aquel a
quien se debió el impulso inicial y la creación de una atmósfera favorable al proyecto. Al comandante general
don Andrés Bonito y Pignatelli cabe este honor y Santa Cruz de Tenerife está en deuda de gratitud por este motivo hacia él.
Sin embargo, la idea le debió ser sugerida a don
Andrés Bonito por el ingeniero militar; en
comisión de servicios en Canarias, don Antonio La Riviére, que residía en Tenerife desde
Cuando don Andrés Bonito tomó posesión de su cargo
en Tenerife el 17 de enero de 1741, acogió
con el mayor entusiasmo el pensamiento del ingeniero
y le encargó del estudio y proyecto de las obras del futuro muelle. Mientras tanto, se consultó con Madrid la idea
para conocer la actitud de la corte y
las disponibilidades económicas del proyecto, según el apoyo que ésta diera,
y se recibió con la mayor brevedad una Real orden, de
14 de febrero de 1741, comunicada al comandante general por el duque de Montemar, aprobando la idea y resolviendo que
puesto que el muelle beneficiaría antes que a
nadie al comercio, éste arbitrase los fondos precisos para la ejecución de la obra.
Esta disposición real ordenaba además a Bonito
limpiar el fondo de la rada de las anclas hundidas a través de tantos años en
naufragios y combates, pues está probado que
cortaban las amarras a los navíos, de manera inadvertida, con peligro para la
seguridad de éstos. Consta, en efecto, que en este
mismo año don Andrés Bonito limpió el puerto de Santa Cruz de las anclas sumergidas, y que ello dio pie, por otra parte, a
una enojosa disputa con el comisario de
Mientras tanto, el ingeniero
El rey Felipe V, por una Real cédula expedida en Aranjuez en mayo de 1742—no consta el día—, aprobó el proyecto
en todas sus partes y autorizó el comienzo
de las obras, aunque siempre con la salvedad de que se
ejecutasen a costa del comercio de la plaza.
Más tanta prisa se dio don Andrés Bonito en activar
el muelle de Santa Cruz cuando se proyectaba sólo
en el papel, como fue tardo y lento en disponer
su realización. Dos años más estuvo en el gobierno de las Canarias con
posterioridad a la resolución mencionada; pero por desidia o por dificultades que nos son ignoradas la obra quedó en
suspenso.
Consta igualmente que a sus dos inmediatos sucesores,
don José Masones de Lima y don Luís Mayony Salazar,
preocupó en igual medida el proyecto; pero
que tampoco se sintieron con ánimos, fuerzas y energías para poderlo acometer.
Este honor estaba reservado a don Juan de Urbina,
comandante general de Canarias, designado para
el desempeño de este cargo en 1747, poco después del cambio de reinado. Para ello convocó a una junta en
su domicilio a los más destacados comerciantes de
Santa Cruz de Tenerife, que, en efecto,
discutieron el 27 de febrero de 1749 las bases económicas para impulsar la construcción. Propuso Urbina,
recogiendo una sugerencia de don Amaro José González de Mesa, el
establecimiento de suaves contribuciones sobre
los barcos que arribasen procedentes de América, sobre el
tráfico entre las islas, sobre las "lanchas de caleta" (sic), sobre
las pipas de vino exportadas y sobre los comercios o tiendas,
contribuciones que fueron aprobadas patrióticamente
(pese afectar a todos los reunidos), a resultas
de la aprobación definitiva de la corte. Luego el comandante general
Urbina puso sobre la mesa un donativo de su peculio particular e invitó
a los comerciantes de Santa Cruz a imitarle, como en efecto, éstos hicieron
suscribiendo cada uno, en la medida de sus posibilidades económicas o de su
celo y desprendimiento, la cantidad que tuvieron por convenientes. Los nombres
de estos patriotas que pusieron, con su óbolo, la primera piedra en el colosal
edificio del futuro muelle de Santa Cruz, del que
el viejo espigón del siglo XVII es como su espina dorsal, merecen ser recordados
para ejemplo de la posteridad. He aquí la lista:
Nicolás Bignony, 400 pesos; Matías Bernardo Rodríguez
Carta, 200 pesos; Amaro José
González de Mesa, 200 pesos; Roberto de
En esta junta fueron designados diputados para la
dirección de las obras don Matías Bernardo Rodríguez
Carta y don Amaro José González de Mesa, y recaudador de contribuciones, donativos y demás fondos don Gerardo Murphy. Este último renunció a desempeñar
la comisión indicada, siendo entonces designado
para la misma el castellano perpetuo del castillo de San Pedro de
Residían en Santa Cruz de Tenerife por esta fecha
dos hábiles y expertos ingenieros militares, don
Francisco
Mientras los ingenieros trabajaban, Urbina no perdía
un segundo y el 28 de febrero de 1749 se
dirigía por carta al secretario de Estado, marqués de
Los ingenieros acabaron el proyecto en septiembre de
1749 y los planos fueron enviados a Madrid
para su examen y aprobación. Estos planos
le fueron remitidos por el comandante general don Juan de Urbina al marqués de
Habíase discutido mucho sobre el lugar más
conveniente para cimentar este muelle, lo
que explica que en la reunión antes indicada no se manifestase un criterio unánime. Unos se inclinaron
por la laja de San Cristóbal, delante del
castillo de este nombre, para apoyo de la construcción, mientras otras defendían la conveniencia de que el
espigón arrancase de otro arrecife o laja
más pequeño que cerraba la caleta de Blas Díaz o de
Por lo demás, el proyecto de los ingenieros se reducía
a la construcción de un amplio y sólido malecón perpendicular a la costa y
rematado con un martillo en forma
de media luna para abrigo de las escaleras de acceso.
¿Quién fue el director técnico de esta obra? La
dirección de esta obra corrió por completo
a cargo del ingeniero militar, teniente coronel don Francisco
Esperaba mucho
De esta manera, bajo la dirección de Francisco
En este momento cambió el pensamiento del comandante
general con respecto a la obra, ya que se
propuso construir una batería en la cabeza del muelle para aumentar las defensas de la plaza, batería que como es
natural encargó que proyectase el ingeniero jefe, teniente coronel don
Francisco
Este contratiempo no dejó de impresionar a todos, ya
que en su mayoría estimaron que la obra era
débil e inadecuada para resistir los duros
embates del mar en aquellas costas, y que sólo cabía esperar que las olas
fuesen lentamente arrancando, a trozos, la mutilada escollera, con peligro evidente para la caleta y playa contiguas.
Esta opinión llegó a adueñarse de la
voluntad del comandante general y dejó honda huella en su ánimo, siempre esforzado ante todos los obstáculos,
hasta tal extremo que decidió
paralizar las obras y suspender la cobranza de los arbitrios.
El retorno a la metrópoli
de don Juan de Urbina, en 1761, supuso la total suspensión de las
obras.
Sin embargo, ante la sorpresa general, el muelle dio
muestras de extraordinaria solidez en su
construcción y ni los años ni el mar arruinaron o
arrastraron un solo sillar más por encima de los que devoró el huracán de 1755.
Durante el mando del inmediato sucesor de Urbina, don
Pedro Rodríguez Moreno, no se dio un solo
paso en tan importante materia; pero en cambio su sucesor, don Domingo Bemardi,
intentó, por lo menos, asegurar lo salvado, en
vista de las garantías de seguridad que ofrecía. Para ello obtuvo la oportuna Real orden de autorización y
convocó seguidamente una junta de
vecinos y comerciantes donde se discutieron las medidas económicas a tomar para las obras de reparo y
seguridad.
Contando con la promesa de los vecinos y
comerciantes, don Domingo Beinardi anticipó
el dinero preciso, y de esta manera "dio principio [a la obra], levantando por la parte de la oreja del
martillo un releje, en que el mar batía con la
mayor violencia, haciéndolo igual hasta su extremo superior,
con lo que quedando rassa esta cortina, y en forma curva, corre el mar sin hacer en ella tanta impresión".
Con la muerte del comandante general don Domingo
Bernardi, sobrevenida en marzo de 1767, se suspendieron los trabajos en el
muelle, quedando lo gastado en descubierto,
ya que la junta vecinal no arbitró los fondos
necesarios para enjugar esta deuda.
Un momento interesante en la historia del muelle de
Santa Cruz lo señala el mando del comandante
general don Miguel López Fernández de Heredia, ya que si el muelle no progresó bajo su mando, la firme
resolución! tomada por este jefe; de
rematar las obras del mismo produjo verdaderas
tempestades en el seno de la administración regional. Llegó a Tenerife don
Miguel López el 1 de abril de 1768, y en cuanto se impuso del estado de las obras del muelle y de las medidas
políticas tomadas a este respecto por sus antecesores, decidió, emulando a
Urbina, convocar a todos los comerciantes de
Santa Cruz para reunirse en junta, bajo su presidencia,
el 20 de mayo del año expresado.
En esta asamblea, celebrada en el propio domicilio
particular del comandante, expuso éste a los
reunidos los daños que la pérdida del muelle traería
al comercio de Santa Cruz y acabó invocando la generosidad de cada uno como el mejor arbitrio para acabarlo.
Don Miguel López Fernández de Heredia fue el
primero en ofrecer su donativo, medida que imitaron los
demás cabildantes, hasta, reunirse en esta sola sesión la cantidad de 1.509 pesos.
Sin embargo, cuando López planteó a la asamblea el
restablecimiento de los antiguos arbitrios que
habían permitido la construcción del muelle,
encontró una oposición cerrada a ello por parte del vecino de
El comandante general persistió, no obstante, en su
propósito, y mandó reunir juntas de vecinos en el interior de la isla con
objeto de que engrosase la suscripción iniciada
en Santa Cruz. Consta que los vecinos de La, Qrotava, Garachico, Puerto de 1a. Cruz, San Juan de
Contra viento y marea, don Miguel López Fernández
de Heredia, que no se arredraba ante los mayores obstáculos, persistió en su
propósito y encomendó al ingeniero militar,
teniente coronel don Alejandro de los Angeles, el levantamiento del plano del muelle con el proyecto de las
obras para su remate, incluyendo en ellas la batería
para siete cañones que había de ser
emplazada en el martillo del mismo. El proyecto de este ingeniero no añadía nada en sustancia a cuanto había
planeado su antecesor Francisco
No quedó satisfecho González de Mesa con la dura
oposición que reflejan estos dos memoriales, y el
13 de julio dirigió un tercero y último a don Pedro Rodríguez Campomanes, gobernador del poderoso Consejo de Castilla.
Estas quejas reiteradas movilizaron al Supremo
Consejo de Castilla, organismo que por
resolución de 19 de diciembre de 1768 decidió pedir informes
sobre el particular de las denuncias al comandante general de Canarias y
El informe de don Miguel López Fernández de Heredia
era una exposición minuciosa y acabada de
los antecedentes del proyecto, en el que hacía
destacar este jefe cómo don Amaro José González de Mesa, tan acérrimo impugnador ahora del proyecto, había sido su más entusiasta defensor
en otros tiempos; cómo había tenido una intervención directa en las obras
desempeñando el cargo de diputado de fábrica, y cómo había gestionado
y votado, por último, las contribuciones, que años más tarde le parecían
ilegales y abusivas gabelas. López Fernández de Heredia pedía un
severo castigo para este descomedido personero, que se había manifestado ante
él con "maneras descompuestas e inmodestas" y "con proposiciones
picantes—añadía—y poco decorosas a mi carácter".
En cuanto a
El informe del Cabildo de Gran Canaria, en problema
tan vital, era de una ramplonería y cortedad
de miras verdaderamente censurable. Para los regidores de Las Palmas, los isleños se habían servido hasta
entonces, con buen provecho, de sus playas y caletas
naturales, y, por ende, consideraban el
proyecto "inútil, gravoso y perjudicial".
El Cabildo de la isla
de
Por su parte, los representantes de La, Orotava y el
Puerto de
Con todos estos informes a la vista
El fiscal del Consejo de Castilla don José Moñino,
futuro conde de Floridablanca, se conformó en
su informe con el parecer de
¿Llegó a tiempo esta resolución para que don
Miguel López Fernández de Heredia pudiese
cumplimentarla? En efecto, llegó a tiempo, pues este comandante general permaneció en el mando de las Canarias hasta. 1775; pero por causas que nos son ignoradas todo
el entusiasmo de los primeros momentos se esfumó
después de esta resolución y el muelle había
de permanecer inacabado por espacio de algunos años.
Puestos a rastrear, pudieran descubrirse algunas
causas, aunque parciales, y sólo a título
de probable. En 1769 el ingeniero don Alejandro de los Ángeles tuvo un altercado violento con el
intemperante López Fernández de Heredia,
de resultas del cual estuvo arrestado en el castillo de Paso Alto, pasando más tarde a
El sucesor de Heredia, don Eugenio Fernández de
Alvarado, marqués de Tabalosos, volvió de nuevo a impulsar el proyecto y
solicitó del Rey por carta de 18 de marzo de 1776
"la urgente reparación del muelle que su antecesor, don Juan de Urbina, construyó". Consta asimismo que
se remitió a la corte un nuevo proyecto para remate del muelle con una batería en su martillo cuyo coste se evaluaba
por entonces en la cantidad de 388.134 reales;
pero sabemos por el mismo conducto que dicho proyecto no llegó a ser aprobado.
De esta manera, el muelle de Santa Cruz, con el
arreglo provisional que para conjurar su
total ruina llevó a cabo en 1765 don Domingo Bernardi,
se mantuvo sin más cambios ni alteraciones hasta el año 1784, en que el
comandante general don Miguel de
Pocos meses después de posesionarse del mando, el 23
de octubre de 1784, el marqués de
Branciforte convocó en su domicilio una junta de vecinos
y comerciantes de Santa Cruz para tratar de la reedificación del muelle, y, con más fortuna que su antecesor, obtuvo
que se impusieran, "de propia
voluntad, expontáneamente y con la mayor complacencia", diversos impuestos sobre las entradas y salidas de navíos
para América, sobre los vinos, sobre
las barcas, tiendas, bodegas, etc., contribuciones que más adelante aprobó el rey Carlos III
por orden de 17 de septiembre de
Estas fueron encomendadas al ingeniero militar,
teniente coronel don Andrés Amat de
Tortosa, y en sustancia se redujeron a lo siguiente: 1° Cimentación y construcción del martillo del muelle,
ampliando la base del mismo. 2."
Emplazamiento en su frente de una batería para siete cañones, protegida con un
recio muro cerrado, en el que se abrían amplias troneras.
3.º Cambio en la disposición de las escaleras del muelle, que si en el primitivo proyecto aparecían separadas,
ahora enlazan y se comunican unas con otras 4." Conducción subterránea de
agua a través del muelle para que el abasto de los navíos pudiera hacerse en
las mismas escaleras de acceso 5.° Construcción de
una casilla para los oficiales del
resguardo, y 6." Disposición en el pavimento del muelle de unos
"cajones de pretiles, que se han hecho—dice Amat de Tortosa— para sobstener las tierras con facilidad".
Colaboró en las tareas para la construcción de]
muelle el ingeniero militar don Francisco
Jacot, a las inmediatas órdenes de Amat de Tortosa.
Las obras quedaron por completo terminadas el 31 de
marzo de 1787, fecha en que se enviaron los
planos del muelle de Santa Cruz a la corte para
que ésta conociese "el estado en que ha quedado concluido el muelle de
esta; plaza..., reparado en su maior parte desde los cimientos, sin costo alguno de
El coste de las obras para la terminación del muelle ascendió a
257.945 reales, cantidad que fue cubierta
con los 221.875 reales que produjeron entre
1784-1787 los catorce gravámenes establecidos sobre el comercio y los
donativos particulares. Así se acredita en una certificación de la Real Tesorería
de Canarias suscrita el 20 de agosto de 1787 por don José Rodríguez
Carta. (A. Rumeu de Armas, 1991, t.
3:407 y ss.).
Octubre
de 2011.
*
Guayre Adarguma Anez Ram n Yghasen.
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