FEMÉRIDES DE
UNA
HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS
PERÍODO
COLONIAL, DÉCADA 1601-1610
CAPÍTULO
XXI (XI)
Guayre Adarguma *
1603 diciembre 14. Los hijos y herederos de Miguel Perdomo vendieron ante el escribano Francisco Zambrana, unas cuevas denominadas Arguayto situadas en el Valle de Ximenez, en Añazu, dichas cuevas habían sido morada del Mencey de Anaga Beneharo II.
“La ciudad de Santa Cruz se ha desarrollado sobre el suelo de un poblado guanche, del que se han conservado numerosos restos. En el barranco de Santos se han descubierto habitaciones y sepulturas guanches en el punto llamado El Becerril, en Salud Alto y en la altura de la Montaña de Guerra. Posiblemente todas las cuevas que se hallan diseminadas en el barranco, y cuya historia ignoramos, han servido antiguamente para uno de estos dos usos.
En la data de Gonzalo de Ibaute (17 de marzo de 1525) se hace mención de una cueva «en el barranco de Puerto de Caballos, que se dize Benchioo», y de otra cueva «arriba de Santa Cruz, que se dize Exineza»: no cabe duda que en tiempo de los guanches habían sido habitadas, quizá por el mismo Ibaute o por su familia. En Hoya Fría se han descubierto modernamente dos cuevas de habitación; en La Resbalada y en el barranco de los Moriscos, más allá del cementerio de Santa Lastenia, sendas cuevas sepulcrales. Hay yacimientos arquitectónicos de ambos tipos en toda la zona del Rosario, en El Tablero, El Sobradillo y El Chorrillo. Más al sur, en el Barranco del Hierro, que puede haber servido de límite entre el reino de Anaga y el de Güímar, se han descubierto en la primera mitad del siglo XIX varios esqueletos, de cuyo estudio sacó el célebre Quatrefages su teoría del parentesco entre los guanches y la raza Cromagnon. Otras cuevas de habitación se mencionan desde 1530 en tierras santacruceras que habían sido de Antón Viejo. En la montaña de Taco, en la zona llamada Enriscadero, había unas 16 cuevas mirando al mar, todas ellas de difícil acceso, y que habían servido de cementerio a los guanches'. En Geneto existía un tagoror o lugar de consejo, mencionado desde 1505 y cuya situación no parece haber sido identificada.
Siguiendo por la costa en dirección noreste, en el
actual camino de Santa Cruz a San Andrés había
antiguamente una cueva sepulcral, conocida y
mencionada desde 1574 con el nombre de Cueva de los Muertos". De San Andrés
ya queda dicho que había sido zona de población
intensiva. En el barranco de Abicore, que ahora no sabemos identificar
exactamente,(1) se citan en 1518 unas cuevas «que se llaman Tamore; y en
Igueste hay tres cuevas que se llaman o se llamaban Las Betas y que habían sido moradas de guanches.
También había sido relativamente importante la
densidad de la población indígena en la zona
de Taganana, hasta el barranco de Almáciga. En Taganana se han señalado modernamente cuatro lugares
habitados " y un tagoror: de
cuya presencia se deduce, quizá de manera no del todo convincente, que aquel
poblado debió de servir de resistencia a algún mencey.
En total, según las mejores y más exactas
investigaciones, se han descubierto 22
yacimientos guanches en el territorio del antiguo reino de Anaga. Sin
embargo, debe tenerse en cuenta que este número sólo representa los
descubrimientos modernos, debidamente autentificados. Todos ellos corresponden
a los últimos 50 años, es decir, a- una época en que todas
las cuevas accesibles habían sido vaciadas ya de su inventario
arqueológico. En realidad los restos descubiertos anteriormente deben ser mucho más numerosos; pero o no se
han conservado o, si figuran en alguna colección,
son inútiles por no haberse hecho en su
tiempo la debida mención sobre el lugar del yacimiento.
De todos modos, estas indicaciones resultan
insuficientes para permitir cualquier
clase de cálculos o suputaciones referentes a la importancia numérica de la
población de Anaga. Sólo cabe repetir lo ya dicho, que esta población fue importante relativamente, es decir, en
comparación con la densidad de los demás reinos de la isla.
No sabemos mucho más del mencey o rey de Anaga. Lo
que nos parece saber por medio del poema
de Viana es mera ilusión poética; y lo demás es muy poco. El último mencey
fue el que, tras haber recibido el bautismo una vez terminada la invasión y
conquista, se llamó don Fernando de Anaga. Vivía
en unas cuevas que decían Arguayto, en el Valle de Ximénez, y que fueron en el siglo XVI
propiedad de los hijos de Miguel
Perdomo y de su mujer, María Cabrera. En una data a Diego de Salazar, que es de 25 de abril de 1517, se
habla de un «barranquillo que sale de las cuevas de la morada del rey, que se
dice Binan-ca». Sabemos que esta data se
refiere a tierras del Valle de Salazar o San
Andrés. Parece que se debe deducir que el mencey disponía de más de una cueva de habitación, o que quizá una de
ellas le servía de granero, o de cárcel pública o para cualquier uso
relacionado con su gobierno.
Después de terminada la conquista, la toponimia del
antiguo reino de Anaga ha sido
profundamente modificada por los usos españoles.
Es posible que en algunos casos se haya procedido a una simple traducción del nombre primitivo, cuando indica algún
accidente topográfico o alguna característica
del suelo: El Bufadera, Cueva Bermeja,
Valle de las Higueras, El Sabinal. De todos modos, muchos de los nombres guanches se han perdido. Algunos se han
conservado en los documentos antiguos, pero, al
haber desaparecido del uso corriente, no
sabemos ahora a qué lugar determinado conviene aplicarlos. Otros se han integrado definitivamente a la toponimia española:
Tahodio, Jagua, Igueste,
Ijuana, Anosma, Anaga, Benijo, Taganana. En fin, en ciertos casos el nombre español
conserva el recuerdo del antiguo uso indígena:
El Bailadero, Roque de la Fortaleza.
En cuanto al término ocupado por Santa Cruz, sabemos
que en la lengua de los indígenas se
llamaba Añazo", nombre que se ha conservado
también en algunos documentos de la primera mitad del siglo XVI: lo cual parece
indicar que, en una primera fase, el nombre primitivo había sido recogido por los conquistadores, como era frecuente
y como en los ejemplos ya mencionados. Ignoramos la exacta significación de la palabra guanche, si es que tiene
alguna (2). En cuanto a la extensión
exacta de la zona que se conocía con este nombre, los historiadores antiguos están de acuerdo en aplicarlo al puerto de Santa Cruz, tal como existía en los siglos XVI
y XVII y, para mayor claridad, precisan que los primeros contactos entre
guanches y españoles se habían
verificado a través de los dos puertos de desembarco, Añazo y El Bufadero.
Es verdad que actualmente el antiguo surgidero del
Bufadera se halla enclavado en la zona
portuaria de Santa Cruz, sobre todo a raíz
de la moderna construcción del
dique del Este. Sin embargo, parece evidente que
tamaña confusión no era posible para los navegantes de los siglos pasados. El nombre de Añazo, si es cierto
que corresponde al puerto de Santa Cruz,
se aplicaba antiguamente a la ensenada limitada en sus dos extremos
por el barranco de Santos y el de Tahodio, o sea, más o menos el puerto principal comprendido entre el muelle Norte y el muelle Sur. Este detalle no deja de ser
importante, si se quiere comprender el desarrollo
de las operaciones de la conquista, así como el de la futura población.” (Alejandro Ciuranescu, Historia de Santa Cruz, 1998:26 y ss.)
(1)Abicore,
Abicor, Abikure, es el nombre guanche del Valle de San Andrés, también
conocido como Valle de Salazar, ya que a este colono negrero e invasor, se le
dató en dicho valle con sus correligionarios guanches los Ibautes. NA.
(2) Para el filólogo Dr. Ignacio Reyes la traducción de Añazo es la
siguiente: Añazo.
Tf. ant. Top.
Nombre de la
zona costera por la que hoy se extiende el puerto de Santa Cruz de Tenerife.
Expr. t. Añaza. ―
añaso
< *an(i)-ǝnăsu,
m. sing. lit. ‘el lugar donde pasar la noche'.
*ani,
loc. adv. de [N] ‘el lugar de / donde’.*ă-năsu
(ǝ),
ǝ-nsa
(ǝ),
n. vb. m. sing. de [N·S] ‘hecho de pasar la noche, dormir, guarecerse’..
NA.
1604.
Se levantan en el Puerto de la
Orotava, Tenerife, donde dicen el Puerto Viejo, fortificaciones con Artillería
que en el año siguiente rechazaron a cinco naves de piratas que intentaron
apoderarse de alguna de las carabelas allí surtas: la defensa fue dirigida por
el Regidor Don Antonio Lutzardo de Franchy.
1604. El
Cabildo colonial de
1604.
El hospital en Icod se empezó a
reedificar en el año 1604 por cuanto era muy viejo y se estaba cayendo. En el
altar de la iglesia, cuya reconstrucción se acabó en el año 1609, se pusieron
el Crucificado de madera grande que estaba colocado en él desde el año 1580,
la imagen de bulto de la Virgen de los Dolores de la hermandad de la
Misericordia, que lo estaba desde el año 1584, y la de bulto de San Juan Ante
Portarla Latina, que hicieron traer el capitán Juan de Alzola, fallecido a
principios del año 1605, y otros vecinos por haber salido patrono de las viñas.
(Espinosa de los Monteros y Moas, 2006).
1604. El Cabildo colonial de Tenerife, autoriza la saca de
2.041 fanegas de trigo con destino a Sevilla
(España), procedentes de las rentas eclesiásticas (AHP: 1528/226).
Los abastos
En los abastos, el trigo fue siempre la preocupación
primordial y la más acuciante de todas. Las
carestías fueron frecuentes; e incluso sin ellas, Tenerife había dejado de ser
autosuficiente desde el punto de vista de la
producción de cereales y dependía en gran parte del mercado exterior. Una guerra era igual o peor que una sequía;
entre las dos, el espectro del hambre no se alejaba nunca lo bastante como para
que se le olvidase. Las decisiones
referentes a la saca y a la veda, a la compra
de trigo de fuera y a los precios del pan, forman la parte más importante de los temas que trata ordinariamente el
Cabildo.
La saca era la licencia concedida a los vecinos de
Tenerife, de poder vender fuera de su isla la
tercera parte de su producción de trigo y de cebada, cuando las necesidades del abastecimiento quedaban convenientemente aseguradas. Esta licencia se ha
repetido varias veces a lo largo del siglo XVI; en el siglo siguiente vino a ser inútil, porque la
producción de la isla no llegaba ya nunca a
ser excedentaria, para dar lugar a la exportación.
La prohibición de la saca era más difícil de hacer
observar. Se necesitaba toda una organización de vigilancia,
que efectivamente se proveyó. Se necesitaba
derogar la ordenanza que había establecido el trigo
como moneda legal, y la cosa era bastante más difícil, porque podía dar al traste con todo el sistema ! . Era
preciso quitarles a los vecinos su única
ganancia, en una época en que el trigo era el solo producto exportable de Tenerife is. Así y todo,
las prohibiciones o vedas fueron frecuentes.
La policía de la veda se hacía bastante bien. Sin
embargo, grandes cantidades de productos vedados
escapaban legalmente a la vigilancia, bien por pertenecer a las tercias reales,
que no podían ser sometidas a ninguna medida restrictiva. O porque procedían
de las rentas eclesiásticas, que gozaban de
exención. Cuando había escasez, se compraba trigo de
cualquier parte, incluso con cierta febrilidad, que podía ir a veces más allá de su objeto y comprar más de
lo que se necesitaba.
Cuando sobraba, no se podía conservar y se calentaba
o criaba gorgojo, afortunadamente no era frecuente
que quedase trigo de un año para otro. Además,
para importar hacía falta tener dinero líquido, que era otro de los problemas acuciantes de la economía isleña
y dificultaba a menudo la operación.
La pragmática de 1765, que establecía la libertad del comercio de granos, no tuvo efectos inmediatos en
Tenerife, porque en los años siguientes el Cabildo
hizo postura como antes.
En el caso del pescado, el problema con que se
enfrenta la administración no es la escasez, sino el precio de venta, que le
parece siempre demasiado alto. Periódicamente
se fijan los precios oficiales, por categorías
de pescado, que tienen por lo menos el interés de documentar las preferencias de cada época y la existencia
de una escala de valores de las distintas
especies, que no coincide con la nuestra'.
Las condiciones en que se verifica la venta son
objeto de tanteos y experiencias incesantes. El
pescado salado se vende por docenas, según lo dispuesto por el Cabildo; luego parece que la ordenanza no es justa, porque con este sistema tanto vale el pargo
grande como el pequeño y resultan perjudicados
los pobres, de modo que se acuerda que se vendan al peso. Después, sin que sepamos por qué, consta que se vuelve a vender por docenas o, como dicen, por
ruedas, porque vienen ensartados en redondo. Luego se
decide que el pescado salado se debe vender al
peso. sin duda por razones similares a las anteriores; y a las tres semanas se conviene que es mejor que se
venda como antes, a ojo. De igual modo,
las normas referentes al lugar de la venta oscilan durante dos siglos, porque
se quiere probar alternativamente si es mejor fórmula la obligación de vender
en el mercado, o la libertad de despachar en la calle. En cuanto a
los precios establecidos en las posturas,
parece que miran siempre hacia abajo. El Cabildo considera su deber
mantener sin alteración el nivel de los precios, «según la práctica inmemorial»;
pero los pescadores aprecian menos esta tradición y público, por dos caminos distintos: por medio de los taberneros y de las
vendederas, que compran el vino directamente de los cosecheros, y por
algunos vecinos que son al mismo tiempo cosecheros y despachan en su casa su propia producción. La política de los gobernantes, fundada
en la represión de la reventa, estimula naturalmente a los últimos.
Para mejor distinguirlos, los vecinos cosecheros pondrán en la entrada
de sus casas un ramo que sirva de distintivo, mientras los taberneros utilizarán
un pendón. Además, queda prohibida la importación
de vino, incluyendo a los que proceden de las demás islas.
El proteccionismo a la producción se hace evidente
en el largo pleito que tuvieron los mismos vecinos cosecheros de Santa Cruz con
los comerciantes extranjeros. Una provisión de la Real Audiencia había prohibido a los forasteros de Santa Cruz la
venta de vinos al por menor. Esta medida,
que no hacía más que repetir una disposición administrativa general que impedía a los extranjeros el comercio al detalle,
estaba perfectamente de acuerdo con la política económica del Cabildo y había intervenido en un momento en que
precisamente se intentaba romper el monopolio de
hecho de los extranjeros en el comercio
insular. El alcalde de Santa Cruz, Antonio Tomás de Castro, mandó ejecutar la
provisión. Pero los intereses en juego eran importantes
y los forasteros supieron defenderse con eficacia. El corregidor, convencido de
la justicia de la causa extranjera, por argumentos que ignoramos, suspendió de su cargo al alcalde y dio
comisión a Juan de Quiñones para
administrar la justicia en su lugar.
El alcalde depuesto apeló al tribunal de la
Audiencia, quien mandó que se le
devolviese el cargo, por su provisión de 1 de marzo de
Los vecinos cosecheros tenían todos los derechos.
Después de haber ganado contra los regatones
y contra los forasteros, pretendieron ganar también contra los productores de
otros lugares de la isla y hacerse dueños del mercado santacrucero. En 1737 se opusieron a la venta de vinos introducidos en Santa Cruz por
particulares de La Laguna y por el
beneficiado de Taganana. Más aun, habían sacado provisión de la Audiencia, para que fuesen preferidos en el embarque de vinos a Indias; pero protestaron el Cabildo y el síndico
personero, representando al
tribunal que los de Santa Cruz no eran precisamente lo que se llama cosecheros.
La verdad de esta observación se hizo evidente años
más tarde. En 1757, una orden real prohibió una vez más la introducción de
vinos de fuera, pero con una cláusula de reserva que ocasionó mucho ruido.
Aun dando por entendido que no se admitía la importación de vinos y aguardientes, se les dejaba excepcionalmente la libertad de entrada en los casos en que no era suficiente la
producción local para completar el
registro de Indias. Es curioso observar que, en este caso, Santa Cruz aboga en favor de la libertad, en contra
de la corriente unánime de la opinión tinerfeña.
Curioso, pero no inexplicable, si se considera
que, así como ya lo había afirmado el Cabildo, la opinión santacrucera era la del comercio de exportación: y
al comercio e interesaba tener qué
vender, sin mirar de dónde venía. Es una incoherencia más: a pocos años de distancia, Santa Cruz lucha para prohibir, y
luego para conseguir la importación de vinos
extranjeros. Pero la incoherencia es sólo
aparente: en realidad se persigue el mismo objeto, que es asegurarse la posibilidad de vender.
En Santa Cruz, los despachos de bebida eran comercios
que generalmente estaban en manos de
mujeres. De las veinte lonjas que existían en
1739, sólo en dos había hombres como dueños. Todos o casi todos estos locales estaban concentrados, por un lado en la calle de San José, y por el otro en los alrededores
de la Caleta y en el Cabo: en la misma fecha, sólo había una fonda aislada, más
arriba del convento de San Francisco. Hacia
1802 había 36 tabernas y 22 bodegas, con 32
figones o casas de comidas: es decir que para cada 77 habitantes había una tienda que despachaba vino —sin
contar a los que vendían de su propia cosecha—.
La concentración de este comercio en la parte
baja del lugar se explica por la frecuentación de los marineros, a quienes debían llamar la atención. Hasta
muy recientemente, los tres núcleos de
esta concentración, la calle de San Sebastián en su tramo
más bajo, las calles entre la Caleta y la de Cruz Verde, y la calle de San José, han conservado este carácter
primitivo, de refugio o cebo para el viajero, muy típico en
todos los puertos del mundo y que ahora está desapareciendo en Santa Cruz.
Las fondas fueron duramente castigadas en sus
principios, como enemigos que eran del bien público.
Ningún tabernero tenía licencia de dar de comer, «porque compran la carne o pescado de secreto y las otras cosas, en manera que el pueblo no se aprovecha»
y, caso de olvidarse de esta ordenanza, se le refrescará la memoria con cien
azotes"'. Pero es preciso transigir con la dura necesidad: ya que de todos
modos dan de comer, por lo menos que lo
puedan hacer «con tal que compren la carne
e pescado de la carnecería e plazas»; además, que no sirvan comida a ningún bergante, porque el que quiere
comer, primero tiene que trabaja. Debe tenerse
en cuenta que los regidores que establecen tales
normas son contemporáneos de Tomás Moro y de su Utopía. En conformidad con las profundas
convicciones que abrigan en sus pechos de
ciudadanos honrados, deciden de igual modo que los esclavos
no deben beber vino en las tabernas, y que los pescadores no pueden vender a los
taberneros más pescado que a los otros vecinos. A pesar de todas las severidades del Cabildo, hubo mesones en La Laguna, y también los hubo en Santa Cruz. El primer
mesonero del lugar al que conocemos por su
nombre fue Lope de Fuentes, en 1507; a lo mejor no era el primero, ya que en el año siguiente consta a
existencia de otro mesón, en que vende
Alonso de las Hijas a Fernando de Talavera. En general el mesonero tenía por oficio principal el de tendero o
de tabernero, y sólo casualmente ponía alguna
cama a disposición de sus clientes. Durante
largo tiempo no hubo en Santa Cruz ni en todas las islas ninguna posada verdadera. Cuando la real orden de 22 de septiembre
de 1770 quiso reglamentar esta última profesión, el Cabildo no recogió la sugerencia del gobierno. Su parecer era «que
en esta ysla, así por la estreches de su
terreno como por la grande inmediación que entre sí Pero los extranjeros son testarudos y no les basta, para convencerse, los dictados del Cabildo. El francés Juan
Francisco Bocher, que había venido como
cocinero del marqués de Branciforte, se dio cuenta que
allí había un negocio y que un mesón de verdad no había de resultar inútil: puso, pues, la hospedería en la
calle de San José, ofreciendo a sus clientes
comida, cama, cuarto y luz. El comandante general lo había
apoyado en su empresa; pero al poco tiempo se percató Bocher que muchos de los clientes eventuales preferían la
competencia desleal que le hacían un sastre y un panadero, con las camas que
ponían a su disposición. Los denunció por
ejercicio ilegal de la profesión y, para distinguirse de aquellos intrusos, pidió licencia para poner un cartel
o muestra en la calle. Como había tenido la buena idea de presentar su queja al
comandante, no le fue difícil conseguir lo que solicitaba"'. Después hubo otra fonda, mala, en que se comía
todavía peor, tenida por un milanés. En
1810, Santa Cruz era la única población del archipiélago, que disponía de una fonda para viajeros.
De una manera general, el
comercio adolece de cierta promiscuidad. Todos venden de
todo, desde que hay algo para vender y alguien para comprar. Así como el
mesonero puede ser al mismo tiempo panadero, no es raro que el sastre venda
vino o que la lonja de sal la tenga un
marinero. En cuando a las tiendas de menudencias, objetos de lujo o de modas, parecen haber hecho su primera
aparición hacia 1730-1750 y estuvieron casi
exclusivamente en manos de comerciantes malteses. todavía
siguen formando un renglón importante del comercio santacrucero, y, como entonces, en manos de
comerciantes extranjeros. Las facilidades que ofrecían a la vez que, las
tentaciones que
representaban llamaron la atención de los moralistas del siglo: fueron ampliamente
discutidas, tanto positiva como negativamente, y no faltó quien pensara que con ellas había entrado en
las islas el espíritu de perdición. Si fue así, entonces Santa Cruz era ya un lugar perdido,
porque el pandemónium del
comercio callejero se había instalado definitivamente «en el lugar de Santa Cruz, como el más
rico» °. Sus tiendas,
que eran 33 en 1789, nueve de ellas de mayoristas, eran 147 en 1803, de ellas 29 de
primera clase, 36 de la segunda, 61 de la tercera y 21 almacenes, sin contar con cuatro casas de
juego. (Alejandro Ciuranescu, Historia
de Santa Cruz, 1998.t.11: 23 y ss.)
1604
Enero 23. R.C. dirigida al Capitán D.
Francisco de Benavides, Gobernador de Tenerife, autorizando á los vecinos de
los lugares de dicha Isla para que por tiempo de cuatro años puedan llevar las
armas después del toque de queda para que puedan hallarse mas apercibidos para
acudir á la defensa de la tierra; en Denia á 23 de Enero de 1604 folio 113.
1604 enero 23. En
cuanto al armamento de las milicias de Tenerife, es imposible seguir año tras año las altas y bajas que en tan
importante cuestión sufrió el pequeño ejército
insular. Hemos de conformarnos, por tanto, con noticias
dispersas que nos revelan la constante preocupación del Cabildo en materia tan vital para la defensa de la isla, así
como el apoyo que recibió de
Empecemos por hacer mención de
Al año siguiente, el Cabildo de Tenerife escribió
al Rey con fecha 11 de enero pidiéndole por merced
el poder adquirir en las fábricas reales porción de arcabuces, mosquetes y pólvora
para armar a las milicias, cosa a la que accedió Felipe III por Real cédula de 22 de julio de 1605.
Momento interesante en los problemas de armamento lo
señala el año 1618, por la constante
amenaza de los piratas argelinos, que hizo redoblar al Cabildo sus medidas de defensa y previsión generales. Una de
las más acertadas fue la adquisición en las fábricas
de Castro Urdíales de 1.000 lanzas y 500 arcabuces por el
vecino de Tenerife Rodrigo de Vera Acevedo,
mensajero y representante del Cabildo. Esta importante remesa
de armas llegó a Tenerife en junio de
En 1625, cuando don Francisco de Andía Irarrazábal
vino a las Canarias como visitador militar
para inspeccionar sus fortalezas y reorganizar sus milicias, fue también portador de un obsequio regio de 600
arcabuces, que fueron repartidos entre las islas realengas.
Por último, revela indudable interés en materia de
armamento
Escasísima, por no decir nula, es en cambio la
información que poseemos sobre las milicias de Gran Canaria,
Ignoramos si las dos islas mayores, Gran Canaria y
La visita del capitán general Andía dio como
resultado una reducción momentánea en estas
unidades: en Gran Canaria sólo subsistieron dos, uno en Las Palmas y otro en Guía, mientras
Andía designó maestre de campo del tercio de Las
Palmas al regidor y capitán don Hernando del
Castillo Cabeza de Vaca por despacho de 2
de enero de 1626.
En todo lo demás, cabe dar por repetido aquí cuanto
se ha dicho sobre las milicias tinerfeñas, ya
que las limitaciones en la designación de capitanes y mandos superiores y los
privilegios se extendieron con generalidad por
todas las islas realengas.
Ya hemos visto citada a la isla de
En efecto, el 14 de diciembre de 1630, aprovechando
su visita a esta isla, el capitán general don
Juan de Ribera Zambrana expidió título de maestre general de campo general a favor del capitán den Pedro de
Sotomayor y Topete, a quien le fue recogido, después de haberlo ejercido numerosos, a consecuencia de la cédula antecedente.
En las islas menores o de señorío, las milicias
quedaron organizadas sobre la base de las
antiguas compañías, sin llegar a formar tercio, de acuerdo con la corriente general.
Durante los primeros años del siglo XVII siguieron
teniendo el mando de las islas los sargentos
mayores veteranos, aunque subordinados nominalmente a los señores; mas al ir
cesando éstos por muerte o cambio de destino
y convertirse los sargentos mayores en un cargo más de las milicias, los señores rehabilitaron el mando militar
absoluto. Una Real cédula de 8 de junio de 1595 reconoció a los señores de
las islas pequeñas como capitanes a guerra de las
mismas.
Sin embargo, las tendencias centralistas se hicieron
también efectivas en las islas de señorío:
una Real cédula de 2 de febrero de 1647 ordenó con carácter general que en
lo sucesivo se hiciese terna para las capitanías
de milicias al Consejo de guerra, y que tanto aquéllas como la sargentía mayor habían de ser disfrutadas por
nombramiento del Rey. (A. Rumeu de Armas,
t.3. 1991:128 y ss.)
1604
Febrero 3. El cabildo colonial trató
entre cuestiones de la construcción de un muelle en las costas de Añazu (Santa
Cruz) otros extremos dice: "...bajó el Cabildo al Puerto de Santa Cruz y
llamó á peritos así forasteros como naturales del Puerto. y visto por los
ojos las caletas, de común acuerdo todos vinieron en que detrás de
Se
designó director de las obras al Maestro de Cantería Domingo González, y el
Cabildo nombró inspectores de ella a D. Cristóbal Trujillo de
Este
proyecto no se llevó a cabo y con los materiales procedentes del viejo, y
excavando en las rocas, se improvisaron los escalones de un desembarcadero en la
laja de San Cristóbal, que permitió reanudar el comercio, y durante más de un
siglo, las operaciones
portuarias
se efectuaron por la caleta de Blas Díaz conocida luego por
cuando
no podía efectuarse por la playa inmediata.
Así
continuó hasta mediados del siglo XVIII y fue el Comandante General Don Andrés
Bonito de Pignatelly el que inició la creación del puerto, suponiéndose que
la idea le fue sugerida por el Jefe del Real Cuerpo de Ingenieros de Canarias D.
Antonio Riviere que residía en Tenerife desde 1740; en un plano de la población
de Santa Cruz levantado por este Ingeniero, aparece un espigón en la costa,
como con anterioridad había ideado asimismo el Ingeniero de S.M. Don Miguel
Benito de Herrán (el 19 de Agosto de 1729).
Octubre de 2011.
Octubre
de 2011.
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Guayre Adarguma Anez Ram n Yghasen.
--» Continuará...