FEMÉRIDES DE LA NACIÓN CANARIA

 UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS

PERÍODO COLONIAL, DÉCADA 1601-1610

CAPÍTULO XXI (X)

   

Guayre Adarguma  *

 

(Viene del capítulo anterior)  

 

Durante mucho tiempo fueron bloqueados los puertos de América incluidos los de Canarias y apresadas sus naves, perdían sus registros e interrumpido su comercio interior y exterior. Desde 1739 los mares de las islas estaban intervenidos por Corsarios y Piratas británicos hasta la firma del Tratado entre España y Gran Bretaña llegaron a un acuerdo en Madrid el 5 de octubre de 1750, que puso fin a todas las hostilidades.

En la Descripción de la Isla de Tenerife firmada por el Ingeniero Militar Coronel Antonio Riviere el 26 de Diciembre de 1740 en Santa Cruz de Tenerife, dice de esta batería.

A la continuación de la batería del Muelle se nesesita construir otra bateria más capaz para defender las embarcaciones, que darán fondo al limpio de las caraveras y las que serán más serca del castillo de San Phelipe, por lo que se necesita artillería de a veinte y quatro libras de bala en esta batería propuesta a la continuación del muelle que llaman trajin, se embarca todos los vinos malvasia, vidueño y aguardiente que produse la isla de la parte del norte.

De lo descrito por Antonio Riviere (1740-1743), la batería del muelle era solo un mero parapeto, estaba artillado con cuatro cañones de doce montados sobre cureñas, dos de hierro y dos de bronce, luciendo estos últimos las armas de Portugal y Holanda, estos pertenecieron a un barco holandés que el Comandante General don Luis Fernández de Córdoba y Arce, Caballero de Santiago (1638-1644) los repartió entre las fortificaciones de la Isla. Estas piezas de artilleria eran muy débiles para defender el limpio de las Carabelas.

En 1741 el Rey Felipe V envía para la defensa de las Islas como Comandante General de Canarias a Andrés Bonito Pignatelly, de la Casa de los Duques de Isola de Nápoles, Mariscal de Campo de los Reales Ejercitos (1741-1743), quien manda a construir entre otras la Batería de Santa Bárbara, el Coronel de Ingenieros Antonio de la Riviere la proyectó y construyó en 1741, trabajando en ella como capataz Juan Pérez Ochoa, según consta en escritura pública ante el escribano Gabriel del Álamo y Viera (1733-1756 folio 171). Es la tercera de las cuatro fortificaciones establecidas en el sistema defensivo militar del Puerto de la Orotava.

Esta batería consta de una empalizada con treinta estacas embutidas sobre un pretil y clavadas a una cinta de madera que las sujetaba por la parte inferior, sirviendo esta empalizada para cerrar la batería por la parte de la plazoleta. Al centro de la estacada esta el rastrillo es de doble hoja con cinco balaustres en cada una de ellas. La explanada dotada de loza de piedra. La garita es de madera situada a la derecha de la entrada. El repuesto ó casilla-polvorín adosado a la parte norte de la Casa de la Real Aduana , tiene la puerta de una sola hoja y ventana de dos hojas cuyas medidas de cuatro varas de largo por dos y medio de ancho con el piso de tablas y la cubierta de teja vana a una sola agua. Donde empieza la parte circular hay una escalera de diez pasos que se utiliza como desembarcadero y se cierra con una escotilla de madera de tea en rejas. En los salones de la Casa de la Real Aduana que dan a la plazoleta ó patio de armas de la Calle de la Marina , se utiliza como cuerpo de guardia, tiene un armario para diez fusiles, y dormitorio para seis hombres que la guarnecen. El entresuelo interno se utiliza como oficinas y dormitorio del comandante de dicha batería.

Don Antonio Miguel Gutiérrez de Otero y González-Varona Mariscal de Campo de los Reales Ejercitos, fue nombrado en 1790 Gobernador y Comandante General de las Islas Canarias por el Rey Carlos IV, toma posesión del cargó el 30 de enero de 1791 en Santa Cruz de Tenerife. Este ordena al Cuerpo de Ingenieros levantar planos e informes del estado de los castillos, baterías y fortines de toda Canarias. Son designados para estas tareas, el jefe de Ingenieros, Coronel Luis Marquelli Bontempo saboyano del Milanesado ó Ducado de Milán, Italia, para levantar planos de las fortificaciones.

Ayudante de Ingenieros Juan Latigué de Conde y Fuchs, francés al servicio de la monarquía española, para realizar informes disponiendo en cada lugar los arreglos necesarios y lo más favorable para su defensa.

En el año 1792 se realizan las visitas a las fortificaciones del Puerto de la Orotava en lo referente al fortín de Santa Bárbara indicaba que:

Esta construida de buena sillería y á barbeta, su frente ó costa que sigue la dirección de esta población se halla llena de escollera hasta el Castillo de San Felipe, cuya ventaja y la de ser el mar muy bravo en toda esta parte del norte hace que está naturalmente defendida no permitiendo desembarco alguno, pues únicamente puede acercarse á dicha Batería ó Muelle las lanchas practicas del país, en cuyo paraje forma una pequeña caleta por donde desembarcan la gente y efectos de Aduanas con mucha incomodidad y riesgo, por lo que convendría hubiese una rampa contigua a la escalera, para comodidad y resguardo de la gente y mercancías.

En el muro principal se han caído cuatro sillares que deben remplazarse. En el cuerpo de guardia y repuesto deben componerse los tabiques y restejar sus techos, también deben componerse el tablado de la tropa, remplazar una garita, y poner una puerta en el cuerpo de guardia, sus reparos ascenderían á 486 Reales de Vellón.

Santa Cruz de Tenerife á 24 de Diciembre de 1792


Rubricado
Juan Latigué de Conde


En noviembre de 1795 visita el Puerto de la Cruz de La Orotava , el Gobernador y Comandante General de las Islas Canarias don Antonio Miguel Gutiérrez de Otero y González-Varona, permaneciendo por espacio de cinco días para pasar revista a las Milicias establecidas en la Casa Cuartel , que por estas fechas estaba situada en la calle Las Cabezas, (hoy Calle de Blanco) esquina a Cupido, pasando luego a inspeccionar las cuatro fortificaciones de la localidad. Durante su estancia visito el domicilio del joven pintor portuense Luis de la Cruz y Ríos, posó durante algunos días en su presencia, este fue uno de los primeros personajes históricos que retrato.


Durante los carnavales de 1810, este baluarte fue testigo de un suceso que marcaría una de las páginas más negras de la historia local la llamada “guerra chiquita” al ser asesinados dos franceses acusados de colaboradores con las tropas napoleónicas por los amotinados que bajaron de La Orotava uniéndoseles los del Puerto. El día 5 de Marzo, sin que les detuviesen consejos ni amenazas, saquearon algunas tiendas y toman a un escribiente de la casa comercial de los Cologan llamado José Bressán Paret, natural de Marsella, cuyo único delito era ser francés. Fue asesinado por un andaluz llamado Francisco Rubin (El Curro) quien abriéndose paso entre la muchedumbre, le asentó una puñalada en el corazón que lo dejo muerto en el acto. Esto enfundo nuevas energías a los amotinados lanzándose sobre la casa de otro hombre de la misma nacionalidad que vivía en la Plaza de la Iglesia y se llamaba Louis Beltrán Brual, maestro de primeras letras, latín y música. Avisado a tiempo por algunos amigos, pudo refugiarse en la Batería de Santa Bárbara bajo las órdenes del Coronel de artillería de los reales ejércitos en el real cuerpo de artillería y Gobernador de Armas del Puerto de la Cruz José Antonio de Medrada y Caraveo Leon y Rojas Tello, (1742-1811) que prometió defenderle como era su deber.


La multitud más brava e insolente conforme pasaba el tiempo, sitiaron la fortaleza pidiendo a gritos la entrega del fugitivo bajo amenazas de asaltar la Batería y degollar a su guarnición. El Coronel, temiendo no se desmadrase la chusma contra su autoridad, entro en negociaciones con los asesinos entregándoles al hombre con la promesa de conducirlo al depósito de La Orotava.


Lo prometieron, y se lo ofreció, apenas salió del rastrillo, la muchedumbre se arroja sobre aquella presa dándole un golpe en la cabeza, cuando, puesto de rodillas, imploraba misericordia dirigiéndose a gatas hacia la casa de los Cullen, el apaleo no cesaba, y retorno de nuevo hacia el fortín, donde falleció. Los dos mutilados cadáveres fueron arrastrados por las calles de la población, colgando uno de ellos boca abajo en los andamios de la popa de un barco que se estaba construyendo en la parte norte de la Plaza del Charco. A los dos destrozados franceses los llevaron por la calle de San Felipe, dejando uno en la Chercha , Cementerio inglés y otro en el llano contiguo, donde fueron enterrados.


En el año 1833, (según Álvarez Rixo), la Real Aduana fue clausurada y agregada a la de Santa Cruz de Tenerife, por lo que se supone, fueron desalojados por parte de la batería los salones y bajos del inmueble, ya que esta era de propiedad privada perteneciendo por Herencia a Francisco Tomás de Franchi-Alfaro, natural de la La Habana , que luego la permuto a Diego Jiménez Pérez por propiedades en Cuba.


En 1836 el Gobernador de Armas de este puerto D. Leonardo Cordero y Vercolme, solicito a la Real Hacienda que se realizaran algunas reformas en las Baterías de la localidad, ya que algunas estaban en estado ruinoso. Fue enviado desde Santa Cruz de Tenerife el Sobrestante Mayor de fortificaciones Alférez Pedro Pérez. Las reformas realizadas en la Batería de Santa Bárbara consistieron en la construcción a la derecha de la entrada del nuevo cuerpo de guardia, de cinco varas de largo por tres de ancho en el que se halla un dormitorio de mampostería enlosada con una viga de tea al frente para sujetar el dicho enlosado y su correspondiente cabecera de pinsapo ateado, dicho dormitorio mide 3 varas de largo por dos y medio de ancho. Se sustituyó la garita de madera por otra de mampostería con puerta, aspillera, zócalo, cornisa y remate de piedra tosca labrada, y se pintó la empalizada se coloco asta y bandera.


En un informe de la Comandancia de Ingenieros de 10 de Octubre de 1.843, se dice sobre esta Batería de Santa Bárbara:


A la derecha del puerto frente a su pequeño muelle en defensa de su entrada y en unión de la Batería de San Telmo para defender los fondeaderos del Rey que esta a su lado y el limpio que esta a su frente, sobre un risco de piedra viva cuyos muros bañan el mar unas 8 horas cada marea por la parte del puerto. Estos son de sillares de piedra dura que solo tiene labrado el paramento exterior, colocados a soga, siendo su grueso de 9 a 12 pulgadas , y sin otra trabazón o unión que la de la mezcla que es excelente.


Este año en la ocasión de la visita se ha reparado la parte del muro que había arruinado la extensión de unas treinta varas cuadradas habiéndose construido con mayores piedras y mejor labradas, poniendo tizones y enlazándolos con los riscos que le sirven de cimientos y al que se une por los costados y cogiendo sus juntas con zulaque. Además se han asegurado varios sillares que estaban movidos, y enlechados y cogido las juntas que lo necesita.


Descripción: Consiste en una línea recta paralela al canal y circular la parte que mira al mar, a barbeta y cerrada por una estacada sobre un pretil de mampostería y rastrillo de dos hojas, cuyas maderas, así como puertas y ventanas del repuesto y Cuerpo de Guardia, se han pintado para su conservación y sus poyos, pretiles y barbeta recorridos y albeados, colocando nuevo un armero para 10 fusiles. Su emplazamiento inclusa la explanada que es horizontal, es de loza de piedra dura, y esta en muy buen estado, tiene un Cuerpo de Guardia con su tablado para 6 hombres y un Repuesto en que también esta depositado los juegos de armas del servicio de artillería. Es capaz de 5 piezas, y tiene montados sobre buenas cuareñas cuatro cañones de bronce de á 16, se le a construido en la misma ocasión una garita de piedra labrada.


Observaciones: Esta adosada por la mitad de su gola a un edificio que sirvió de Aduana, en la que también esta la Casilla de Resguardo que tiene indebidamente una gran ventana a la batería por donde se puede entrar en ella, sin ser visto del centinela establecido a su entrada. También los tiros que desde el mar pueden dirigirles chocando con el edificio de la Aduana, aran caer sus escombros sobre los que sirven las piezas.


El 1 de Mayo de 1854 se procedió por orden del Gobierno a valorar las fortalezas, sin saber su objetivo, la batería de Santa Bárbara fue valorada en 30.265 reales de vellón. En 1856 se reedificó la batería y se derribo la antigua empalizada que defendía la parte del rastrillo, y se sustituyó por un muralla, esta obra resulta muy perjudicial, ya que cuando venia mar de leva el agua no tenia salida tan inminente como la tenia antes con la empalizada.


En 1859 el Gobierno decreto poner nuevos cañones en las baterías, canjeando los antiguos por inútiles, dos piezas de bronce holandeses que había en la Batería de San Telmo las trasladaron a la de Santa Bárbara, otros de hierro del Castillo de San Felipe los situaron sobré el embarcadero del muelle. El Bergantín de guerra que venia a por ellos y reponer los nuevos jamás llegó, permaneciendo las Baterías en peor estado que antes.

El día 30 de Marzo de 1.869 día de San Fernando, no se enarbola la bandera Nacional en esta batería de Santa Bárbara como todos los días, la tropa que la custodiaba fue retirada y trasladada al cuartel de San Agustín de La Orotava.


Desartillada por Real Orden de 1878 y cedida al Ayuntamiento por Real Orden de 3 de octubre de 1877, según circular del 29 de julio de 1892, y Real Decreto del 24 de mayo de 1893.

 

Se inscribe en el registro de la Propiedad en la Villa de la Orotava el 16 de noviembre de 1.895 en el folio 140 del tomo 25 del Puerto de la Cruz nº 1.084 inscripción 1º de 756,00 m2 de superficie con una longitud de magistral de 44,00 mts. cota de 4,00 mts. situada casi dentro y al extremo oeste de la población, teniendo su frente marítimo batido por las olas, no existía emplazamiento del artillado y tenia un pequeño repuesto en ruinas de 10,42 m2 , un pequeño cuerpo de guardia de 8,00m2 y se componía en general de una explanada con un muro curvo a barbeta, los dos locales mencionados y cerrado por la gola con un muro de mampostería. Linda al N. y O. con el mar y camino que va al contra-muelle, al S. con la plazoleta del mismo muelle que empalma con la calle de las Lonjas y al E. con la casa de D. Diego Jiménez Pérez.


Se suspende la cesión por Real Orden del 20 de abril de 1897. Posiblemente esta suspensión fue debido a la crisis cubana contra la guerrilla independentista, España en el siguiente año de 1898 cedia a Cuba un estatuto de autogobierno, pero la crisis Hispano-norteamericana, culpando estos a España del hundimiento del Maine en la bahia de la Habana , Estados Unidos termino declarándole la guerra a España el 21 de Abril, dándole un bloqueo a Cuba y atacando Santiago y la Habana , Puerto Rico y Filipinas.

 

En vista de la situación el Capitán General, teniente general Mariano Montero y Cordero, hizo público, el 9 de mayo de 1898, un bando en el que expresaba que a la vista de las graves circunstancias por las que atravesaba el país, y autorizado por el gobierno de S.M., declaraba el estado de guerra en toda la provincia de Canarias. El Diario de Tenerife, en su edición del 5 de mayo de 1898, incluía un editorial basado en la noticia de que el Consejo Naval de los Estados Unidos, presidido por Mackinley, había acordado preparar expediciones para ocupar Canarias.


El Gobierno de Madrid destina un presupuesto para instalar cañones en los lugares más estratégicos de las islas. En el Puerto de la Cruz , fue ocupado el convento de Las Nieves por las Milicias Provinciales de La Orotava nº 2 de Canarias, que estaban establecidas en el Cuartel de San Agustín de dicha Villa. Al teniente general Montero, que cesó en agosto de 1898, le sustituyó el teniente general Manuel Delgado y Zuleta, nacido en 1842, en Sevilla. Un infante que había combatido en África y logrado ascender a comandante y coronel por méritos de guerra en las operaciones contra los carlistas. Llegó a Tenerife el 13 de septiembre a bordo del vapor Alicante, acompañado de su esposa y cuatro hijos, Rindió los honores correspondientes una batería del 9 Batallón de Artillería y el Batallón de Cazadores cubrió la carrera hasta el palacio de Capitanía General.

Se enviaron a Canarias fuerzas de choque que arribaron en los vapores, “Monserrat”, “San  Francisco” y Antonio Lopez” de la Compañía Trasatlántica cedidos a la Armada ,

Las costas canarias las custodiaban los torpederos “Ariete” y “Rayo·, botados en 1887 de 128000 toneladas, y 26 nudos dotados de tres cañones de 42 mm . y dos tubos lanzatorpedos. El AZOR botado tambien 1887 de 120000 toneladas, y de 25 nudos dotado de dos cañones de 42 mm . y dos tubos lanzatorpedos, les acompañaba también el navió “Joaquin del Piélago”, de la Compañía Transatlántica cedido a la Armada y utilizado como patrullero, con un registro de 1000 toneladas, y 15 nudos, se artilló con dos cañones de 9 mm . y dos de 57 mm .

Los servicios de espionaje españoles en Estados Unidos detectaron que en Junio una escuadra al mando del Comodoro John Crittenden Watson (1842-1923) buscarian un fondeadero como base abanzada en Las Islas Canarias, Fernando Poo o el Sahara español, para luego atacar la costa peninsular.

Esta escuadra estaría compuesta por los acorazados “Oregon” y Massachussrtts”, botados en 1891 de 10288 toneladas, y 15 nudos, artillados cada uno, con un cañon 457 mm ., cuatro de 320 mm ., ocho de 203 mm ., y cuatro de 152 mm . veintiséis ligeros y seis tubos lanzatorpedos. El crucero “Newark”, botado en 1889 de 4090 toneladas y 18 nudos, dotado de un cañon de 76 mm ., doce de 152 mm . y diez ligeros. Los cruceros auxiliares “Dixie”, de 6114 toneladas, y 16 nudos, artillado con diez cañones de 152 mm . y seis de 57mm. “El Yosemitte”, de 6179 toneladas, 16 nudos, artillado con diez cañones de 127 mm . y seis de 57 mm . “El Yankee”, de 6888 toneladas, y 14,5 nudos, artillado con diez cañones de 127 mm . y seis de 57 mm . acompañados de sus correspondientes carboneros. Esta escuadra nunca llego a pasar por Canarias ya que España capitulo el 14 de Agosto. Esta guerra duró 115 días. Con el tratado de París el 10 de diciembre de 1898, España vende la administración de las colonias de Cuba, Puerto Rico y Filipinas a los Estados Unidos de America. En febrero de 1899 el Capitán General de Canarias, don Manuel Delgado y Zulueta, da orden de levantar el estado de guerra en la Provincia , en abril de 1899 fue nombrado jefe del Cuarto Militar de la Reina Regente.

Se propone nuevamente la enajenación del fortín en virtud de lo dispuesto en las Reales Ordenes del 11 de junio de 1899 y 15 de enero de 1903.

En el año 1920, siendo Alcalde Melchor Luz y Lima, por acuerdo plenario de la Corporación Municipal , se pide autorización a Capitanía que estaba bajo la orden del Teniente General don Francisco Rodríguez y Sánchez Espinosa, para poder demoler los muros y garita de la batería. Las exigencias del puerto precisaban su derribó al objeto de que los carros y camiones tuviesen fácil acceso al muelle viejo y pudiesen efectuar las operaciones de carga y descarga de mercancías.

Queda desartillada nuevamente por Real orden de 2 de enero de 1924 se declara inadecuada para las necesidades del Ejército, siendo cedida al Ayuntamiento. (Bernardo Cabo Ramón. Miembro de la Agrupación Ranillera)

1603. Los colonos de Tenerife pidieron licencia para "saltar" dos veces al año en Berbería. Estando permitido a los de Gran Canaria, alegando agravio comparativo. Rica la isla, mientras hubo abundancia de esclavos, al faltar quedó la tierra en barbecho, perdiéndose la caña, por ser los negros de Guinea “muy caros" y "los vecinos pobres" . No probable que obtuviesen respuesta, pues por entonces Rodríguez Coutiño, asentista oficial de la corona, monopolizaba la introducción de negros en Indias, el derecho a saltar en Guinea y cargar en los depósitos. (Luisa Álvarez de Toledo).

1603. El capitán Luís Núñez lleva a Guinea, por cuenta de Cristóbal de Salazar tela, aza­frán, pimienta, clavos y canela por valor de 2.674 reales.  (AHP: 264/92).

 

1603. Francisco de Mesa, regidor del Cabildo colonial de Tenerife, pide licencia para rescatar esclavos que faltan de tal modo que «casi no se cogen açucares y se deja de labrar y coger muchos frutos». (LL: R.XI/11).

 

1603 abril 18. Durante la visita a la isla Benahuare (La Palma) del Obispo de la secta católica Francisco Martínez a la parroquia de San Andrés (municipio de San Andrés y Sauces en el Norte de La Palma), cuando dice entre otras cosas lo siguiente, al folio 105 vuelto: Otrosí: Porque a mi noticia ha venido que en algunos de los dichos lugares toman por devoción mayormente en tiempo de necesidad de agua de hacer procesiones fuera del término de su lugar en mucha distancia…, muchas deshonestidades entre hombres y mugeres quedándose a dormir por los campos o quedándose atrás en tales procesiones en los barrancos y lugares escondidos con achaque de que no pueden caminar tanto… Eran muy curiosas las historias “picantes” derivadas de la manera tan voluntariosa, sobre todo extendida entre parejas jóvenes, de ir a procesiones o a cuidar ganado muy lejos de los caseríos. La relación entre las gentes, el ganado y sus santos produce en esta bella isla todo tipo de curiosidades y anécdotas.

 

1603 agosto 25. Se en Santa Cruz de La Palma el monasterio de Santa Clara, de franciscanos, fue fun­dado por el regidor Juan del Valle, junto a una ermita consagrada a San­ta Águeda, protectora y abogada de la ciudad.

 

La ciudad de Santa Cruz de La Palma, en las dos centurias que nos ocupan—XVII y XVII—, no sufre grandes alteraciones en el trazado de su perímetro histórico, de acuerdo can el desenvolvimiento general de las urbes canarias.

 

Santa Cruz de La Palma, crece y progresa en estas centurias; su ca­serío se adecenta y aprieta; aumenta la urbe en densidad lo que pierde en holgura; pero en cambio si nos limitamos a contemplarla en el plano, la ciudad aparece estática, con la misma fisonomía que tenía en el siglo XVI. Su población en el siglo XVII ascendía a 3.679 almas, prueba irrefutable de este progreso ininterrumpido.

 

Los dos edificios acaso más notables de Santa Cruz de La Palma en el siglo XVI, la parroquia de El Salvador y las casas del Cabildo o Regi­miento, no sufrieron a lo largo de estos siglos transformaciones notables fuera de los cambios naturales en su decoración. La puerta principal de la parroquia fue restaurada y adicionada por el maestre de campo y re­gidor Luís van de Walle y Bellid, y en cuanto a la torre fue también re­hecha a expensas del obispo de la Puebla de los Ángeles don Domingo Álvarez de Abreu.

 

De los conventos del siglo xvt, Santo Domingo y San Francisco, am­bos de frailes, pudiera decirse otro tanto.

 

En cambio, durante las centurias que son objeto de nuestro estudio se fundaron en Santa Cruz de La Palma los conventos de monjas de Santa Clara y Santa Catalina.

 

El primero, el monasterio de Santa Clara, de franciscanos, fue fun­dado por el regidor Juan del Valle, junto a una ermita consagarada a San­ta Águeda, protectora y abogada de la ciudad. Las monjas fundadoras procedían del convento de Santa Clara, de La Laguna, y se encerraron en clausura el 25 de agosto de 1603. El monasterio prosperó en cortos años, ya que llegó a contar con más de 45 religiosas.

 

El segundo convento de monjas, el de Santa Catalina de Sena, de do­minicas, estaba emplazado en lugar frontero al monasterio de Santo Do­mingo. Fue fundado el convento de referencia, en 1624, por los patronos don Alonso de Castro Vinatea y doña Isabel de Abreu, y las primeras monjas, que procedían de Tenerife, se encerraron en clausura en 1626. El edificio era sencillo y estaba construido con arreglo a los mismos patro­nes de los conventos de la Orden en La Laguna y Puerto de la Cruz.

 

Por distintos lugares del casco urbano de Santa Cruz de La Palma, particularmente en sus arrabales, se hallaban diseminadas diversas ermi­tas, tales como las de San José, Santa Catalina, San Sebastián, San Fran­cisco Javier, la Luz, la Encarnación y del Planto.

 

Un autor del siglo xvín nos describe así el casco urbano de la ciudad: "Tiene una larga y hermosa calle, que corta la ciudad de un extremo a otro, con nobles edificios, y otra trasera, que sólo llega a la mitad; ambas, rectas y anchas; pero lo restante del pueblo está en ladera, como en an­fiteatro, con callejuelas pendientes y de molesto piso... Tiene cuatro puen­tes sobre sus dos barrancos".

 

Por lo que respecta al muelle de Santa Cruz de La Palma, construido a fines del siglo XVI de acuerdo con los planos y las instrucciones de Leo­nardo Torriani, sufrió en estas centurias diversas reconstrucciones y re­paraciones para remediar los daños producidos por los impetuosos em­bates del mar. Una de las reconstrucciones de que queda recuerdo fue la de 1728. El mar volvió a causar importantes destrozos en 1730, dos años más tarde; la reparación esta vez fue difícil y costosa, pero quedó ter­minada hacia 1735. (A. Rumeu de Armas, 1991, t. 3:442 y ss.).

 

1603 octubre 3. El Cabildo colonial de Tenerife, en esta fecha decreta que: “Por enfermedad de pestilencia en Inglaterra, que no se admita en ningún puerto ropa de ves­tir, camisas, sábanas, manteles, pañuelos ni otro género de lana o seda.”

 

Las epidemias en el puerto de Santa Cruz de Añazu

“Mientras la asistencia al desempleo, a los ancianos y a los huérfa­nos se fundaba sobre todo en la iniciativa privada, la lucha contra la enfermedad se consideraba, no sabemos si como deber o como privile­gio de la autoridad constituida: ésta la veía y se la reservaba sobre todo en aquellos aspectos que se le antojaban más directamente relaciona­dos con los intereses de la colectividad, tales como la lucha contra las epidemias y la inspección sanitaria del puerto. Los procedimientos empleados son tan empíricos, y los resultados tan escasos como en el aspecto asistencia!, cuando no resultan francamente peores. Así como en el caso anterior faltaba un enfoque correcto del problema económico y social del desempleo, en este caso fallan los conocimientos médicos e hi­giénicos, de modo que cualquier medida dictada por la autoridad resul­ta caprichosa e ineficaz. La salud pública, tal como la entienden los re­presentantes de la ley, no puede esperar mucha protección de una época histórica y en una sociedad en que los conocimientos médicos de la ad­ministración se reducen al papeleo o a la brujería.

Cuando el siglo de la Ilustración empieza a permitir una visión más clara de las realidades, se observa que a la autoridad no le falta el interés ni la buena voluntad. Santa Cruz no huye del progreso, pero el progreso tarda mucho en manifestarse. Habrá que esperar hasta 1790, para que la alcaldía establezca una relación de causa a efecto entre las aguas sucias que corren por las calles al descubierto y la salud pública y que prohíba lo que el uso había admitido hasta entonces. Habrá que esperar hasta 1803 y la expedición oficial de la vacuna, para que llegue a las islas este poderoso profiláctico, aplicado por primera vez en Santa Cruz. En espera de estos cambios, la higiene pública es, en Santa Cruz como en todas partes, un misterio que la mayor parte de los interesados ni siquiera sospechan.

Aparte esto, las intenciones eran buenas desde el principio. La inspección sanitaria, como servicio público dependiente del Cabildo, existía desde los comienzos de la colonización. En 1499, al pasar a la isla los vecinos de Lanzarote que venían a poblar en Taganana, corrió la voz que el ganado que traían venía enfermo. Se abrió información, que dio por resultado una mayoría de testigos que afirmaban bajo ju­ramento que no había tal enfermedad: en vista de lo cual se acordó el desembarco del ganado en la playa de Antequera, para que fuese visi­tado por los regidores. No cabe duda que los regidores lo visitaron concienzudamente: las dudas empiezan cuando nos preguntamos has­ta dónde podía extenderse su ciencia veterinaria.

 

Mucho más tarde, a mediados del siglo XVIII, la Aduana de Santa Cruz observa en un cargamento que llega de Genova una partida de «26 barriles de carne de puerco algo podrida, por lo que desmerece la mitad de su valor» significa que se da el caso de una rebaja en el arancel de impuestos que se le aplica, pero que no se da el de prohibir su venta al público. Vistas a distancia, todas las instrucciones sanitarias de aquella época son pintorescas o cómicas. A los ahogados que logra­ban sacar del mar, se les solía ahorcar por los pies, para obligarles a de­volver el agua que se habían tragado; pero al alcalde don Juan d'Escoubet aquella posición le parece penosa y manda que en adelante los dejen en la playa, sin tocarles, hasta que llegue el médico, que sabrá mejor cómo conviene tratarlos.

 

A nadie se le puede pedir más de lo que puede dar, y la medicina de entonces no daba para más. Bastante tenía que hacer con las enfer­medades. Entre las endémicas, parece que las más frecuentes eran el tabardillo y el flato. También era muy frecuente la sarna; según Glas, se explicaba por las cantidades de pescado salado que ingerían los isle­ños y, según otros, no era posible acabar con ella por existir una creen­cia vulgar, que afirmaba que a la persona que tuviese sarna le convenía guardarla. Hacia fines del siglo XVIII se habían multiplicado las en­fermedades venéreas, atribuidas por la opinión pública a la presencia en Santa Cruz de las tropas veteranas y de muchos prisioneros extran­jeros. Aparte algunas excepciones, son enfermedades corrientes en cualquier medio que ignore los principios de la higiene.

Eran particularmente numerosos los elefanciacos o enfermos del mal de San Lázaro, a quienes llamaban también lazarinos. En su visita pastoral de 1758-1759, el obispo Valentín Moran había reconocido en nueve pueblos diferentes de Tenerife más de un centenar de casos segu­ros y muchos dudosos. Un informe de 1779 estima su número en la is­la a unos 200 individuos. La Justicia tenía la obligación legal de recoger a los enfermos y mandarlos a los hospitales creados para su interna-miento. Pero lo malo era que en Canarias no había más hospital de San Lázaro que el de Las Palmas, donde no había sitio para todos. Los administradores sólo admitían a los enfermos que disponían de mejores rentas; en cuanto a los otros, se conformaban con una pequeña contri­bución para dejarles en sus casas. Debido a esta circunstancia, había enfermos por todas partes. «Andan en número crecido en el mercado, en las aguas, en la iglesia, de puerta en puerta y en los grandes concur­sos. Se nos ha informado que hay panaderas, zapateros y otros oficiales dañados». Antes, cuando había menos gente y por consiguiente me­nos enfermos, no los trataban con la misma lenidad. Al no tener cabida en Las Palmas, se había tratado de enviarlos todos a Castilla o hacer­les casa propia en Santa Cruz, «en lugar apartado, público y pasajero y aparte de dicha casa tenga humilladero do se hagan limosnas» para ase­gurar su mantenimiento. Este primer hospital de Santa Cruz, proyec­tado desde 1518, se ha quedado en el papel.

 

Pero el peligro representado por estas enfermedades es insignifi­cante, si se le compara con el de las epidemias. Estas llegan a las islas periódicamente, estallan con brutalidad y diezman rápidamente la po­blación. Todos conocen el peligro, todos tratan de mantenerlo a dis­tancia cuando ha sido señalado; pero los medios que se emplean, teó­ricamente no del todo inadecuados, resultan insuficientes en la práctica. Fueron numerosas las veces en que la epidemia pasó las ba­rreras frágiles que se le habían opuesto.

En 1506 hubo peste en las tres islas occidentales. Se dieron órde­nes para cerrar el tráfico de los puertos; pero se dieron tarde, cuando ya había enfermos en Santa Cruz y en La Laguna. Al no conocerse otro medio mejor para contener el contagio, del que se tenían ideas poco claras, se obligó a los que vivían en casas contagiadas de ambas poblaciones, a que se fuesen a vivir en Geneto, El Bufadera y el Valle de las Higueras, donde había mejores aires: es decir que se mandó ha­cer lo contrario de lo que se hubiera debido hacer.

 

Al año siguiente hubo peste en Andalucía. En Tenerife, se ce­rraron los puertos para los navíos procedentes de aquella región. Se nombró un guarda de la salud en el puerto de Santa Cruz, el pri­mero cuya existencia conozcamos, y se le encargó que no dejase acercarse ningún navío de Andalucía, sin asegurarse primero que ve­nía de partes sanas, recibiendo juramento y examinando la docu­mentación de los navíos. Pero la experiencia del año precedente no había dejado de surtir resultado, porque en el bando de Anaga había ahora muchos enfermos de pestilencia, entre los guanches que vivían separados de los españoles y que probablemente se hallaban menos inmunizados que éstos. Por tratarse de guanches más que por haber­se arrepentido de su error anterior, el Cabildo mandó que no saliese ninguno de su valle para juntarse con otras personas; y esta vez acertó por casualidad.

Hubo nuevas noticias de enfermedades epidémicas en 1568 y en 1579; y en ambos casos se dictaron medidas similares de interdicción del tráfico y de vigilancia redoblada en los puertos. Pero la epidemia de landres o peste que cundió en 1582 en Santa Cruz y La Laguna que importada en unas alfombras que venían de Oriente. Fueron tales sus estragos, que en una sola huerta junto a la ermita de San Cristóbal, que se había tomado para este efecto, se habían enterrado más de 2.000 víctimas. Como los habitantes huían despavoridos por todas partes, parece milagro que no se haya propagado la epidemia más allá de San­ta Cruz y de Tacoronte. En este último lugar y en La Laguna duró más de un año y parece haber cesado por septiembre de 1583, mien­tras seguía con toda su violencia en Santa Cruz. Para evitar el regreso del contagio, el Cabildo acordó cortar las comunicaciones de la ciudad con el puerto, poniendo guardas en el camino y fijando penas al que fuere osado de venir desde Santa Cruz, de 200 azotes no siendo noble, y de muerte si lo fuese. Es verdad que, más que acordonamiento sa­nitario, parece medida de represalia por la orden similar, pero en senti­do inverso, que habían dictado en meses anteriores el alcalde y el al­caide de Santa Cruz.

 

En 1601 volvió a entrar la peste desde Andalucía, esta vez por el puerto de Garachico. Habían llegado allí dos navíos grandes de Sevi­lla, cuya entrada en el puerto quiso prohibir el Cabildo. Uno de ellos entró a pesar de las órdenes, y a los pocos días cundió la pestilencia en el lugar. La Laguna pudo evitarla esta vez, gracias al cordón sanitario que puso en el camino de Garachico; pero hubo algunos casos de pes­te en Santa Cruz y en las tres islas occidentales.

Santa Cruz sufrió en 1701 una epidemia de fiebre amarilla o vó­mito negro, importada de Cuba y que se extendió luego a toda la isla, causando más de 9.000 muertes. En 1703 cundió otra epidemia de tabardillo, probablemente de la especie que llamaban pintado o tifus exantemático; debió de ser grave, ya que, según un testimonio con­temporáneo, «la más de la vecindad murió». En 1726 y 1727 se volvieron a tomar las medidas de rigor, a raíz de la epidemia de peste que asoló Napóles y el Mediterráneo oriental. La fiebre amarilla volvió en 1771 - 1772, otra vez procedente de La Habana, acompañada por el hambre y la escasez. No había terminado bien, cuando apareció «una especie de tabardillo, de que han muerto en este año y los antecedentes, con especialidad en esta capital y lugar de Santa Cruz» y que los médicos suponían se había introducido con las tropas estacionadas en el lugar.

Las epidemias de viruelas de que se hace mención en Santa Cruz fueron principalmente las de 1709, 1720, 1731, 1744, 1759 y 1780.

La última fue traída por el barco correo que había llegado de España el 3 de junio. Como procedía de regiones contaminadas, no se le ha­bía permitido bajar pasajeros; pero hubo algunos individuos del lugar que subieron a bordo, y por ellos se esparció el contagio, que pasó a La Laguna a principios de agosto. En noviembre había terminado, después de haber ocasionado 300 muertos en la ciudad y 240 en Santa Cruz, «número mucho menor que en las últimas». En la epidemia anterior, la de 1759, se había experimentado por primera vez en Santa Cruz y en Canarias la inoculación, por un médico inglés que iba en un barco en tránsito.

 

En el verano de 1782 habían aparecido con carácter epidémico unas «calenturas malignas o petequiales que llaman tabardillo y otras sanguíneas o sinocales, que tuvieron su origen en el puerto de Santa Cruz» y duraron varios meses. El médico del lugar opinaba que era epidemia; pero había cundido principalmente entre los más necesita­dos, de modo que cabe pensar en alguna enfermedad provocada por la desnutrición. Otra vez hubo viruelas en 1788 y luego en 1798, co­municadas por un barco procedente de Mogador. La primera de estas dos epidemias fue bastante fuerte para preocupar a los vecinos. El al­calde de Santa Cruz ofició en 4 de febrero al corregidor, pidiendo li­cencia para hacer procesión y rogativas en la iglesia al señor San Sebas­tián, a quien había elegido el lugar por especial abogado, y en efecto consiguió la autorización que solicitaba. Es ésta la primera ocasión en que consta la organización en Santa Cruz de rogativas en tiempo de enfermedades, con elección de un santo intercesor.” (Alejandro Ciuranescu, Historia de Santa Cruz, 1998.t.11: 345 y ss.).

 

Octubre de 2011.

  

* Guayre Adarguma Anez Ram n Yghasen.

 

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Bibliografía

     

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