FEMÉRIDES
DE
UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS
PERÍODO COLONIAL, DÉCADA 1601-1610
CAPÍTULO XXI (X)
Guayre
Adarguma *
(Viene
del capítulo anterior)
En
la Descripción de la Isla de Tenerife firmada por el Ingeniero Militar Coronel
Antonio Riviere el 26 de Diciembre de 1740 en Santa Cruz de Tenerife, dice de
esta batería.
A
la continuación de la batería del Muelle se nesesita construir otra bateria más
capaz para defender las embarcaciones, que darán fondo al limpio de las
caraveras y las que serán más serca del castillo de San Phelipe, por lo que se
necesita artillería de a veinte y quatro libras de bala en esta batería
propuesta a la continuación del muelle que llaman trajin, se embarca todos los
vinos malvasia, vidueño y aguardiente que produse la isla de la parte del
norte.
De
lo descrito por Antonio Riviere (1740-1743), la batería del muelle era solo un
mero parapeto, estaba artillado con cuatro cañones de doce montados sobre cureñas,
dos de hierro y dos de bronce, luciendo estos últimos las armas de Portugal y
Holanda, estos pertenecieron a un barco holandés que el Comandante General don
Luis Fernández de Córdoba y Arce, Caballero de Santiago (1638-1644) los
repartió entre las fortificaciones de la Isla. Estas piezas de artilleria eran
muy débiles para defender el limpio de las Carabelas.
En
1741 el Rey Felipe V envía para la defensa de las Islas como Comandante General
de Canarias a Andrés Bonito Pignatelly, de la Casa de los Duques de Isola de Nápoles,
Mariscal de Campo de los Reales Ejercitos (1741-1743), quien manda a construir
entre otras la Batería de Santa Bárbara, el Coronel de Ingenieros Antonio de
la Riviere la proyectó y construyó en 1741, trabajando en ella como capataz
Juan Pérez Ochoa, según consta en escritura pública ante el escribano Gabriel
del Álamo y Viera (1733-1756 folio 171). Es la tercera de las cuatro
fortificaciones establecidas en el sistema defensivo militar del Puerto de la
Orotava.
Esta
batería consta de una empalizada con treinta estacas embutidas sobre un pretil
y clavadas a una cinta de madera que las sujetaba por la parte inferior,
sirviendo esta empalizada para cerrar la batería por la parte de la plazoleta.
Al centro de la estacada esta el rastrillo es de doble hoja con cinco balaustres
en cada una de ellas. La explanada dotada de loza de piedra. La garita es de
madera situada a la derecha de la entrada. El repuesto ó casilla-polvorín
adosado a la parte norte de
Don
Antonio Miguel Gutiérrez de Otero y González-Varona Mariscal de Campo de los
Reales Ejercitos, fue nombrado en 1790 Gobernador y Comandante General de las
Islas Canarias por el Rey Carlos IV, toma posesión del cargó el 30 de enero de
1791 en Santa Cruz de Tenerife. Este ordena al Cuerpo de Ingenieros levantar
planos e informes del estado de los castillos, baterías y fortines de toda
Canarias. Son designados para estas tareas, el jefe de Ingenieros, Coronel Luis
Marquelli Bontempo saboyano del Milanesado ó Ducado de Milán, Italia, para
levantar planos de las fortificaciones.
Ayudante
de Ingenieros Juan Latigué de Conde y Fuchs, francés al servicio de la monarquía
española, para realizar informes disponiendo en cada lugar los arreglos
necesarios y lo más favorable para su defensa.
En
el año 1792 se realizan las visitas a las fortificaciones del Puerto de
Esta
construida de buena sillería y á barbeta, su frente ó costa que sigue la
dirección de esta población se halla llena de escollera hasta el Castillo de
San Felipe, cuya ventaja y la de ser el mar muy bravo en toda esta parte del
norte hace que está naturalmente defendida no permitiendo desembarco alguno,
pues únicamente puede acercarse á dicha Batería ó Muelle las lanchas
practicas del país, en cuyo paraje forma una pequeña caleta por donde
desembarcan la gente y efectos de Aduanas con mucha incomodidad y riesgo, por lo
que convendría hubiese una rampa contigua a la escalera, para comodidad y
resguardo de la gente y mercancías.
En
el muro principal se han caído cuatro sillares que deben remplazarse. En el
cuerpo de guardia y repuesto deben componerse los tabiques y restejar sus
techos, también deben componerse el tablado de la tropa, remplazar una garita,
y poner una puerta en el cuerpo de guardia, sus reparos ascenderían á 486
Reales de Vellón.
Santa
Cruz de Tenerife á 24 de Diciembre de 1792
Rubricado
Juan Latigué de Conde
En noviembre de 1795 visita el Puerto de
Durante los carnavales de 1810, este baluarte fue testigo de un suceso que
marcaría una de las páginas más negras de la historia local la llamada
“guerra chiquita” al ser asesinados dos franceses acusados de colaboradores
con las tropas napoleónicas por los amotinados que bajaron de
La multitud más brava e insolente conforme pasaba el tiempo, sitiaron la
fortaleza pidiendo a gritos la entrega del fugitivo bajo amenazas de asaltar
Lo prometieron, y se lo ofreció, apenas salió del rastrillo, la muchedumbre se
arroja sobre aquella presa dándole un golpe en la cabeza, cuando, puesto de
rodillas, imploraba misericordia dirigiéndose a gatas hacia la casa de los
Cullen, el apaleo no cesaba, y retorno de nuevo hacia el fortín, donde falleció.
Los dos mutilados cadáveres fueron arrastrados por las calles de la población,
colgando uno de ellos boca abajo en los andamios de la popa de un barco que se
estaba construyendo en la parte norte de
En el año 1833, (según Álvarez Rixo),
En 1836 el Gobernador de Armas de este puerto D. Leonardo Cordero y Vercolme,
solicito a
En un informe de
A la derecha del puerto frente a su pequeño muelle en defensa de su entrada y
en unión de
Este año en la ocasión de la visita se ha reparado la parte del muro que había
arruinado la extensión de unas treinta varas cuadradas habiéndose construido
con mayores piedras y mejor labradas, poniendo tizones y enlazándolos con los
riscos que le sirven de cimientos y al que se une por los costados y cogiendo
sus juntas con zulaque. Además se han asegurado varios sillares que estaban
movidos, y enlechados y cogido las juntas que lo necesita.
Descripción: Consiste en una línea recta paralela al canal y circular la parte
que mira al mar, a barbeta y cerrada por una estacada sobre un pretil de
mampostería y rastrillo de dos hojas, cuyas maderas, así como puertas y
ventanas del repuesto y Cuerpo de Guardia, se han pintado para su conservación
y sus poyos, pretiles y barbeta recorridos y albeados, colocando nuevo un armero
para 10 fusiles. Su emplazamiento inclusa la explanada que es horizontal, es de
loza de piedra dura, y esta en muy buen estado, tiene un Cuerpo de Guardia con
su tablado para 6 hombres y un Repuesto en que también esta depositado los
juegos de armas del servicio de artillería. Es capaz de 5 piezas, y tiene
montados sobre buenas cuareñas cuatro cañones de bronce de á 16, se le a
construido en la misma ocasión una garita de piedra labrada.
Observaciones: Esta adosada por la mitad de su gola a un edificio que sirvió de
Aduana, en la que también esta la Casilla de Resguardo que tiene indebidamente
una gran ventana a la batería por donde se puede entrar en ella, sin ser visto
del centinela establecido a su entrada. También los tiros que desde el mar
pueden dirigirles chocando con el edificio de la Aduana, aran caer sus escombros
sobre los que sirven las piezas.
El 1 de Mayo de 1854 se procedió por orden del Gobierno a valorar las
fortalezas, sin saber su objetivo, la batería de Santa Bárbara fue valorada en
30.265 reales de vellón. En 1856 se reedificó la batería y se derribo la
antigua empalizada que defendía la parte del rastrillo, y se sustituyó por un
muralla, esta obra resulta muy perjudicial, ya que cuando venia mar de leva el
agua no tenia salida tan inminente como la tenia antes con la empalizada.
En 1859 el Gobierno decreto poner nuevos cañones en las baterías, canjeando
los antiguos por inútiles, dos piezas de bronce holandeses que había en
Desartillada por Real Orden de 1878 y cedida al Ayuntamiento por Real Orden de 3
de octubre de 1877, según circular del 29 de julio de 1892, y Real Decreto del
24 de mayo de 1893.
Se
inscribe en el registro de
Se suspende la cesión por Real Orden del 20 de abril de 1897. Posiblemente esta
suspensión fue debido a la crisis cubana contra la guerrilla independentista,
España en el siguiente año de 1898 cedia a Cuba un estatuto de autogobierno,
pero la crisis Hispano-norteamericana, culpando estos a España del hundimiento
del Maine en la bahia de
En
vista de la situación el Capitán General, teniente general Mariano Montero y
Cordero, hizo público, el 9 de mayo de 1898, un bando en el que expresaba que a
la vista de las graves circunstancias por las que atravesaba el país, y
autorizado por el gobierno de S.M., declaraba el estado de guerra en toda la
provincia de Canarias. El Diario de Tenerife, en su edición del 5 de mayo de
1898, incluía un editorial basado en la noticia de que el Consejo Naval de los
Estados Unidos, presidido por Mackinley, había acordado preparar expediciones
para ocupar Canarias.
El Gobierno de Madrid destina un presupuesto para instalar cañones en los
lugares más estratégicos de las islas. En el Puerto de
Se
enviaron a Canarias fuerzas de choque que arribaron en los vapores,
“Monserrat”, “San Francisco”
y Antonio Lopez” de
Las
costas canarias las custodiaban los torpederos “Ariete” y “Rayo·, botados
en 1887 de 128000 toneladas, y 26 nudos dotados de tres cañones de
Los
servicios de espionaje españoles en Estados Unidos detectaron que en Junio una
escuadra al mando del Comodoro John Crittenden Watson (1842-1923) buscarian un
fondeadero como base abanzada en Las Islas Canarias, Fernando Poo o el Sahara
español, para luego atacar la costa peninsular.
Esta
escuadra estaría compuesta por los acorazados “Oregon” y Massachussrtts”,
botados en 1891 de 10288 toneladas, y 15 nudos, artillados cada uno, con un cañon
Se
propone nuevamente la enajenación del fortín en virtud de lo dispuesto en las
Reales Ordenes del 11 de junio de 1899 y 15 de enero de 1903.
En
el año 1920, siendo Alcalde Melchor Luz y Lima, por acuerdo plenario de
Queda
desartillada nuevamente por Real orden de 2 de enero de 1924 se declara
inadecuada para las necesidades del Ejército, siendo cedida al Ayuntamiento. (Bernardo
Cabo Ramón. Miembro de la
Agrupación Ranillera)
1603.
Los colonos de Tenerife pidieron licencia para "saltar"
dos
veces al año en Berbería. Estando permitido a los de Gran Canaria, alegando
agravio comparativo. Rica la isla, mientras hubo abundancia de esclavos, al
faltar quedó la tierra en barbecho, perdiéndose la caña, por ser los negros
de Guinea “muy
caros" y
"los vecinos
pobres" .
No probable que obtuviesen respuesta, pues por entonces Rodríguez Coutiño,
asentista oficial de la corona, monopolizaba la introducción de negros en
Indias, el derecho a saltar en Guinea y cargar en los depósitos. (Luisa Álvarez
de Toledo).
1603.
El
capitán Luís Núñez lleva a Guinea, por cuenta de Cristóbal de Salazar tela,
azafrán, pimienta, clavos y canela por valor de 2.674 reales.
(AHP: 264/92).
1603.
Francisco
de Mesa, regidor del Cabildo colonial de Tenerife, pide licencia para rescatar
esclavos que faltan
de tal modo que «casi no se cogen açucares y se deja de labrar y coger muchos
frutos». (LL: R.XI/11).
1603
abril 18. Durante la
visita a la isla Benahuare (La Palma) del Obispo de la secta católica Francisco
Martínez a la parroquia de San Andrés (municipio de San Andrés y Sauces en el
Norte de La Palma), cuando dice entre otras cosas lo siguiente, al folio 105
vuelto: Otrosí: Porque a mi noticia ha venido que en algunos de los dichos
lugares toman por devoción mayormente en tiempo de necesidad de agua de hacer
procesiones fuera del término de su lugar en mucha distancia…, muchas
deshonestidades entre hombres y mugeres quedándose a dormir por los campos o
quedándose atrás en tales procesiones en los barrancos y lugares escondidos
con achaque de que no pueden caminar tanto… Eran muy curiosas las historias
“picantes” derivadas de la manera tan voluntariosa, sobre todo extendida
entre parejas jóvenes, de ir a procesiones o a cuidar ganado muy lejos de los
caseríos. La relación entre las gentes, el ganado y sus santos produce en esta
bella isla todo tipo de curiosidades y anécdotas.
1603
agosto 25. Se
en Santa Cruz de La Palma el monasterio de Santa Clara, de franciscanos, fue fundado
por el regidor Juan del Valle, junto a una ermita consagrada a Santa Águeda,
protectora y abogada de la ciudad.
La
ciudad de Santa Cruz de La Palma, en las dos centurias que nos ocupan—XVII
y XVII—, no sufre grandes alteraciones en el trazado de su perímetro
histórico, de acuerdo can el desenvolvimiento general de las urbes
canarias.
Santa
Cruz de La Palma, crece y progresa en estas centurias; su caserío
se adecenta y aprieta; aumenta la urbe en densidad lo que pierde en
holgura; pero en cambio si nos limitamos a contemplarla en el plano, la
ciudad aparece estática, con la misma fisonomía que tenía en el siglo XVI. Su
población en el siglo XVII ascendía a 3.679 almas, prueba irrefutable de
este progreso ininterrumpido.
Los
dos edificios acaso más notables de Santa Cruz de La Palma en el
siglo XVI, la parroquia de El Salvador y las casas del Cabildo o Regimiento,
no sufrieron a lo largo de estos siglos transformaciones notables fuera
de los cambios naturales en su decoración. La puerta principal de la
parroquia fue restaurada y adicionada por el maestre de campo y regidor
Luís van de Walle y Bellid, y en cuanto a la torre fue también rehecha a
expensas del obispo de la Puebla de los Ángeles don Domingo Álvarez
de Abreu.
De
los conventos del siglo xvt, Santo Domingo y San Francisco, ambos
de frailes, pudiera decirse otro tanto.
En
cambio, durante las centurias que son objeto de nuestro estudio se fundaron
en Santa Cruz de La Palma los conventos de monjas de Santa Clara y Santa
Catalina.
El
primero, el monasterio de Santa Clara, de franciscanos, fue fundado
por el regidor Juan del Valle, junto a una ermita consagarada a Santa Águeda,
protectora y abogada de la ciudad. Las monjas fundadoras procedían del convento
de Santa Clara, de La Laguna, y se encerraron en clausura
el 25 de agosto de 1603. El monasterio prosperó en cortos años, ya que llegó
a contar con más de 45 religiosas.
El
segundo convento de monjas, el de Santa Catalina de Sena, de dominicas, estaba
emplazado en lugar frontero al monasterio de Santo Domingo.
Fue fundado el convento de referencia, en 1624, por los patronos don
Alonso de Castro Vinatea y doña Isabel de Abreu, y las primeras monjas,
que procedían de Tenerife, se encerraron en clausura en 1626. El edificio
era sencillo y estaba construido con arreglo a los mismos patrones
de los conventos de la Orden en La Laguna y Puerto de la Cruz.
Por
distintos lugares del casco urbano de Santa Cruz de La Palma, particularmente
en sus arrabales, se hallaban diseminadas diversas ermitas, tales como las de
San José, Santa Catalina, San Sebastián, San Francisco
Javier, la Luz, la Encarnación y del Planto.
Un
autor del siglo xvín nos describe así el casco urbano de la ciudad: "Tiene
una larga y hermosa calle, que corta la ciudad de un extremo a otro,
con nobles edificios, y otra trasera, que sólo llega a la mitad; ambas,
rectas y anchas; pero lo restante del pueblo está en ladera, como en anfiteatro,
con callejuelas pendientes y de molesto piso... Tiene cuatro puentes
sobre sus dos barrancos".
Por
lo que respecta al muelle de Santa Cruz de La Palma, construido a
fines del siglo XVI de acuerdo con los planos y las instrucciones de Leonardo
Torriani, sufrió en estas centurias diversas reconstrucciones y reparaciones
para remediar los daños producidos por los impetuosos embates del mar. Una de
las reconstrucciones de que queda recuerdo fue la de
1728. El mar volvió a causar importantes destrozos en 1730, dos años más
tarde; la reparación esta vez fue difícil y costosa, pero quedó terminada
hacia 1735. (A. Rumeu de Armas, 1991, t. 3:442 y ss.).
1603
octubre 3. El
Cabildo colonial de Tenerife, en esta fecha decreta que: “Por enfermedad
de pestilencia en Inglaterra, que no se admita en ningún puerto ropa de vestir,
camisas, sábanas, manteles, pañuelos ni otro género de lana o seda.”
Las
epidemias en el puerto de Santa Cruz de Añazu
“Mientras
la asistencia al desempleo, a los ancianos y a los huérfanos
se fundaba sobre todo en la iniciativa privada, la lucha contra la enfermedad
se consideraba, no sabemos si como deber o como privilegio de la autoridad
constituida: ésta la veía y se la reservaba sobre todo en
aquellos aspectos que se le antojaban más directamente relacionados
con los intereses de la colectividad, tales como la lucha contra las epidemias
y la inspección sanitaria del puerto. Los procedimientos empleados
son tan empíricos, y los resultados tan escasos como en el aspecto
asistencia!, cuando no resultan francamente peores. Así como en el
caso anterior faltaba un enfoque correcto del problema económico y social
del desempleo, en este caso fallan los conocimientos médicos e higiénicos,
de modo que cualquier medida dictada por la autoridad resulta
caprichosa e ineficaz. La salud pública, tal como la entienden los representantes
de la ley, no puede esperar mucha protección de una época histórica
y en una sociedad en que los conocimientos médicos de la administración
se reducen al papeleo o a la brujería.
Cuando
el siglo de la Ilustración empieza a permitir una visión más
clara de las realidades, se observa que a la autoridad no le falta el interés
ni la buena voluntad. Santa Cruz no huye del progreso, pero el progreso
tarda mucho en manifestarse. Habrá que esperar hasta 1790, para
que la alcaldía establezca una relación de causa a efecto entre las aguas
sucias que corren por las calles al descubierto y la salud pública y
que
prohíba lo que el uso había admitido hasta entonces. Habrá que
esperar hasta 1803 y la expedición oficial de la vacuna, para que llegue
a las islas este poderoso profiláctico, aplicado por primera vez en
Santa Cruz. En espera de estos cambios, la higiene pública es, en Santa
Cruz como en todas partes, un misterio que la mayor parte de los
interesados ni siquiera sospechan.
Aparte
esto, las intenciones eran buenas desde el principio. La inspección
sanitaria, como servicio público dependiente del Cabildo, existía desde los
comienzos de la colonización. En 1499, al pasar a la isla los vecinos de
Lanzarote que venían a poblar en Taganana, corrió la voz que el ganado que traían
venía enfermo. Se abrió información, que
dio por resultado una mayoría de testigos que afirmaban bajo juramento
que no había tal enfermedad: en vista de lo cual se acordó el desembarco
del ganado en la playa de Antequera, para que fuese visitado
por los regidores. No cabe duda que los regidores lo visitaron concienzudamente:
las dudas empiezan cuando nos preguntamos hasta
dónde podía extenderse su ciencia veterinaria.
Mucho
más tarde, a mediados del siglo XVIII, la Aduana de Santa Cruz
observa en un cargamento que llega de Genova una partida de «26
barriles de carne de puerco algo podrida, por lo que desmerece la mitad
de su valor» significa que se da el caso de una rebaja en el arancel
de impuestos que se le aplica, pero que no se da el de prohibir su
venta al público. Vistas a distancia, todas las instrucciones sanitarias de
aquella época son pintorescas o cómicas. A los ahogados que lograban
sacar del mar, se les solía ahorcar por los pies, para obligarles a devolver
el agua que se habían tragado; pero al alcalde don Juan d'Escoubet aquella
posición le parece penosa y manda que en adelante los dejen
en la playa, sin tocarles, hasta que llegue el médico, que sabrá mejor cómo
conviene tratarlos.
A
nadie se le puede pedir más de lo que puede dar, y la medicina de entonces no
daba para más. Bastante tenía que hacer con las enfermedades.
Entre las endémicas, parece que las más frecuentes eran el tabardillo
y el flato. También era muy frecuente la sarna; según Glas, se
explicaba por las cantidades de pescado salado que ingerían los isleños y,
según otros, no era posible acabar con ella por existir una creencia vulgar,
que afirmaba que a la persona que tuviese sarna le convenía guardarla. Hacia fines del siglo XVIII
se
habían multiplicado las enfermedades
venéreas, atribuidas por la opinión pública a la presencia en
Santa Cruz de las tropas veteranas y de muchos prisioneros extranjeros.
Aparte algunas excepciones, son enfermedades corrientes en cualquier
medio que ignore los principios de la higiene.
Eran
particularmente numerosos los elefanciacos o enfermos del mal de San Lázaro, a
quienes llamaban también lazarinos. En su visita pastoral de 1758-1759, el
obispo Valentín Moran había reconocido en nueve
pueblos diferentes de Tenerife más de un centenar de casos seguros
y muchos dudosos. Un informe de 1779 estima su número en la isla
a unos 200 individuos. La Justicia tenía la obligación legal de recoger a
los enfermos y mandarlos a los hospitales creados para su interna-miento.
Pero lo malo era que en Canarias no había más hospital de San
Lázaro que el de Las Palmas, donde no había sitio para todos. Los administradores
sólo admitían a los enfermos que disponían de mejores rentas;
en cuanto a los otros, se conformaban con una pequeña contribución
para dejarles en sus casas. Debido a esta circunstancia, había enfermos
por todas partes. «Andan en número crecido en el mercado, en
las aguas, en la iglesia, de puerta en puerta y en los grandes concursos.
Se nos ha informado que hay panaderas, zapateros y otros oficiales dañados».
Antes, cuando había menos gente y por consiguiente menos
enfermos, no los trataban con la misma lenidad. Al no tener cabida en
Las Palmas, se había tratado de enviarlos todos a Castilla o hacerles
casa propia en Santa Cruz, «en lugar apartado, público y pasajero y aparte
de dicha casa tenga humilladero do se hagan limosnas» para asegurar
su mantenimiento. Este primer hospital de Santa Cruz, proyectado
desde 1518, se ha quedado en el papel.
Pero
el peligro representado por estas enfermedades es insignificante, si se le
compara con el de las epidemias. Estas llegan a las islas periódicamente,
estallan con brutalidad y diezman rápidamente la población. Todos conocen el
peligro, todos tratan de mantenerlo a distancia
cuando ha sido señalado; pero los medios que se emplean, teóricamente
no del todo inadecuados, resultan insuficientes en la práctica.
Fueron numerosas las veces en que la epidemia pasó las barreras
frágiles que se le habían opuesto.
En
1506 hubo peste en las tres islas occidentales. Se dieron órdenes
para cerrar el tráfico de los puertos; pero se dieron tarde, cuando ya
había enfermos en Santa Cruz y en La Laguna. Al no conocerse otro
medio mejor para contener el contagio, del que se tenían ideas poco
claras, se obligó a los que vivían en casas contagiadas de ambas poblaciones,
a que se fuesen a vivir en Geneto, El Bufadera y el Valle de las Higueras, donde
había mejores aires: es decir que se mandó hacer
lo contrario de lo que se hubiera debido hacer.
Al
año siguiente hubo peste en Andalucía. En Tenerife, se cerraron
los puertos para los navíos procedentes de aquella región. Se nombró
un guarda de la salud en el puerto de Santa Cruz, el primero
cuya existencia conozcamos, y se le encargó que no dejase acercarse
ningún navío de Andalucía, sin asegurarse primero que venía
de partes sanas, recibiendo juramento y examinando la documentación
de los navíos. Pero la experiencia del año precedente no había
dejado de surtir resultado, porque en el bando de Anaga había ahora
muchos enfermos de pestilencia, entre los guanches que vivían separados
de los españoles y que probablemente se hallaban menos inmunizados
que éstos. Por tratarse de guanches más que por haberse arrepentido de su
error anterior, el Cabildo mandó que no saliese ninguno
de su valle para juntarse con otras personas; y esta vez acertó
por casualidad.
Hubo
nuevas noticias de enfermedades epidémicas en 1568 y en 1579; y en ambos casos
se dictaron medidas similares de interdicción del
tráfico y de vigilancia redoblada en los puertos. Pero la epidemia de
landres o peste que cundió en 1582 en Santa Cruz y La Laguna que importada en
unas alfombras que venían de Oriente. Fueron tales sus estragos, que en una
sola huerta junto a la ermita de San Cristóbal, que se había tomado para este
efecto, se habían enterrado más de 2.000 víctimas.
Como los habitantes huían despavoridos por todas partes, parece
milagro que no se haya propagado la epidemia más allá de Santa
Cruz y de Tacoronte. En este último lugar y en La Laguna duró más
de un año y parece haber cesado por septiembre de 1583, mientras
seguía con toda su violencia en Santa Cruz. Para evitar el regreso del
contagio, el Cabildo acordó cortar las comunicaciones de la ciudad con
el puerto, poniendo guardas en el camino y fijando penas al que fuere osado de
venir desde Santa Cruz, de 200 azotes no siendo noble, y
de muerte si lo fuese. Es verdad que, más que acordonamiento sanitario,
parece medida de represalia por la orden similar, pero en sentido
inverso, que habían dictado en meses anteriores el alcalde y el alcaide de
Santa Cruz.
En
1601 volvió a entrar la peste desde Andalucía, esta vez por el puerto
de Garachico. Habían llegado allí dos navíos grandes de Sevilla,
cuya entrada en el puerto quiso prohibir el Cabildo. Uno de ellos entró a pesar
de las órdenes, y a los pocos días cundió la pestilencia en el lugar. La
Laguna pudo evitarla esta vez, gracias al cordón sanitario que
puso en el camino de Garachico; pero hubo algunos casos de peste
en Santa Cruz y en las tres islas occidentales.
Santa
Cruz sufrió en 1701 una epidemia de fiebre amarilla o vómito negro,
importada de Cuba y que se extendió luego a toda la isla, causando
más de 9.000 muertes. En 1703 cundió otra epidemia de tabardillo,
probablemente de la especie que llamaban pintado o tifus exantemático; debió
de ser grave, ya que, según un testimonio contemporáneo, «la más de la
vecindad murió». En 1726 y 1727 se volvieron
a tomar las medidas de rigor, a raíz de la epidemia de peste que asoló
Napóles y el Mediterráneo oriental. La fiebre amarilla volvió en 1771
- 1772, otra vez procedente de La Habana, acompañada por el hambre
y la escasez. No había terminado bien, cuando apareció «una especie
de tabardillo, de que han muerto en este año y los antecedentes, con
especialidad en esta capital y lugar de Santa Cruz» y que los médicos suponían
se había introducido con las tropas estacionadas en el lugar.
Las
epidemias de viruelas de que se hace mención en Santa Cruz fueron
principalmente las de 1709, 1720, 1731, 1744, 1759 y 1780.
La
última fue traída por el barco correo que había llegado de España el
3 de junio. Como procedía de regiones contaminadas, no se le había
permitido bajar pasajeros; pero hubo algunos individuos del lugar que
subieron a bordo, y por ellos se esparció el contagio, que pasó a La
Laguna a principios de agosto. En noviembre había terminado, después
de haber ocasionado 300 muertos en la ciudad y 240 en Santa Cruz, «número
mucho menor que en las últimas». En la epidemia anterior, la de 1759, se había
experimentado por primera vez en Santa Cruz
y en Canarias la inoculación, por un médico inglés que iba en un
barco en tránsito.
En
el verano de 1782 habían aparecido con carácter epidémico unas
«calenturas malignas o petequiales que llaman tabardillo y otras sanguíneas
o sinocales, que tuvieron su origen en el puerto de Santa Cruz»
y duraron varios meses. El médico del lugar opinaba que era epidemia;
pero había cundido principalmente entre los más necesitados, de modo que
cabe pensar en alguna enfermedad provocada por la desnutrición.
Otra vez hubo viruelas en 1788 y luego en 1798, comunicadas
por un barco procedente de Mogador. La primera de estas dos epidemias fue
bastante fuerte para preocupar a los vecinos. El alcalde de Santa Cruz ofició
en 4 de febrero al corregidor, pidiendo licencia
para hacer procesión y rogativas en la iglesia al señor San Sebastián,
a quien había elegido el lugar por especial abogado, y en efecto consiguió
la autorización que solicitaba. Es ésta la primera ocasión en
que consta la organización en Santa Cruz de rogativas en tiempo de
enfermedades, con elección de un santo intercesor.” (Alejandro
Ciuranescu, Historia de Santa Cruz, 1998.t.11: 345 y ss.).
Octubre
de 2011.
*
Guayre Adarguma Anez Ram n Yghasen.
--» Continuará...