FEMÉRIDES
DE
UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS
PERÍODO COLONIAL, DÉCADA 1601-1610
CAPÍTULO XXI (IX)
Guayre Adarguma
*
1602 Noviembre 20. Aceptación
por parte del representante de los Naturales guanches de Chinech (Tenerife), del
escrito de retirada del litigio de la orden dominica.
/
Canaria. 20 de Noviembre de 1602/
“En
Canaria veinte días del mes de Noviembre de mil y seiscientos y dos años: En
el convento de Santo Domingo desta ciudad Fray Juan Romero, Provincial destas
Islas, dijo ante mí el Escribano que el escrito que está firmado de su nombre
lo dió e hizo por su orden y mandado, Lázaro Quesada, Procurador, y ahora
siendo necesario lo presenta de nuevo ante mí para que se lea en
Muy
Ilustres Señores= Jerónimo Agnese, en nombre de Lázaro Sánchez y de los demás
Naturales de la isla de Tenerife por quien soy parte en la causa con el
Provincial, Frailes, y Convento de Nuestra Señora de Candelaria de la orden de
Santo Domingo de la dicha Isla, en que por su parte se ha hecho ante Vªs. Sªs.
cierto allanamiento y se desisten de lo que tratan en el dicho pleito y que mis
partes lleven las andas con la dicha Imagen de Nuestra Señora mientras no
hubiere en el dicho convento copia de frailes de la dicha orden para llevarla,
como consta del escrito que //Folº. 144 rtº.,// acerca de esto por su parte se
presentó en cinco de este. Digo que en cuanto el dicho allanamiento y el de desistirse del dicho
derecho y pretensión, lo consiento y judicialmente acepto y esto sin perjuicio
del caso que en el dicho escrito se reserva en el cual y en cualquier otro mis
partes tienen su derecho fundado no sólo contra las partes contrarias, pero
contra cualquier otro para llevar las
andas con la santa Imagen de Nuestra Señora de Candelaria en todos y
cualesquier actos v procesiones que se hicieren, a donde se ofrezca sacar y
llevar la dicha Santa Imagen del dicho Convento a cualesQuier partes //Folº.
144 vtº.// del qual derecho mis partes harán y alegarán en todo tiempo y de
esta causa como mejor les convengan sin perjuicio de este acepto como hecho
dicho ofrecimiento y porque no sea ilusorio la dicha petición viene firmada del
Padre presentador Fray Juan Romero, Vicario y Provincial destas Islas y conviene
al derecho de mis partes que el Escribano desta causa de por fe que él mismo lo
presentó, para lo cual= a Vªs. Sªs. pido y suplico manden a el dicho Diego de
Agredo el dicho escrito del dicho Padre Provincial para que de fe de presentarlo
él mismo ante el dicho escribano para que lo lea y presente ante Vªs.Sªs. y
hecho esto se me //Folº. 145 rtº.// dé por fe y Vªs.Sªs. en virtud del
dicho aclaramiento, manden se me dé Provisión para que en continuación del
derecho de mis partes y su posesión puedan sacar y saquen la dicha Santa Imagen
en las procesiones y las demás ocasiones en que se suele sacarse la dicha
Imagen sin que se les ponga impedimento alguno y pido Justicia, costas=
Licenciado Francisco de Alfaro.=_____________
En
Canaria, veinte y dos de Noviembre de mil y sescientos y dos años, Los Señores
Regente e oidores, habiendo visto los autos presentados por parte del Provincial
de Santo Domingo cerca del allanamiento que hace sobre el llevar
Carta
poder concedida por los naturales de Candelaria y vecinos de Chinech (Tenerife)
a Juan Marrero, natural, para que prosiguiera el pleito en curso (Incompleto).
“Sepan
cuantos esta carta de poder vieren: como nos el capitán Juan Albertos y
Leonardo Rodríguez y Juan Cabrera Real y Juan López de
1602 diciembre 10. La metrópoli
expide Real cédula, para que el
corregidor en la colonia no gaste sin intervención del
Cabildo en la guarda de la salud (LL: R.XI/17.
1602
Diciembre 16. Es nombrado Alcaide de
la fortaleza de Santa Cruz el Capitán Juan Manuel Gudiel, hijo del Gobernador
colonial: “en quien concurren las partes
y calidades que se requieren, por el tiempo de un año con el salario que S.M.
manda, y para darle la poseción y entregarle
1603.
Carta del Rey, en vista de la carta
escrita por el Cabildo en 22 de Julio suplicándole diese orden pa qe se
fortifique esta isla y dice qe aunque su intención es qe así se haga, conviene
primero tener entendido el estado de la de Canaria y qe tiene escrito al
Gobernador y al Ingeniero Prospero Casola qe cuando se acabase informe de ello y
se tomará resolución. Fecha en Madrid 1603 (Libro 6° de Reales Cédulas,
oficio lo n° 38 folio 83).
1603.
Dos escoceses vienen
con su navío y pasaporte escocés, de la isla de San Miguel, con dinero del
gobernador para comprar vino para su guarnición.
Fueron detenidos en Santa Cruz por orden del
capitán general Luís de la Cueva, “y nosotros, molestados con prisiones y tormentos que nos dieron y cominaciones que nos
hizieron y en efecto al cabo de muchos días
fuimos condenados en perdimiento del dicho navío y mercaderías”.
Sin darles
ninguna cuenta, su navío se vendió a Tomás Grimón, quien va con él a
Indias, “y avernos quedado en esta ysla, presos en ella,
pobres y miserables, muriendo de hambre”,
sin poder marcharse, porque no se les han devuelto los pasaportes.
Comercio colonial con Inglaterra
El más importante de los tráficos de Santa Cruz, y
de las islas en general, ha sido
tradicionalmente el comercio con Inglaterra. En determinados momentos, toda la
vida económica de Canarias había llegado
a depender de una decisión tomada en Londres. Sin embargo, este comercio había empezado modesta y tímidamente,
porque tenía muchas ganas de comprar y pocas
cosas que vender: como sus primeros
mercaderes, como por ejemplo James Casteleyn, establecido en Santa Cruz desde los primeros años del siglo XVI
y dispuesto a cualquier clase de operaciones. Como
Casteleyn, ha levantado la cabeza paulatinamente.
La volvió a agachar más de una vez, bajo la amenaza personal,
porque el horizonte de las relaciones se anubló: vino el tiempo en que cualquier persona procedente de aquella última
Thule era convicto y reprobo y la profesión
de mercader honrado no ofrecía menos riesgos que la de filibustero.
Luego los tiempos se serenaron para los unos y se
enfoscaron bastante para los otros, para quienes el navío que se
esperaba de Inglaterra llegó a simbolizar
la última esperanza. Tenerife reconoció demasiado tarde que se vivía mejor
con el mal en la casa, que sin él. «El comercio con Inglaterra, este
interesante comercio, es por donde respira Tenerife. Bien podemos decir
que él nos da la vida, él nos mueve y nos da el ser. Cuando está en acción, se aviva el resplandor de la nobleza, se asea el
estado eclesiástico, el comerciante se alienta, el artesano trabaja, el pobre
resucita, el campo florece y todos
hazen su fortuna. Mas cuando este comercio se retira, el noble se
desluce, el eclesiástico se incomoda, el mercader se pierde, ocia el oficial, gime el pobre, la tierra se esteriliza y
todos perecen». A este estado de patética
sujeción económica había reducido a las islas la lenta y estudiada sofocación
de su natural comercio indiano.
En
las últimas décadas del siglo XVI
se importaban de Inglaterra paños, algodón hilado, trajes de mala
calidad, trigo, bacalao y arenques, que en
Canarias llaman sardinas. En 1596, Felipe II había prohibido el comercio con géneros de Inglaterra y Holanda,
incluso cuando los introducían barcos
neutrales; pero la vigilancia no parece haber sido tan
estricta en las islas, como en la Península Ibérica. La paz concluida en 1604
vuelve a franquear a los géneros ingleses la entrada en los puertos españoles.
En 1645, los mercaderes ingleses establecidos en Andalucía han desplazado a los
genoveses de su posición dominante. Entonces es cuando consiguen una serie de privilegios y exenciones, que se reflejan rápidamente
en la situación del comercio inglés en Canarias, en el sensible aumento de los
mercaderes que vienen a residir en las islas.
Durante esta época, continúa la importación del
bacalao; se introducen productos agrícolas
de Francia, transportados y exportados por
comerciantes ingleses, cuya mediación salva el escollo del estado de guerra; y
empiezan a entrar, en cantidades más importantes que hasta entonces, los productos manufacturados de Inglaterra. El tráfico directo había sufrido una interrupción en
1627- 1631, en momentos de tensión política;
pero los mercaderes holandeses habían devuelto
a los ingleses la cortesía interesada que consistía en poner su propio pabellón a disposición del comercio británico.
Luego intervino el largo paréntesis
de la ruptura de 1655 - 1666, que parece haber afectado la importación de géneros ingleses
mucho menos que la exportación de
vinos canarios, quizá debido a la venalidad de la administración.
De todos modos, en la segunda mitad del siglo XVII
el comercio con Inglaterra pasó por una gran crisis,
traducido por una contracción de la economía
canaria en general. El gobierno inglés había cargado de gravámenes los vinos canarios, reduciendo sus posibilidades de venta: se quiso contestar a esta medida, en 1728,
penalizando con una contribución de 9% los géneros
ingleses, y al año siguiente eliminando
de las islas a los comerciantes ingleses. Pero ambas medidas tuvieron que ser anuladas, pues no hacían más que
empeorar las cosas y so-tocar completamente
la debilitada economía insular. A partir de mediados
del siglo xviii la situación se normaliza. Las importaciones siguen siendo muy activas y superan con mucho los géneros
que proceden de otros países; abarcan
una gran variedad de productos, desde los alimentos, principalmente carne, queso y arenques, hasta la quincallería,
de los medicamentos a los libros y de los coches de caballo a los instrumentos de laboratorio.
En cuanto a la exportación tinerfeña a Inglaterra,
hasta 1580 aproximadamente su principal y
casi único artículo fue el azúcar.
Luego, de modo igualmente exclusivo, pasó a serlo el
vino. Sin duda los ingleses habían empezado a
apreciarlo en ocasión de los repetidos contactos, entre comerciales y piráticos, de los Hawkins, Drake y demás agentes de la primera expansión marítima
inglesa; porque era frecuente que los
piratas se detuvieran en las islas para pedir refresco de vino, tan necesario como el agua y más apreciado que
ella. Durante la época isabelina, la malvasía no faltó en las tabernas de
Londres, a pesar de la oficial falta de relaciones L25.
Al normalizarse la situación del comercio entre
las dos naciones, a partir de 1604, las entradas se hicieron más regulares y, según algunos, más que
regulares, excesivas: en 1635, según juicio
de James Howell, entraba más vino canario en Inglaterra que en todos los demás países reunidos y, según los datos que conocemos, esta aseveración no era inexacta.
El precio de venta al público del vino canario se
fijaba por el Consejo Privado. No sabemos si éste
procedía en las posturas con más tino que el Cabildo de La Laguna: lo cierto es que, a su juicio, el
vino canario valía dos veces más que el francés y
bastante más que el español. Los precios fijados por ejemplo para el año de
1626 eran de 6 peniques el cuartillo de vino francés, 10 el español y 12 el
canario; para 1627, el precio era de 8, 12 y 14
respectivamente. En los años de
Es verdad
que el vino canario pagaba cada vez más gravámenes, que en 1656 sumaban
Las causas del
encarecimiento deben ser múltiples y en la mayoría de los casos permanecen oscuras. La
presión fiscal fue una de las primeras: los precios no habían variado tan escandalosamente en Cananas, donde pasaban, al
contrario, por un período de depresión y de crisis. De todos modos, la producción
canaria no dicta sus condiciones al mercado inglés, sino que, por lo contrario, depende de las fluctuaciones de este mercado:
la crisis canaria de mediados de siglo se explica precisamente por la falta de
salida de los caldos y por las trabas puestas a la importación en Inglaterra. Pero la más
interesante y quizá la más plausible de las explicaciones que se han dado a esta nueva situación es sin duda la
explicación oficial inglesa, dada como justificación de una reforma importante del comercio con
Canarias, como fue la creación de la célebre Compañía Inglesa de Canarias en 1665.
El documento fundacional
explica que tradicionalmente el comercio inglés conducía a Canarias grandes cantidades de manufacturas nacionales, que se
vendían bien y bastaban para cubrir las compras de caldos insulares que, de
este modo, podían despacharse en Inglaterra a precios moderados. Pero «en los últimos
años, a causa del tráfico extraordinario de nuestros súbditos en aquellas islas y del número desacostumbrados
de navíos que trafican allí, los bienes y utilidades del comercio de
manufacturas se han visto mermados en su valor, y los vinos de aquellas islas han
aumentado sus precios hasta el doble de lo que antes se vendían».
Si esta declaración es sincera, como parece
probarlo su misma torpeza, el vino canario
no se había puesto más caro de una manera absoluta, por una subida de precios a la producción, sino de modo relativo,
por medio de una crisis provocada por el dumping
de las manufacturas inglesas y la caída de
los precios de estas mismas manufacturas. Para los comerciantes y economistas que han elaborado
este proyecto, lo mismo da obligar a los canarios a vender más barato su vino,
o a comprar más caros los géneros ingleses. Pero también desde el punto de vista canario, ambas cosas
resultaban ser una sola y conducían a un sensible aumento del costo de la vida y a un no menor
empobrecimiento del país. Los autores del proyecto habían visto claro un punto preciso de su sistema: el monopolio encarece la mercancía, y el
comercio inglés detenía en Canarias el
monopolio del mercado, tanto en la importación de géneros extranjeros, como en la exportación de caldos. Pero el monopolio
jugaba con algo que no tenía, y que eran los
caldos canarios. Además, la Compañía llegaba
tarde, cuando el mercado internacional estaba ya saturado de monopolios y de
compañías agresivas.
La Compañía de Canarias tuvo una historia tan breve
como complicada. La iniciativa vino de algunos
mercaderes de Londres que traficaban
normalmente con vinos canarios y que, por lo tanto, eran los primeros interesados en una rebaja de este artículo. Hicieron
la sugerencia al gobierno, quien designó de
entre ellos una Junta de Incorporación. La condición prealable para pertenecer
a la Compañía era la de ser vecino de
Londres: ésta fue la primera dificultad, porque no estaban todos los interesados en el mismo caso, y porque muchos vinos se importaban por Southampton o por
Bristol. Pero como la condición había
sido sugerida por los comisionados, la circunstancia sugiere la posibilidad de que en la Junta de Incorporación hayan tenido un papel preponderante los judíos portugueses
recientemente establecidos en Londres,
procedentes a menudo de Canarias y bien introducidos
en el tráfico de los caldos isleños. De todos modos, se tardó bastante en hallar una fórmula satisfactoria. Al
fin, para no perder más tiempo, los
comerciantes admitieron aquella cláusula, a cambio de
un plazo que se les concedía a los no vecinos, para arreglar su situación. En enero de 1665 la carta de incorporación de
la Compañía estaba ya redactada; pero
surgieron nuevas dificultades y, a pesar de las insistencias
de los mercaderes, su firma se demoró hasta el 25 de marzo:
dos meses más tardó su proclamación, que significaba su entrada en vigor.
El atraso parece haber tenido una doble explicación.
La firma del documento había sido tenida en
suspenso por el chanciller del reino, lord Clarendon, mientras se decidían los comerciantes a pasarle las
La Compañía fue un aborto, pero un aborto
escandaloso. Los comerciantes ingleses
que no habían podido ingresar en la misma, siguieron vendiendo vinos de
contrabando. En la Cámara de los Comunes se protestó vehementemente contra
este nuevo monopolio, que no presentaba
ventajas más que para los comerciantes interesados y no prometía ninguna reducción de los precios. En 12 de
noviembre de 1666, al cabo de un año y medio
de actividad de la Compañía, el gobierno de
Londres se vio en la obligación de prohibir todo trato comercial con las islas Canarias, en razón de los
malos tratos que allí estaban recibiendo los
súbditos británicos. Así como procedería luego el gobierno de Madrid, el inglés se dio cuenta que su política había
sido equivocada: a pesar de su propia prohibición y del privilegio concedido
a la Compañía, tuvo que autorizar ia introducción de vinos canarios, o sea, tuvo que legitimar el contrabando.
Durante el mismo tiempo, las cosas habían tomado mal
cariz en Tenerife. El Cabildo había
acordado solicitar la expulsión de todos los
comerciantes y corresponsales ingleses, así como la prohibición de cualquier venta de vino a los mercaderes
incorporados en la Compañía. No se
conocen bien los detalles de esta explosión de ira o, como dicen los ingleses,
de esta rebelión. Los historiadores antiguos hablan
de cuadrillas numerosas, formadas por 300 hasta 400 personas enmascaradas, que
recorren las calles de noche, sin duda para proferir
gritos y amenazar a los ingleses. A estos energúmenos se les conoce con el nombre de «clérigos», sin que
sepamos por qué. En los primeros días de 1666, una de
estas cuadrillas entró por la fuerza en las bodegas de Garachico en que estaban almacenados los caldos destinados a la exportación y rompió las cubas,
dejando correr arroyos de vino por las calles del
puerto. Este episodio, conocido con el nombre
de «derrame del vino», fue la culminación de la guerra
comercial.
La violencia de la explosión no parece difícil de
comprender. En Canarias, como en Londres, las opiniones estaban divididas acerca
del alcance de la nueva política económica de los ingleses. Al capitán general, que lo era Gabriel Laso de la Vega, conde
de Puertollano y que no era forzosamente
un economista, no le causaba ninguna inquietud la creación de la Compañía de Londres. Aquello era cosa que no interesaba a los canarios, sino a los ingleses. Además,
lejos de constituir una amenaza, la nueva
situación le parecía encaminada a estimular la venta de los vinos, aumentando las rentas reales y manteniendo en las islas
el oxígeno necesario a su salud económica. Por lo tanto, él no tenía
inconveniente en dejar que siguiera normalmente el comercio. Al
presentarse en Garachico, para cargar vinos, algún navío de la Compañía,
los vecinos tratar de impedir el embarque de las pipas; pero
se les opuso la autoridad, porque los ingleses venían con todos sus papeles
en orden y se sabía que el capitán general los favorecía y amparaba.
En aquel clima de irritación brotó la violencia: lo más probable
es que no se produjo espontáneamente, sino que había sido provocada
por algún grupo que no profesaba las mismas ideas económicas del general. El derrame del vino era la única posibilidad de impedir su embarco.
El caudillo de aquel movimiento parece haber sido Juan Francisco
Interián de Ayala, productor de vinos con residencia en Los Silos, quien en efecto fue detenido casi inmediatamente, por orden del capitán
general.
En septiembre de 1667, el Cabildo de Tenerife formuló
un proyecto de arreglo general, que
hizo suyo el gobierno de Madrid. Su primera condición era la extinción de la Compañía de Londres, cuya liquidación debía negociarse entre los dos gobiernos.
En adelante, los vinos de las islas se venderían
a un precio que, por espacio de seis años eventualmente prorrogable, se mantendría entre 45 y 55 ducados la
pipa. Los mercaderes ingleses tendrían la libertad de fijar a su gusto los precios de sus géneros importados; en cambio,
cada productor quedaría libre de admitir o
rechazar las equivalencias que se le propondrían para el trueque Es reconfortante observar que el Cabildo, que toma a menudo el rábano por las hojas, enmienda
elegantemente la plana del gobierno de Su
Graciosa Majestad, cuando se dedica a reflexionar por cuenta propia. Con diferencia de días y con no menos
quebraderos de cabeza, el gobierno inglés había llegado a la misma conclusión. El 18 de septiembre de 1667 el
privilegio de la Compañía de Canarias había
quedado cancelado. A esta decisión le siguió casi inmediatamente la destitución de lord Clarendon y, a distancia, el restablecimiento de la libertad de comercio con Canarias.
Pero
el mal estaba hecho y las consecuencias de la guerra fría ocasionada
por la Compañía tardaron mucho en desaparecer. En lo que queda
de siglo se hace evidente la decadencia cuantitativa de la importación
de caldos canarios, a la vez que su progresiva sustitución por los vinos
de Portugal. En el siglo XVIII, estos últimos han conquistado definitivamente el mercado inglés. Entre 1675 y 1678 entran en término medio en Inglaterra unas doce toneladas de vino
portugués anualmente; en los años siguientes,
de
A pesar del endurecimiento de la política comercial
inglesa y de las restricciones de toda clase,
el balance del comercio canario - inglés durante el siglo XVII había sido
ampliamente excedentario, desde el punto de vista canario: precisamente esta
situación había sido la única justificación de la
existencia de la Compañía de Canarias. Además, la situación era idéntica en todo el comercio hispano - inglés en
general, en que se calculaba, a fines del siglo XVII, que las exportaciones inglesas
sólo cubrían la mitad de las importaciones.
El déficit inglés en el comercio de malvasía
era sensiblemente mayor: en 1680 la cobertura inglesa de las importaciones de
Canarias era de 25% aproximadamente. Pero la situación se modificó rápidamente,
debido a la reducción de las
importaciones: la misma cobertura llegó a 59% en 1694-
Esta situación era demasiado llamativa para pasar
sin llamar la atención a los economistas. De
hecho, sirvió de pretexto a una toma de
posiciones que forma época en la historia de las doctrinas económicas, y
caracteriza el pensamiento y la política comercial del mercantilismo en general. Un comercio como el de la malvasía,
deficitario desde el punto de vista
inglés, puede tratarse por el gobernante de dos modos diferentes: por medidas represivas que no
tienen cuenta de la realidad, como había
intentado hacerlo la Compañía, o bien suprimiendo de raíz un trato pernicioso para la economía nacional. Esta última es la solución que propone Child en A new
Discourse ofTrade. Sin embargo a
Davenant, que fue un innovador en la materia, le pareció inadecuado un tratamiento circunscrito del
problema y alegó por primera vez que el
comercio tiene interdependencia e inferencias invisibles, gracias a las cuales
el dinero que parece perderse en apariencia, se recupera en la realidad por
otros caminos ocultos. Según Davenant, los ingleses ganaban mucho perdiendo dinero en la malvasía; y no cabe duda que todos los catadores de malvasía le daban la
razón. Según Davenant, más tarde ganaban mucho
los canarios, porque perdían más que los
ingleses: y la verdad es, con independencia de si tiene o no razón, que todos los canarios del siglo XVIII
eran de su misma opinión. El comercio canario con Inglaterra abarcaba por extensión dos áreas extracontinentales, las islas Barbados y las
colonias del norte del continente
americano, que más tarde formarían los Estados Unidos de América. Barbados, bajo cuyo nombre comprendían los
isleños todas las colonias británicas de las
Antillas, representaban para los vinos canarios un mercado provechoso a la vez que cómodo; también era un mercado tradicional, que no se apartaba de los
caminos acostumbrados de la navegación indiana.
Pero el Navigation Act de 13 de septiembre de 1660 había establecido que todos los géneros conducidos a territorios pertenecientes a la corona de Inglaterra
debían transportarse por barcos ingleses.
Por razones dinásticas se había admitido más tarde una excepción en favor de
los productos procedentes de las islas portuguesas. En cuanto a los vinos de Canarias, no se prohibía taxativamente
su tráfico, pero su importación a las Antillas inglesas quedaba supeditada a su embarco en navíos ingleses y luego a
una declaración y fiscalización de la carga en un
puerto de Inglaterra: con lo cual la prohibición
de hecho era todavía más segura de lo que hubiera sido la de derecho.
Los
canarios no se resignaron fácilmente a la pérdida de aquel mercado. El
Cabildo de Tenerife representó al gobierno y el gobierno representó en Londres. Al ver que de aquellas gestiones no se seguía ningún
resultado, el mismo Cabildo, apoyado por el capitán general Francisco
Varona, se tomó la libertad de tratar de poder a poder y solicitó
directamente la intervención del embajador español en Londres Pedro Ronquillo aunque sin tener más suerte que por los caminos acostumbrados.
Se solicitó en 1676 y en 1687, en 1698 y en 1715, cuando
se tomó la rara iniciativa de enviar un embajador tinerfeño a Londres. El
gobierno inglés no oía nada: empezó a oír en 1720, cuando,
al tener la seguridad de que ya no había peligro de déficit en el comercio
con Canarias, no tuvo más inconveniente en levantar las prohibiciones
que impedían el comercio con las Antillas.
El comercio con las colonias del
norte americano estaba sujeto a las mismas
dificultades. Oficialmente y por las mismas razones no hubo contactos comerciales con aquellas zonas, hasta
1720, cuando se modificaron las previsiones del Staple Act de 1663, que
prohibía el tráfico directo. Sin embargo, en
la práctica, los vinos canarios habían penetrado ya en los futuros Estados Unidos, por dos caminos distintos: por el contrabando, como en el caso de la
fragata The Swallow confiscada en el Massachussets, o por medio de una
reexportación legal a partir de la base de Madeira, como en
el caso del Navio The Eagle, en 1704.
Después de la liberalización del comercio en 1720 las colonias
inglesas de América enviaron regularmente, sobre todo a partir de Boston y de
Filadelfia, cargamentos de productos tales como madera para
duelas, harina, millo, cera, alquitrán y calderas de hierro, todo a cambio
de la codiciada malvasía. (Alejandro
Ciuranescu, Historia de Santa Cruz, 1998.t.11: 42 y ss.)
1603.
Carta del Rey al Consejo, Justicia y
Regimiento colonial de Tenerife en que les dice que ha visto su carta de 22 de
julio por la cual suplican dé órdenes para que se fortifique aquella isla, que
su intención es que así se haga, pero que convenía primeramente tener
entendido el estado en que se encontraban las fortificaciones de Canaria y para
cuando estas acabasen de repararse, ya había escrito al Ingeniero Próspero
Cazola le informase de ello para tomar resolución, en Madrid en 1603 folio 83.
(En: José María Pinto de
1603.
Año de la muerte de Hamete el
Dorado, estando a punto de estallar guerra civil entre sus hijos, los colonos de
Chinech (Tenerife), sin duda desinformados, pidieron la licencia misma licencia
que se dio a Gran Canaria, para sacar dos armadas al año, pues al faltar
esclavos, los campos quedaban sin cultivar, estando la isla perdida, pues los
"negros que ay de Guinea [son] muy caros, y los vecinos pobres".
Vigente el asiento, no es probable que hubiese respuesta. (L. Álvarez de Toledo)
1603.
Teniendo la exclusiva de la trata de esclavos el asentista Rodríguez Coutiño,
los criollos de Chinech (Tenerife) solicitaron la autorización, que tenía
Tamaránt (Gran Canaria), para formar dos armadas al año, con el fin de saltar
en Berbería, pues siendo ubérrima la isla, abundando los esclavos, desde que
faltaban, "casi no se cogen azúcares", por ser los negros "que
ay de Guinea muy caros" y "los vecinos pobres".
1603.
Es enviado a la colonia por la metrópoli el capitán Juan Martel Peraza, dicen
que se amanceba con una lagunera, Lucana Rodríguez. Le dijeron tanto los compañeros
que Lucana había sido antes barragana del sargento Francisco de Peñalosa, y
había tenido con él un hijo.
1603.
Los criollos colonos de Tenerife pidieron licencia
para "saltar" dos veces al año en Berbería.
Estando
permitido a los de Gran Canaria, alegando agravio comparativo. Rica la isla,
mientras hubo abundancia de esclavos, al faltar quedó la tierra en barbecho,
perdiéndose la caña, por ser los negros de Guinea “muy caros" y "los
vecinos pobres” . No probable que obtuviesen respuesta, pues por entonces
Rodríguez Coutiño, asentista oficial de la corona, monopolizaba la introducción
de negros en Indias, el derecho a saltar en Guinea y cargar en los depósitos.
1603. Los
criollos colonos de Tenerife solicitaron reanudar las cabalgadas:
"antiguamente se solia ir de la dicha isla a
1603.
Durante gran parte de los siglos XVII
y XVIII la zona del Charco de los Camarones estuvo propuesta para la construcción
de un puerto artificial. El primer sistema defensivo con que contó el Puerto de
Antonio de
Franchi y Fonte del Castillo, fue fundador del Puerto de
Juan
Francisco de Franchi Alfaro y Lugo, casó con Agustina Interian de Ayala, primer
patrono del convento de San Francisco del Puerto de
Francisco
Suárez de Lugo y Ponte casó con Catalina de Ponte y Cuevas, hizo justificación
ante Rodrigo de Vera, escribano público a 16 de noviembre de 1628, en presencia
del gobernador de la isla Diego de Alvarado Bracamonte, de haber fabricado a su
costa murallas y trincheras, reparado piezas de artillería y abierto, picándolo
en las playas, lo que fue luego Puerto de
En el año
1610 el Ingeniero Militar Jerónimo Mines diseñó y proyecto para el lugar
conocido como Puerto Nuevo los planos de un muelle, recomendando lo fácil y útil
que sería su construcción. Que a su vuelta del viaje a las Indias, donde
parece iba en comisión de servicio, no perdía la esperanza de dejar realizada
la obra. También se hacía constar, según declaración del capitán don Nicolás
Grimaldi Rizzo y Cospedal, que en los años de 1609 al 1610 debería encontrarse
en las Actas del Cabildo cierto acuerdo para la construcción de dicho muelle en
el llamado Charco de los Camarones. Pero las obras no dieron comienzo hasta los
años 1.641-1650, Consistía en un muelle semicircular, fue comisionado para su
construcción el Capitán Juan Francisco de Franchi-Alfaro, en el mes de octubre
de 1641 presentó memorial al alcalde de
En 1739
Inglaterra inició nuevamente hostilidades en contra de España, en la llamada
“Guerra de
(Continuará en el capitulo siguiente).
Imagen
tomada de Mundo Guanche, Nº. 18, enero de 2007.
Octubre
de 2011.
*
Guayre Adarguma Anez Ram n Yghasen.
--» Continuará...