EFEMÉRIDES DE LA NACIÓN CANARIA
UNA
HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS
PERÍODO COLONIAL, DÉCADA 1591-1600
CAPÍTULO XX (III)
Guayre Adarguma *
1592.
En Eguerew n Chinech (La
Laguna-Tenerife) Se realiza una tazmia –equivale a un censo urbano–
que arroja un resultado de 952 casas en el actual casco histórico.
1592.
El colono Antonio González Moreno, vecino de Eguerew (
1592.
En este año concluye sus informes a la corona
de Felipe II, el ingeniero militar cremonés al servicio de la metrópoli
Leonardo Torriani, en ella se recogen importantes aspectos de la historia
pre-colonial de Canarias, entre ellos diversos retazos en torno a la forma de
vida usos y costumbres de nuestros antepasados.
De dicha obra entresacamos algunos pasajes que nos ilustran sobre la vida
cotidiana de nuestros ancestros, en este caso, de los primitivos canarios.
Los
canarios llevaban vida errante y sin jefe ni gobierno. Cada familia vivía
independiente, y obedecía al más importante de ella, como lo hacían los sármatas
y los escitas.
Poco
tiempo antes de que empezase a descubrirse un mundo nuevo en este hemisferío
del océano, ocurrió que una mujer de noble estirpe, llamada Attidamana, rica
de los bienes que entonces podía conceder la fortuna pastoral, fue insultada
por un jefe de familia, donde antes era acostumbrada a ser honrada por todos y
tenida en mucha consideración. Por cuya razón, enamorándose de un fuerte y
valiente capitán dicho Gomidafe, se casó con él; y éste hizo después tal
guerra a todos los demás, que vino a ser príncipe de ellos y de la isla.
Gomidafe y Attidamana tuvieron dos hijos, Egonaiga y Bentagoihe
los cuales, después de muerto el padre, dividieron la isla entre si,
llamándose cada uno por su parte Guanarteme, que en nuestro idioma es tanto
como “rey”).
El
Guanarteme Egonaiga vivió en la villa de Gáldar, que debía de ser la mayor y
la más importante en la banda del norte; y, el Guanarteme Bentagoihe vivió en
Telde, que entonces era la poplación mayor de todas. Bentagoihe fue mucho más
poderoso que su hermano, porque tuvo a sus órdenes catorce mil hombres de peléa.
Egonaiga solo tuvo cuatro mil, los
cuales eran casi todos nobles; y, aunquue fuesen inferiores en número,
superaban a todos los demás en valor. Además, pretendían que los hombres que
nacían y se criaban en la 'banda de Poniente o de norte, eran más fuertes y más
valerosos; lo cual no parece. Fuera de razón, porgue los frescos vientos
septentrionales, que él Océano manda continuamente por estas islas, fortalecen
el calor natural, que en la parte austral se consume con los rayos del sol, según
hoy todavía se prueba con la experiencia.
Entre
estos canarios hubo hombres valentísimos en la guerra. Uno de ellos se llamaba
Atazaicate, que quiere decir «animoso» y «de gran Corazón»; pero, por ser
feo, las mu- jeres le decían Atabicenen, es decir, «salvaje» o «perro lanudo»;
porque tabicena en su lengua significa «perro»; de donde algunos han pensado
que antiguamente entre estos canarios la isla se haya llamado Tebicena, que
significaría lo mismo que Canaria.
Adargoma
fue hombre de muy grandes fuerzas, e igualmente Maninidra, y audaz. También son
célebres todavía Nenedan, Bentahor, Benlagai, Guanhaben, Caitafíl, y más que
todo entre estos nobles el villano Doramas, habitador de la montaña que le dio
él nombre. Entre estos isleños hubo hombres de gran estatura, aunque no se
haga mención de ningún gigante.
Los
canarios vivieron sin sentir ni conocer la enfermedad, sino a los ciento veinte
y ciento cuarenta años. Por más que se quiera atribuir su salud a la perfección
y temperie del aire, se debe explicar más bien por los alimentos poco variados
y convenientes, pues sólo se alimentaban con cebada, carne cocida, hervida y
guisada, y mantequilla: comida perfectamente adaptada a la salud del hombre.
Con
la paz que después tuvieron los canarios entre sí, debajo del gobierno de los
reyes, empezaron a fabricar juntos casas y poblaciones ya reunirse para vivir
urbanamente, abandonando la vida pastoril y rústica. Hay mención (como también
se puede comprender por los restos) que tuvieron ciudad de hasta catorce mil
fuegos, lo que parece increíble.
Sus
calles eran estrechas y las casas hechas con piedra seca (es decir sin argamasa
u otra cosa parecida), pequeñas, limpias y bien labradas, pero bajas de techo,
como las de los frigios, de las cuales habla Vitruvio Polión. Dichas casas cubrían
con troncos juntados de palmas, y encima de ellos, para defenderse de las aguas
de lluvia, hacían una costra de tierra, que todavía se usa hoy en Canaria;
porque no tenían útiles para poder adelantarse a más noble arquitectura. A
las casas ponían pequeñas puertas de tablas de palma, labradas con hachas de
piedras duras afiladas, apretadas entre dos pedazos de madera bien unidos y
atados juntos, así como las hachas de diamante que se hacen para labrar las durísimas
piedras de jaspe de la custodia que está en el sagrario del famoso y excelente
templo de San Lorenzo del Escorial, voto de
También
tuvieron los canarios otras moradas más antiguas, bajo tierra, como se dijo en
el capítulo IV de este libro, y tan bien y diestramente hechas que hasta hoy
mantienen su perpetua duración. En estas casas vivían los hombres viejos y los
reyes y los nobles, para protegerse en invierno con el calor retirado en los
poros de la tierra, y descansar en verano con el frescor que se refugia allí de
los rayos calientes del sol.
Cuando
querían fabricar de este modo, primeramente escogían la ladera de alguna
pendiente, para que, al socavar en dirección horizontal, tuviesen sitio donde
ir en lo alto y adentrándose algún tanto, hacían una gran entrada que servía
de pórtico, y al lado de ésta dos lavaderos a modo de cisternas; y encima de
la puerta abrían una pequeña ventana, por la cual entraba la luz en todas las
habitaciones de la casa. Después, a una altura de diez a doce pies frente a la
puerta, cavaban una sala larga, y su puerta casi tan grande como su largo. En
medio de cada pared cavaban después una puerta, y de allí adentro labraban
cuartos grandes y pequeños, según sus familias y necesidades. Pero al llegar
encima del pórtico, a la altura de la sala, hacían otra pequeña ventana, por
la que recibían todas las habitaciones segunda y tercera luz. Después hacían,
tanto alrededor de la sala como las demás habitaciones, muchos nichos, a poca
altura del piso, para sentarse y colocar en ellos algunas cosas manuales de su
casa.
Estas
habitaciones las hacían los canarios en las cuevas de los montes, o las cavaban
en la toba o en la tierra, sin madero ni hierro ni otro instrumento, sino con
huesos de cabra y con piedras muy duras. A éstas últimas las labraban tan
agudas y pulidas, que las usaban también para sangrarse; y en el día de hoy se
usan en Canaria, entre los campesinos, en lugar de navaja de afeitar, a las
cuales llaman tausas, como antiguamente se decían.
Esta
clase de casas debajo de tierra fueron hechas por los antiguos por orden de Noé,
como escribió Beroso Caldeo, en el libro de las antigüedades del mundo; y, según
Hesiodo, en su Teogonía, en ellas fueron obligados a vivir los hombres que en
el Siglo de Plata, en tiempo de Júpiter, tuvieron poco respeto a los dioses;
pero después también menospreciaron esta orden, y, al hacerse más fuertes,
durante los peores Siglos de Cobre y de Hierro, que siguieron, fabricaron las
soberbias ciudades, adornadas con suntuosos edificios y pertrechadas con fuertes
murallas, contra el poderío de los hombres adversarios que se presentasen.
(Leonardo Torriani; 1959)
1592
Un navío inglés propiedad de la
Reina, de retorno de Santa Cruz de Berbería (adonde se había dirigido para
dejar un embajador inglés acreditado cerca del Xarife), decidió darse una
vuelta por las Canarias para hacer alguna presa.
El
primer puerto donde intentaron los ingleses capturar un navío fue en Santa Cruz
de Tenerife; mas el castillo de San Cristóbal con sus certeros disparos logró
abortar el asalto. Desde Tenerife los ingleses se dirigieron a La Gomera, donde
se les presentó ocasión excelente, pues entonces se hallaba en Vallehermoso un
buque flamenco de nombre Tres Reyes, su maestre Giraldo, contratado por el
vecino de Garachico Luís Ro- dríguez, para cargar en aquella isla ejes de
carreta y conducirlos a Sevilla.
El
navío inglés, por nombre Gabriel, artillado con 25 cañones, asaltó sin
reparo a la nao flamenca, desvalijándola de bastimentos y artillería.
Había
esta última venido de Irlanda a Canarias con un cargamento “de madera para
pipas” destinado a Garachico, Santa Cruz de La Palma y San Sebastián de La
Gomera, y ahora finalizada su comisión había sido fletado por el mercader de
Garachico, Rodríguez, con el fin indicado. Por el maestre de la nao, Juan
Giraldo, supieron los ingleses que en el puerto de Santa Cruz de La Palma estaba
fondeado un rico galeón de Indias, y entonces se prepararon sin pérdida de
momento para asestar sobre aquel poderoso navío su segundo golpe.
Con
tal objeto se acercaron sigilosamente al puerto de Santa Cruz, a cuya vista y
con la primera oscuridad se separó del Gabriel una lancha con diez tripulantes,
de ellos seis ingleses, tres alemanes y el flamenco Juan Giraldo como práctico,
quienes después de bogar toda la noche sin descubrir el puerto, comprobaron con
las primeras luces del alba que la fatalidad se había atravesado en su camino,
encargándose el mar, impetuoso en extremo, de separarlos para siempre de el
Gabriel.
De
esta manera, en medio de la mayor desesperación, quedaron aquellos seis
ingleses y sus cuatro forzados compañeros a merced de las olas, desorientados y
sin saber la ruta que seguir. Primero se dirigieron a La Palma robando una barca
de pescadores, por tener vela, mientras abandonaban su lanchón; apenas si
pudieron hacerse en esta entrada con algo de vino, pescado y pan. De La Palma
volvieron a La Gomera para hacer aguada, y después de vagar diversos días
siempre en espera de algún buque compatriota o amigo, tuvieron que acercarse a
la isla de Tenerife, extenuados por el hambre y la fatiga, hasta encallar en las
costas de Abona, y más concretamente en el surgidero de Montaña Roja.
Los
flamencos se ofrecieron para hacer de intermediarios con los naturales, sin otro
objeto que recuperar su libertad, y una vez alcanzada se dirigieron a Abona a
comunicar el caso al alcalde y al capitán Pedro Soler.
Puestas
las milicias en marcha para capturarlos, los ingleses reembarcaron otra vez; mas
no teniendo ya fuerzas para nada se entregaron al día siguiente a la primera
llamada que se les hizo.
Eran
éstos, según la confusa ortografía española: Richarte Persi, Guillermo
Sebastián, Roberto Estrefi, Constantino Collymgd, Pedro Rodrigo y Francisco Luís.
Por
acusaciones de los mismos prisioneros se supo que este último, Francisco Luís,
había dado asilo en
De
igual manera se supo que Juan Giraldo, flamenco, maestre de los Tres Reyes J había
sido uno de los prisioneros del Primrose en 1586 y que se había escapado de Las
Palmas cuando tenía la ciudad por cárcel, abusando del buen trato de los
inquisidores. Por tal motivo, tanto éste como aquéllos quedaron detenidos.
Desde
Abona fueron trasladados a La Laguna, hasta que reclamados por el Santo Oficio
fueron embarcados en septiembre de 1592 para la isla de Gran Canaria. (A.Rumeu de Armas, t.II. 2ª pte. 1991)
1592.
Por unos y otros motivos, el mando de
don Luís de la Cueva en el Archipiélago aparecía gastado y falto de
prestigio, tres años después de la reforma del régimen político militar del
Archipiélago.
En
general, las islas se mostraban poco propicias a aceptar aquellos cambios, que
aumentando de manera extraordinaria los gastos públicos no ofrecían, en
compensación, a sus moradores, más amplias garantías de seguridad. El recelo
de los organismos loca1es, atentos sin descanso a la defensa de sus privilegios
y franquicias, fue siempre en progresivo aumento, y si bien al principio no
clamaron contra la más alta magistratura militar, no cesaron en dirigir sus
tiros contra las fuerzas del presidio, como perenne elemento de discordia y
pesadísima carga para el país.
Ello
no ha de extrañar a quien conozca la vida militar de la época, la forma de ser
reclutadas las milicias voluntarias, el espíritu indisciplinado de la
soldadesca y los perennes roces a que siempre ha dado lugar el acantonamiento de
unas fuerzas extrañas y forasteras. Males todos que se agravaban por el estado
de casi perpetua ociosidad en que las tropas del presidio vivían, descontadas
las ocasiones de guerra, que no se presentaban, ni mucho menos, con
extraordinaria frecuencia; sobre todo en las dos islas mayores, que soportaban
el peso integro del presidio, y que eran las más respetadas por los piratas
aislados.
La
lista de los soldados del presidio que formaron en el décimo auto de fe
celebrado en Las Palmas el 1 de mayo de 1591, prueban cómo el Santo Oficio
terció también en las discordias, dispuesto a. velar por la pureza de la ley
las costumbres.
Algunos
de los procesos incoados fueron extraordinariamente ruidosos, como el que se
abrió contra el alguacil de guerra del capitán general, Diego de Castroverde,
absuelto por la Suprema después del retorno de don Luís a la Península.
No
contribuyó poco a estos altercados y pendencias la misma oposición de los
naturales a servir a las órdenes de don Luís de la Cueva, por considerar que
al presidio correspondía defender la tierra en los casos de alarma.
Mas
ninguna otra persona dio tantos sinsabores y preocupaciones al capitán general
como el oidor de la Audiencia don Rodrigo de Cabrera, que si no era canario de
nacimiento, estaba emparentado con familias de La Gomera y Gran Canaria y quizá
perteneciese a algunas de las ramas del ilustre tronco de los Cabrera Solier.
Hasta
entonces no había encontrado don Luís de la Cueva hombre de genio tan violento
como él que se hallase dispuesto a hacerle frente y combatirle con descaro. Los
otros dos oidores, don Pedro López de Aldaya y don Luís de Guzmán, se habían
plegado obedientes a sus mandatos y hasta a sus caprichos, no ofreciendo la
menor resistencia.. a trasladar la Real Audiencia a la propia morada particular
del capitán general, en la calle de los Remedios, cerca de la ermita de San
Justo, cuando éste así lo exigió por no Encontrarla alojada con la suficiente
dignidad en el edificio que ocupaba.
Pero
a mediados de 1591 llegó a Las Palmas para tomar posesión de una de 1as plazas
de oidor don Rodrigo de Cabrera, y siendo el capitán general y el oidor tan
iguales de temperamentos como impetuosos de carácter, el choque y la aversión
se puede decir que fueron instantáneos.
Don
Rodrigo de Cabrera agrupó en torno a su persona a todos los descontentos y
empezó pronto una guerra sorda, procurando cada cual, con renovados ánimos,
molestar a su rival.
Cabrera
empezó a mover a los demás oidores contra el general para forzar el traslado
de la Audiencia a su antigua morada, y don Luís inició su correspondencia con
el secretario Juan Vázquez atacando al oidor, de quien decía convenía se lo
llevasen porque tenía en las islas muchos deudos y pocas simpatías, y que
estaba tratando de indisponerle con Aldaya y Guzmán para favorecer a sus
parientes de La Gomera, contra los que estaba procediendo la Audiencia.
Los
desarreglos de la vida privada del oidor, sus trapicheos y andanzas, también
fueron comunicados a la corte; y a tanto llegó la tirantez de relaciones, que
el mismo capitán general se permitió abofetear a Cabrera en su morada, harto
de sus desacatos e intemperancias.
Con
todo ello, el prestigio de don Luís de la Cueva, ya muy quebrantado, se iba
resquebrajando por momentos. Todavía acudía de cuando en cuando a su defensa
el corregidor de Tenerife, Tomás de Cangas, asegurando que “don Luís cumplía
bien” con las obligaciones propias de su cargo; pero ya por febrero de 1592
circulaba insistente por el Archipiélago la noticia de que el Rey estaba
decidido a llamar al capitán general a la Península, reintegrando el presidio
a sus cuarteles de origen y devolviendo el Archipiélago a su antiguo régimen
político con Audiencia, regentes y gobernadores.
Este
rumor era acogido con el mayor entusiasmo por el corregidor de Tenerife, a
medida que se iban amortiguando sus fervores hacia don Luís, convirtiéndose de
aliado en enemigo y hasta en rival.
En
estas circunstancias produjeron extraordinario revuelo los sucesos del verano y
otoño de 1592. El primero, de carácter privado, llevó a la cárcel a Gonzalo
Argote de Molina, y no tiene más interés que reflejar cómo iba perdiendo
terreno e influencia el capitán general, hasta el punto de no poder impedir la
prisión de su íntimo amigo y favorecido; el segundo, de más resonancia y escándalo,
tuvo como consecuencia el procesamiento de1 alférez .Juan de la Cueva, hijo del
propio presidente.
Por
estos meses Gonzalo Argote de Molina, enemistado con su suegro, el primer marqués
de Lanzarote, don Agustín de Berrera, por haber contribuido segundo matrimonio
en Madrid con doña Mariana Enríquez y Manrique de la Vega” poniendo en
riesgo el porvenir de su bastarda, no tuvo otra ocurrencia que dedicar su fértil
ingenio a escribir en Las Palmas un largo romance en que ponía en solfa las
virtudes y hazañas de
su
suegro. Enterado éste a tiempo se querelló ante la Audiencia contra su yerno y
tuvo fuerza bastante para lograr que los oidores votasen por mayoría su
encarcelamiento en las prisiones del rey.
Además
el marqués, puesto ya en el camino de la ruptura violenta de relaciones,
denunció a Argote ante el Tribunal de la Inquisición por sustentar
proposiciones heréticas. (A.Rumeu
de Armas, t.II. 2ª pte. 1991)
1592
Marzo 12. Hernando de Lezcano Muxica
inicia expediente de nobleza.
Juan
de Ciberio y Lezcano vino a Canaria en unión de su primo hermano Miguel de Múxica,
siendo ambos naturales de VilIafranca, en la provincia de Guipúzcoa, a una de
cuyas más solariegas casas pertenecian. Casó con Catalina Guerra y tuvo de
este matriomino los siguientes hijos: Juan de Civerio, que casó con Francisca.
de Salas; Miguel de Múxica, que se unió en matrimonio con Florencia Tejera;
Bernardino de Lezcano Muxica, nuestro biografiado; Ginebra de Muxica, esposa del
licenciado Juan Ortíz de Zárate (el cual vino a Gran Canaria en 1505 por
reformador de los repartimientos); Maña de Múxica, mujer legitima de Ruy Diaz;
Juana Villafranca, que matrimonió con Juan Airiñíez, y Marina de Múxica,
soltera.
Juan
de Civerio Guerra, como primogénito, heredó la mejor porción del patrimonio
de esta importante casa; pero Bernardino de Lezcano Múxica, por su suerte en
los negocios, su actividad personal y su brillante matrimonio con doña Isabel
del Castillo (hija del acaudalado propietario de los ingenios de Telde Cristóbal
Garcia del Castillo) supo crearse en el marco de la vida en la colonia una
posición económica y política sin igual en la isla de Gran Canaria por esta
época, y sólo comparable a la que más adelante gozaria Pedro Cerrón hacia
mitad de siglo.
En
opulencia, ostentación y boato su casa tan sólo tuvo por rivales en la décimo
sexta. centuria a la de Cerón de Santa Gadea, en Gran Canaria; a los Lugo y
Pontes, en Tenerife, y a los Herrera, en Lanzarote.
Para
perpetuar su casa fundó mayorazgo, con autorización real, el 9 de abril de
1556, en presencia del escribano Pedro de Escobar, y en cabeza de su primogénito,
Juan de Civerio Múxica, segundo alférez mayor hereditario de la isla de Gran
Canaria.
Sus
otros hijos fueron: Cristóbal de Muxica, que casó con su prima hermana María
de Muxica; Miguel de Múxica y Lezcano, que matrimonió con Ana Ramírez (hija
del regidor Alonso de Baeza y de Juliana Ramírez, (la hermana del famoso deán
don Zoilo) Bernardino de Lezcano y del Castillo, soltero; Lope de Múxica y del
Castillo, soltero, y Hernando de Lezcano Múxica, que casó con Beatriz de
Venegas Calderón.
Su
morada, una de las más lujosas residencias de Las Palmas en el siglo XVI,
estaba emplazada en la calle de San Francisco, lindando con la casa mayorazgo de
los Civerio Lezcano, por la derecha; con la calle de San Nicolás, a la
izquierda, y con la huerta de la familia genovesa de Cairasco, a su espalda.
Bernardino
de Lezcano Múxica adquirió además, a sus propias expensas, catorce piezas de
artillería de bronce, que tenia 'emplazadas delante de su casa para acudir con
ellas a la defensa de la isla al primer aviso de peligro.
De
1a misma manera, consta que "proveía de armas, municiones y bastimentos a
1os vecinos y naturales que las necesitaban en las ocasiones de rebatos y otras
salidas, que eran muy frecuentes".
Bernardino
de Lezcano testó ante Bernardino de Vega el 16 de noviembre de 1545 y falleció
en Las Palmas en junio de 1558.
Todos
estos datos constan en una información abierta en Las Palmas a pedimento de
Hernando de Lezcano Muxica, regidor y maestre de campo general de Gran Canaria
el 12 de marzo de 1592. (Archivo del marques de Acialcázar: información de
nobleza, citada, y M. C.: Historia del origen y descendencia de los apelldos de
Mújica y Lezcano; legado Marrero.)
Véase
también la biografía de Bernardino de Lezcano Múxica en Biografía., de
canarios célebres, de Agustín Millares Torres, t. I, Las Palmas 1878, págs.
109-123. (En: A. mRumeu de Armas, 1991, nota a pié de página)
1592
Mayo 20. R.C. Dirigida al Cabildo de Tenerife para que informe á S.M. sobre la
artillería que considere necesario para dotar las fortalezas de Sta Cruz y de
Garachico. Dice el documento que aquellas obras se ejecutaron por orden de S.M.
habiéndolas provehido de artillería y municiones á expensas de la isla de
Tenerife que igualmente las había dotado de todo lo necesario; y que por la
fortaleza de Sta Cruz ser grande y tener cuatro cubelos hechos por la traza dada
á la misma por Don Francés de Alava, siendo Capitán General de la Artillería,
resulta la dotación de esta anda escasa y las piezas emplazadas, de corto
alcance; que los gastos que la misma proporciona al Cabildo anualmente son muy
crecidos, como los salarios de Alcaide, bombarderos y servicio de centinelas, á
los que han de añadirse el municionamiento y otros gastos que arrojan cada año
mas de 1.000 ducados; que además de esto, el Cabildo había contribuido con
2.000 ducados á la fábrica de las seis fragatas que se han hecho en islas, a
cuya construcción habían ayudado los vecinos con otros auxilios y lo dado para
ayudar al alojamiento de la gente de guerra que ha sido mucho. Todo hace que
dicha Corporación haya menester ser auxiliada con la artillería necesaria para
atender á la enunciada fortaleza. Esta artillería necesaria eran 4 culebrinas
dos balas de
1592
Agosto. Un navío ingles
pretende atacar el Puerto de Añazu n Chinech (Santa Cruz de Tenerife), siendo
rechazado. Lo intenta en
1592
Octubre 21. Con haber armado mucho
ruido la prisión del conde-provincial Argote de Molina, mayor escándalo
promovió en Las Palmas el suceso ocurrido en la noche del 21 de octubre de
1592, en que aparecieron colgados de la puerta del domicilio del oidor Cabrera
varios pares de cuernos. A la mañana siguiente el oidor, en lugar de ocultar éste
el suceso, procuró jalearlo “con mucho contentamiento”, según testimonio
del capitán general Luís de la Cueva y Benavides, deseoso de que la ofensa se
difundiese por toda la ciudad, máxime cuando empezó a presumir que el autor de
ella no era otro que el alférez don Juan de la Cueva, hijo tercero del
presidente.
Don
Rodrigo Cabrera creyó ver llegado el momento de su venganza, y cuando ya hubo
sacado todo el partido posible de la contemplación por los vecinos del
“cuerpo del delito”, ordenó recoger los cuernos, los introdujo en un
“saco de terciopelo carmesí”, y se dirigió, seguido de un paje “y con
mucho acompañamiento”, a la Audiencia para exigir pronto y riguroso castigo
para el autor de la ofensa.
El
presidente ordenó al oidor don Luís de Guzmán que instruyese la causa, y si
bien don Luís de la Cueva dio todas las facilidades para el esclarecimiento de
los sucesos, disponiendo la detención de dos soldados y obligando a declarar en
la causa a su hijo, no bien pudo apreciar los manejos de Cabrera para alzarse
con ella, ordenó que su hijo, en calidad de detenido, se trasladase a Madrid, a
donde remitía el sumario para que resolviese sobre él el Consejo de guerra.
A
tanto llegó la tirantez de relaciones entre el presidente y el oidor que en
1593 dispuso el primero el arresto de1 segundo, enviándolo detenido a la corte.
(A.Rumeu de Armas, t.II. 2ª pte. 1991)
Mayo
de 2011.
*
Guayre
Adarguma Anez Ram n Yghasen.
--»
Continuará...