BREVE BIOGRAFÍA DE
DON ANTONIO GUTIÉRREZ GONZÁLEZ
Don
Antonio Miguel Gutiérrez González, fue bautizado el día quince de Mayo de
1729, fueron sus padres don José Gutiérrez, capitán del ejército
real de España, y Doña Bernarda González Barona, siendo apadrinado por Don
Juan González Barona y doña Ana Cano y Zamora, abuelos maternos, naturales de
Aranda del Duero, en la iglesia de San Juan Bautista, tomó nombre quien en el
transcurso del tiempo habría de ocupar el empleo de comandante general de las
islas Canarias.
De
la vida militar de Don Antonio Gutiérrez, pocos datos
nos han llegado, ya que su expediente militar no ha sido encontrado a
pesar de los esfuerzos realizados por los investigadores de la figura de este
general, destacando entre ellos Don Antonio Rumeu de Armas, Don Francisco Lanuza
Cano, y más recientemente Don Pedro Ontoria Oquillas.
Siguiendo
a éstos, daremos un resumen de los datos biográficos del general, remitiendo
al lector que quiera saciar su curiosidad de manera más amplia a los autores
mencionados.
Las
primeras noticias sobre la vida militar de Gutiérrez las aporta él mismo, en
un escrito dirigido al rey de España en 1748, en él, indica al soberano español
que en el año de 1743 se encontraba en la guerra de Italia formando con su
batallón donde al parecer ocupaba la plaza de subteniente, con 14 años de
edad. El hecho de que ocupara una plaza de oficial a tan corta edad era habitual
en los ejércitos del siglo XVIII, en que los hijosdalgo y los “hijos del
cuerpo” iniciaban la carrera de las armas a muy tierna edad. Por el expediente
de viudedad de su madre, se sabe –por un despacho firmado por Carlos IV– que
en 15 de Diciembre de 1761, se nombra sargento mayor del regimiento de infantería
de Mallorca, al capitán del mismo cuerpo Don Antonio Gutiérrez. En 1769 obtuvo
la graduación de teniente coronel, manteniéndose desde esa fecha hasta 1775
como sargento mayor del regimiento de Mallorca, pues aún cuando en 1772 fue
graduado coronel, continuó con el mismo empleo en el citado regimiento.
En 1775 pasó destinado como teniente coronel al regimiento Inmemorial
del Rey, a las órdenes del conde Fernán
Núñez, jefe del mismo. En 1777 fue nombrado coronel del regimiento de África,
en cuyo destino sirvió durante varios
años. En 1781 ascendió a Brigadier, y siguió en el mismo destino. Fue
nombrado Comandante Militar de la isla de Menorca y Gobernador de
En 1779/83, y según Don Pedro Ontoria Oquillas, Don Antonio Gutiérrez
se encontraba en el bloqueo y sitio de la plaza de Gibraltar, bajos las órdenes
del teniente general, comandante del bloqueo don Martín Álvarez de Sotomayor
desde el principio hasta que se verifico la paz de Versalles de
1783.
En 1790 el Rey de España Carlos IV le nombra comandante general (con
atribuciones de virrey) de las islas Canarias, archipiélago compuesto de trece
islas, siete mayores y seis menores, siendo en la actualidad una colonia española
situada al noroeste de África, a menos de cien kilómetros de las costas de
Marruecos.
El día 30 de Enero de 1791, el general Gutiérrez toma posesión del
mando colonial del archipiélago, donde va a ser participe del único hecho
militar conocido que le proporcionará cierta notoriedad en su carrera militar.
En 1793 fue ascendido a teniente general de los reales ejércitos,
continuando en su empleo de comandante general de las islas hasta su
fallecimiento en la plaza de Santa
Cruz de Tenerife, el 14 de Mayo de 1799, cuando contaba 70 años de edad,
abrumado por una salud precaria, ya que desde hacía años venía sufriendo de
diferentes achaques, siendo el más crónico el de una parálisis que le
afectaba al lado izquierdo del cuerpo y del cual no pudo recuperarse a pesar de
los esfuerzos que para ello llevaron a cabo los doctores Don Juan García, (médico
de cabecera), Don Pedro Godot, Don Diego Armstrong y el criollo lagunero Don
Domingo Saviñón.
En un empeño digno de mejor causa, algunos biógrafos de Don Antonio
Gutiérrez, motivados por añoranzas imperialistas unos, impelidos por sus
profesiones otros, y con entrega a determinados intereses los más, pretenden
presentarnos la figura de Don Antonio como la de un personaje mítico, un héroe
legendario, compitiendo estos biógrafos entre sí con cada publicación,
tratando de superarse unos a otros en ensalzar la figura del general con
adjetivos altisonantes, y atribuyéndole hechos de dudosa veracidad o que no están
debidamente contrastados.
Estos autores han formado un círculo bastante restringido, relegando o
ignorando –cuando no despreciando- a otros que o bien
estuvieron próximos en el tiempo en que se produjeron los hechos, o
escribieron sobre los mismos basándose en relatos de quienes los vivieron de
cerca, e incluso, manejado fuentes documentales inéditas, que hasta nuestros
tiempos habían permanecido ignoradas en los archivos familiares.
Estos defensores y ensalzadores que poco a poco, han ido creando de la
figura del general Gutiérrez, un personaje mítico o de ciencia-ficción, no
han escatimado esfuerzos en su empeño por desacreditar, a quienes han escrito
sobre los hechos que realmente acaecieron el 25 de julio, con honestidad, y sin
estar al servicio de determinados intereses.
Lamentamos no poder compartir algunos de los planteamientos expuestos por
estos biógrafos, quienes además, a falta de mejores títulos, se empeñan en
presentarnos a nuestro biografiado como castellano
de pura cepa, como si el hecho
de haber nacido en uno u otro lugar
diera carta de nobleza. Sin embargo, estos autores se olvidan de acompañar este
adjetivo con el de cristiano
viejo, fórmula que, por otra parte, era tan usada por la “santa inquisición”
española. Los referidos autores se esfuerzan por presentarnos la figura de don
Antonio Gutiérrez distorsionada y alejada de la realidad histórica,
pretendiendo crear a un héroe de un hombre que, en todo caso, se limitó a
cumplir con el deber que su cargo le exigía. El chauvinismo de los referidos
autores va creando una tupida red de tela de araña en torno al personaje y sus
supuestos hechos, de tal manera que, con el transcurso del tiempo se hace prácticamente
imposible distinguir la verdad histórica de las invenciones creadas por algunos
“fabricantes de hechos” y, por consiguiente, las generaciones venideras
recibirán una historia adulterada creada conforme al dictado de los intereses
de determinados estamentos dominantes.
El respeto que nos merece la figura del general Gutiérrez, nos obliga a
tratar en estas modestas líneas los hechos de armas conocidos en que intervino,
con la mayor objetividad, basándonos
en datos debidamente contrastados,
en unos casos, y apoyándonos en autores de reconocido prestigio en otros.
En un seminario dedicado al general, celebrado en
De las posibles obras públicas en beneficio de la “Provincia” que
hubiera podido llevar a cabo el general Gutiérrez nada sabemos, en cuanto al
enfrentamiento con los ingleses en la plaza de Santa Cruz, nada extraordinario
realizó, limitándose a cumplir con
su obligación de militar -creemos que no muy acertadamente-
como jefe responsable de la defensa de la misma.
Las islas Malvinas escenario de una supuesta gesta de Don Antonio, se
componen de dos islas mayores, denominadas
El interés mostrado por las potencias europeas por la posesión de éstas
isla, fue debido a su situación geoestratégica (latitud 51º
41`S y 57º 51`O longitud) más que por los aspectos económicos. Las
islas están unidas a
En 1770 España compra a Francia los derechos sobre la parte francesa que
había ocupado Boungaville en las islas Malvinas. En 1774 España decide
expulsar a los ingleses de las islas, invocando para ello el tratado de
Tordesillas y una bula del Papa Alejandro VI. El rey de Portugal Juan II y los
castellano–aragonés, Isabel y Fernando, se repartían el nuevo mundo
partiendo de una imaginaria línea de demarcación, corroborada en una reunión
celebrada por representantes de ambos reinos el 4 de Mayo de 1493, y confirmada
por las denominadas bulas Alejandrinas. La citada línea de demarcación discurría
de norte a sur unas 100 leguas (aproximadamente
Portugal no quedó totalmente satisfecho con este acuerdo, por lo que
promovió una nueva reunión para revisar el tratado, lo que condujo a la firma
de un nuevo acuerdo denominado de Tordesillas el 7 de Junio de 1494 por el que
se estableció una línea de demarcación, ratificada por el Papa Julio II, a
370 leguas (unos
La línea de demarcación y todos los acuerdos fundamentados en ella
fueron abrogada en 1750 por el Tratado de Madrid, que puso fin a una disputa
acerca de la frontera suroccidental de Brasil. Este Tratado fue, a su vez,
anulado en 1761, por el Tratado de El Pardo. Las siguientes disputas entre ambos
reinos se arreglaron con la firma en 1778, de un nuevo Tratado, también
acordado en la localidad madrileña de El Pardo.
Haciendo uso de su derecho de compra y amparándose en el tantas veces
mencionado Tratado de Tordisillas, España decide, como ya hemos dicho, expulsar
a los ingleses de
En Abril de 1770, se ordena que salga de Montevideo una división naval
española, al frente de la cual va el capitán de navío Don Juan Ignacio de
Madariaga, dicha división estaba integrada por cuatro fragatas y un chambequín
(Industria, Bárbara, Catalina, Rosa y
Andaluz).
Formaba parte de la escuadra un contingente de soldados de artillería e
infantería del Ejército, al frente del cual estaba el teniente coronel,
habilitado de coronel Don Antonio Gutiérrez Barona. Según algún autor, la
isla estaba guarnecida por tierra por un fuerte con ocho cañones y una torre
con varias piezas de artillería, y la bahía por tres fragatas artilladas con más
de 56 cañones, lástima que este autor no nos aclare el número de defensores
con que contaba la isla ni como se “rindieron” las fragatas inglesas pues no
nos consta que fuesen apresadas por los navíos españoles.
Madariaga envía dos cartas a los ingleses, una dirigida al jefe de las
fuerzas terrestres y otra al de las tres fragatas, que contienen una invitación
para que se retiren de aquellas tierras y de su correspondiente espacio marítimo.
Obtiene una repuesta negativa y arrogante, replicando que son los españoles los
que deben retirarse de aquellas aguas. El 10 de Mayo de 1770, Madariaga reúne a
sus mandos y ordena el desembarco, dando quince minutos a los ingleses para
iniciar la evacuación. A los pocos disparos de intimidación realizados
sobre el fuerte, cuando Gutiérrez y sus hombres se
disponen a poner píe en
De lo expuesto anteriormente fácilmente se deduce que la pretendida
invasión de
«...Si las islas Falkland, archipiélago de reducidísima población,
contaba en el año 1847 con 155 habitantes (hoy
día no llegan a los 6.000), suponemos que en 1770, año en que la escuadra
española -sin disparar un solo cartucho, puesto que la ínsula se rindió por
intimidación- ocupó Port Egmond y expulsó a la pequeña guarnición británica
allí existente, apenas habría cincuenta personas, por que fácilmente se
deduce que pocos héroes pudieron generarse en aquella acción bélica, marcada
por la ausencia de militares y civiles y en la que toda una escuadra conmina a
unos pocos soldados a que dejen la isla de Malvina occidental.
Por pura lógica, entendemos que en esa expedición nadie hizo méritos
algunos para llevarse glorias, medallas o recompensas, por la simple razón de
que ni tan siquiera hubo oportunidad para ello.
Tímidamente nos atrevemos a decir que de haber recaído algún mérito
en alguna persona, hubiera sido para el vicealmirante D. Juan Ignacio Madariaga,
responsable de la flota. O en todo caso, darle parte de ese inexistente
protagonismo al capitán general de Buenos Aires, D. Francisco Bucarelli, por
haber mandado la repetida escuadra. O compartirla
con D. Fernando Ruvalcava, jefe de la expedición de reconocimiento que pateó
una parte de la isla. Pero pregunto yo: si no hubo bombardeos, ni disparos, ni
ataques ni enfrentamientos navales, ni combates en mar y tierra, ni nada de
nada, y que cuando desembarcaron las tropas españolas los ingleses ya se habían
rendido, entonces ¿dónde está el motivo, el mérito, el reconocimiento que justifique,
y en que se basa el calificativo de “vencedor” de los ingleses en las
Falkland, que los chauvinistas de Gutiérrez le quieren otorgar y además cuando
su nombre no figura para nada en los libros de historia que tratan dicho evento?».
No olvidar que el señor Gutiérrez era un simple subalterno y, por lo
tanto, un mandado. No era el jefe de la expedición, ni el responsable de la
misma. Fue uno más de los tantísimos expedicionarios que allí acudieron. Y
eso es todo. No hay más que añadir.
EL
ASEDIO DE MAHON
La ciudad puerto y base naval de Mahón, es la capital de la isla de
Menorca, una del archipiélago Balear. La isla tiene unos
La fundación de la ciudad se debe al general cartaginés Magón (
En 1287 la isla fue conquistada por
Alfonso III de Aragón (el liberal), entre 1298 y 1343 formó parte del reino de
Mallorca, volviendo a manos aragonesas en el siglo XVIII. Durante la guerra de
sucesión española, Menorca fue invadida por los ingleses; en 1756 fueron los
franceses quienes se hicieron con el control de la isla, posteriormente fue de
nuevo ocupada por los ingleses entre 1763 y 1783. Por el Tratado de Versalles
(1783) la isla pasó a poder de España, que confirmó su control por el Tratado
de Amiens (1802)
Uno de los autores que más extensamente se ocupa de la “gesta” del
25 de Julio, en su obra Ataque y derrota de Nelson en Santa Cruz de Tenerife,
que ha servido de fuente primordial para los historiadores que posteriormente se
han ocupado del tema, Don Antonio Lanuza Cano, curiosamente al hablar de la vida
militar de Don Antonio Gutiérrez (página 70) no hace mención de la
participación de Gutiérrez en el asedio a la ciudad de Mahón, y sí a los
hechos de Italia, Malvinas y Argel, pero nos dice que en 1784 fue nombrado
comandante de la isla de Menorca y gobernador de la plaza de Mahón, sin
mencionar su participación en el mencionado asedio.
«...Antonio Gutiérrez, brigadier en 1781, forma parte de la
expedición organizada para reconquistar Menorca, empresa para la que se pone en
marcha un ejército compuesto por 70 buques y 10.000 hombres de desembarco,
mandados por el duque de Crillón, general Luis de Balves, militar francés al
servicio de España. Gutiérrez forma
parte de la expedición como experto en operaciones de desembarco... ».
Así
se expresa un autor -por otra parte excelente militar- acérrimo admirador del
general Gutiérrez según se desprende del contenido de su obra, nosotros nos
preguntamos ¿en qué se basa este autor para afirmar rotundamente que Don
Antonio Gutiérrez participó en el asedio a la ciudadela de Mahón y además
como “experto en desembarcos?”. Lamentamos que el mencionado autor no
aporte ninguna cita documental en la que sostener sus afirmaciones.
Como en el pasaje de las islas Falklan, nos permitimos entresacar algunas
líneas del artículo ya mencionado del señor Díaz-llano, quien ilustra
acertadamente, la supuesta intervención de don Antonio Gutiérrez González, en
la toma de Mahón: «...Por lo tanto, estamos aún por que se descubra qué
“relevante” papel desempeñó el repetido D. Antonio Gutiérrez en la
conquista de Menorca, toda vez que su nombr,e y por más vueltas que se le ha
dado, no aparece por ningún lado: ni en carta, ni en hoja de servicio, ni en
parte de campaña alguno.
El Rey de España, por aquel año de 1781, era Carlos III. El soberano
conocedor de que sus mandos no eran muy fiables, confiaba mucho más en los
franceses que en los suyos propios. De ahí, que sin dudarlo dos veces y
haciendo caso a la propuesta que le había hecho el acreditado militar monsieur
Louis des Balves de Berton de Crillón, encargó al francés la expedición
contra Menorca, seguro del éxito que la misma, y bajo sus ordene, tendría...
».
Como puede observarse, la visión que sobre nuestro biografiado tienen
los diversos estudiosos que de él se han ocupado, es bastante divergente,
dependiendo de los intereses que impulsen a unos u otros. Es indudable que, los
que están animados -cuando no sometidos- a los intereses dominantes, se
esfuerzan por presentarnos la figura
del general Gutiérrez, cómo la de un héroe mítico y legendario, quizás
impelidos por la necesidad de crear una figura destacada dentro del ejército
español, a quien se pueda atribuir una defensa a ultranza del suelo canario, éste
tipo de mistificaciones es propio de las políticas coloniales practicadas desde
siempre por las potencias europeas en sus colonias, pretendiendo con ello crear
en el colonizado un sentimiento de gratitud hacía la presencia militar que le
somete, aceptando inconscientemente, una protección paternalista nunca
solicitada.
En el ámbito de esta política de dominio, se hace uso, por parte del
dominante, de individuos naturales a
quienes sitúan en lugares claves del entramado social de la colonia, y a
quienes promueven social, política y económicamente, convirtiéndolos así en
fieles servidores de los intereses del colonizador, consiguiendo en ocasiones
que éstos lleguen a renunciar a sus orígenes nativos, cuando no, a renunciar a
ellos seducidos por las prebendas que reciben del colonizador. Éste estimula así
las ambiciones personales del colonizado a cambio de su fidelidad.
Por otra parte, los autores que haciendo uso de su intelecto y
raciocinio, pretenden narrar los hechos, con una visión objetiva, tanto de éstos
como de las personas que en ellos han intervenido, sin rendir pleitesía y sin
ser serviles aduladores del sistema imperante ni de sus fieles seguidores
nativos, son perseguidos, calumniados y despreciados, no sólo por el sistema
dominante -lo cual en cierta manera es comprensible- sino que lo hacen con mayor
saña los canarios que actúan de fieles cancerberos del mismo.
Hemos dejado para último lugar en estas breves notas sobre la figura de
Don Antonio Gutiérrez, la intervención que éste tuvo en el desembarco de
Argel, hecho que conocemos por un escrito del propio interesado, único
documento que hace referencia a la participación de nuestro biografiado en
dicha acción, pues al no haberse encontrado la tantas veces mencionada hoja de
servicios, los investigadores no han podido aportar más detalles sobre la
participación de Gutiérrez, afortunadamente, no a sucedido así con los
continuos ascensos obtenidos por el general
durante su carrera militar, que han podido ser seguidos puntualmente gracias a
las aportaciones de diversas fuentes documentales consultadas por los
mencionados investigadores.
Argel fue y -sigue siendo- el principal puerto del noroeste africano,
situado a 36º 46´N. Y 3º 02`E. En
el
La actual ciudad fue fundada
por los Beréberes (Mazihgios), durante los siglos siguientes estuvo
alternativamente en poder de árabes y Mazihgios, pueblo éste último que
dirigidos por los árabes, ocuparon la península Ibérica y parte de la actual
Francia. En 711, liderados por el mazihgio Tariq ibn Ziyad derrotaron al rey de
los visigodos Rodrigo en la batalla de Guadalete, lo que supuso el fin del
reinado visigodo en
En 1510, los españoles conquistaron Argel, y fortificaron el islote que
se extiende frente al puerto conocido como el Peñón. En 1518 los habitantes de
Argel expulsaron a los españoles y proclamaron su inclusión dentro del Imperio
otomano. Con los otomanos se crea la capital de la costa de Berbería (Amazike),
alcanzando un notable desarrollo como puerto base de las flotas corsarias que,
como defensa ante las continuas correrías de los europeos; Ingleses, franceses,
españoles y portugueses, por las costas africanas, para la captura de esclavos,
tanto negros como berberiscos, y la rapiña a que eran sometidos sus ciudades y
poblados costeros, se vieron obligados a crear.
Posteriormente, estas flotas alcanzaron el poderío suficiente para
devolver las visitas a los reinos europeos y perturbar el comercio entre ellos e
incluso, con el “nuevo Mundo”, manteniendo el dominio de esta parte del Océano
durante más de trescientos años.
España, país que nunca supo sostener una política amistosa con los países
vecinos del continente africano, y que las únicas relaciones que mantenía con
estos eran las de explotación de sus recursos humanos y materiales, se sentía
herida en su orgullo imperial, por el continuo azote que suponía para su
comercio marítimo el ataque de los navíos argelinos. Y como no hay peor cuña
que la del mismo palo, en 1775 el rey de España decide llevar a cabo una
“acción de castigo” contra el rey de Argel, por instigar éste -según la
corona española -al sultán de Marruecos a sitiar las colonias españolas de
Ceuta y Melilla.
Para este fin se organiza una fuerte expedición compuesta por 20.000
hombres, y como el rey español continua confiando poco en sus generales, cede
el mando de la misma al general irlandés O´Reilly. El 7 de Julio llega la
expedición a Argel, y con ella el coronel Gutiérrez.
El plan de ataque ideado por el general O´Reilly y su estado mayor,
resulta desastroso, como desastroso es el material artillero con que van
equipados los expedicionarios, hecho que es frecuente en los ejércitos reales
españoles de la época, que jamás contaron con un material bélico acorde con
las empresas que se les ordenaba acometer, no sabemos si por falta de
libramiento de los fondos adecuados o porque éstos no llegaban a cumplir sus
fines, tras recorrer una amplia escala descendente de generales, jefes y
oficiales, además de las correspondientes escalas burocráticas
El ataque español es rechazado, sufriendo cuantiosas pérdidas, siendo
un día de luto para la infantería española que deja en el campo de batalla
527 muertos y 2.000 heridos, entre ellos el coronel Gutiérrez, que sufrió
heridas de consideración conforme el mismo afirma en un escrito dirigido al rey
en solicitud de una gracia.
En 1816 una armada coaligada de holandeses y británicos, consiguió
destruir casi por completo a la flota argelina, pese a lo cual la ciudad continuó
siendo una base de corsarios.
Los franceses, cansados de la competencia de los corsarios argelinos,
atacan a la ciudad en 1830 conquistándola, y para asegurarse la tranquilidad en
la navegación de sus barcos, decide apoderarse del resto del país, al cual
mantuvo como colonia hasta 1962, fecha en que, tras arduas luchas, el pueblo
argelino conquistó su independencia.
Del periodo de gobierno en Canarias de don Antonio Gutiérrez, pocos
datos han llegado hasta nosotros, quizás por estar recogidos en las últimas páginas
de su expediente militar que, como se ha dicho, no ha sido
encontrado hasta la fecha.
Don Agustín Millares Torres, en su obra Historia General de las islas
Canarias, en el volumen 4, página 98, nos ofrece una breve reseña de una
visita realizada por el general a isla de Gran Canaria redactada en los términos
siguientes: «Hallábase desde el 30 de Junio en Tenerife el mariscal de
campo Don Antonio Gutiérrez, anciano de buena voluntad, incapaz de desempeñar
en época tan borrascosa el difícil cargo de comandante general. Habíase
trasladado en octubre a Las Palmas para tomar allí posesión de la presidencia
del Real Acuerdo y revisar sus milicias, volviendo a Santa Cruz sin detenerse a
examinar el ruinoso estado de las defensas de aquella antigua capital ni de
poner a cubierto la isla de una repentina sorpresa».
Don Antonio Rumeu de Armas, prolífero autor, y uno de los más
significados investigadores canarios de los últimos tiempos, capaz, con su
prosa, de describir el disparo de un cañón ocupando en ello cuatro folios, al
tratar de la figura de nuestro
biografiado en su grandiosa obra Canarias y el Atlántico Piratería y
Ataques Navales ocupa poco más de un folio sobre nuestro personaje, después
de realizar una forzada defensa ante quienes tachan al general de “poco
versado en asuntos de armas” y de ser “débil e irresoluto ante el
peligro” o de “falta de serenidad en los críticos momentos de la
lucha” además de estar poseído del “aturdimiento propio de un bisoño”.
Termina nuestro Catedrático su defensa del general con las siguientes palabras:
«...No quiere decir ello que rompamos lanzas por la pericia militar
de Gutiérrez, cuya carrera militar es en parte todavía una incógnita,».
Como vemos hasta este ilustre catedrático e historiador de acrisolada españolidad,
mantiene sus reservas en cuanto a la pericia militar del general.
El señor Lanuza Cano en su obra citada, al hablarnos de la vida doméstica
y económica de Don Antonio Gutiérrez, nos dice que los ingresos percibidos por
el general en concepto de sus sueldos y emolumentos sumaban la cantidad de unos
8.000 reales al mes, según consta en recibos que figuran en su testamento, los
gastos fijos para el mantenimiento de su casa sumaban la cantidad de 12.000
reales mensuales, supone el mencionado autor que las propiedades que poseía el
general en España, era suficientes para, con sus rentas, completar los reales
que faltaban para mantener el tren de vida que llevaba Gutiérrez. Los bienes
que Don Antonio poseía en España, no figuran relacionados en la trascripción
que del testamento nos ofrece este autor, en contraposición con la detallada
lista que de las pertenencias del fallecido general nos aporta, en que, incluye
hasta el número de criados que atendían al general. Por considerarlo de interés
para un mejor conocimiento de la vida doméstica de los poderosos de la época,
transcribimos los nombres y situación de la servidumbre de Don Antonio, mantenía
en su casa de
Mayordomo, Juan Calveres; su esposa, Catalina de Frontera, y los hijos de
este matrimonio, Nicolás, Juan y Tomasa. El sueldo de Calveres era de ocho
pesos al mes.
Criados:
Antonia Ramos, José Busaire, con su esposa, Antonia Catalá, y sus hijos,
Francisco, José y Diego. José Busaire cobraba lo mismo que Calveres, Antonio
Felipe, Andrés Chavez, Bernardo de Mesa y Juan Toledo. Ejercía el cargo de
amanuense Matías de Diego. Sus sueldos eran: cuatro pesos y medio, dos pesos y
medio, veintitrés reales de vellón, veinticuatro reales de vellón, al mes,
respectivamente. El amanuense cobraba cuatro pesos, y el ayuda de cámara
Antonio Puñan, cobraba cinco pesos mensuales.
No cabe duda que, tal como expone el Sr. Lanuza Cano, el general Gutiérrez
vivía como un gran señor del siglo XVIII. Ignoramos como hemos dicho, la cuantía
de las posesiones que Gutiérrez tenía en España, las cuales debían ser muy
importantes para poder sostener con sus rentas el nivel de vida que disfrutaba
el comandante, máxime si se tiene en cuenta que en su testamento pide que no se
pida cuentas a su hermano Don Pedro, de la administración de sus vienes en España,
además el general había librado, poco antes de su fallecimiento, importantes
cantidades de dinero a su hermano en beneficio de sus sobrinos Don Francisco y
Don Pedro Gutiérrez.
Queremos creer que el señor Lanuza, peca de ingenuo al pensar que el
general Gutiérrez hacía uso de su peculio personal para sustentar el nivel de
vida que su cargo y la sociedad colonial en que se desenvolvía le exigía, pues
-al fin y al cabo- era el representante del monarca español en la colonia.
Los comandantes generales, como autoridades máximas en las islas, al
margen de sus sueldos oficiales, gozaban de ciertas prerrogativas y permisiones
que la tolerancia y la complicidad llegaron a institucionalizar, no siendo
infrecuente que los comandantes generales, haciendo uso de la autoridad absoluta
de que estaban revestidos por la metrópoli, fiscalizaran la economía de las
islas, en nombre del rey de España pero casi siempre en beneficio propio.
La presión económica ejercida por los capitanes generales era dirigida
especialmente hacía el comercio de importación e exportación, principal
fuentes de ingresos en las islas, esto motivó que
éstos fijaran su residencia en el puerto y no en su sede oficial en la
ciudad capital de la isla (después de todo el país)
Fue común, en las épocas de que nos ocupamos, el gobierno despótico
por parte de los comandantes generales, quienes grababan a su antojo aquellas
actividades comerciales o de cualquier índole que pudieran reportarles pingüe
beneficios, sin que en estas ocasiones entrasen a valorar en exceso la
honestidad o el honor. Como
ejemplo aportamos una lista de
cobros ilegales que se practicaba en el puerto de Santa Cruz por esa horda de
voraces funcionarios enviados por la corte y
que sangraban a las islas.
En las juntas del Consulado de Indias celebradas el 27 de abril y el 3 de
julio de 1792, se expone que los dueños o administradores de las embarcaciones
que van a América, en cada una de sus expediciones contribuyen, más o menos,
según los informes obtenidos con las partidas siguientes:
Al comandante general que da la licencia de zarpar,
100 pesos
Al juez de arribada que expide el pasaporte, 100 pesos
Al escribano de dicho juzgado, 40 pesos
Al amanuense del escribano y otros subalternos, 20 pesos
Por fianza de registro, 11 pesos
Al guarda mayor de indias y a su
hijo, 55 pesos
Por reconocimiento de carena, fondeo o visita de suficiencia que hace el
capitán de mar, 10 pesos
Al calafate y carpintero que realizan
el reconocimiento, 5 pesos
A la lancha que transporta a los anteriores, 5 pesos
A dos guardas del juzgado de arribada, que al salir la embarcación se
presentan a bordo so pretexto de
reconocer a la tripulación y pasajeros, 12 pesos
Al escribano de arribada cuando la embarcación retorna de América, 10
pesos
Las cantidades citadas ascienden a trescientos cincuenta y ocho pesos, a
la que se agregan 200 pesos que se reparten entre el juez de arribada y su
escribano por razón de las licencias de embarque que conceden a los pasajeros,
de cuya clase van en cada embarcación entre unas y otras hasta el número de
cuarenta contribuyendo cada uno con cinco pesos para obtener su respectiva
licencia. Sobre el abuso de estas imposiciones, tan notorias y censurables no
cesan de clamar privadamente los
expedicionarios a las América. Varían dichas gabelas en la cantidad según el
porte de los buques, condescendencia de sus dueños o administradores y otras
circunstancias.
Esta explotación ilegal se estuvo practicando hasta que los perjudicados
pudieron hacerse oír en la corte española, y al fin en la junta del consulado
de 30 de julio de 1793, se leyó una real orden de 12 de Junio del mismo año,
por la que se mandaba al comandante general (Gutiérrez) y al juez de arribadas
de las islas que cumplan la severa prohibición de cobrar en adelante a las
embarcaciones que se despachen para América ninguno de los derechos que se habían
introducido abusivamente y en contravención del Reglamento de comercio libre.
Los altos empleados no sólo intervenían en el comercio legal, sino que además
participaban en el de esclavos, contrabando, presas de corsarios y piratas,
venta de empleos civiles y militares, y en general en cualquier actividad que
les reportara dinero fácil y rápido valiéndose impunemente de métodos que
hoy calificaríamos de prevaricación, uso de información privilegiada y
cohecho.
Como podemos ver, si el señor Lanuza hubiese tenido conocimiento de
estos y otros pormenores de los empleados del rey Carlos IV en su colonia
Canaria, habría comprendido que el general -así como otros anteriores y
posteriores- no precisaban hacer uso de los réditos de sus posibles posesiones
en España, para vivir «como grandes señores del siglo XVIII,» o de cualquier otro.
Don Antonio Gutiérrez falleció en Santa Cruz de Tenerife, el 14 de mayo
de 1799, y fue enterrado al día siguiente en
Diciembre
de 2011.
Ilustración:
Don
Antonio Miguel Gutiérrez, retrato de Don Luis de