BREVE BIOGRAFÍA DE DON ANTONIO GUTIÉRREZ GONZÁLEZ

 

               Eduardo Pedro García Rodríguez

 

Don Antonio Miguel Gutiérrez González, fue bautizado el día quince de Mayo de 1729, fueron sus padres don José Gutiérrez, capitán del ejército real de España, y Doña Bernarda González Barona, siendo apadrinado por Don Juan González Barona y doña Ana Cano y Zamora, abuelos maternos, naturales de Aranda del Duero, en la iglesia de San Juan Bautista, tomó nombre quien en el transcurso del tiempo habría de ocupar el empleo de comandante general de las islas Canarias.

 

De la vida militar de Don Antonio Gutiérrez, pocos datos  nos han llegado, ya que su expediente militar no ha sido encontrado a pesar de los esfuerzos realizados por los investigadores de la figura de este general, destacando entre ellos Don Antonio Rumeu de Armas, Don Francisco Lanuza Cano, y más recientemente Don Pedro Ontoria Oquillas.

 

Siguiendo a éstos, daremos un resumen de los datos biográficos del general, remitiendo al lector que quiera saciar su curiosidad de manera más amplia a los autores mencionados.

 

Las primeras noticias sobre la vida militar de Gutiérrez las aporta él mismo, en un escrito dirigido al rey de España en 1748, en él, indica al soberano español que en el año de 1743 se encontraba en la guerra de Italia formando con su batallón donde al parecer ocupaba la plaza de subteniente, con 14 años de edad. El hecho de que ocupara una plaza de oficial a tan corta edad era habitual en los ejércitos del siglo XVIII, en que los hijosdalgo y los “hijos del cuerpo” iniciaban la carrera de las armas a muy tierna edad. Por el expediente de viudedad de su madre, se sabe –por un despacho firmado por Carlos IV– que en 15 de Diciembre de 1761, se nombra sargento mayor del regimiento de infantería de Mallorca, al capitán del mismo cuerpo Don Antonio Gutiérrez. En 1769 obtuvo la graduación de teniente coronel, manteniéndose desde esa fecha hasta 1775 como sargento mayor del regimiento de Mallorca, pues aún cuando en 1772 fue graduado coronel, continuó con el mismo empleo en el citado regimiento.

 

    En 1775 pasó destinado como teniente coronel al regimiento Inmemorial del Rey, a las órdenes del conde  Fernán Núñez, jefe del mismo. En 1777 fue nombrado coronel del regimiento de África, en cuyo destino sirvió durante  varios años. En 1781 ascendió a Brigadier, y siguió en el mismo destino. Fue nombrado Comandante Militar de la isla de Menorca y Gobernador de la Plaza de Mahón en 1784, cargo que ocupó hasta 1790 en que ascendió a Mariscal de Campo.

 

    En 1779/83, y según Don Pedro Ontoria Oquillas, Don Antonio Gutiérrez se encontraba en el bloqueo y sitio de la plaza de Gibraltar, bajos las órdenes del teniente general, comandante del bloqueo don Martín Álvarez de Sotomayor desde el principio hasta que se verifico la paz de Versalles de  1783.

 

    En 1790 el Rey de España Carlos IV le nombra comandante general (con atribuciones de virrey) de las islas Canarias, archipiélago compuesto de trece islas, siete mayores y seis menores, siendo en la actualidad una colonia española situada al noroeste de África, a menos de cien kilómetros de las costas de  Marruecos.

 

    El día 30 de Enero de 1791, el general Gutiérrez toma posesión del mando colonial del archipiélago, donde va a ser participe del único hecho militar conocido que le proporcionará cierta notoriedad en su carrera militar.

 

    En 1793 fue ascendido a teniente general de los reales ejércitos, continuando en su empleo de comandante general de las islas hasta su fallecimiento en  la plaza de Santa Cruz de Tenerife, el 14 de Mayo de 1799, cuando contaba 70 años de edad, abrumado por una salud precaria, ya que desde hacía años venía sufriendo de diferentes achaques, siendo el más crónico el de una parálisis que le afectaba al lado izquierdo del cuerpo y del cual no pudo recuperarse a pesar de los esfuerzos que para ello llevaron a cabo los doctores Don Juan García, (médico de cabecera), Don Pedro Godot, Don Diego Armstrong y el criollo lagunero Don Domingo Saviñón.

 

    En un empeño digno de mejor causa, algunos biógrafos de Don Antonio Gutiérrez, motivados por añoranzas imperialistas unos, impelidos por sus profesiones otros, y con entrega a determinados intereses los más, pretenden presentarnos la figura de Don Antonio como la de un personaje mítico, un héroe legendario, compitiendo estos biógrafos entre sí con cada publicación, tratando de superarse unos a otros en ensalzar la figura del general con adjetivos altisonantes, y atribuyéndole hechos de dudosa veracidad o que no están debidamente contrastados.

 

    Estos autores han formado un círculo bastante restringido, relegando o ignorando –cuando no despreciando- a otros que o bien  estuvieron próximos en el tiempo en que se produjeron los hechos, o escribieron sobre los mismos basándose en relatos de quienes los vivieron de cerca, e incluso, manejado fuentes documentales inéditas, que hasta nuestros tiempos habían permanecido ignoradas en los archivos familiares.

 

    Estos defensores y ensalzadores que poco a poco, han ido creando de la figura del general Gutiérrez, un personaje mítico o de ciencia-ficción, no han escatimado esfuerzos en su empeño por desacreditar, a quienes han escrito sobre los hechos que realmente acaecieron el 25 de julio, con honestidad, y sin estar al servicio de determinados intereses.

 

    Lamentamos no poder compartir algunos de los planteamientos expuestos por estos biógrafos, quienes además, a falta de mejores títulos, se empeñan en presentarnos a nuestro biografiado como castellano de pura cepa, como si  el hecho de  haber nacido en uno u otro lugar diera carta de nobleza. Sin embargo, estos autores se olvidan de acompañar este adjetivo con el de  cristiano viejo, fórmula que, por otra parte, era tan usada por la “santa inquisición” española. Los referidos autores se esfuerzan por presentarnos la figura de don Antonio Gutiérrez distorsionada y alejada de la realidad histórica, pretendiendo crear a un héroe de un hombre que, en todo caso, se limitó a cumplir con el deber que su cargo le exigía. El chauvinismo de los referidos autores va creando una tupida red de tela de araña en torno al personaje y sus supuestos hechos, de tal manera que, con el transcurso del tiempo se hace prácticamente imposible distinguir la verdad histórica de las invenciones creadas por algunos “fabricantes de hechos” y, por consiguiente, las generaciones venideras recibirán una historia adulterada creada conforme al dictado de los intereses de determinados estamentos dominantes.

 

    El respeto que nos merece la figura del general Gutiérrez, nos obliga a tratar en estas modestas líneas los hechos de armas conocidos en que intervino, con la mayor objetividad,  basándonos en  datos debidamente contrastados, en unos casos, y apoyándonos en autores de reconocido prestigio en otros.

 

    En un seminario dedicado al general, celebrado en la Universidad de La Laguna (1997), y denominado El General Gutiérrez y su Época, don José Cervera Pery disertó con una conferencia titulada «El Coronel Antonio Gutiérrez, un militar tinerfeño en la pugna de las Malvinas». El título no deja de ser sugerente. Nos da la impresión de que los biógrafos del general no contentos con la «acrisolada ascendencia castellana» del biografiado, pretenden convertírnoslo en tinerfeño, sin que sepamos que méritos pudo contraer don Antonio Gutiérrez para  aplicarle tan honroso gentilicio.

 

    De las posibles obras públicas en beneficio de la “Provincia” que hubiera podido llevar a cabo el general Gutiérrez nada sabemos, en cuanto al enfrentamiento con los ingleses en la plaza de Santa Cruz, nada extraordinario realizó, limitándose a cumplir  con su obligación de militar -creemos que no muy acertadamente-  como jefe responsable de la defensa de la misma.

 

ACCION EN LAS ISLAS FALKLAND O MALVINAS

 

    Las islas Malvinas escenario de una supuesta gesta de Don Antonio, se componen de dos islas mayores, denominadas La Soledad y Gran Malvina, además de unos 200 islotes, con una superficie total de 12.121 km .2, las islas mayores están divididas por un amplio canal. Estas islas están situadas en el estrecho de Magallanes, cerca del extremo meridional de América del Sur. Actualmente son una colonia británica, quien basa sus supuestos derechos de ocupación en la creencia de que el explorador inglés Jonh Davis, avistó las islas en 1592, y en el hecho de que en 1765 los británicos crearon un asentamiento en la Gran Malvina , al que llamaron Port Egmond. Un año antes, un grupo de colonos franceses, procedentes de Sain Malo  (de ahí su nombre de Malvinas), se  había establecido en un  asentamiento en la isla Soledad o Malvina Oriental.

 

    El interés mostrado por las potencias europeas por la posesión de éstas isla, fue debido a su situación geoestratégica (latitud 51º  41`S y 57º 51`O longitud) más que por los aspectos económicos. Las islas están unidas a la Patagonia , Argentina, por una meseta submarina elevada. La parte septentrional de la Soledad , dividida por dos profundos fiordos, está atravesada por una cadena de colinas conocidas como Wickham Heights, que alcaza los 705 metros en Monte Usborne. En el sur predominan las zonas pantanosas y los pastos. El clima de las islas es extremo, 2,8º en invierno y 8,3º en verano, y están azotadas continuamente por fuertes vientos que impiden el crecimiento de árboles, por lo que el único recurso exportable de las islas lo constituye la lana procedente de los grandes rebaños de ovejas. La mayor densidad de su población está ubicada en la actual capital puerto Stanley (1.329 habitantes de un total de 2.121, población total de las islas en 1991).

 

    En 1770 España compra a Francia los derechos sobre la parte francesa que había ocupado Boungaville en las islas Malvinas. En 1774 España decide expulsar a los ingleses de las islas, invocando para ello el tratado de Tordesillas y una bula del Papa Alejandro VI. El rey de Portugal Juan II y los castellano–aragonés, Isabel y Fernando, se repartían el nuevo mundo partiendo de una imaginaria línea de demarcación, corroborada en una reunión celebrada por representantes de ambos reinos el 4 de Mayo de 1493, y confirmada por las denominadas bulas Alejandrinas. La citada línea de demarcación discurría de norte a sur unas 100 leguas (aproximadamente 483 kilómetros ) al oeste de las islas Azores y de las islas de Cabo Verde; todos los territorios al este de esta línea pertenecían a Portugal, mientras que los que quedaban al Oeste serían posesiones españolas.

 

    Portugal no quedó totalmente satisfecho con este acuerdo, por lo que promovió una nueva reunión para revisar el tratado, lo que condujo a la firma de un nuevo acuerdo denominado de Tordesillas el 7 de Junio de 1494 por el que se estableció una línea de demarcación, ratificada por el Papa Julio II, a 370 leguas (unos 1770 kilómetros ) al Oeste de las islas de Cabo Verde. Como resultado de esta alteración, Brasil se convirtió en área de influencia entonces de soberanía portuguesa.

 

    La línea de demarcación y todos los acuerdos fundamentados en ella fueron abrogada en 1750 por el Tratado de Madrid, que puso fin a una disputa acerca de la frontera suroccidental de Brasil. Este Tratado fue, a su vez, anulado en 1761, por el Tratado de El Pardo. Las siguientes disputas entre ambos reinos se arreglaron con la firma en 1778, de un nuevo Tratado, también acordado en la localidad madrileña de El Pardo.

 

    Haciendo uso de su derecho de compra y amparándose en el tantas veces mencionado Tratado de Tordisillas, España decide, como ya hemos dicho, expulsar a los ingleses de la Gran Malvina , para ello cursa ordenes al Capitán general de Buenos Aires don Francisco de Paula y Bucarelli, que disponga lo preciso para conquistar la Gran Malvina.

 

    En Abril de 1770, se ordena que salga de Montevideo una división naval española, al frente de la cual va el capitán de navío Don Juan Ignacio de Madariaga, dicha división estaba integrada por cuatro fragatas y un chambequín (Industria, Bárbara, Catalina, Rosa y Andaluz).

 

    Formaba parte de la escuadra un contingente de soldados de artillería e infantería del Ejército, al frente del cual estaba el teniente coronel, habilitado de coronel Don Antonio Gutiérrez Barona. Según algún autor, la isla estaba guarnecida por tierra por un fuerte con ocho cañones y una torre con varias piezas de artillería, y la bahía por tres fragatas artilladas con más de 56 cañones, lástima que este autor no nos aclare el número de defensores con que contaba la isla ni como se “rindieron” las fragatas inglesas pues no nos consta que fuesen apresadas por los navíos españoles.

 

    Madariaga envía dos cartas a los ingleses, una dirigida al jefe de las fuerzas terrestres y otra al de las tres fragatas, que contienen una invitación para que se retiren de aquellas tierras y de su correspondiente espacio marítimo. Obtiene una repuesta negativa y arrogante, replicando que son los españoles los que deben retirarse de aquellas aguas. El 10 de Mayo de 1770, Madariaga reúne a sus mandos y ordena el desembarco, dando quince minutos a los ingleses para iniciar la evacuación. A los pocos disparos de intimidación realizados  sobre el fuerte, cuando Gutiérrez y sus hombres se disponen a poner píe en la Gran Malvina , los ingleses se rinden.

 

    De lo expuesto anteriormente fácilmente se deduce que la pretendida invasión de la Gran Malvina se convirtió en una simple demostración de fuerza, pero quizás quien mejor describe la supuesta hazaña de  don Antonio Gutiérrez, en la acción, es el escritor Canario don José Diego Díaz-llano Guigou, quien en un artículo publicado en un periódico de Santa Cruz de Tenerife, describe los hechos de la siguiente manera:

 

    «...Si las islas Falkland, archipiélago de reducidísima población, contaba en el año 1847 con 155 habitantes (hoy día no llegan a los 6.000), suponemos que en 1770, año en que la escuadra española -sin disparar un solo cartucho, puesto que la ínsula se rindió por intimidación- ocupó Port Egmond y expulsó a la pequeña guarnición británica allí existente, apenas habría cincuenta personas, por que fácilmente se deduce que pocos héroes pudieron generarse en aquella acción bélica, marcada por la ausencia de militares y civiles y en la que toda una escuadra conmina a unos pocos soldados a que dejen la isla de Malvina occidental.

 

    Por pura lógica, entendemos que en esa expedición nadie hizo méritos algunos para llevarse glorias, medallas o recompensas, por la simple razón de que ni tan siquiera hubo oportunidad para ello.

 

    Tímidamente nos atrevemos a decir que de haber recaído algún mérito en alguna persona, hubiera sido para el vicealmirante D. Juan Ignacio Madariaga, responsable de la flota. O en todo caso, darle parte de ese inexistente protagonismo al capitán general de Buenos Aires, D. Francisco Bucarelli, por haber mandado la repetida escuadra. O  compartirla con D. Fernando Ruvalcava, jefe de la expedición de reconocimiento que pateó una parte de la isla. Pero pregunto yo: si no hubo bombardeos, ni disparos, ni ataques ni enfrentamientos navales, ni combates en mar y tierra, ni nada de nada, y que cuando desembarcaron las tropas españolas los ingleses ya se habían rendido, entonces ¿dónde está el motivo, el mérito, el reconocimiento que justifique, y en que se basa el calificativo de “vencedor” de los ingleses en las Falkland, que los chauvinistas de Gutiérrez le quieren otorgar y además cuando su nombre no figura para nada en los libros de historia que tratan dicho evento?».

 

    No olvidar que el señor Gutiérrez era un simple subalterno y, por lo tanto, un mandado. No era el jefe de la expedición, ni el responsable de la misma. Fue uno más de los tantísimos expedicionarios que allí acudieron. Y eso es todo. No hay más que añadir.

 

EL ASEDIO DE MAHON

 

    La ciudad puerto y base naval de Mahón, es la capital de la isla de Menorca, una del archipiélago Balear. La isla tiene unos 702 kilómetros cuadrados de superficie, situada a 39º 53`N latitud y a 4º 15`E, longitud.

 

    La fundación de la ciudad se debe al general cartaginés Magón ( 205 a . C.) posteriormente fue ocupada por griegos, romanos (Portus Magonis), vándalos, bizantinos, aragoneses, árabes, mallorquines, ingleses, franceses y españoles. Desde la antigüedad Mahón ha sido considerada como el mejor puerto de las Baleares, de las diferentes culturas que por la isla han pasado, existe importantes vestigios, especialmente los pertenecientes a culturas megalíticas, Taulas, Navetas, Tofes, etc.

 

    En 1287 la isla fue conquistada por Alfonso III de Aragón (el liberal), entre 1298 y 1343 formó parte del reino de Mallorca, volviendo a manos aragonesas en el siglo XVIII. Durante la guerra de sucesión española, Menorca fue invadida por los ingleses; en 1756 fueron los franceses quienes se hicieron con el control de la isla, posteriormente fue de nuevo ocupada por los ingleses entre 1763 y 1783. Por el Tratado de Versalles (1783) la isla pasó a poder de España, que confirmó su control por el Tratado de Amiens (1802)

 

    Uno de los autores que más extensamente se ocupa de la “gesta” del 25 de Julio, en su obra Ataque y derrota de Nelson en Santa Cruz de Tenerife, que ha servido de fuente primordial para los historiadores que posteriormente se han ocupado del tema, Don Antonio Lanuza Cano, curiosamente al hablar de la vida militar de Don Antonio Gutiérrez (página 70) no hace mención de la participación de Gutiérrez en el asedio a la ciudad de Mahón, y sí a los hechos de Italia, Malvinas y Argel, pero nos dice que en 1784 fue nombrado comandante de la isla de Menorca y gobernador de la plaza de Mahón, sin mencionar su participación en el mencionado asedio.

 

     «...Antonio Gutiérrez, brigadier en 1781, forma parte de la expedición organizada para reconquistar Menorca, empresa para la que se pone en marcha un ejército compuesto por 70 buques y 10.000 hombres de desembarco, mandados por el duque de Crillón, general Luis de Balves, militar francés al servicio de España. Gutiérrez  forma parte de la expedición como experto en operaciones de desembarco... ».  Así se expresa un autor -por otra parte excelente militar- acérrimo admirador del general Gutiérrez según se desprende del contenido de su obra, nosotros nos preguntamos ¿en qué se basa este autor para afirmar rotundamente que Don Antonio Gutiérrez participó en el asedio a la ciudadela de Mahón y además como “experto en desembarcos?”. Lamentamos que el mencionado autor no  aporte ninguna cita documental en la que sostener sus afirmaciones.

 

    Como en el pasaje de las islas Falklan, nos permitimos entresacar algunas líneas del artículo ya mencionado del señor Díaz-llano, quien ilustra acertadamente, la supuesta intervención de don Antonio Gutiérrez González, en la toma de Mahón: «...Por lo tanto, estamos aún por que se descubra qué “relevante” papel desempeñó el repetido D. Antonio Gutiérrez en la conquista de Menorca, toda vez que su nombr,e y por más vueltas que se le ha dado, no aparece por ningún lado: ni en carta, ni en hoja de servicio, ni en parte de campaña alguno.

 

    El Rey de España, por aquel año de 1781, era Carlos III. El soberano conocedor de que sus mandos no eran muy fiables, confiaba mucho más en los franceses que en los suyos propios. De ahí, que sin dudarlo dos veces y haciendo caso a la propuesta que le había hecho el acreditado militar monsieur Louis des Balves de Berton de Crillón, encargó al francés la expedición contra Menorca, seguro del éxito que la misma, y bajo sus ordene, tendría... ».

 

    Como puede observarse, la visión que sobre nuestro biografiado tienen los diversos estudiosos que de él se han ocupado, es bastante divergente, dependiendo de los intereses que impulsen a unos u otros. Es indudable que, los que están animados -cuando no sometidos- a los intereses dominantes, se esfuerzan  por presentarnos la figura del general Gutiérrez, cómo la de un héroe mítico y legendario, quizás impelidos por la necesidad de crear una figura destacada dentro del ejército español, a quien se pueda atribuir una defensa a ultranza del suelo canario, éste tipo de mistificaciones es propio de las políticas coloniales practicadas desde siempre por las potencias europeas en sus colonias, pretendiendo con ello crear en el colonizado un sentimiento de gratitud hacía la presencia militar que le somete, aceptando inconscientemente, una protección paternalista nunca solicitada.

 

     En el ámbito de esta política de dominio, se hace uso, por parte del dominante, de  individuos naturales a quienes sitúan en lugares claves del entramado social de la colonia, y a quienes promueven social, política y económicamente, convirtiéndolos así en fieles servidores de los intereses del colonizador, consiguiendo en ocasiones que éstos lleguen a renunciar a sus orígenes nativos, cuando no, a renunciar a ellos seducidos por las prebendas que reciben del colonizador. Éste estimula así las ambiciones personales del colonizado a cambio de su fidelidad.

 

    Por otra parte, los autores que haciendo uso de su intelecto y raciocinio, pretenden narrar los hechos, con una visión objetiva, tanto de éstos como de las personas que en ellos han intervenido, sin rendir pleitesía y sin ser serviles aduladores del sistema imperante ni de sus fieles seguidores nativos, son perseguidos, calumniados y despreciados, no sólo por el sistema dominante -lo cual en cierta manera es comprensible- sino que lo hacen con mayor saña los canarios que actúan de fieles cancerberos del mismo.

 

LA TOMA DE ARGEL

 

    Hemos dejado para último lugar en estas breves notas sobre la figura de Don Antonio Gutiérrez, la intervención que éste tuvo en el desembarco de Argel, hecho que conocemos por un escrito del propio interesado, único documento que hace referencia a la participación de nuestro biografiado en dicha acción, pues al no haberse encontrado la tantas veces mencionada hoja de servicios, los investigadores no han podido aportar más detalles sobre la participación de Gutiérrez, afortunadamente, no a sucedido así con los continuos ascensos obtenidos por el  general durante su carrera militar, que han podido ser seguidos puntualmente gracias a las aportaciones de diversas fuentes documentales consultadas por los mencionados investigadores.

 

    Argel fue y -sigue siendo- el principal puerto del noroeste africano, situado a 36º 46´N. Y 3º  02`E. En el 1200 a .C.) los fenicios que ya habían fundado establecimientos comerciales en la bahía de Argel, contaban con una factoría en la zona. Al finalizar las guerras Púnicas, ( 146 a .C.) la ciudad quedó integrada dentro del imperio romano, y pasó a llamarse Icosium, hasta que en 422 fue  conquistada por los vándalos  dirigidos por su rey Genserico. Más tarde cayó en poder de Bizancio, para en el 650 pasar a manos de árabes.

 

      La actual ciudad fue fundada por los Beréberes (Mazihgios), durante los siglos siguientes estuvo alternativamente en poder de árabes y Mazihgios, pueblo éste último que dirigidos por los árabes, ocuparon la península Ibérica y parte de la actual Francia. En 711, liderados por el mazihgio Tariq ibn Ziyad derrotaron al rey de los visigodos Rodrigo en la batalla de Guadalete, lo que supuso el fin del reinado visigodo en la Península Ibérica. El pueblo mazigio aportó a los habitantes de la actual España importantes conocimientos en arquitectura,  Ingeniería, literatura, medicina y filosofía, agricultura y en general todas las ciencias que, hicieron posible que en la Península Ibérica se alcanzara un desarrollo cultural y material, como jamás volverían  a obtener durante toda la baja edad media. Como legado de esta época aún existen en  España, infinidad de monumentos que se salvaron de la barbarie cristiana, además de una riquísima toponimia en su mayoría de origen mazigio, y que algunos autores pocos informados presumen que son de origen árabe, cuando realmente son relativamente  pocos los que tienen esa procedencia, predominando en la mayor parte de la Península Ibérica la toponimia de origen “beréber”.

 

    En 1510, los españoles conquistaron Argel, y fortificaron el islote que se extiende frente al puerto conocido como el Peñón. En 1518 los habitantes de Argel expulsaron a los españoles y proclamaron su inclusión dentro del Imperio otomano. Con los otomanos se crea la capital de la costa de Berbería (Amazike), alcanzando un notable desarrollo como puerto base de las flotas corsarias que, como defensa ante las continuas correrías de los europeos; Ingleses, franceses, españoles y portugueses, por las costas africanas, para la captura de esclavos, tanto negros como berberiscos, y la rapiña a que eran sometidos sus ciudades y poblados costeros, se vieron obligados a crear.

 

    Posteriormente, estas flotas alcanzaron el poderío suficiente para devolver las visitas a los reinos europeos y perturbar el comercio entre ellos e incluso, con el “nuevo Mundo”, manteniendo el dominio de esta parte del Océano durante más de trescientos años.

 

    España, país que nunca supo sostener una política amistosa con los países vecinos del continente africano, y que las únicas relaciones que mantenía con estos eran las de explotación de sus recursos humanos y materiales, se sentía herida en su orgullo imperial, por el continuo azote que suponía para su comercio marítimo el ataque de los navíos argelinos. Y como no hay peor cuña que la del mismo palo, en 1775 el rey de España decide llevar a cabo una “acción de castigo” contra el rey de Argel, por instigar éste -según la corona española -al sultán de Marruecos a sitiar las colonias españolas de Ceuta y Melilla. 

 

    Para este fin se organiza una fuerte expedición compuesta por 20.000 hombres, y como el rey español continua confiando poco en sus generales, cede el mando de la misma al general irlandés O´Reilly. El 7 de Julio llega la expedición a Argel, y con ella el coronel Gutiérrez.

 

    El plan de ataque ideado por el general O´Reilly y su estado mayor, resulta desastroso, como desastroso es el material artillero con que van equipados los expedicionarios, hecho que es frecuente en los ejércitos reales españoles de la época, que jamás contaron con un material bélico acorde con las empresas que se les ordenaba acometer, no sabemos si por falta de libramiento de los fondos adecuados o porque éstos no llegaban a cumplir sus fines, tras recorrer una amplia escala descendente de generales, jefes y oficiales, además de las correspondientes escalas burocráticas

 

    El ataque español es rechazado, sufriendo cuantiosas pérdidas, siendo un día de luto para la infantería española que deja en el campo de batalla 527 muertos y 2.000 heridos, entre ellos el coronel Gutiérrez, que sufrió heridas de consideración conforme el mismo afirma en un escrito dirigido al rey en solicitud de una gracia.

 

    En 1816 una armada coaligada de holandeses y británicos, consiguió destruir casi por completo a la flota argelina, pese a lo cual la ciudad continuó siendo una base de corsarios.

 

    Los franceses, cansados de la competencia de los corsarios argelinos, atacan a la ciudad en 1830 conquistándola, y para asegurarse la tranquilidad en la navegación de sus barcos, decide apoderarse del resto del país, al cual mantuvo como colonia hasta 1962, fecha en que, tras arduas luchas, el pueblo argelino conquistó su independencia.

 

    Del periodo de gobierno en Canarias de don Antonio Gutiérrez, pocos datos han llegado hasta nosotros, quizás por estar recogidos en las últimas páginas de su expediente militar que, como se ha dicho, no ha sido  encontrado hasta la fecha.

 

    Don Agustín Millares Torres, en su obra Historia General de las islas Canarias, en el volumen 4, página 98, nos ofrece una breve reseña de una visita realizada por el general a isla de Gran Canaria redactada en los términos siguientes: «Hallábase desde el 30 de Junio en Tenerife el mariscal de campo Don Antonio Gutiérrez, anciano de buena voluntad, incapaz de desempeñar en época tan borrascosa el difícil cargo de comandante general. Habíase trasladado en octubre a Las Palmas para tomar allí posesión de la presidencia del Real Acuerdo y revisar sus milicias, volviendo a Santa Cruz sin detenerse a examinar el ruinoso estado de las defensas de aquella antigua capital ni de poner a cubierto la isla de una repentina sorpresa».

 

    Don Antonio Rumeu de Armas, prolífero autor, y uno de los más significados investigadores canarios de los últimos tiempos, capaz, con su prosa, de describir el disparo de un cañón ocupando en ello cuatro folios, al tratar de la figura  de nuestro biografiado en su grandiosa obra Canarias y el Atlántico Piratería y Ataques Navales ocupa poco más de un folio sobre nuestro personaje, después de realizar una forzada defensa ante quienes tachan al general de “poco versado en asuntos de armas” y de ser “débil e irresoluto ante el peligro” o de “falta de serenidad en los críticos momentos de la lucha” además de estar poseído del “aturdimiento propio de un bisoño”. Termina nuestro Catedrático su defensa del general con las siguientes palabras:

 

    «...No quiere decir ello que rompamos lanzas por la pericia militar de Gutiérrez, cuya carrera militar es en parte todavía una incógnita,». Como vemos hasta este ilustre catedrático e historiador de acrisolada españolidad, mantiene sus reservas en cuanto a la pericia militar del general.

 

    El señor Lanuza Cano en su obra citada, al hablarnos de la vida doméstica y económica de Don Antonio Gutiérrez, nos dice que los ingresos percibidos por el general en concepto de sus sueldos y emolumentos sumaban la cantidad de unos 8.000 reales al mes, según consta en recibos que figuran en su testamento, los gastos fijos para el mantenimiento de su casa sumaban la cantidad de 12.000 reales mensuales, supone el mencionado autor que las propiedades que poseía el general en España, era suficientes para, con sus rentas, completar los reales que faltaban para mantener el tren de vida que llevaba Gutiérrez. Los bienes que Don Antonio poseía en España, no figuran relacionados en la trascripción que del testamento nos ofrece este autor, en contraposición con la detallada lista que de las pertenencias del fallecido general nos aporta, en que, incluye hasta el número de criados que atendían al general. Por considerarlo de interés para un mejor conocimiento de la vida doméstica de los poderosos de la época, transcribimos los nombres y situación de la servidumbre de Don Antonio, mantenía en su casa de la Santacrucera calle de San José número 27, viviendo bajo su mismo techo:

 

    Mayordomo, Juan Calveres; su esposa, Catalina de Frontera, y los hijos de este matrimonio, Nicolás, Juan y Tomasa. El sueldo de Calveres era de ocho pesos al mes.

 

Criados: Antonia Ramos, José Busaire, con su esposa, Antonia Catalá, y sus hijos, Francisco, José y Diego. José Busaire cobraba lo mismo que Calveres, Antonio Felipe, Andrés Chavez, Bernardo de Mesa y Juan Toledo. Ejercía el cargo de amanuense Matías de Diego. Sus sueldos eran: cuatro pesos y medio, dos pesos y medio, veintitrés reales de vellón, veinticuatro reales de vellón, al mes, respectivamente. El amanuense cobraba cuatro pesos, y el ayuda de cámara Antonio Puñan, cobraba cinco pesos mensuales. 

 

    No cabe duda que, tal como expone el Sr. Lanuza Cano, el general Gutiérrez vivía como un gran señor del siglo XVIII. Ignoramos como hemos dicho, la cuantía de las posesiones que Gutiérrez tenía en España, las cuales debían ser muy importantes para poder sostener con sus rentas el nivel de vida que disfrutaba el comandante, máxime si se tiene en cuenta que en su testamento pide que no se pida cuentas a su hermano Don Pedro, de la administración de sus vienes en España, además el general había librado, poco antes de su fallecimiento, importantes cantidades de dinero a su hermano en beneficio de sus sobrinos Don Francisco y Don Pedro Gutiérrez.

 

    Queremos creer que el señor Lanuza, peca de ingenuo al pensar que el general Gutiérrez hacía uso de su peculio personal para sustentar el nivel de vida que su cargo y la sociedad colonial en que se desenvolvía le exigía, pues -al fin y al cabo- era el representante del monarca español en la colonia.

 

    Los comandantes generales, como autoridades máximas en las islas, al margen de sus sueldos oficiales, gozaban de ciertas prerrogativas y permisiones que la tolerancia y la complicidad llegaron a institucionalizar, no siendo infrecuente que los comandantes generales, haciendo uso de la autoridad absoluta de que estaban revestidos por la metrópoli, fiscalizaran la economía de las islas, en nombre del rey de España pero casi siempre en beneficio propio.

 

    La presión económica ejercida por los capitanes generales era dirigida especialmente hacía el comercio de importación e exportación, principal fuentes de ingresos en las islas, esto motivó que  éstos fijaran su residencia en el puerto y no en su sede oficial en la ciudad capital de la isla (después de todo el país) La Laguna. La voracidad de estos y otros altos empleados no  tenía limites, de ello existen innumerables ejemplos recogidos en la historiografía insular, muchos de los abusos cometidos por estos empleados acabaron en determinadas ocasiones con la paciencia de los pueblos, dando lugar verdaderos alzamientos armados contra las actitudes tiránicas, los cuales -como es habitual en toda situación colonial- fueron brutalmente reprimidos aplicándoseles una represalia nada acorde con los hechos y, como siempre, sin tener en cuenta los motivos que los originaron.

 

    Fue común, en las épocas de que nos ocupamos, el gobierno despótico por parte de los comandantes generales, quienes grababan a su antojo aquellas actividades comerciales o de cualquier índole que pudieran reportarles pingüe beneficios, sin que en estas ocasiones entrasen a valorar en exceso la honestidad o el honor.    Como ejemplo  aportamos una lista de cobros ilegales que se practicaba en el puerto de Santa Cruz por esa horda de voraces funcionarios enviados por la corte  y que sangraban a las islas.

 

    En las juntas del Consulado de Indias celebradas el 27 de abril y el 3 de julio de 1792, se expone que los dueños o administradores de las embarcaciones que van a América, en cada una de sus expediciones contribuyen, más o menos, según los informes obtenidos con las partidas siguientes:

 

   Al comandante general que da la licencia de zarpar,  100 pesos

   Al juez de arribada que expide el pasaporte, 100 pesos

   Al escribano de dicho juzgado, 40 pesos

   Al amanuense del escribano y otros subalternos, 20 pesos

   Por fianza de registro, 11 pesos

   Al guarda mayor de indias y a su hijo, 55 pesos

   Por reconocimiento de carena, fondeo o visita de suficiencia que hace el capitán de mar, 10 pesos

   Al calafate y carpintero que realizan  el reconocimiento, 5 pesos

   A la lancha que transporta a los anteriores, 5 pesos

   A dos guardas del juzgado de arribada, que al salir la embarcación se presentan a bordo so pretexto de          reconocer a la tripulación y pasajeros, 12 pesos

   Al escribano de arribada cuando la embarcación retorna de América, 10 pesos

 

    Las cantidades citadas ascienden a trescientos cincuenta y ocho pesos, a la que se agregan 200 pesos que se reparten entre el juez de arribada y su escribano por razón de las licencias de embarque que conceden a los pasajeros, de cuya clase van en cada embarcación entre unas y otras hasta el número de cuarenta contribuyendo cada uno con cinco pesos para obtener su respectiva licencia. Sobre el abuso de estas imposiciones, tan notorias y censurables no cesan de clamar privadamente los expedicionarios a las América. Varían dichas gabelas en la cantidad según el porte de los buques, condescendencia de sus dueños o administradores y otras circunstancias.

 

    Esta explotación ilegal se estuvo practicando hasta que los perjudicados pudieron hacerse oír en la corte española, y al fin en la junta del consulado de 30 de julio de 1793, se leyó una real orden de 12 de Junio del mismo año, por la que se mandaba al comandante general (Gutiérrez) y al juez de arribadas de las islas que cumplan la severa prohibición de cobrar en adelante a las embarcaciones que se despachen para América ninguno de los derechos que se habían introducido abusivamente y en contravención del Reglamento de comercio libre. Los altos empleados no sólo intervenían en el comercio legal, sino que además participaban en el de esclavos, contrabando, presas de corsarios y piratas, venta de empleos civiles y militares, y en general en cualquier actividad que les reportara dinero fácil y rápido valiéndose impunemente de métodos que hoy calificaríamos de prevaricación, uso de información privilegiada y cohecho.

 

    Como podemos ver, si el señor Lanuza hubiese tenido conocimiento de estos y otros pormenores de los empleados del rey Carlos IV en su colonia Canaria, habría comprendido que el general -así como otros anteriores y posteriores- no precisaban hacer uso de los réditos de sus posibles posesiones en España, para vivir «como grandes señores del siglo XVIII,» o de cualquier otro.

 

    Don Antonio Gutiérrez falleció en Santa Cruz de Tenerife, el 14 de mayo de 1799, y fue enterrado al día siguiente en la Parroquia de La Concepción de dicha ciudad.

 

 

Diciembre de 2011.

 

Ilustración:  

Don Antonio Miguel Gutiérrez, retrato de Don Luis de la Cruz , hecho en el Puerto de la Orotava en 1796.