Josep
María Antentas *
El 27S confirma el terremoto a cámara lenta que ha sacudido
la sociedad catalana en los últimos cuatro años, zarandeada por las políticas
de austeridad y la explosión del 15M primero, y por el movimiento
independentista después. El sistema de partidos tradicional estalló. Y de las
urnas sale una hoja de ruta que muestra que lo que está por venir será igual o
más profundo que lo que aconteció.
Junts
pel sí, refundación de Convergencia y aspiraciones unitarias
Junts pel Sí consigue un buen resultado, 1.616.962 votos (39’6%) y 62 diputados (aunque por debajo de la suma de CiU y ERC en 2012: 1.614.383, 44’4% y 72 diputados), suficiente para asentarse como la fuerza dominante clara del panorama político catalán.
En términos porcentuales su resultado es ligeramente superior del obtenido por
Mas en 2010 (38’47%) e inferior a los obtenidos por Convergencia i Unió en
1984 (46’8%), 1988 (45’7%), 1992 (46’1%), 1995 (40’95%), aunque en términos
de votos es el más alto jamás obtenido por una fuerza ganadora (1.346.729 en
1984, 1.232.514 en 1988, 1.221.233 en 1992, o 1.198.010 en 2010).
Junts es
una alianza desigual entre Convergencia y ERC, bajo el liderazgo de la primera,
avalada por las organizaciones sociales impulsoras del proceso independentista,
ANC y Omnium. Su creación marcó la culminación de los esfuerzos de Mas para
forzar una lista “unitaria” con ERC, y asegurándose su continuidad en la
presidencia de la Generalitat. Es el resultado directo del desasosiego del
independentismo tras las tribulaciones posteriores el 9N y, sobretodo, del
fantasma de una posible victoria de una eventual Catalunya en Común en la
estela de Barcelona en comú, cuyo triunfo rasgó todo el relato oficial de la
política catalana.
En
el seno de Junts coexisten
dos proyectos en tensión. De un lado, la pretensión de la derecha catalanista
de refundar su espacio político cabalgando sobre el proceso independendista,
una vez agotado históricamente el instrumento Convergencia, construyendo un
nuevo partido “nacional” transversal que se convierta en el pivote central
de la política catalana. Del otro lado, la voluntad de ERC, ANC y Omnium de
articular una lista unitaria que garantizara una mayoría independentista para
proseguir el proceso de ruptura con el Estado. Son dos objetivos estratégicos
distintos, pero no contrapuestos, de los cuales el primero actúa como
vampirizador del segundo.
Aunque Junts
pel Sí sea la herramienta
que garantiza la continuidad de Mas al frente de la Generalitat y del proceso
independentista (sin controlarlo enteramente, más bien a modo de un surfero sin
el cual cae la tabla pero que no controla las olas que la impulsan), expresa a
la vez las sinceras aspiraciones unitarias de mucha gente que buscaba una
traslación unitaria político-electoral del clamor expresado en las cuatro
grandes movilizaciones del 11 de Septiembre desde 2012 en adelante. Junts
pel Sí recoge el impulso
del movimiento ciudadano por la independencia y ofrece una hoja de ruta que
aparece verosímil para el grueso de la base social mayoritaria del
independentismo. Existe, sin embargo, una lacerante contradicción entre las
esperanzas de la base popular y ciudadana de Junts
pel Sí y la supeditación
de su proyecto estratégico a una agenda neoliberal estricta. Ahí hay una
brecha donde clavar la punta del cincel para sacar a la luz las inconsistencias
de su planteamiento.
Los
bailes del PSC
El
27S confirma la pérdida de centralidad del PSC, cuyo declive histórico es una
tendencia de fondo fruto de su falta de credibilidad tanto en el terreno
nacional como en el social, tras las dos legislaturas de gobierno Tripartit en
Catalunya (2003-2010) y los dos gobiernos Zapatero (2004-2011). Sin embargo,
consiguió estabilizar su caída y remontar hacia arriba tras estar al borde de
una “pasokización” irreversible, de caer estrepitosamente a la lona
noqueado por el 15M y el proceso independentista, bajo el “liderazgo”
inconsistente de Pere Navarro (noviembre 2011-junio 2014). Pero sus 520.000
votos (12’7%) y 16 escaños, aún siendo los peores de su historia e
inferiores a los de 2012 (523.333 votos, 14’6%, y 20 diputados), muestran que
parece haber tocado suelo y que conserva resortes sobre los cuales intentar
levantarse e ir hacia arriba. Su resultado es un éxito visto las perspectivas
iniciales y da aires al PSOE de cara las inminentes generales. Lo más
importante para Iceta: haber ganado a Catalunya sí que es Pot. Un elemento
decisivo para garantizarse un rol visible en la próxima legislatura. Otra vez,
como en todas las comunidades autónomas el pasado 24 de Mayo, Podemos queda por
detrás del PSOE. Un torpedo directo a su hipótesis de victoria electoral rápida
frente a las cenizas de los partidos del régimen.
Sin
duda, el PSC ha sabido aprovecharse de la pérdida de empuje de Podemos a escala
estatal desde enero de este año y de la incapacidad de Podem para contrarestar
en clave catalana dicha situación y para cabalgar sobre la victoria de
Barcelona en Comú el 24 de mayo, así como de las habilidades del candidato
Iceta para conseguir, combinando bailes (¿populistas?) y buenos recursos
oratorios, meterse inesperádamente en la campaña. De aparatero gris a simpático
John Travolta, Iceta se ganó durante la campaña el lugar bajo el sol que otros
no pudieron tener, vendiendo una fiebre
del sábado noche suficientemente
animada para transmitir ilusión a los suyos y suficientemente calmada para
atraer a una parte del electorado no polarizado por el debate independentista.
El
fiasco de Catalunya sí que es Pot
Sin
margen para la discusión, Catalunya
sí que es Pot (CSQP) ha
sido la gran damnificada de estas elecciones. Entre las expectativas iniciales
de reeditar un éxito similar al de Barcelona
en Comú y los resultados
obtenidos, 364.823 votos (8’9%) y 11 diputados, el contraste es sangrante. Y,
simbólicamente, su debacle ante un PSC hundido hace unos meses es decisiva. La
permanente reducción de horizontes que ha supuesto su campaña tiene pocos
precedentes. Si el mapa dibujado tras las elecciones municipales podía hacer
imaginable convertir el 27S en Pesadilla
en Mas Street al final nos
hemos encontrado en un “sí se puede” Desaparecido
en Combate(¿se acuerdan de Chuck Norris en su papel de Rambo de serie B?).
Muchas son las razones de este completo descalabro y ellas se entrecruzan no
siempre de forma coherente:
Primero,
CSQP fue víctima de su propio fantasma y la amenaza de que se acabara
constituyendo una candidatura en la estela de Barcelona en Comú precipitó la
conformación de Junts
pel Sí. Ello modificó completamente el panorama político, haciendo
impensable la idea de una posible victoria del “sí se puede”, que perdió
automáticamente la capacidad de convertirse en un imán”’atrapalotodo”
donde se concentraran las expectativas de cambio social ante la Catalunya de
Mas. Se generó un efecto desmovilizador en cadena, y una fuga centrífuga de
votos potenciales hacia Ciutadans y PSC por un lado, y la CUP y Junts
pel sí por el otro. De
“núcleo irradiador” (utilizando uno de los términos manejados por Iñigo
Errejón) de un proyecto hegemónico, pasó a ser un colador agujereado
desgarrado por dinámicas opuestas en diagonal. Y perdió un pulso decisivo con
el PSC.
Segundo,
CSQP se configuró como un acuerdo por arriba entre partidos (uno nuevo pero en
fase declinante y sin una estructura consolidada, Podem; otro antiguo, ICV, con
una fuerte estructura y aparato, pero ya apenas sin peso electoral), con la
letal fotografía entre Pablo Iglesias y Joan Herrera como evento fundacional,
sin generar ningún tipo de dinámica popular-ciudadana. Justo el reverso de lo
que había sido Barcelona
en Comú (lo que no quita
reconocer que su campaña ha movilizado a un sector importante de la sociedad,
como lo refleja el éxito numérico de muchos de sus actos). El descuelgue del
Procés Constituent y la no
implicación de Barcelona en
Comú representaron la
puntilla para el proyecto en ciernes. Por supuesto, las limitaciones de ambos
actores (la poca cohesión interna en el caso del Procés,
y el cansancio tras la resaca de las municipales y de la asunción del gobierno
municipal en el caso de Barcelona
en Comú) pueden explicar parcialmente su ausencia en el intento de
configurar una candidatura del “sí se puede” para el 27S. Pero la
responsabilidad fundamental recae en el estilo aparatero de la propuesta
encabezada por Podemos e ICV, que empujó hacia afuera a los dos actores que
hubieran podido dar un cambio cualitativo al proyecto. Ambos partidos
sobrevaloraron su propia fuerza y se negaron a reconducir el proceso para
facilitar la incorporación de Procés
y Barcelona en Comú.
Definitivamente, lo que arrancó a finales de julio bajo el nombre de Catalunya
sí que es Pot tenía ya muy poco que ver con el fantasma, tan esperanzador para
algunos como amenazante para otros, de la Catalunya en comú que recorrió la
vida política catalana tras el 24 de mayo. ¿Intentar proseguir la dinámica de
cambio de las elecciones municipales sin el apoyo de Barcelona
en comú? ¿Pretender tener credibilidad en el terreno soberanista sin el
respaldo del Procés
Constituent? Misión
Imposible. Aunque Tom Cruise ha protagonizado con éxito las cinco películas
de la saga, Catalunya sí que es Pot se ha estampado en la primera. No conviene,
pues, que se prodigue en el intento. Ya se sabe que en las pelis
de Hollywood todo es posible. En ellas siempre sí se puede… aún en los
contextos más inverosímiles.
Tercero,
la polarización entorno al debate sobre la independencia ha sido letal para
CSQP. Ella favorece a Junts
pel Sí, a la CUP, y a Ciutadans. CSQP aparecía en tierra de nadie en este
debate, con una posición no siempre distinguible del PSC (a pesar de ser muy
diferente). Las pretensiones inciales de Podemos de desbordar el marco del
debate independentista no sólo no se cumplieron. Sino que Podemos fue
desbordado por el marco que pretendía rebosar. El desbordador desbordado. De
patear el tablero a ser pateados por el mismo. La espiral en negativo para CSQP
ha sido infernal. El no tener un discurso serio sobre el proceso
independentista, le impide discutir con su base social de izquierdas ligada a la
CUP y a ERC. Al carecer de un discurso españolista claro, no puede competir con
Ciutadans. Y al no poder generar una dinámica ganadora, una parte de su voto
vuelve hacia el PSC. Se le abre la base social bajo los pies. Ello sólo habría
podido solventarse con la capacidad de poner sobre la mesa otro eje de debate en
el que CSQP hiciera de campo atractor, y al mismo tiempo ofrecer una propuesta sólida
en el eje nacional, como la firme defensa de un proceso constituyente catalán
no subalterno a dinámicas estatales, que recogiera buena parte de las
aspiraciones de la base social independentista. Aunque en su manifiesto
fundacional CSQP reivindicaba un proceso constituyente catalán no subordinado y
el horizonte de una República catalana cuyos vínculos finales con el Estado
español permanecieran abiertos, su discurso de campaña obvió por completo
dicho planteamiento, centrándose en la lucha por un referéndum vinculante. Una
propuesta carente de credibilidad y que es percibida como un frenazo impotente a
cualquier proceso de ruptura institucional, y no como una reformulación
distinta, más amplia, del proceso de ruptura que plantea el independentismo.
Conviene
señalar, sin embargo, que las insuficiencias de Catalunya sí que es pot en su
discurso soberanista, si bien son fruto en primera instancia de las decisiones
programáticas adoptadas por las fuerzas que integran dicha candidatura,
expresan lo que piensa gran parte de su base social y electoral. Y ello es, a su
vez, el talón de Aquiles del independentismo y del conjunto de la izquierda
catalana. Es un problema para el primero, porque sin el apoyo de la base social
del “sí se puede”, su mayoría será siempre ajustada, y lo es para la
segunda, porque al quedarse fracturada entre una posición minoritaria dentro
del independentismo y una posición minoritaria exterior al mismo, no consigue
articular un espacio que pueda postularse de forma creíble como alternativa con
vocación mayoritaria. No preocuparse por este escenario y tirar hacia adelante
olvidando la base social del “sí se puede” es un error casi simétrico al
de adaptarse sin complejos a dicha situación, aguando el perfil nacional hasta
reducirlo a una defensa de un derecho a decidir abstracto y sin contenido
sustantivo. El pésimo enfoque de CSQP respecto a su relación con el proceso
independentista no debería hacer olvidar las complejidades estratégicas de la
cuestión.
La
combinación entre la dependencia respecto a Pablo Iglesias para movilizar al
electorado y la ausencia de referentes catalanes fuertes de la propia
candidatura, impidió que CSQP hiciera la síntesis necesaria para articular a
su heterogénea base social en lo que al proceso independentista se refiere.
Iglesias, si bien consigue movilizar a un público amplio fiel, en esta campaña
ha parecido Lost in
Translation, con patinazos de manual como la llamada al voto de “los
catalanes que no se se avergüenzan de tener padres andaluces o abuelos extremeños“.
Desde las innecesarias críticas a David Fernández en diciembre de 2014 hasta
ahora, han sido ya demasiados los tropiezos de Iglesias con la misma piedra, el
proceso independentista, con el resultado patente de la visible y creciente
erosión de su imagen. La paradoja de la política catalana es que en ella
faltan voces claras en el rechazo a Mas por el flanco izquierdo como las del
propio Iglesias. Pero precisamente, lo que el líder de Podemos no parece
entender es que la credibilidad de su virulento y correcto discurso anti-Mas se
ve lastrado mortalmente precisamente por su falta de credibilidad en la defensa
de los derechos nacionales de Catalunya.
Tras
su irrupción en la política, Iglesias se convirtió en una de las bestias
negras delestablishment catalán.
Y no por el hecho de no ser independentista, pues Rajoy y Sánchez tampoco lo
son y más que temor, despiertan desprecio y burla. Iglesias genera inquietud
porque propone un proyecto de cambio político y social que no pasa por la
independencia, y esto pone encima de la mesa preguntas incómodas que el grueso
del movimiento independentista no ha querido o sabido responder. Por ello, en
alguien que se sabe examinado hasta la lupa, las reiteradas muestras de
desconocimiento de la realidad catalana y de sus complejidades constituyen un
error de bulto difícil de entender. Iglesias sale de Catalunya empantanado a más
no poder en su ruta hacia las generales, en la que está obligado a generar un
imperativo revulsivo para remontar el vuelo a escala estatal.
Éxitos
electorales y límites estratégicos de la CUP
En
términos electorales, la CUP es una de las fuerzas ganadoras de la noche, con
335.520 votos (8’21%) y 10 escaños (126.435, 3’48% y 3 diputados en 2012),
creciendo en base al electorado de ERC que no quiso votar a una lista con Mas, a
nuevos electores y a quienes se sintieron insatisfechos con las debilidades de
discurso, radicalidad y estilo de CSQP.
Su
entrada en el Parlament en
2012 fue una de las primeras señales de que se estaba abriendo un nuevo ciclo
político, tras el estallido del 15M y el proceso independentista, en el que había
espacio para los partidos que jugaban fuera de las normas. El parlamentarismo
rupturista practicado en estos tres años con David Fernández al frente
visibilizó otro estilo y práctica. En términos estratégicos, la CUP presentó
sin embargo tres límites: primero, la política de mano tendida en lo nacional
y puño cerrado en lo social separó demasiado ambas esferas, renunciando a
pelear de forma real para introducir en el relato y la estrategia del grueso del
movimiento independentista la idea de que un proceso de independencia requería,
para articular una mayoría lo más sólida posible, introducir un plan de
emergencia anti-crisis y anti-corrupción. Segundo, quedó demasiado atrapada en
el marco discursivo del proceso independentista y en su escenificación política
(acuerdo para la pregunta del 9N, firma de su convocatoria, celebración del
9N…). Si ello fue paradójicamente decisivo para el aumento de sus
expectativas electorales tras el 9N a cosa en especial de ERC, también la cortó
de parte de la base potencial de Podemos no independentista, respecto a la cual
nunca tuvo una política ofensiva clara. Tercero, mantuvo una concepción lineal
y autoreferencial de la construcción de la “unidad popular”, siendo muy
refractaria a toda política de alianzas en la que no tuviera un rol hegemónico
claro y a plantear una estrategia de confluencia, sobre bases de ruptura, con el
resto de fuerzas de izquierda imprescindible para articular mayorías de cambio.
Conviene
entrecruzar la política de CSQP y la de la CUP y los límites estratégicos
respectivos pues, si bien la primera sale del 27S fracasada y la segunda
reforzada, es en las insuficiencias de los planteamientos de ambas donde recae
la responsabilidad de que el gran terremoto que ha sacudido a Catalunya en los
últimos años no haya permitido la cristalización de un polo rupturista con
incidencia decisiva en la vida política catalana. Los planteamientos
rupturistas han ganado posiciones, que duda cabe, desde 2012 en adelante, pero
no en la medida de lo posible y lo necesario.
El
No apocalíptico del PP y el españolismo neoliberal con estilo de Ciutadans
El
No, ya fuera en boca del PP, de Ciudadanos, de Felipe González, o del poder
financiero, sólo vendió miedo, reificación del orden institucional y aceptación
de los dictados imperiales de la geopolítica mundial. Su combinación entre un
improvisado discurso apocalíptico y las contradicciones chapuceras de sus
portavoces (corralito sí, corralito no), sirve para movilizar a una parte del
electorado y mantenerlo en tensión. Pero no es capaz de ofrecer ningún
horizonte alternativo creíble.
Garcia
Albiol, a pesar de ser convincente en su papel de autoritario jinete del
apocalipsis, poco ha podido hacer para contener la sangría de su partido, igual
de asociado a la corrupción y a los recortes que a la defensa de la unidad de
España. El PP no puede competir con Ciutadans, que es capaz de vestir su españolismo
neoliberal como un proyecto de renovación y de defender la “unidad de la
patria” sin parecer abiertamente reaccionario. No por previsible, el mal
resultado del PP, 347.758 votos (8’5%) y 11 diputados (frente a los 471.681,
12’98% y 19 escaños de 2012) debe dejar de ser señalado. Rajoy sale, una vez
más, debilitado de las urnas y del embate catalán.
A
menudo, de Ciutadans sólo se percibe en Catalunya su españolismo. Pero no hay
que olvidar su carácter de partido neoliberal, pro-business y
fiel amigo del Ibex 35. Su ascenso y ascendencia entre un sector de la clase
trabajadora implica una involución de su consciencia política en un doble
sentido, en el terreno de la identidad nacional y en el terreno del modelo
social. Con su destacado segundo puesto, 732.147 votos (17’9%) y 25 diputados
(275.007, 7’57% y 9 escaños en 2012), Ciutadans sale del 27S propulsado hacia
las generales, en las que podrá presentarse como el principal adversario del
independentismo en Catalunya y tras haber conseguido una importante victoria
simbólica sobre Podemos.
Retos
poliformes
Se
abre un inestable escenario. Las fuerzas independentistas han obtenido una
relevante mayoría de escaños (62 +10=72), aunque no en votos (47’8%). Su número
absoluto, 1.952.482 es ligeramente superior al del sí-sí en la Consulta del
9N, 1.897.274 (aunque ahí podían votar los mayores de 16 años). Ello muestra
la masividad del sentimiento independentista, pero también un estancamiento
relativo de su base social, y los límites de la política del “primero la
independencia y después todo lo demás” que ha constituido el eje estratégico
principal de la Assemblea
Nacional Catalana (ANC).
Pero las diferencias entre Junts
pel sí y la CUP-Crida
Constituent hacen prever
una mayoría parlamentaria inestable y llena de contradicciones. La CUP deberá
afrontar la relación con Junts
pel Sí desde una correlación
de fuerzas muy desfavorable. Sus pretensiones de no investir a Mas formuladas
durante la campaña serán muy difíciles de materializar. Cuesta imaginar
dentro de Junts pel Sí una
rebelión de Romeva, Junqueras y Forcadell contra el todavía president.
Los precedentes en la política catalana no invitan a pensarlo.
En
el horizonte inmediato, se vislumbra un escenario de confrontación inédita
entre las instituciones catalanas y las del Estado, del que no cabe esperar ningún
comportamiento democrático a corto plazo. Y, en la confrontación entre un
movimiento democrático (al margen de las insuficiencias que tenga) y un Estado
y un régimen cuyos déficits saltan a la vista, no hay duda sobre en que lado
hay que estar en los momentos decisivos. Catalunya
sí que es Pot debería
tenerlo bien presente. Del frente del No sólo se deriva miedo y ley
y orden. El bloque del “sí” abre posibilidades y trae el germen de la
esperanza, aunque lleva en su seno un defecto de fábrica, la hegemonía de la
derecha neoliberal en su seno, que amenaza en permanencia en ahogar todos los
sueños que masivamente muchos catalanes depositan en la independencia y
reconducirlos hacia un proyecto neoliberal autóctono que vacía la soberanía
desde dentro. La CUP-Crida Consituent no
debería olvidarlo.
Las
fuerzas de izquierda rupturista tendrán un número importante de escaños, pero
globalmente están muy por debajo de lo que hubiera sido posible en caso de
haber tomado otras sendas. Había otras posibilidades. Otros desvíos en el
camino. Quizá más arriesgados. Quizá más complejos. Un triple reto aparece
encima de la mesa: derrotar al Estado en su confrontación autoritaria con el
movimiento independentista, desbordar la agenda de éste introduciendo la
propuesta de un proceso constituyente popular y participativo y un plan de
emergencia social ante la crisis que ayude a reformular los términos del
debate, y articular un nuevo proyecto, atractor de un amplio espectro social y
articulador un bloque mayoritario, y que encarne otro modelo de Catalunya
distinto al de Junts pel Sí.
*Fuente:
blogs.publico.es/2015/09/28/