«:» Pedro Canales
Del
mismo modo que llegó al poder, se ha marchado: furtivo, escondiéndose,
amparado en las sombras proyectadas por la noche colonial. Blaise Compaoré llegó
al poder tras el zarpazo llevado a cabo contra Thomas Sankara, presidente de
Burkina Faso en los años 80, que concluyó con su muerte en aquella madrugada
trágica del 15 de octubre de 1987. 27 años más tarde, el ‘camarada’
Compaoré transformado en ‘golpista’ ha sido arrancado del cómodo sillón
presidencial por la revuelta popular y el clamor profundo de una juventud harta
de corrupción, de clientelismo, de nepotismo y manipulación de la metrópoli,
con un “¡Basta ya!”, “Compaoré, dégage” (“Compaoré, lárgate”),
señal inequívoca de una ‘Primavera Africana’ en ciernes. 27 años después
el capitán Thomas Sankara ha tomado su revancha; la juventud burkinabé le ha
rehabilitado, rindiéndole a su modo un homenaje póstumo. Ni el gubernamental
CDP (Congreso por la Democracia y el Progreso), un partido hecho a medida para
el presidente tras el golpe de Estado contra Sankara, ni los partidos de la
oposición de carácter socialdemócrata y liberal, ni siquiera los pequeños
grupos radicalizados de estudiantes e intelectuales, vieron venir la ‘revuelta
popular’ que ha acabado con el reino ‘brezneviano’ de Blaise Compaoré.
Represión
policial
Sin
embargo, los antecedentes de protestas y movilizaciones se remontan hasta
comienzos de su jefatura. En el primer decenio de poder de Compaoré, la represión
policial y los asesinatos de opositores, crearon un clima de terror que impidió
las movilizaciones de calle. Pero a partir de finales de los 90, los estudiantes
de la Universidad de Ouagadougou comenzaron a invadir el campus y manifestarse
contra las condiciones socioeconómicas, la carestía de la vida y la falta de
recursos académicos. Las revueltas terminaron en disturbios, y en junio de
2008, se produjo la primera gran huelga general de la Universidad, reprimida sin
piedad por las fuerzas antidisturbios. El que otrora fuera presidente popular,
decretó la supresión de becas, de comedores universitarios, y mandó cerrar
las residencias estudiantiles. Tres años después, en 2011, la ‘Primavera Árabe’
prendió en Burkina y las protestas populares comenzaron a extenderse por el país.
Los recientes acontecimientos protagonizados por movimientos populares y
asociaciones de la sociedad civil han puesto de relieve, como en Túnez y en
Egipto, el papel de las redes sociales. La pretensión del presidente de revisar
por enésima vez la Constitución para legitimar su permanencia en el poder, ha
sido la gota que ha desbordado el vaso de la paciencia popular.
La
‘revolución del pueblo’
El
intento del régimen de camuflar su derrota confiscando la ‘revolución del
pueblo’ con la formación de un gobierno militar, también ha fracasado. El
autoproclamado “presidente de transición”, el teniente coronel Isaac Zida,
número dos de la Guardia presidencial, un grupo de élite dedicado en cuerpo y
alma a defender al derrocado presidente, se ha visto obligado a abrir
negociaciones con la oposición y con la sociedad civil, para traspasar el poder
a los civiles. Ningún país ni organismo internacional ha reconocido el nuevo
‘poder militar’ y le han exigido a las Fuerzas Armadas que entreguen el
poder a los civiles, según reza la Constitución. Ni siquiera Francia, la metrópoli
que nunca abandonó sus prácticas coloniales y que conspiró con Costa de
Marfil para propiciar el golpe de Estado contra Sankara y entronizar a Blaise
Compaoré para ocupar el poder, se ha atrevido a defender al dictador o sus
sucesores militares. Si la nueva revolución popular burkinabé consigue sus
objetivos, se creará un antecedente que puede influenciar a los países
africanos, no solo de su entorno geográfico, sino del continente. Burkina Faso,
uno de los diez países más pobres del mundo, ha vuelto a dar de alguna manera
una lección de dignidad, rindiendo honor a su nombre de ‘país de los hombres
íntegros’. El sankarismo renace de sus cenizas.