Los
ricos no van a la guerra
Elsa
López
Hay una frase de Jean-Paul
Sartre que viene muy bien en estos días de pérdidas y masacres. "Cuando
los ricos se hacen la guerra, son los pobres los que mueren".
No. Ellos no van. Son ellos los que las organizan pero ir,
lo que se dice ir, no van. Que si sube el petróleo, que si unas minas en el
corazón de África, que si sobra trigo y falta gas, que si caen las acciones,
que si suben, que si necesito una nueva salida al mar, que si sería interesante
mover esa frontera, que si debemos variar el índice demográfico? Cualquier
disculpa es buena para mover ficha. Se sientan alrededor de una mesa, extienden
el mapa del mundo y con un rotulador de tinta roja trazan líneas sobre nuestros
cadáveres. Ellos no van a las guerras que organizan ni huyen subidos en negras
pateras donde les espera el naufragio y la muerte. Los que se ahogan camino de
una Europa arrogante enfrascada en batallas económicas, son setecientos negros
hoy, ochocientos hace unos días, miles en meses anteriores. Negros de un
continente que se imagina a nuestra podrida Europa como un paraíso y ellos, los
más pobres del mundo, encontrando trabajo, ganando dinero, mejorando sus vidas
hasta volverse ricos como esos amos antiguos que devoraron sus tierras, sus
minas, sus bosques y sus gentes.
Ellos llegan o no llegan según el mar y los malos vientos,
pero los que están aquí no dicen la verdad a quienes mueren por arribar a unos
países empobrecidos hace ya tiempo; países enfrascados en guerras y odios
iguales a los que ellos padecen en sus tierras e igualmente fomentados por
aquellos que las promueven. ¿Cómo explicarles que en esta maldita Europa, hay
pobres como ellos que malviven en chabolas de madera sin agua ni luz; con niños
sin escolarizar y desnutridos como sus hijos? No me creerían. Como no me creen
muchos de los que viven en nuestras maravillosas ciudades europeas en casas con
piscinas de lujo y las despensas llenas a rebosar cuando les explico que las
guerras que tanto les incomoda por su cercanía las organizan los mismos que las
hacen posibles en África o en Oriente Medio.
La pobre gente va de un lugar a otro, de una guerra a otra,
de una muerte a otra, durante siglos. La gente pobre da bandazos en una patera,
en una selva o en un pueblo de Toledo siempre y cuando desde esas altas cumbres
de chaqueta y maletines de cuero brillante se decida que así sea, y nos
embarquen en el odio, la sinrazón de un juego de tronos que no advertimos hasta
que no vemos volar los dragones sobre nuestras cabezas.