La
gente suele confundir orgullo y soberbia, pero son dos cosas muy distintas. La
soberbia consiste en concederse más méritos de los que uno tiene. Es más
intelectual y emerge en alguien que realmente tiene una cierta superioridad en
algún plano destacado de la vida. Se trata de alguien que ha destacado en
alguna faceta y sobre esa base, saca las cosas de quicio y pide y exige un
reconocimiento público de sus logros.
El soberbio, necesitando del halago o del reconocimiento, puede hacer él mismo su
propio y permanente elogio de forma clara y difusa, rotunda y desdibujada, a
tiempo y a destiempo, con ocasión y sin ella. Puede haber arrogancia,
altanería, tono despectivo hacia los demás, desprecio, desconsideración,
frialdad en el trato, distancia gélida, impertinencia e incluso, tendencia a
humillar.
Tanto el orgullo como la soberbia son una
alta opinión de si mismo, son sentimientos de valoración de uno
mismo por encima de los demás pero por motivos distintos. La
soberbia es "Yo se" o "Yo he hecho", en cambio el orgullo es
"Yo soy".
El orgullo y la soberbia incitan a la persona a valorarse demasiado, creyéndose
capaz de hacer cualquier cosa por encima de los demás e incluso de sus propias
capacidades, de las circunstancias o mejor dicho los contratiempos que se
presenten. Es la creencia de que todo lo que se posee es superior, que se es
capaz de superar todo lo que digan o hagan los demás, o de superar los
prejuicios. Esta idea deriva directamente en que la persona orgullosa ponga en
detrimento a las demás personas, debido a que piensa que sus capacidades o que
su valor no equiparan al suyo, lo que se considera arrogante.
Mientras que la soberbia es intelectual,
el orgullo es más emocional. El orgullo se resiente ante la
corrección ó la sugerencia con la actitud de: Yo
sé lo que estoy haciendo, nadie me tiene que decir lo que debo hacer, dése
cuenta con quién está hablando. El orgulloso no puede soportar que se le
contradiga, tiene actitudes del tipo; "Yo no te necesito
a ti, ni a nadie más. Yo puedo hacerlo a mi manera, conmigo basta y sobra;
nadie me dice a mí lo que debo hacer", o "¿que me va a enseñar
este a mi, quien se cree que es?". El orgullo justifica los errores y
equivocaciones para proteger su propia autoimagen del Yo y le es extremadamente
difícil decir: ¡Estaba equivocado, lo siento!
El
orgullo demanda una disculpa por pequeñas ofensas y a la vez, hace
muy difícil que el ofensor pida perdón. Una persona orgullosa exige
vindicación y justicia para si misma. El orgullo no olvida una ofensa, la
humildad la deja pasar.
Pero
el verdadero orgulloso es muy distinto. Al igual que los auténticos iracundos
tienen tapada su ira, los orgullosos no suelen ser conocidos por su orgullo,
sino por su dadivosidad y preocupación por los demás.
No
son los burdos y soberbios arrogantes, sino ese tipo de personas que van
siempre cubriendo las necesidades ajenas, movidas por el ansia de ser
reconocidas, de ser queridas, de recibir lo que con tanta generosidad ofrecen
sin que nadie se lo pida.
Soy
especial, ¿reconoces la belleza de mi alma? Irradia su autocomplacencia de
tal forma que es instantáneamente es compartida por quienes le rodean, sin que
necesite hacer explícita su calidad a través de rendimientos o actos
virtuosos. Tan convencida está de sus méritos que no siente que tenga que
convencer a otros, y ni siquiera a sí misma; más bien goza del resultado de
esta autoinflación: el bienestar. Mientras que la mayor parte de las personas
sufren la distancia que los separa de su ideal, el orgulloso, confundido con su
ideal, goza de sí.
Sin
embargo, no se trata de un ideal «virtuoso», como en el caso del carácter
iracundo. Su virtud no es la virtud de la disciplina ni una que radique en el
control de sí mismo, sino esa virtud suprema pero espontánea que es la
capacidad amorosa. Sintiéndose llena de amor, la persona orgullosa se siente «gran»
persona, capaz de dar a los demás y merecedora de recibir lo mejor de ellos.
Su
intensa necesidad de amor les hizo desarrollar un arraigado mecanismo de
compensación de considerarse especiales. La necesidad original sólo queda
amortiguada a través del amor del otro, de un poco de intimidad, de compartir
emociones, de ser tenido en cuenta. El ejemplo de mujer orgullosa es la
mujer fatal. En los hombres, en cambio, la
actitud se parece más a una cierta competitividad, sólo encubierta a primera
vista: ellos son los primeros y, si no, lo intentan ser, por el esfuerzo o por
el encanto: nunca se saltarán una cola a puñetazos, sino sonriendo, ofreciendo
algún consejo o buscando la amistad de quien tenga poder para ponerles en
cabeza.
El
orgulloso tiene una emotividad a flor de piel; de hecho comunican mejor
sentimientos y emociones que abstracciones mentales o deducciones lógicas. En
medio de un clima de alta emotividad se encuentran en su salsa. La expresión
continua de sus emociones puede degenerar en un cierto histrionismo: de un grano
hacen una montaña y su universo emocional es "la realidad
objetiva", ya que el mundo no es como es, sino como lo sienten. Suelen
buscar la libertad a todo trance, por lo que la rutina y la disciplina no son
precisamente sus puntos fuertes.
Sus
amigos resaltarán sus dotes de seducción y su capacidad de ayudar, sin pedir
aparentemente nada a cambio: su orgullo no le permite expresar sus necesidades,
aunque sí esperan que se las satisfagan sin pedirlo. De aquí la
hostilidad que surge si no recibe lo que cree merecer; pero en general
será una hostilidad manifestada en forma de despreciativo silencio o de
digno abandono haciendo mutis por el foro: el otro no ha merecido su cariño y
le ha herido en lo más profundo de su amor propio. Le ha revelado el
tabú de los tabúes: su enorme dependencia emocional, tras ese barniz de falsa
autosuficiencia.
El
orgullo esta a medio camino entre la ira y la vanidad. Tiene de común con
la vanidad la falsificación y énfasis en la propia imagen, y con la ira en
cuanto que el orgulloso adopta, como el iracundo, un gesto autoafirmativo y
superior. La esencia misma del orgullo que es tener una imagen buena y grande de
sí mismo, difícilmente puede ser sentido como problema; de allí la sabiduría
pedagógica de los antiguos guías espirituales que quisieron señalar
especialmente la gravedad del orgullo poniéndolo como el primero y el
mayor de los pecados.
La
elección del orgullo como primero no deja de ser alusiva a la sed de atención
y distinción del carácter orgulloso, y además subraya la importancia de esta
pasión que, como la gula, se expresa a través de un carácter indulgente y
menos dado que los otros a sentirse en falta. Resulta difícil que el
orgulloso pueda progresar espiritualmente sin que se le llame la atención,
apuntándole su evasión del displacer y su falta de autocrítica, pues
dicha falta de autocrítica lleva al sujeto a sentirse superior, estupendo,
digno de deferencia, importante. No obstante, en el fondo de este carácter hay
una gran necesidad de ser querido a través de la falsificación de la
realidad. Así lo exige la inflación de su autoimagen.
Al
igual que el iracundo esconde su ira y es tremendamente crítico a cualquier que
externalice su ira, ya que es contrario a la violencia tanto en si como en los
demás, o el que esconde su miedo en el fanatismo es intolerante con el cobarde,
el orgulloso se ofenderá antes cualquier manifestación de orgullo por parte de
otros. Por eso se dice que somos capaces de ver la paja en el ojo ajeno pero no
la viga en el propio y que lo que más nos ofende de los demás es lo que vemos
reflejado en el otro de nosotros mismos.
Una señal de fuerza
y nobleza es reconocer que somos humanos y que cometemos errores, pero una
persona orgullosa es más débil de lo que aparenta y necesita vindicarse a si
misma y quiere tener siempre la razón o la última palabra. Por eso es incapaz de pedir perdón o reconocer su error. El orgullo es fuente de rebelión, desafío y venganza, así
como la razón principal de la desunión.
El orgulloso hará
mutis por el foro cortando los canales de comunicación, consciente o
inconscientemente, para proteger su "película" es decir su falsificación
de la realidad. Esto lo hacen para
evitar cambiar, para preservar la mentira, para preservar la comodidad de su
posición, para evitar la autocrítica. La verdad amenaza
su autoimagen y por ello la sacrifica, y cuando se sacrifica la verdad se
sacrifica la justicia, es decir, la principal de las virtudes cardinales y sin la cual el resto de las virtudes no son posibles.
Fuente:
menceymacro.blogspot.com