El nacionalismo español
Los últimos de Filipinas
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Raúl Vega
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El caso catalán poco puede arreglar nuestra realidad. Solo recordar el derecho
inalienable de cada pueblo a decidir su futuro, algo que por supuesto no entra
en la cabeza del pensamiento nacionalista español]
Asesinato
de Doramas
El Sitio de Baler (Filipinas) duró casi un año. Los últimos españoles resistían en una iglesia. El país asiático había cambiado de dueños, ahora era Estados Unidos. En dicho asedio murieron varios militares y clérigos españoles, a la vez que sobrevivieron algunos. A ellos la historiografía oficial los llamó “Los últimos de Filipinas”, en honor a su resistencia[1]. El franquismo y su aparato de propaganda se encargaron de difundir el hecho, promocionando una película en 1945. Casi coetánea fue la Guerra de Independencia de Cuba. La isla caribeña se levantó contra el dominio español. La pérdida del territorio dejó para la posteridad la frase “Más se perdió en Cuba”, que luego usara la cadena nacionalista Intereconomía para titular un programa de debate muy escorado a la derecha.
La historia que sigue escribiendo el nacionalismo español habló de “Desastre de Annual” en la década de los 20 del siglo pasado. Sin embargo la derrota fue la simple resistencia rifeña en esta zona del hinterlandespañol al norte del continente africano. Allí los españoles tienen el dudoso honor de ser una de las primeras potencias en utilizar el gas mostaza contra la población civil, como narra el documental “Arrhash” de Javier Rada y Tarik El Idrissi.[2] El mismo lenguaje nacionalista reclama la soberanía de Gibraltar, territorio dentro de la Península Ibérica. Lo que no dice es que la ocupación británica fue reconocida por el Tratado de Utrecht en 1713. Se habla de colonia para definir a Gibraltar, pero no se discute por ejemplo la soberanía española en Ceuta y Melilla, ciudades situadas en el norte de África y dentro del estado de Marruecos.
Es curioso que el
imaginario nacionalista español no hable de dejación de funciones en el Sáhara,
territorio a poco más de
El nacionalismo español tiene sus fobias. Lo que más odia es el “nacionalismo” periférico, o lo que es lo mismo, el país que reclama sus derechos nacionales perteneciendo políticamente al Estado español. Los catalanes están ahora mismo en el centro de la diana. Se atreven a pedir un referéndum de independencia, pero eso es “inconstitucional”. Como nuestra consulta popular sobre el petróleo, vamos, pero ellos lo exigieron con más fuerza. Ante la imposibilidad de llevarlo a cabo de esa manera, los osados independentistas están usando las elecciones del próximo 27 de septiembre para que la ciudadanía se pronuncie. Eso es una auténtica declaración de guerra para el nacionalismo, que ha tenido que recurrir al mensaje del miedo (corralito financiero, fuera de la Unión Europea, advertencias de Cameron y Obama, anulación de la Autonomía solo si gana el sí, etc.).
Cada encuesta es
una guerra de cifras, de interpretaciones, de amenazas. Una de los últimos sondeos
de Metroscopia da la
mayoría absoluta a Junts pel Sí y la CUP, con 78 escaños cuando la mayoría
está fijada en
Leo, escucho y veo
muchas cosas. En Canarias, algunos alzan la voz en tertulias condenando la osadía
catalana. Han asumido el discurso español. No veo a nadie defender lo
contrario, pero ni siquiera recordando que vivimos a más de
Como ven, el caso catalán poco puede arreglar nuestra realidad. Solo recordar el derecho inalienable de cada pueblo a decidir su futuro, algo que por supuesto no entra en la cabeza del pensamiento nacionalista español. No creo que nuestro papel en la historia sea el de asumir el rol de los últimos de Filipinas. Y menos si tenemos en cuenta nuestro tránsito histórico, lleno de personajes como Pedro de Vera, Hernán Peraza o Alonso Fernández de Lugo. Nombres que siguen ocupando calles y plazas del Archipiélago. Protagonistas que son tratados como adelantados o visionarios. Esa historia también la escribe el mismo imaginario nacionalista.
[1] lacamaramanila.com/los-ultimos-de-filipinas
Fuente:
tamaimos.com/2015/09/24