Las
mentiras del turismo en Canarias
Luis
León Barreto
[Y
es que Europa nos quiere como piscina de invierno, y punto en boca. Le compramos
a Europa la leche, la mantequilla, todos sus excedentes. Y a Suramérica la
carne. Compramos a precios tirados, sin aranceles que defiendan la producción
local. Con lo cual ya no tenemos ganadería, y casi tampoco tenemos agricultura.
Y con el todo incluido de los hoteles, ¿cómo mantener restaurantes, cafeterías
en el Sur y otros pequeños negocios?]
Ahora que los hoteles están repletos y se augura la posibilidad de batir todas las marcas, ahora que las vacas gordas se acrecientan pues tendremos más de 12 millones de turistas en este año, ahora que los empresarios hoteleros se niegan a contratar porque dicen que esto del turismo es muy evanescente y tienen pocos márgenes de beneficio -dado que los operadores les contratan las plazas exigiendo importantes rebajas- ahora habría que hacer algún informe acerca de dónde van realmente las ganancias del turismo que nos visita, cómo se reparten, cuánto queda aquí. Pues resulta extraño que, siendo el turismo nuestra única industria, no genere los puestos de trabajo que nuestra gente necesita y sigamos teniendo un 33 por ciento de paro en estas islas.
En cuanto al paro juvenil, este llega al 62,19 por ciento, solo por detrás
de Andalucía, que tiene el 63,91. Los pocos contratos que se hacen son en
precario, con unos salarios tan mínimos que hasta Bruselas llama la atención,
se generan unas situaciones que debieran hacer reflexionar.
La cosa podría explicarse de modo muy sencillo: los
empresarios no quieren contratar. Las camareras de pisos, agobiadas por el
exceso de trabajo, suelen necesitar ir al médico para que les mande pastillas
contra la ansiedad. Se ven agobiadas por la presión de tener que hacer cada vez
más habitaciones por turno, debido a que todas las plazas están vendidas haría
falta más personal, trabajan a un ritmo frenético, como bien saben los
sindicatos, tan timoratos ellos. El mismo camarero que te pone el desayuno te
sirve los aperitivos en el bar y también la cena. ¿Cuántas horas acumula en
cada jornada? Pero los administradores de la cosa, que a lo mejor residen en
Alemania o Inglaterra, dicen que nanay. Argumentan que a Canarias le corresponde
un modelo turístico tirado de precios, con lo cual no queda mucho margen para
el empresario local, ni mucho menos para aliviar la cuota de paro. ¿Por qué
nosotros, los operadores, vamos a arreglar el tercermundista paro del paraíso
turístico subtropical? Ni hablar del peluquín.
Y es que Europa nos quiere
como piscina de invierno, y punto en boca. Le compramos a Europa la leche, la
mantequilla, todos sus excedentes. Y a Suramérica la carne. Compramos a precios
tirados, sin aranceles que defiendan la producción local. Con lo cual ya no
tenemos ganadería, y casi tampoco tenemos agricultura. Y con el todo incluido
de los hoteles, ¿cómo mantener restaurantes, cafeterías en el Sur y otros
pequeños negocios?
En nuestra tierra canaria los
políticos llenan sus bocas con la palabra turismo. Pero, ¿a qué se refieren,
si tenemos muchos hoteles de varias categorías y modelos, donde la gran mayoría
de sus propietarios y explotadores, así como los cuadros dirigentes, son de
fuera? Llegan, compran el terreno que prefieren, con todas las facilidades y con
el beneplácito de los políticos, lo siembran de cemento y asfalto, y cuando el
visitante llega el paquete está pagado en origen y aquí nos dejan cosas
insignificantes. Cuando los turistas salen de excursión se llevan la comida en
cajitas preparadas por el hotel, porque ya va incluido en el paquete turístico.
No consumen aquí casi nada;
el único dinero que se queda son las nóminas de los trabajadores, y no todas
las nóminas, porque una gran mayoría de los empleados/as de los hoteles son
inmigrantes, y tienen que mandarle dinero a sus familias, otro dinero que se nos
va y no es invertido aquí.
La pregunta es sencilla: ¿quién se lleva la parte del león
en el supuestamente gran pastel turístico? Si no crece el empleo, está claro
que aquí no nos beneficiamos gran cosa. Puede que esto sea diferente en el capítulo
del turismo rural, alojamientos que se alquilan directamente del propietario al
turista, así como los apartamentos que también son alquilados sin
intermediarios. Pero hay mucha picaresca: en islas como La Palma hay muchos
apartamentos no legales, apartamentos no declarados, con propietarios
extranjeros que alquilan entre ellos mismos, sin pagar IBI, sin dar cuentas a
Hacienda.
Paralelamente, tenemos la
cesta de la compra más cara del Estado, y además padecemos los salarios más
bajos. Está claro que somos la comunidad autónoma que más depende del
turismo, el sector servicios está subordinado casi íntegramente a él, y si
hubiera un cambio de ciclo sería una catástrofe. Ahora nos beneficiamos de las
dificultades de los competidores, la inestabilidad política del norte de África,
su falta de seguridad, pero esas circunstancias podrían cambiar. La prudencia
aconseja estar preparados para alguna circunstancia desfavorable, pero somos
poco previsores, extremadamente débiles. En el aeropuerto de Bruselas hemos
visto ofertas para una semana en el sur de Gran Canaria por 500 euros, con
vuelos y todo incluido.
El turismo deja poco dinero en
los países receptores, no contribuye a la fiscalidad de esos países. En la
mayoría de los casos las líneas aéreas, los operadores y los hoteles son de
capital foráneo. Además debe tenerse en cuenta que el turista consume más
agua y energía que el nativo. Lo que se gana con el turismo habría de ser
contrapesado con la destrucción del territorio y la contaminación.
Aquí existe un manifiesto
descontrol sobre la planificación territorial, con una legislación poco
coherente. La burbuja inmobiliaria ha estado sobrealimentada por el deseo de los
extranjeros de adquirir viviendas para pasar la tercera edad. Ello es evidente
no solo en la costa mediterránea y andaluza sino también aquí. El consumo de
cemento ha sido descomunal, y el daño sobre el litoral más que visible. Un país
que ya tiene varios cientos de campos de golf quiere instalar muchos más, y los
cientos de miles de viviendas vacías tardan en eliminarse porque los
compradores esperan todavía mayores gangas. En definitiva: en el turismo no es
oro todo lo que reluce, ni muchísimo menos.