Wladimiro
Rodríguez Brito
En
países desarrollados y en vía de desarrollo disponen de enseñanza agraria,
incluso a niveles universitarios
[…Nuestra
cultura tradicional es una cultura del trabajo, del esfuerzo y de conocimiento
empírico y práctico, cargada de cariño por esta tierra…
Llevamos más de 500
años de historia y cultura, domesticando el mundo rural, construyendo paredes,
sorribando malpaíses, transportando tierra al hombro o al lomo de los animales,
plantando y mejorando variedades de plantas de zonas húmedas o tropicales…]
Vivimos en
un contexto geográfico y social en el que el campo y lo rural apenas importan
ni existen. Sin embargo, en estos últimos días hemos salido en los periódicos
de Alemania, por cómo se maltratan a los camellos de las cabalgatas de reyes.
La ley de Protección Animal tiene mayor importancia que todo el maltrato y la
degradación que ha sufrido nuestro mundo ganadero, desde los productos lácteos
vendidos en sistema dumping o los productos cárnicos extra comunitarios
importados sin arancel ni ley de protección animal que valga.
Está claro
que hemos de tratar con el máximo cariño y cuidado a nuestros animales, pero
también tenemos que preocuparnos por que nuestros ganaderos y nuestros
agricultores puedan vivir con dignidad. El paisaje rural y el campo parece que
son ahora solamente elementos para una foto o para ir de paseo, no una forma de
vivir, trabajada con esfuerzo por sus habitantes.
Llevamos más
de 500 años de historia y cultura, domesticando el mundo rural, construyendo
paredes, sorribando malpaíses, transportando tierra al hombro o al lomo de los
animales, plantando y mejorando variedades de plantas de zonas húmedas o
tropicales, con los castaños, tuneras o numerosos frutales tropicales en
nuestras tierras. Nuestra cultura tradicional es una cultura del trabajo, del
esfuerzo y de conocimiento empírico y práctico, cargada de cariño por esta
tierra. Ahora parece que nada de eso tenga valor ni interés; nuestro sistema
educativo o los medios de comunicación dan una imagen vana y superficial del
campo en el mejor de los casos, cuando no totalmente negativa. Cuando vemos los
boniatos o el millo adaptados a la aridez y el viento en Lanzarote, cultivados
con menos de la décima parte del agua utilizada en Perú o México, o los castaños
de la Europa húmeda cultivados en Arafo o Vilaflor, no nos damos cuenta de cuánto
esfuerzo y sabiduría pusieron nuestros campesinos para adaptar estas plantas a
un clima tan duro. El alejamiento causado por la ignorancia y la indiferencia en
nombre de la modernidad han condenado al trastero de la historia una sabiduría,
una manera de saber y estar, de un pueblo que no se merece el trato que le damos
hoy.
Es triste
que a lo largo de los últimos cincuenta años hayamos visto desaparecer de
nuestra tierra numerosas plantas, cultivos y paisajes que fueron los principales
generadores de empleo, riqueza, y de estabilidad social. Hemos perdido múltiples
posibilidades de garantizar un futuro estable para nuestra gente. El silencio y
el olvido han caído súbitamente sobre los cultivos de tomates, flores, plantas
ornamentales, tabaco, almendras, otros frutales… Se ha perdido una actividad
económica que vistió gran parte de nuestro paisaje y que estaba cargada de sueños
e ilusión para muchos miles de canarios, que incluso llegaron a exportar desde
esta tierra semilla de cebollino, cochinilla o vinos de calidad, que le dieron
visibilidad a estas islas en lejanos puntos del planeta.
Los
canarios conseguimos un rico oasis de culturas agrarias ante numerosas
adversidades, con una topografía poco favorable y con una climatología buena
para vivir, pero complicada para el cultivo. Nuestra diversidad cubre desde la
lucha en los secanos más secos de Lanzarote y Fuerteventura, hasta las medianías
húmedas del norte de Tenerife, La Palma o Gran Canaria, lo que equivaldría a
hablar desde la agricultura nabatea en Jordania hasta los frutales y el manchón
de las zonas húmedas de la Europa Atlántica. Esta variedad nos dio soberanía
alimentaria, salvo en los años más secos o de invasión de langosta por la
baja producción de cereales.
Estas líneas
no son de nostalgia por un pasado de la arcadia feliz; el pasado no solo es
parte de la rica historia de este pueblo, sino que tiene mucho que ofrecernos
para conseguir aquí una sociedad más solidaria, más estable y con futuro,
para llevarnos más allá de las coyunturas y las modas que parecen dominar
nuestra cultura y nuestro territorio.
Hagamos un
esfuerzo por mirar hacia detrás por compromiso de futuro con nuestros jóvenes.
El mundo rural no puede ni debe ser un museo sino también una referencia que
nos dé luz como faro de futuro, un futuro en el que no estén reñidos los
avances culturales y tecnológicos con una gestión de un territorio más
sostenible y más justo.
*
DOCTOR
EN GEOGRAFÍA POR LA UNIVERSIDAD DE LA LAGUNA
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