LA
MANTA ESPERANCERA
Son muchas las
referencias históricas que existen sobre la manta que solían usar los
campesinos canarios como prenda de vestir de abrigo. El frío de las zonas húmedas
y altas de las Islas provocó un fenómeno curioso: el que las mantas,
normalmente importadas de Inglaterra, pasaran de las camas a la indumentaria del
hombre de campo.
La raíz de la
utilización de la prenda arranca en los fuertes contactos de tipo comercial que
existieron entre Canarias e Inglaterra y con la importación habitual de la
manta, que era del color blanco natural de la lana, con unas rayas de color azul
cerca de los extremos. Eran impermeables, lo que las hacían una gran aliada
contra la lluvia y el frío. La manta se doblaba en dos mitades, se fruncía al
cuello y se utilizaba a modo de capa.
La
manta es una de las prendas tradicionales de nuestras islas. Su origen, aparición
y uso entre los habitantes canarios es difuso y poco concreto, aunque existen
informaciones históricas que avalan su existencia desde, por lo menos,
principios del siglo XIX. Son abundantes los escritos que sobre las
indumentarias típicas nos relatan distintos autores, viajeros que conocieron
las islas y sus gentes en sus visitas. Incluso, hay quien las remonta al siglo
XVI en un afán de continuarla con las vestimentas aborígenes.
Muchas
de las referencias nos vienen dadas por láminas dibujadas con extraordinaria
fiabilidad por autores como Alfred Diston y Pereira Pacheco, quienes nos legaron
una exhaustiva información gráfica sobre las distintas y variadas formas de
vestir que tenían los habitantes de nuestras islas. La Manta es una
prenda de lana que viene elaborada de Inglaterra, situación que se comprende
por los contactos mercantiles y comerciales que siempre se mantuvieron con las
islas. Por tanto, se trata de una prenda de abrigo que fue utilizada por los
campesinos para combatir el frío de una manera muy simple: utilizando las
mantas de la cama y colgándolas a los hombros a modo de capa con la que
embozarse y protegerse de las inclemencias meteorológicas.
Para
este uso se dobló en dos y se frunció en la zona del cuello con el fin de
poder amarrarla, cayendo desde los hombros hasta debajo de las rodillas, casi
rozando el suelo. Eran de color blanco con unas rayas azules en la zona baja,
tal y como hoy día la apreciamos: confortables al tacto, ligeras e impermeables
y muy útiles no sólo contra el frío, sino contra el agua de la lluvia. Se han
utilizado tanto en el campo y en las zonas climáticas más castigadas como en
las ciudades, apareciendo en las fiestas, paseos y celebraciones religiosas como
prenda de vestir común, y rara vez se veía a los campesinos sin esta prenda de
su confort, a decir de Diston. En ocasiones, en sus bajos se cosía una piedra,
que servía para evitar que el viento la moviese y también como arma defensiva
usada en reyertas, golpeando al contendiente, cuando la ocasión lo requería.
Por tanto, no parece acertada su denominación actual de manta esperancera y, como bien dice Juan de la Cruz, mucho menos como manta sabandeña.
La utilización por vez primera de la Manta entre Los Sabandeños se atribuye a Enrique Martín, Quique, fundador y co-director del grupo.
Allá
por 1967, buscando fórmulas para vestir de manera homogénea a los
componentes del grupo que comenzaba y que aún no tenía ninguna imagen pública,
se le ocurrió colocar una Manta de su propiedad sobre los hombros de
aquellos primeros sabandeños, que fueron fotografiados de esta forma para
ilustrar los primeros discos. Así surgió la imagen que todos conocemos de Los
Sabandeños y que ha convertido a la Manta -tinerfeña, esperancera o
Sabandeña- en un símbolo de identidad.
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La
Manta Majorera
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“Yo
también fui pastor y llevaba una manta para abrigarme; te tenías que abrigar
en los tiempos de invierno”, explica Felipe Marrero Francés, aunque
precisando enseguida que era una manta normal, igual a la que cubre una cama. No
era una manta de pastor propiamente dicha, es decir, tipo capa. Pero a él se le
ocurrió confeccionarlas como capas con los dibujos de las mantas de
Fuerteventura y de eso sabe mucho, porque es un coleccionista de mantas antiguas
y posee piezas que son auténticas joyas de la tejeduría de más de cien años.
Todo
empezó en su casa familiar de Tuineje, donde a muy temprana edad pastoreaba las
cabras de su padre. “Es que había que comer la leche y en aquella época había
que tener, más que sea, media docena de cabras para eso. Y no había pienso que
echarle, las cabras tenían que mantenerse del pasto. Ya tenía yo ocho años y
como tenía un hermano, un día le tocaba a uno y otro día a otro. Mi hermano
iba a la escuela hoy y mañana le tocaba el ganado; cuando a él le tocaba el
ganado iba yo a la escuela. Y así nos turnábamos. ¡Los brincos que yo daba,
descalzo, en esas montañas con las cabras, que me las conocía todas!”.
Se
hacían hiladas
Nunca usó la lata (el garrote o lanza del pastor majorero), pero sí iba “con
la mantita por si había algo de frío”. A mediados del siglo XX en Tuineje
todavía había que hacerse uno mismo, o encargar a alguna vecina que tuviera
telar, las mantas de la casa. Y se hacían hiladas, “vamos a hilar que fulana
va a hacer esto”, se decían, porque una mujer hilando sola tardaba mucho
tiempo en sacar la producción y había que ayudarla. En casa de Felipe Marrero
no se hilaba, así que su madre mandaba hilar, pero hasta su padre hacía
calcetines de cuatro agujas para el frío. “En fin, que antiguamente se vestía
uno casi todo artesanal”, resume.
En
su colección de mantas antiguas, este tejedor tiene muestras con dibujos muy
singulares, tejidos en su día por manos artesanas que tenían mucha paciencia
y, sobre todo, tiempo y necesidad. Y señala, por ejemplo, una manta para la
silla del camello “toda dibujada, una preciosidad, porque antes no había
coche y la gente venía a las fiestas montada en camello”, precisa, que “es
una virguería, te quedas asombrado” por los dibujos que presenta su tela.
“Si te sientas en el telar no haces sino
Dibujos
simétricos, flores, animalitos, las mantas presentaban diversos dibujos
finamente trabajados, muchas de ellas “con un centro precioso que le costaría
a quien la tejió, a lo mejor, un año de trabajo, porque había que irla
bordando y tenía que tener revés y derecho. Y la tienes que bordar en el telar
para que al pasar los hilos no se te salga por la parte de abajo”.
Una
en La Laguna
En definitiva, verdaderas obras de artesanía. Por eso, un día se le erizaron
los pelos durante un viaje a La Laguna (Tenerife) para participar en una escuela
de verano con maestros, en la que él iba a enseñar el funcionamiento del
telar. Aprovechó el viaje para visitar la casa de una de las muchas familias
majoreras que habitan en el barrio de San Matías, en Taco, porque le dijeron
“pues fulano tiene una manta”. Los ojos se le abrieron al escuchar la
palabra mágica: “¿Que tiene una manta?”. “Sí, de más de cien años”.
Allí se presentó él de inmediato. La señora de la casa le explicó que la
manta era de su marido, heredada de una tía en Tuineje, “pero me da vergüenza
enseñarla, porque se la lleva todas las noches cuando va a pescar, para
abrigarse, y está estropeada”. Felipe le pidió verla (“Eso no importa, yo
no vengo nada más que a mirar”) y entonces se la enseñó la mujer. “Yo vi
la manta y los pelos se me pusieron de punta. Le digo: ‘Mire, yo vengo otro día.
Me voy al Kilo, le compro una Paduana de esas buenas para que se abrigue cuando
vaya a pescar, pero con ésta que no se abrigue más” –le pidió–. Pero al
volver el otro día, el propietario de la manta le dijo: “Toma, llévatela
para Tuineje” y se la regaló.
A
las ovejas las pelaban en abril o mayo, recuerda Felipe Marrero, se sacaban los
vellones que había que lavar con agua salada antes de hilar.
“Después,
a escardarla, que a eso se dedicaba la que hilaba y se hacía el hilo para la
tejedora. Hoy la mando buscar a la Península, hilada de fabricación. Si
hubiera una hilandera que hilara aquí, ¿quién compraría esa lana?, costaría
mucho”.
1.
Pedales y lanzadera
El
hilo de lana lo enhebra en el telar según el dibujo que le quiera hacer al
lienzo. Va echando la lanzadera hacia un lado y hacia el otro, sucesivamente, a
la vez que va pisando los pedales, y así va tejiendo en el telar.
2.
Cortar y coser
Cuando
tiene el lienzo hecho en el tamaño que desea, lo corta y saca del telar. Para
hacer una manta de pastor hacen falta de dos a tres lienzos, según la talla del
pastor, que se cosen a la orilla para que no haya doblez.
3.
Cuello de capa
A
diferencia de las mantas esperanceras, Felipe hace un cuello más sencillo:
dobla la tela haciendo pliegues donde va el cuello y le cose por encima otro
trozo de la misma tela que oculta todos los pliegos debajo.
4.
Orilla
Por
último, a toda la manta le cose la orilla, dando unas puntas que dejan el hilo
a la vista, decorando a la vez que protegiendo su borde.
Los
pastores de las cumbres de Tamarant
se resguardan con mantas del mismo porte que la esperanceras
Pastor
con el rebaño por la Cruz de Tejada, epicentro de Caminos
Pastores
de las cumbres de Tamarant
Los
jóvenes pastores se identifican con sus tradiciones garantizando su continuidad
Enlaces
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