El incendio de La Palma de 1975

 

 

«» Wladimiro Rodríguez Brito *

 

 

   En este cuarenta aniversario del trágico incendio de 1975 en La Palma, debemos recordar la historia para aprender algo de ella, mucho más tras las recientes lluvias de estos días. Hoy, a pesar de las mejoras en los medios de extinción, el campo no cuenta con agricultores y ganaderos que conozcan el territorio y puedan prevenir la propagación de las llamas. El 7 de octubre de 1975, el fuego se propagó en pocas horas desde
los altos de Los Sauces, en la zona de Los Dormitorios, hasta Tijarafe, abarcando en varios lugares desde la cumbre hasta los acantilados costeros (en Franceses, Don Pedro y La Fajana) y avanzando hacia el sur, hasta la caldera de Tajadre. El incendio quemó grandes áreas de monteverde y pinar, y afectó a numerosas zonas pobladas, como los caseríos de Roque del Faro y otros.

 

Las consecuencias fueron graves para los ganaderos de la zona, al arder gran parte de los pastos del que fuera el mayor municipio ganadero de La Palma, con más de 2.000 cabezas vacunas, además de numerosos rebaños de cabras y ovejas. El fuego dañó también más de cien bodegas y pajeros, mayoritariamente en Garafia, Puntagorda y Tijarafe, destruyendo viñedos y frutales como almendros, higueras, manzanos, etcétera.

La valoración de los daños superó los 300 millones de pesetas de la época, según estimaciones del Gobierno Civil y del Cabildo. 

 

Las administraciones ofrecieron inversiones en infraestructuras y recuperación del forraje, pero las promesas se las llevaron las lluvias del 19 de octubre y que la prensa dejara de hablar de los damnificados para hablar de la enfermedad de Franco. Solo se concretó la acción solidaria de municipios vecinos, incluso con actos de apoyo a los afectados.

 

Debemos estar preparados para intentar que tragedias como éstas no se repitan. Es evidente que cojeamos en medidas de prevención. Necesitamos potenciar la actividad ganadera; hace cuarenta años el ganado retiraba de las zonas afectadas más de 300 toneladas diarias de potencial combustible, por no hablar de la retirada de pinocha, hojas y ramas para cama de ganado y para la producción de estiércol.

 

Puntagorda es un ejemplo a seguir. Gracias a la reactivación de la actividad agraria, el número de
habitantes es el más alto de la historia. El alza de la superficie cultivada de vid hace que zonas como La Traviesa cuenten con importantes agricultores, manteniendo limpios los caminos y lindes y reduciendo posibles daños por incendio.

 

Hagamos lo posible por sembrar una nueva cultura de prevención, armonizando naturaleza y sociedad. En unas islas con los problemas sociales actuales, debemos hacer una lectura del medio rural como fuente alternativa de recursos y de trabajo. La escuela ha de sembrar alternativas en el campo; nuestra sociedad debe dar la oportunidad de vivir dignamente a las personas que decidan volver a él. Esos 40 años deben ser suficientes para enseñamos a no repetir los errores.

 

 * Doctor en Geografía por la Universidad de La Laguna

 

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