El 40 aniversario de la muerte de Franco y el 75 de su crucial
entrevista con Hitler en Hendaya, en la frontera hispano-francesa, coinciden, prácticamente,
con diferencia de días, y permiten reconstruir una velada en la que se habló
del futuro de Canarias en términos que hoy -en las tensiones territoriales de
la España actual- adquieren una dimensión históricamente relevante. Ninguno
de los protagonistas vive. Franco, desde hace 40 años, y Adolf Hitler, desde
hace 70.
La
figura de Franco, expuesta a la lupa histórica, suscita aún hoy una curiosidad
insatisfecha sobre los planes reales que albergaba en su fuero interno, ante el
golpe de Estado del 36, aquel reservado comandante general de Canarias que, a un
mes de la sublevación, convocó a un selecto grupo de militares en el almuerzo
inmortalizado por la célebre foto del Monte de la Esperanza. Franco era
inescrutable e indeciso, lo que exasperaba a sus propios compañeros de
conspiración, y con la misma ambigüedad afrontó la cita más delicada de su
larga dictadura: aquel cara a cara con Hitler, cuando era, como este decía,
“el dueño de Europa y…no hay más que obedecer”. El Führer quería
Gibraltar y Canarias, y los quería ya. Franco quería ganar tiempo y evitar
involucrarse en la Segunda Guerra Mundial, en medio de la cual el destino lo
llevó a medirse en el ring de un vagón al ‘peso pesado’ militar del
momento, que pasaría a la historia como el más sanguinario.
En la Conferencia de Hendaya, el 23 de octubre de 1940, la Alemania nazi puso
sobre la mesa su deseo hacia las Islas, eran vulnerables y tentadoras. Ese día,
Hitler quiso ir al grano y habló con Franco abiertamente sobre Canarias en su
tren oficial, Erika, en la estación fronteriza francesa de Hendaya. Franco, de
uniforme militar con gorro cuartelero y cierto retraso, llegó a la estación de
ferrocarriles y descendió sonriente, siendo correspondido por Hitler,
impecablemente vestido con el uniforme del partido y gorra de plato, que lo
esperaba impaciente. Poco después de las tres de la tarde lloviznaba.
La
Segunda Guerra Mundial estaba en su apogeo, y al alemán le preocupaba que los
ingleses se adueñaran de las Islas Canarias. Fue uno de los grandes temas
obsesivos durante las nueve horas -divididas en dos sentadas, la entrevista y la
cena- en que ambos estadistas pasaron de las sonrisas a la frialdad, y el Führer
terminó alzando la voz con soberbia y levantándose de la mesa. El intérprete
de Franco, el Barón de las Torres, anotó mentalmente, pasadas las doce y media
de la noche: “El Führer ha ido cada vez perdiendo más su control”,
mientras Franco pasaba por alto los malos modos de su interlocutor, simulando no
percatarse por el obligado trámite de la traducción. Las piernas del dictador
español temblarían debajo de la mesa, pero supo disimularlo.
Los dos testigos de excepción fueron los ministros alemán y español de
Asuntos Exteriores, Ribbentrop y el influyente Serrano Suñer, cuñado de
Franco. Aquella era ‘la reunión’. Tras los contactos bilaterales, ese día
se iba a hablar ‘a calzón quitado’. Y Franco se la jugaba: entrar en la
guerra al lado de Hitler o desairarlo con sus cantos neutrales de sirena.Así
que se pusieron las cartas boca arriba. Hitler mostró un trío de ases:
Gibraltar, Marruecos y Canarias. Le urgían las tres, porque, a su juicio, los
ingleses podían apoderarse del Estrecho y de las Islas para controlar la
navegación del Mediterráneo y el Atlántico pensando en África. Hitler trató
de halagar a Franco espoleando sus reivindicaciones sobre Gibraltar y Marruecos,
pero al español no le convencieron sus promesas de boquilla. Hitler empezó a
perder la calma.
Franco
trató de escabullirse con una larga perorata sobre la maltrecha economía española
tras la guerra civil acabada un año antes (había pedido trigo y combustible a
los alemanes). La pretensión de Hitler era sacar a España de la cómoda hamaca
de “no beligerancia” en favor de una participación activa junto al Eje a
partir de enero de 1941. El gallego daba vueltas y rodeos con sus digresiones
sobre los bolsillos vacíos de los españoles y los daños el fratricidio del 36
al 39. Los circunloquios de Franco agotaron la paciencia de Hitler, que escribió
más tarde a Mussolini que prefería sacarse “tres o cuatro muelas” antes
que aguantar de nuevo los sermones del español y sus demandas territoriales.
Serrano Suñer había hecho una lista secreta inviable: rectificar las fronteras
en los Pirineos, reclamado el Rosellón o Cataluña francesa, más Orán y todo
Marruecos hasta el paralelo veinte. Hitler tenía este pobre concepto de Franco:
“Un corazón valeroso, pero un hombre que sólo por carambola se ha convertido
en jefe. No tiene la talla de político, ni de organizador”. Y creyó que en
Hendaya se lo llevaría fácilmente al huerto. El gallego se salió por la
tangente.
Franco
hizo gala de una ingenuidad, no obstante, osada; trataba de convencer a Alemania
-de la que estaba agradecido por el apoyo eficaz que le prestó en su cruzada-
de que sumar a España a la guerra mundial le saldría muy costoso en
pertrechos, subvenciones y ayudas.
La
amistad inconfesable
Bien
es cierto que un destacado miembro del aparato nazi, el jefe de inteligencia (de
la Abwehr, del Estado Mayor de las fuerzas alemanas entre 1921 y 1944) Wilhelm
Canaris (descendiente de los Canarisi italianos, toda una invocación a seguirle
la pista al nombre), del que constan varias visitas a las islas, pudo influir en
Franco convenciéndole de que Hitler no las tenía todas consigo en la guerra
que había provocado. En cuyo caso, Canaris le aconsejó no asociarse al Eje. El
agente secreto hizo un doble juego. Hitler lo envió a España para
‘trabajarse’ a Franco y él lo desengañó sobre el futuro del alemán.Canaris
siguió de cerca los pasos de Franco, desde los orígenes del golpe de Estado
del 18 de julio, su alojamiento en el Hotel Madrid de Las Palmas, su viaje en el
Dragon Rapide a Marruecos y demás movimientos, y llegó a tener una relación
de amistad con el dictador. En cierta ocasión, el famoso espía inglés Kim
Philby (acusado más tarde de doble agente al servicio de Stalin y por éste, a
su vez, de triple agente fiel a los británicos, dentro de una paranoica
conjetura de lealtades en aquel escenario bélico) se lo tropezó de frente en
la calle Triana, y en sus memorias dejó escrito que “no le pegué un tiro allí
mismo porque tenía órdenes expresas de Sir Winston (Churchill) de no
hacerlo”. El primer ministro británico debía de estar al tanto del verdadero
Canaris, un enemigo útil. Cuando fracasó la Operación Valkiria y el Führer
sobrevivió al atentado, fueron ejecutados sus responsables, entre ellos
Canaris. Fin de su historia.
El
Führer habla del Archipiélago
Hitler
dijo que descartaba un posible interés estratégico de los EE.UU. por ocupar el
archipiélago (daba por sentado que no entraría en la guerra), pero desconfiaba
de los ingleses, “que aunque sufren de una situación precaria actualmente, en
cualquier golpe de mano podrían hacerse con ellas (las islas) y sería, desde
luego, un golpe muy fuerte contra la campaña submarina que con toda eficacia se
está llevando a cabo”.
Alberto
Vázquez Figueroa noveló en Fuerteventura la presencia de los submarinos nazis
en dicha isla, pese a que Juan José Díaz, de la Universidad de Las Palmas de
Gran Canaria, no halla constancia documental de esa base majorera de
abastecimiento de sumergibles alemanes.
Serrano
Suñer escribiría años después que Franco no secundó en Hendaya la teoría
de Hitler del peligro aliado sobre las Islas, pero reconoció que las defensas
del Archipiélago “no estaban a la altura de las circunstancias”. Hitler lo
interrumpió, arrimando el ascua a su sardina, y dijo que “Alemania enviaría
las baterías de costa de gran calibre que fueran necesarias y los técnicos
encargados de montarlas y enseñar su manejo”.
Serrano
Suñer, leal e infiel
Después
se ha podido saber que el entonces todopoderoso ministro de Asuntos Exteriores
español (que vivió 102 años y falleció en 2003) se precipitaba hacia el
final de su carrera política. Apenas dos años más tarde, a causa de los
amores clandestinos (novelados por la periodista Nieves Herrero) que ya mantenía
desde la entrevista de Hendaya con la marquesa de Llanzol, fruto de los cuales
nacería Carmen Díez de Rivera, futura musa de la Transición, Franco no le iba
a perdonar la infidelidad a su cuñado y lo cesó en el Gobierno de manera
fulminante. Fin también de la historia para Serrano Suñer.
El
ministro filonazi (cliché que él siempre desmintió arguyendo sus diferencias
internas con Berlín) contó que él y Franco habían pactado confundir al Führer
con una cascada de lamentaciones sobre las carencias de la posguerra española
que disuadieran al alemán de pagar la enorme factura a cambio de inmiscuir a
España en la contienda (excepción hecha más tarde con la expedición a la
URSS de la División Azul). Franco no accedió en la entrevista a la “cesión
de bases en Canarias”, garantizó Suñer.
¿Canarias,
un land alemán?
Hitler
estaba decidido a invadir Gibraltar y ocupar (así fuera temporalmente) las
Islas Canarias y demás posesiones españolas del norte de África (Marruecos
español y Río de Oro), para su utilización estratégica y quería “expulsar
a los ingleses del Mediterráneo Occidental” (hasta Portugal, con Azores y
Madeira, figuraba en su fiebre anexionista).
La
operación, tantas veces recontada, se denominó Félix y merecía posiblemente
en un principio cierto margen de anuencia española; llegó a tener fecha
asignada (el 10 de enero de 1941, de ahí las presiones de Hitler ante Franco, a
menos de tres meses), pero nunca se llevó a cabo por las reticencias finales de
Madrid. Franco evitaba provocar una represalia británica con la ocupación de
las Islas Canarias y las otras posesiones de ultramar. “Me temo que Franco está
cometiendo el mayor error de su vida”, escribió un decepcionado Hitler a
Mussolini tras verse empujado a suspender la operación que había acariciado
hasta el último momento. Quedó cancelada en febrero ante la obstinación de
Franco, y Alemania cambió de planes.
Pese
a todo, existe la hipótesis de que Hitler intentó disponer (incluso, comprar)
de una o dos islas (Fuerteventura y Lanzarote), con el pretexto de poder dar
respuesta a un posible ataque británico, si fracasaba el asalto a Gibraltar.
Sobre este extremo, con la objeción española, se ha urdido una leyenda. Es
cierto que, en medio de una guerra de espionaje de alemanes y británicos en las
dos capitales canarias, los nazis reforzaron la defensa local mediante piezas de
artillería como prometió Hitler en Hendaya. Y fue un hecho la presencia de
submarinos alemanes en aguas próximas al Archipiélago y en el puerto de La
Luz, unidades que entraron en combate con frecuencia hundiendo barcos aliados.
¿O
seríamos ingleses?
La
invasión de Canarias no era una idea exclusiva de los alemanes, como sospechaba
Franco. Simultáneamente, a mediados del mismo año (1940), los ingleses también
planeaban apoderarse de, al menos, las islas de Gran Canaria y Tenerife, según
otra de las operaciones manidas en esta clase de relato, la Pilgrim (antes
bautizada como Puma). El puerto de La Luz y Gando serían atacados por los
ingleses hasta conseguir su control. Cuando Alemania desistió de Félix, Reino
Unido renunció a Pilgrim.
Los
ingleses, siempre proclives a reclamar sus lazos con Canarias, habían diseñado
una respuesta a la posible caída de Gibraltar en manos alemanas; Gran Canaria
sería la base de reemplazo, y en Tenerife se establecería la guarnición
militar. También comprendía la toma de Cabo Verde “y una de las Azores”.
Entre
los 25.000 soldados concentrados en Escocia para este fin, figuraba un portuense
(natural del Puerto de la Cruz) de origen británico, Austin Baillon, capitán
del Special Operation Executive (SOE) del ejército inglés y formado como
paracaidista para esa misión, como uno de los 16 comandos voluntarios
entrenados para cerrar el paso al avance alemán mediante el sabotaje de
instalaciones vitales. “Nuestra misión fue bautizada Ojo Dorado (Goldeneye) y
partiría de Gibraltar a territorio español, donde tomaríamos posiciones
estratégicas en Andalucía, con el fin de interrumpir las vías de comunicación
y demorar el avance de las tropas alemanas hacia Gibraltar”, detalló después
el propio Baillon.
Ninguno
de los dos planes se llevó a la práctica. Pero, en un momento determinado, no
solo se habló y se planificó, sino que se creyó inevitable pasar a la acción.
Sobre las Islas sobrevolaban esos fantasmas por entonces, de uno y otro
signo.Gran Canaria y Tenerife fueron protegidas militarmente ante la amenaza
británica, que duró dos años durante el enfrentamiento mundial. Churchill
informó de sus planes a EE.UU. en septiembre de 1941. Franco creó el Mando
Económico y Militar del Archipiélago, primero a las órdenes de Ricardo
Serrano Santés y después del general García Escámez.
Hoy
miramos de memoria hacia Hendaya, cuando en aquel vagón de la historia se habló
de Canarias como una pieza clave en la ‘batalla del Atlántico’ de la
Segunda Guerra Mundial, de lo que pudo haber sido y no fue.
noviembre 22, 2015
Fuente:
diariodeavisos.com/autor/carmelo
rivero