El
estado del medioestar
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Cristina Zurita *
Hace
más de un mes que en nuestro municipio, La Laguna, empezó el curso para todos
los niños menos para uno, que no ha podido llevar los libros de texto. No
quiere decir que no vaya a clase cada mañana con todos los demás, sino que sin
libros no puede seguir el programa de sus compañeros. Y no los tiene por un cúmulo
de circunstancias desafortunadas pero comunes: el centro educativo no los
proporciona, la familia no puede hacerse cargo de un gasto que asciende a casi
la mitad del salario mínimo, y las ayudas públicas no han llegado por una
cuestión administrativa.
No hablamos de «desgracias familiares» sino de la
vulneración por parte de las administraciones del derecho a la educación
gratuita, sobrevenido además, en este caso, por la conculcación de otro
derecho fundamental: el de la vivienda.
La
caridad sigue siendo el pilar fundamental de nuestro raquítico estado social.
Según datos de la OCDE, las ayudas sociales que recibe el sector de la población
de mayores ingresos excede con creces a lo que llega al grupo más
desfavorecido. Esta transferencia efectiva de renta hacia los hogares más ricos
se debe en gran medida a que va ligada a la historia laboral en el sector
formal: sólo recibe ayudas quien ya tiene algo. Es decir, en nuestro país
tenemos un estado del bienestar invertido o, como decía Julio Anguita, un
estado del medioestar porque se queda
a medio camino de lo que sería deseable y porque beneficia fundamentalmente a
las clases medias. Mientras tanto, la vieja derecha continúa el proceso de
desmantelamiento, invocando al esfuerzo individual e idealizando la figura del
emprendedor contra toda lógica económica --¿de verdad alguien se cree que la
suma de cien autónomos es más competitiva que cualquier mediana empresa
alemana?--. La nueva derecha, además, apunta a Dinamarca como espejo en donde
mirarse, olvidando que uno de los «secretos» del país nórdico es
precisamente el estado social que deplora. Sólo la izquierda es capaz de
reescribir el relato centrándolo en la justicia social. Podremos seguir
enredados en nuestros particulares galgos o podencos dialécticos, discutiendo
sobre la conveniencia de hablar de
«clase obrera» o «los de abajo», pero tenemos claro que la vivienda y la
educación son derechos inalienables. Tenemos claro que nuestro lugar está
junto a los que luchan por defenderlos.
La Laguna 31/10/15
* Miembro de la permanente de
Unidøs se puede