Ni cambio ni re-cambio. España,
sus naciones y colonias optaron por instalarse en el limbo. No hubo asalto al
cielo a pesar de haber atravesado el infierno en los últimos años.
No
habrá gobierno de las izquierdas ni las derechas suman, pero tampoco de los de
abajo en un país maniatado por los de arriba, mercaderes europeos incluidos.
Las filias y fobias históricas han vuelto a mostrarse con mayor altura que la
felicidad y progreso justo de sus gentes. Todos ciegos y sordos
antes que libres. Aquella generación del 98 que describió el ocaso del imperio
español, tendría ahora "más maera" para prenderle fuego a su actual
país, porque la llamada generación perdida tampoco es que haya hecho todo lo
que se esperaría de ella para ganarse otro futuro. La España castrada insiste
en cortarle las alas a la que quiere volar y la decente se sonroja ante la que
quiere seguir dando pan a tanto chorizo. La España de pandereta, peineta y
toros gana a los puntos, para mayor gloria de los Indas, Maruendas y voceros del
absurdo.
Lo
único cierto es que hoy estamos peor que ayer, que tras el desborde de ilusión
hoy tenemos resaca de incertidumbre. Consuela saber que también al sistema no
le salen las cuentas, que todas sus fichas de dominó andan revueltas sin orden
en el tablero. A estas horas los mercados estarán cavilando su mejor solución:
dicen que para eso mantuvieron siempre al Rey, para cuando fuera necesario tener
un plan B y así poder proponer un gobierno a conveniencia.
España
se acostó plurinacional y pluripartidista y se levantará resacada en unos
meses monárquicamente unida por la gracia de Merckel.
Y
como en los mejores golpes de Estado, a esperar dos años que todo se calme y
nuevas elecciones..., en frío.