Yaiza Afonso Higuera *
Era
uno de esos sábados donde el sol santacrucero dejaba el cielo azul flojo.
Acompañábamos a mi padre a su ruta favorita. Desayuno tardío de chocos con
batatas en uno de los puestos gomeros de la recova, compra de quesos varios;
queso majorero de cabra, queso parmesano, un trocito de gruyer y una cajita de
camembert. Recuerdo la bolsa de plástico sujetando todos los paquetitos,
juntando sus olores. Tras los quesos, la elección de un trozo de cherne salado
y la adquisición de dos botellas de vino nuevo de la Matanza.
El
sol seguía bailando fuerte y bajamos a la marina a ver a su amigo el
cambullonero. Luis siempre deambulaba por los alrededores del puerto aunque tenía
su sede en el Bar Marquesina. Recuerdo sus brazos fuertes, musculados, su
camiseta de awañak, su collar de cuentas guanches…, a veces llevaba camisas
de botones desabrochados que mostraban los pelos de su pecho, siempre iba con
vaqueros. Hablaba con la jerga de los barrios, con el acento de los que lo cogen
todo al vuelo. Era un buscavidas que se movía en las callejuelas como nadie.
Aprovechó como muchos otros aquella coyuntura que daban los barcos rusos que
pasaban por Canarias para cambiar sus rublos, barcos que navegaban con destino a
otros países del continente. En ese paso estaba Luis, trapicheando con latas de
caviar, cangrejo, cámaras de fotos, vodka… Fuimos muchos los chicharreros los
que probamos todas esas delicadeses gracias a sus negocios.
Aquel
día mi padre le dio un abrazo como siempre, hablaron de la independencia, de
las banderas de las siete estrellas que protagonizaban los nuevos equipajes del
Club de fútbol sala El Marquesina. Luis le ofreció una latita de cangrejo, mi
padre la metió discretamente en la bolsa de los quesos. Siguieron contando la
anécdota de un godo comemierdas, un policía enterado que estaba todo el día
jodiendo, estaban muertos de la risa al imitar su acento.
Ayer
también hacía sol en Santa Cruz, sonaba salsa en la calle de la Noria, había
mucha gente disfrutando del carnaval y me encontré a Tinguaro, el hijo de Luis.
–
Él está arriba, me
dijo, en La Colina, conseguí una manguita y lo metieron arriba.
–
¿Quién?
–
Mi
padre, mi padre está en la clínica, es privada, es mejor así ¿no?
–
Sí, sí, es mejor y… ¿cómo
está?
–
Ya no se acuerda de
nada, maldito alzheimer. Yo lo voy a ver siempre y lo único que me dice es
“no me dejen aquí cabrones”.
Subí
Ramón y Cajal con la expresión del Luis de los 80, sus brazos fuertes, su
collar de cuentas guanches… Luis el de las sorpresas en la maleta, el de la
bandera de las siete estrellas, el de la independencia… Y pensé, tengo que
escribirlo carajo, a mi padre le hubiera gustado.
*Nací en Santa Cruz de
Tenerife aunque disfruté de mi infancia en la Finca La Pasada, Barranco Hondo.
Es allí, en aquel territorio libre donde aprendí a ser. Recuerdo escribir mis
primeros relatos junto a mi padre cuando era chica, en una biblioteca repleta de
libros y de cosas de nuestros guanches. Era un lugar mágico situado justo en el
centro de todos los árboles frutales. Estudié pedagogía aunque lo que quería
de verdad era ser escritora. Aprendí mucho en la universidad de todos aquellos
elementos que la componían, lucha social, diversión y libros.
Tras
la universidad he tratado de cultivar siempre ese lado que me hace ser yo,
colaborando en diferentes medios de comunicación del archipiélago como
articulista de opinión, realizando crónicas culturales, entrevistas... En mis
relatos procuro ofrecer mi acento isleño, mis vivencias y el modo que tengo de
ver la realidad.