Los dragos de La Tosca

 

 

Wladimiro Rodríguez Brito *

 

 

 

En el norte de La Palma, en el municipio de Barlovento, hay un bello mirador de la costa norte de la isla, situado en el lomo de La Tosca. Merece la pena bajar por el lomo hasta adentrarse en el pequeño caserío, en el que destacan altos dragos entre casa y casa, caso singular de convivencia entre naturaleza y campesinos.

 

Por desgracia, cada vez quedan menos dragos en ese caserío, sin que se tomen medidas para su mantenimiento. Muy recientemente ha caído otro, en una lección no aprendida sobre cómo hemos olvidado nuestra histórica relación con la naturaleza. Los usos tradicionales se han prohibido, sin alternativa alguna para nuestros campos.

 

La lamentable pérdida de dragos tan antiguos nos hace reflexionar sobre nuestro actual marco normativo. Hemos creado una protección legal tan estricta de las especies autóctonas que prohibimos totalmente su manipulación y mantenimiento. Por supuesto que hay que proteger la fauna y flora endémicas, pero siempre
teniendo en cuenta casos particulares como estos dragos, que fueron plantados deliberadamente con la intención de sacarles provecho.

Vivían en este caserío más de diez familias, que convivían y hacían uso de dichos dragos. Eran útiles para la producción de alimentos, para el ganado, para la fabricación de sogas e incluso para fines medicinales.

 

Los dragos tenían nombre y apellidos, y se llegaba a dar el caso de que el árbol tenía un propietario distinto del terreno circundante. El drago crecía mantenido por los campesinos, que retiraban parte de las hojas y las pencas dirigiendo su crecimiento. La estructura de estos árboles nunca tuvo que aguantar el peso de un ramaje incontrolado. Los dragos que crecieron siendo podados paradójicamente sufren y mueren hoy al crecer sin restricciones por no ser recortados.

 

El bosquete de dragos de La Tosca se deteriora cada vez más deprisa. Un símbolo de nuestras islas, paisaje emblemático, se desvanece debido a una crisis cultural: las rígidas leyes ambientales vigentes prohíben toda actividad humana en torno a ellos, sancionando de manera ejemplarizante a los últimos campesinos. Nuestras administraciones actúan como el famoso perro del hortelano: ni mantienen los dragos ni los dejan cuidar.

 

Como bien dijo el profesor don Leoncio Afonso ante una situación similar en Puntagorda, no podemos separar la flora autóctona de las manos con la que ha convivido toda su historia. Seamos lo suficientemente flexibles como para mantener nuestro patrimonio vegetal. No dejemos perder por trabas administrativas un lugar tan singular y único como los dragos de La Tosca. Vecinos como Víctor entienden mejor del cuidado de los dragos que una administración burocratizada que gestiona el medio ambiente desde la oficina.

 

 * DOCTOR EN GEOGRAFÍA POR LA UNIVERSIDAD DE LA LAGUNA

 

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