«»
Ramón Moreno Castilla
En
la línea argumental y expositiva de la trilogía anterior
(“La psicopatología social de Canarias”, “La Vergüenza maligna” y
“Agravios comparativos”)[1] hoy
continuamos con la exposición de episodios relevantes de lo que podríamos
denominar la “intrahistoria” de Canarias que tiene mucho que ver con nuestra
realidad actual política, social y económica, ¡que está a años luz de la
que nos dicen! Es esa parte de la historia de nuestra tierra jamás contada; y
que el pueblo canario en su conjunto debe conocer y asimilar en un inexcusable
ejercicio de recuperar la memoria histórica.
Así
que, en primer lugar debemos dejar meridianamente claro que Canarias ya existía
(las Islas estaban habitadas por una población de origen bereber procedente del
Norte de África que poseía una estructura social y con dos divinidades que los
nativos adoraban: “Achamán”, rey y padre
de los dioses; y “”Chaxiraxi”, la diosa madre, antes de
que España se constituyera como nación a partir de 1492 con la conquista de
Granada por los mal llamados Reyes Católicos; que fueron quiénes enviaron a
las tropas invasoras castellanas y a los vándalos mercenarios a conquistar y
evangelizar estos territorios de ultramar por la fuerza de las armas. Por tanto,
esa es la historia, o parte de ella, que los canarios debemos tener siempre
presente a la hora de saber quiénes somos, de dónde venimos, dónde estamos
situados en el mapa, y a dónde queremos ir. Porque, ¿España puede demostrar
ante la Comunidad Internacional, que el pueblo canario (los nacidos aquí)
quiera seguir siendo cola de león, antes que cabeza erguida y orgullosa de
canario pinzón?
Otra
cosa es el implacable y depredador colonialismo al que estamos sometidos los
canarios -se diga lo que se diga- por parte de la potencia colonizadora, España;
y la justificación de la conquista y posterior donación que se ha pretendido
hacer, hurtándole a este pueblo su verdadera historia. Ya se sabe que, como ha
ocurrido siempre, la historia la han escrito los vencedores; y que todo
conquistador trata de justificar su conquista para esconder o aminorar la
explotación que ejercer y los desmanes perpetrados contra los pueblos
conquistados. Y para esto, la justificación más socorrida es que se trata de
gentes inferiores, cuyas costumbres y pensamiento, son sometidos a una crítica
feroz a la par que inconsistente desde el punto de vista ético y científico.
Esto,
desde muy antiguo. Ya Aristóteles en su conocido y célebre libro “Política”,
habla de pueblos bárbaros, de pueblos esclavos por naturaleza, cuyo
destino no es otro que el de ser conquistados y esclavizados para que trabajen y
sirvan a los griegos, derecho justo dada su superioridad racial. Y esta tesis se
difundió enormemente y sirvió para la expansión de Roma. Esta tesis, de larga
vida, llegó a Canarias, que fue el laboratorio, y a América con la espada de
los conquistadores y la cruz de los misioneros. Y aquí se radicaliza hasta el
extremos de sostener que los aborígenes canarios y luego los indios americanos
carecen de alma y no pertenecen a la especie humana. El Papa, para no desmerecer
la labor evangelizadora, tiene que intervenir y decir que si tienen alma y que,
por tanto, son hombres. Pablo III, en su bula Sublimis Deus -1537-
tiene que declarar lo siguiente:
“Nos,
que aunque indignos, ejercemos en la tierra el poder de Nuestro Señor...,
consideramos sin embargo que los indios son verdaderos hombres y que no solo son
capaces de entender la fe católica, sino que, de acuerdo con nuestras
informaciones están deseosos de recibirla”.
En
la conquista de América, sobre todo, la bula papal era urgente e
imprescindible, porque era obvio que si los indios -y antes los aborígenes
canarios- no pertenecían a la especie humana, la evangelización de sus pueblos
no tenía sentido. Si para ellos no existía otra vida después de la muerte por
carecer de alma, ¿para qué entonces el esfuerzo de su cristianización? Pero
la singular bula papal fue quizás más imperiosa y necesaria para la monarquía
española. Paras sus reyes era un importante instrumento de conquista, pues una
religión que predica la resignación y el sometimiento resultaba un arma
formidable para imponer el dominio y consolidar la colonización. Era el
cuchillo pontificio del que hablaba el obispo ecuatoriano Gaspar de
Villarroel (1587-1665). Por tanto, había que imponer el catolicismo a cualquier
coste, para lo cual era forzoso arrasar las religiones indígenas, como
efectivamente sucedió, primeramente en Canarias. Tan fundamental era la
implantación de la religión católica, que muchos juristas y teólogos la
consideraban como una justa causa para la conquista. Aunque a los
indios americanos siempre les quedará la egregia figura de Fray Bartolomé de
las Casas (1484-1566), verdadero precursor del anticolonialismo...
En
ese contexto histórico, es muy importante referirnos a los supuestos
fundamentos de la donación pontificia de Canarias. Así pues, a partir de ahora
y en sucesivas entregas, analizaremos esos fundamentos de donación o donaciones
de las Islas Canarias por parte de los papas de los siglos XIV-XV. Dicho de otro
modo trataremos de responder a la siguiente pregunta: ¿con que poder y
atribuciones creyeron dichos romanos pontífices que podían hacer donación de
las Islas Afortunadas a diferentes príncipes seculares? No se trata, por
consiguiente, en este modesto análisis de profundizar en la descripción del
hecho de las varias donaciones de que fueron objeto las Islas Canarias, más allá
de la medida de lo necesario para tratar de las razones o los fundamentos de las
donaciones.
Como
es sabido, las Islas Canarias fueron objeto no de una donación sino de varias.
Desde que Plinio en su Historia natural describió y llamó a estas
Islas “Afortunadas” hasta la primera mitad del siglo XIV, no fueron
descubiertas y redescubiertas por los europeos, que equivale a decir para el
mundo de entonces. La Guerra de los Cien Años y el bloqueo del Mediterráneo
por los turcos después, convirtieron a las Canarias en punto estratégico
dentro de las líneas atlánticas de navegación. Su interés subiría todavía
más con el descubrimiento de América.
La ruta de Colón hacia el Nuevo Mundo no solo hizo escala en Canarias, sino que
la experiencia conquistadora y misional en estas tierras fue un ensayo de la
empresa de Indias bajo ambos aspectos. Tanto en Canarias como en América hubo descubrimiento,
conquista y evangelización y donación. La problemática doctrinal y de
adquisición de territorios inherente a estos episodios históricos, estuvo íntimamente
relacionada entre ambos lados del Atlántico.
Veamos
ahora brevemente las fuentes fundamentales de las donaciones pontificias de
Canarias, y ocuparnos del fundamento que según sus protagonistas las
legitimaban. Entre los varios visitantes de estas Islas en el siglo XIV, solo
nos interesa para el presente estudio Luis de la Cerda (llamado en Francia Luis
de España) emparentado con las familias reales de Aragón, Castilla, Portugal y
Francia, justamente los cuatro países que en algún momento mostraron
apetencias por el dominio y posesión de Canarias. Al cerrársele las puertas
por altos cargos en Castilla, Luis de la Cerda probó fortuna en Francia donde
llegó a ser almirante (1341) y era también embajador del rey galo ante la
corte pontificia de Aviñon del papa Clemente VI cuando en 1342 formó parte de
una expedición francesa a las Islas Canarias, y formuló al papa la petición
de investidura de las Canarias en su persona, ofreciendo como contrapartida
trabajar para atraer a sus habitantes al cristianismo. Curiosamente, Luis de la
Cerda le habla al papa del mismo número de Islas y con los mismos nombres que
les había dado Plinio, cuando en el siglo XIV eran conocidas ya por otros
nombres. Pero lo más importante es que según Luis de la Cerda, todas estas
Islas estaban bajo el dominio de príncipes que no eran cristianos.
Clemente
VI, que acariciaba el proyecto de un tratado de amistad entre Francia y
Castilla, que de hecho tuvo lugar el 1de julio de 1344, fecha en que fue leída
solemnemente en consistorio público, en presencia de 26 cardenales, varios
obispos y diversas personas, confiriéndoselas seguidamente en feudo a Luis de
la Cerna mediante la tradición de un cetro de oro. Por las mismas palabras en
latín de dicha bula, es claro que aquí se trata de una verdadera donación que
otorga a perpetuidad las Islas Afortunadas a Luis de la Cerda, Luis de
España, Príncipe de la Fortuna, como en adelante se le debería llamar, quién
juró vasallaje al papa por escrito trece días después (28 de noviembre de
1345). El papa Clemente VI hacía expedir el 11 de diciembre del mismo año dos
cartas a cada uno de los reyes de Aragón, Castilla y Portugal, que eran
parientes de Luis de la Cerda. En el primero de los escritos pedía ayuda y
protección para el plan de conquista de las Canarias en beneficio de Luis de la
Cerna. En la otra pedía permiso a dichos reyes para reclutar en sus reinos
soldados, armas y demás pertrechos necesarios para dicha operación de
Canarias, a menos que dichos reyes aceptaran acudir personalmente.
El
23 de diciembre del mismo año de 1344 el papa dirigió todavía otras cartas
similares a otros príncipes. Solo se conocen las respuestas de los reyes
castellano y portugués, que eran los únicos con aspiraciones sobre el dominio
y control de las Canarias, respuesta que el papa hizo añadir al registro
correspondiente. Portugal alegaba, entre otras razones, sobre el fundamento de
sus derechos sobre las Islas Canarias, el ius inventionis,
afirmando incluso que habían sido portugueses los primeros descubridores del
archipiélago canario. El papa concedió a los dirigentes de la expedición
privilegio de altar portátil, indulgencia plenario in articulo mortis
y con carácter trienal, las mismas indulgencias que para los cruzados de Tierra
Santa. Tratábase, pues, de una verdadera cruzada. Tan concienzuda preparación
pontificia de la expedición de Luis de la Cerda a Canarias se quedó en nada,
debido a que el Príncipe de la Fortuna murió, antes de emprenderla, en la
batalla de Crecy.
[1] conlafirmadeRamónMorenoCastilla
---»
Continúa...
Otros artículos de Ramón Moreno Castilla publicados en El Guanche y en El Canario