Los
campesinos no tienen quien les escriba
Wladimiro
Rodríguez Brito *
[…Aquí
no valoramos la agricultura desde lo cultural, pero tampoco desde lo económico.
Nuestras leyes dificultan las labores agrarias, mientras nos alejamos tanto de
la historia de las islas como de cualquier estrategia a largo plazo sobre
nuestros recursos... Hasta cinco administraciones requieren gestiones para el
mero hecho de levantar una pared o cortar una vinagrera, un cornical o un
brezo…]
Comenzamos
estos surcos, que no deben ser solo de papel, parafraseando al escritor gallego
Álvaro Cunqueiro. Estos días el invierno nos ha recordado la fuerza de la
naturaleza; en lectura de antaño este sería un buen año, con la piel de las
islas mojada desde Lanzarote hasta La Palma. Sin embargo, lo que oímos en los
medios son lamentos en los que el agua, antes tan demandada por nuestro pueblo,
parece un castigo.
Esta
es una tierra que ha olvidado su relación con el medio, desde la pérdida de
nuestros cultivos, pasando por la crisis en el pastoreo, hasta una general
desaparición de las antiguas prácticas de conservación de nuestra naturaleza.
No solo hemos perdido los surcos y los campesinos sino todo conocimiento
tradicional del mantenimiento de nateros, gavias, paredes, ribazos y un largo
etcétera.
La
crisis agraria es también una crisis de gestión. Todos los veranos se
manifiesta en los incendios; ahora en otoño e invierno en los problemas que las
lluvias causan en las vías de comunicación y poblaciones. Nadie piensa en
nuestros cultivos y los frutos de nuestra tierra, ni mucho menos en la vida
rural que daba estabilidad social y ambiental.
Sufrimos
una profunda crisis cultural que ha olvidado a los hombres y mujeres que con el
arado, azadas y sus tradiciones gestionaron esta tierra. Ésta es una crisis en
la gestión del territorio, pero también es la crisis de los que hacían
cercados, limitaban parcelas y vivían comprometidos de la agricultura y el
medio ambiente, con mucho trabajo e ilusión, dibujando con paredes o surcos en
la piel de nuestra tierra.
Ahora
ya no hablamos de preparar la sementera con el suelo mojado por las pasadas
lluvias, ya que importamos sin aranceles de terceros países. Otros países,
como Japón y la India, en la reciente Conferencia del G-20 de Pekín han
defendido los aranceles para su producción de arroz. La misma Unión Europea
aplica aranceles significativos a las placas fotovoltaicas y otros productos
industriales chinos. Aquí no valoramos la agricultura desde lo cultural, pero
tampoco desde lo económico. Nuestras leyes dificultan las labores agrarias,
mientras nos alejamos tanto de la historia de las islas como de cualquier
estrategia a largo plazo sobre nuestros recursos. La lluvia aparece más como un
problema que como un bien de gran valor; no solo hacemos un mal uso de lo que
llueve, sino también del agua depurada y de las tierras baldías.
Nuestras
islas están llenas de fragmentados pedazos de naturaleza supuestamente
protegida. Son espacios alejados de los usos tradicionales, establecidos sin
contar con nuestros gestores tradicionales del campo. Hasta cinco
administraciones requieren gestiones para el mero hecho de levantar una pared o
cortar una vinagrera, un cornical o un brezo. Queremos gestionar una naturaleza
sin campesinos, acordándonos más de la opinión del FMI, el Banco Mundial o
las grandes multinacionales de los alimentos. Otros deciden no solo lo que
hacemos con nuestra tierra si no qué ponemos en nuestro estomago.
La
propia Unión Europea reconoce que no se están alcanzando los objetivos de la
biodiversidad y que la PAC no es solo una herramienta para conseguir alimentos y
desarrollo rural, sino también para conseguir biodiversidad. El mercado no
tiene en cuenta los bienes públicos que producen los agricultores ni tampoco
los valores sociales, ambientales y paisajísticos, según reconoce en la Comisión
Europea el holandés Gerben-Jan Gerbrandy.
Necesitamos
volver al llamado empirismo acientífico de nuestros campesinos. En esta época
del año tendríamos que hablar de aperos, de semilla, de barbecho. Este es un año
en el que las lluvias de octubre y noviembre han regado nuestros campos en
Barlovento y Sotavento; es por tanto un año bueno que ofrece posibilidades para
la ganadería y las siembras en gran parte de nuestro territorio.
El
campo podría generar un nivel de bienestar para muchos vecinos de estas islas
que en estos momentos lo pasan mal. Sin embargo, los valores y la cultura
dominante se han alejado del surco, de la tierra, del esfuerzo y de la
sementera. La crisis cultural dificulta nuestra salida de la crisis económica;
en lugares como Francia, Madeira o en Holanda, donde sus campos se labran y se
siembran, existe una alternativa más y mayor aprovechamiento de los recursos.
El campo debe tener quien le escriba, pero también un pueblo que luche por
recuperar parte del pasado que hemos olvidado y que debemos recuperar.
La
suerte de nuestros barrancos y laderas, nuestras ciudades y pueblos, nuestros
montes, tiene mucho que ver con recuperar nuestra cultura rural, rica y empírica
que hoy permanece en el olvido.
*
DOCTOR
EN GEOGRAFÍA POR LA UNIVERSIDAD DE LA LAGUNA
Otros
artículos de Wladimiro Rodríguez Brito publicados en El Canario
*DOCTOR
EN GEOGRAFÍA POR LA ULL
Redacción:
En
nuestras páginas tenemos la colaboración de tres destacados valedores de los
agricultores y del campo canario:
El
propio Wladimiro
Rodríguez Brito;
El Padre
Báez y, el
recientemente fallecido, Paco
Díaz Guerra,