Los
campesinos y los espacios protegidos
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Wladimiro Rodríguez Brito
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[Los
puentes entre gestores y conservadores del Parque y el mundo rural, no pueden ni
deben quedar
alejados por la burocracia urbana, con leyes que desgraciadamente
no tienen en cuenta los usos tradicionales de nuestro mundo rural, por lo tanto,
naturaleza y naturalistas han de convivir, no solo con los planteamientos científicos
si no con una importante cultura que ha gestionado este territorio a lo largo de
los años y precisamente por ello, gran parte de lo que tenemos hoy no es solo
fruto de una naturaleza rica si no del manejo y la convivencia del hombre en
dicho territorio, es decir de una armonía y un nivel de conocimientos del saber
hacer, que no solo se resuelve con prohibiciones y limitaciones impuestas desde
fuera y alejadas de la realidad social del territorio.]
Leemos
las quejas de varias asociaciones de vecinos de La Orotava sobre los órganos de
gestión del Parque Nacional del Teide y el olvido de dichas asociaciones en el
patronato. En los tiempos que corren, tenemos que hacer un esfuerzo en incluir
la problemática del mundo rural, su cultura, sus vivencias y posibles
alternativas tanto en el modelo de trabajo como de gestión de nuestra
naturaleza, generalmente nacidos en el mundo urbano ya que en sus planteamientos
han olvidado en gran parte al hombre, su cultura y sus vivencias en la gestión
de nuestra naturaleza, priorizando unos planteamientos teóricos que ignoran
gran parte de la rica cultura que ha convivido en nuestro territorio más allá
de los aspectos geológicos, botánicos o una serie de teorías que degradan la
cultura del medio rural.
El
Parque Nacional del Teide, es en gran medida una naturaleza rica tanto en lo
geológico como en lo botánico, sin que excluyamos las actividades y la
impronta del hombre hasta finales del siglo pasado. No solo cuenta con una
actividad volcánica de características muy singulares en el plano volcánico
si no que también, hemos de incorporarle las actividades humanas que han
pervivido sobre este medio desde el mundo aborigen hasta las limitaciones en la
década de los 50 sobre las actividades del pastoreo y los usos tradicionales
que han modificado de manera significativa la gestión de dicho territorio. Por
ello, las huellas humanas y lo que es más importante, la relación del hombre y
el territorio han de tenerse en cuenta, máxime en los tiempos que nos toca
vivir, no solo por tratarse de un territorio singular, visitado por más de 3
millones de turistas con una naturaleza seguramente alterada por la actividad
humana a lo largo del tiempo y la relación que tiene el hombre con la
naturaleza, hemos de cuidar con mucho esmero la cultura de nuestro pueblo y el
papel de la misma, en la gestión de tal singular espacio. Por ello, los
pastores, arrieros, carboneros, pinocheros, cazadores, apicultores, senderistas
y un largo etcétera han impuesto sus señas de identidad en dicho territorio y
lo que es más importante, la gestión de futuro de dicho parque debe seguir
contando con los mismos.
Valga como referencia, lo que nos dice don Benito Fraga, guarda forestal de este territorio a lo largo de muchos años y nos cuenta cómo; la actividad humana tanto la agroforestal como el pastoreo tuvo un peso tan singular hasta que en la década de los 50, suspendieron el pastoreo en Las Cañadas a pesar de la penuria y sufrimiento que tenía nuestro mundo rural, y es que hasta esa fecha; entraban desde Los Realejos más de 5000 cabras para aprovechar los pastos en dicho espacio, hasta que el frío invierno obligaba a los pastores a alejarse de la zona. Situación de trabajo y sufrimiento que costó sangre, sudor y lágrimas para romper con tal actividad pastoril en Las Cañadas, y es que posteriormente introdujeron los muflones donde a pesar de ello, se ha producido una importante recuperación de una vegetación sometida a un sobrepastoreo en aquella época.
Don Benito también nos cuenta, que tenían una
era para trillar centeno o cebada, en las proximidades de la casa de don Juan Évora
en Boca Tauce y qué decir, de las retamas que se usaban tanto para leña como
para forraje de los animales, de tal manera que todavía en los años 50 un
ganadero al sur de la isla murió huyendo de las autoridades en el paisaje
lunar, es decir la miseria y las crisis económicas que hemos vivido no han sido
buenos aliados de la conservación y cuidado de la naturaleza. Por ello, en
estos momentos hemos de hacer un esfuerzo de encuentro y de entendimiento, entre
los usos tradicionales y una gestión de conservación propia de los tiempos que
vivimos.
La gestión del Parque ahora requiere no solo mano izquierda, sino una política
de acercamiento entre los usos tradicionales y el cuidado del mismo, cuenta con
una importante actividad turística de más de 3 millones de visitantes. Por
ejemplo; si tuviéramos en cuenta lo que están haciendo en otros países para
luchar contra los incendios como en el caso francés donde se ha vuelto a
actividades agropastoriles para retirar combustible, además de una serie de
temas para comprometer a los pastores con la administración en la gestión y
cuidado de nuestra naturaleza, como son; actividades de aprovechamiento de
madera, obtención de cisco para la agricultura, mejora de las relaciones del
hombre con el territorio en el uso y aprovechamiento en elementos de la
apicultura o cacería, son temas que debemos tratar. El principal aspecto es
implicar a la población que ha estado históricamente relacionada con el Parque
o que tiene actividades próximas a los usos que hoy demanda la sociedad.
Los
puentes entre gestores y conservadores del Parque y el mundo rural, no pueden ni
deben quedar alejados por la burocracia urbana, con leyes que desgraciadamente
no tienen en cuenta los usos tradicionales de nuestro mundo rural, por lo tanto,
naturaleza y naturalistas han de convivir, no solo con los planteamientos científicos
si no con una importante cultura que ha gestionado este territorio a lo largo de
los años y precisamente por ello, gran parte de lo que tenemos hoy no es solo
fruto de una naturaleza rica si no del manejo y la convivencia del hombre en
dicho territorio, es decir de una armonía y un nivel de conocimientos del saber
hacer, que no solo se resuelve con prohibiciones y limitaciones impuestas desde
fuera y alejadas de la realidad social del territorio. Es decir, lo que
demandamos son ojos de campesinos que han de convivir con los gestores y los
científicos que gestionan dicho territorio. Por ello, queremos pensar que en el
Parque Nacional del Teide no ocurrirá lo que ahora sucede en el Parque Cabañeros,
donde el debate entre cazadores y conservacionistas hacen que el parque sea más
un coto de caza que un parque nacional propiamente dicho. Aquí y ahora,
necesitamos una participación viva entre el mundo rural y los gestores del
Parque Nacional del Teide, sin olvidar que en dicho parque están implicados más
de la mitad de municipios de Tenerife.
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DOCTOR
EN GEOGRAFÍA POR LA UNIVERSIDAD DE LA LAGUNA
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