África,
el continente del futuro
Ramón
Moreno Castilla
Más
allá de las expectativas del Fondo Monetario Internacional (FMI), del Banco
Mundial (BM), y del propio Banco Africano de Desarrollo (BAfD), que sitúan al
vecino continente africano como un futuro referente mundial en materia de
desarrollo -África es el continente más rico del planeta en materias primas-,
la realidad de los diferentes países africanos, lejos de los recurrentes
estereotipos y tópicos al uso, sigue siendo una pesada loza para su necesario e
imprescindible despegue, que posibilite la unidad panafricana y,
consecuentemente, su desarrollo sostenible. Además, cuando se habla de África
se hace como si se tratara de un lugar remoto, lleno de negros, distinto y
distante y ajeno a nuestra realidad (visto desde la perspectiva impuesta a
Canarias); cuando el protagonismo que Canarias debiera desempeñar en el
contexto africano, es evidente. Otra cosa es que no se quiera o no interese ver
esa incontestable realidad. El continente africano sigue padeciendo las secuelas
del depredador colonialismo europeo, que saqueó las inmensas riquezas de las
excolonias africanas, que fueron literalmente esquilmadas y arruinadas. Y ahí
está para corroborarlo el reciente discurso del Rey de Marruecos, Mohamed VI,
ante la Asamblea General de Naciones Unidas (leído por su primer ministro),
donde denunció ante la Comunidad Internacional los estragos que el colonialismo
había causado en África. Lo que no sentó nada bien en los países europeos
que colonizaron el continente africano, en la mente de todos. Pero para hacer un
análisis riguroso y pormenorizado de la realidad africana, que es enormemente
compleja, se requiere cierta concreción de los problemas. Si bien, como ha señalado
la periodista Augusta Conchiglia en el periódico francés, ‘Le Monde
Diplomatique’: “Como signo de los tiempos que corren, las teorías que señalan
las tendencias ‘suicidas’ de África gozan de un consenso exagerado”.
“El
rechazo al desarrollo”
Por
ello, conviene identificar a los precursores de esas ideas: ensayistas africanos
quienes, a comienzo de la década de 1990, teorizaron sobre “el rechazo al
desarrollo” manifestado por el continente negro y la necesidad de someterlo a
“un ajuste cultural” (ver, respectivamente, Axelle Kabou, 'Et si l’Afrique
refusait le développement?' y Daniel Etounga-Manguelle, 'L'Afrique
a-t-elle besoin d'un programme d'ajustement culturel?', París, 1991). ¿Qué
está pasando entonces en el vecino continente? ¿No será que África es antes
que nada víctima de ella misma, de su historia? Prestigiosos analistas y politólogos
de renombre mundial señalan como principales responsables al funcionamiento de
los Estados (en muchos casos fallidos), al clientelismo étnico, al vivir de
rentas y a la especulación de los ricos y comerciantes, que desembocan en la
corrupción generalizada y en un endeudamiento catastrófico. Lo que muchos
autores llaman “bloqueos socioculturales e históricos”, explicarían la
distancia cada vez mayor que existe entre África y el resto del mundo;
principalmente, las conductas irracionales “propias de los pueblos
africanos”, como la propensión a la acumulación capitalista, las cargas económicas
que genera una gran familia, que frenan el ahorro y cualquier inversión
productiva. Pueblos que dilapidan sus riquezas naturales, favorecen la
desertización y la deforestación, y son incapaces de progresar. Todo lo cual
los convierte en eternos asistidos (ver Stephen Smith, 'Négrologie: Pourquoi
l'Afrique meurt', París, 2005).
Cuestión
étnica
Uno
de los aspectos más importantes sobre la realidad africana que analizaron
Georges Courade y su equipo multidisciplinar (‘L’Afrique des idées reçues’,
Belin, París, 2006), es el capítulo de la identidad; donde se sigue apelando a
la cuestión étnica para explicar los conflictos y la inviabilidad del
Estado-nación. Sin minimizar su papel en el desarrollo de las guerras, los
autores recuerdan hasta qué punto la etnia es frecuentemente instrumentalizada
en torno a “cuestiones como la conquista del poder central, por más débil
que sea; la renta minera y petrolera; el reparto del dinero del Estado; la
cuestión primordial del acceso a la tierra; la atribución de títulos y
derechos”. No menos significativa es la recomposición étnica organizada por
los colonizadores europeos, con el objetivo de ‘divide para reinar’. Sin
embargo, más allá de los clichés y las manipulaciones, la etnia parece ser
reivindicada cada vez más como comunidad política, incluso en la definición
del proyecto democrático (ver Mwayil Tahiyambé, ‘África ante los desafíos
del Estado Multinacional’, LMD, septiembre 2000). Esa afirmación obliga a los
Estados a evolucionar hacia modelos menos centralizadores -aunque no
necesariamente etno-naciones, como se sugiere a veces- con el riesgo de
favorecer una ‘balcanización’ tan peligrosa como desprovista de fundamentos
históricos. Según Courade, el Estado tendría serios problemas para afirmarse
en África, en la medida en que sería una importación occidental. Se trata,
pues, de un grave contrasentido; ya que no es el Estado occidental el que está
en tela de juicio (¡que también!), sino el Estado colonial, que era un Estado
“mutilado, decapitado políticamente, instalado en las metrópolis, sin
legitimidad, y limitado a su aparato administrativo”.
Las
secuelas del Estado colonial
En
tanto que instrumento de dominación, cuyo primer objetivo era “recaudar
impuestos y reclutar mano de obra para trabajos forzados”, el Estado colonial
no podía constituir un modelo eficaz (menos aún democrático) para los países
que habían alcanzado la independencia. Ese modelo imperante, cuyas secuelas
persisten aún, generó un Estado híbrido, neo-patrimonial, en el que cada
titular de una parcela de autoridad pública “puede privatizarla en beneficio
propio y de su entorno”, como sostiene Jean-François Médard. Y como ejemplo
significativo, tenemos los recientes sucesos acaecidos en Burkina Faso (antiguo
Alto Volta), excolonia francesa, donde el presidente Blaise Compaoré, tras 27 años
mandando, quiso reformar la Constitución para perpetuarse otros cuatro años en
el poder. Lo que llevó al levantamiento de la población, quemando el
Parlamento y otros edificios públicos; con la consiguiente intervención del Ejército
y el riesgo evidente de que este país se vea envuelto en otra guerra civil.
Otro cliché cuya crítica resulta crucial para quienes reflexionamos sobre políticas
alternativas para África, reside en afirmar que la abundancia de riquezas
naturales bastarían para el desarrollo, si éste fuera mejor concebido e
instrumentalizado. Resulta innegable que esas riquezas existen en el continente
africano; y que no siendo explotadas, son exportadas en bruto y a menudo
saqueadas y dilapidadas. Por otra parte, está igualmente probado que la economía
de las rentas y la exclusiva valoración de las riquezas naturales no favorecen,
por sí solas, la diversificación de la economía, y menos aún un reparto
equitativo de los frutos del crecimiento. Como defiende Sylvain Guyot, del
equipo de Georges Courade, “África debe apoyarse ante todo en los equipos
humanos y en la sociedad para inventar, crear y emprender en un marco social y
político nuevo”.
Efectos
duraderos
Por
lo tanto, resulta urgente que el conjunto de los actores políticos africanos
reflexionen seriamente “sobre qué tipo de desarrollo y qué administración
de las riquezas naturales son mejores para el continente africano”. De no
producirse esa reacción en cadena, muchos de los países de África seguirán
siendo “no desarrollables estructuralmente”. Pero las opciones asumidas
durante la colonización siguen influyendo en la elaboración de las estratégicas
económicas. Jean Fierre Foirry, de la Universidad de Auvernia, miembro del
Centro de Estudios e Investigación sobre Desarrollo Internacional (CERDI),
recuerda oportunamente que la dominación occidental tuvo dos efectos duraderos:
“Un efecto voluntario de especialización regresiva en productos
complementarios de los de las metrópolis, lo que sin duda constituyó un freno
a la evolución industrial de los países. Y ello, teniendo en cuenta que más
bien habría que hablar de saqueo de materias primas antes que de mercado
equilibrado”. Hasta tal punto, que los precios de las mismas no son favorables
a los productores locales, y los términos del intercambio dependen menos de la
oferta y la demanda que de las relaciones de fuerzas subyacentes. La ecuación
del desarrollo se plantea, por tanto, en términos diferentes -y muchas veces más
discutibles-, como argumenta Jean Paul Gourécitch (ver 'La France en Afrique.
Cinq siècles de présence: vérités et mensonges', Acropole, París, 2006).
Revalorizar
la tierra
Este
experto mundial en recursos humanos y profesor de la Universidad de París XII
pone de manifiesto la negligencia de los gobiernos locales en lo que concierne,
por ejemplo, a la agricultura: “África es una de las poquísimas regiones del
mundo que no se ocupa de sus campesinos, mientras que hoy en día en
Europa, en Japón, en Estados Unidos, e incluso, en varios países de América
Latina, los ingresos de los campesinos están protegidos y subvencionados, a la
vez que la tierra aumenta su valor”. Por ello, y a causa de los bajísimos
precios de los productos agrícolas, la tierra no vale nada, lo que genera
desertización y un urbanismo galopante. La revalorización de la tierra sería
un medio para potenciar en los africanos el gusto por el trabajo, en lugar de
crear hordas de desempleados y asistidos, que son el motor de los disturbios en
las ciudades donde los sistemas de protección social están poco desarrollados.
Las élites políticas debían tomar conciencia de la inevitable implosión de
la identidad africana bajo la presión de las imágenes que la cultura
occidental difunde y las necesidades que la misma crea. La juventud impaciente
por consumir, no puede esperar a que se le de la palabra… Y justamente es
contra los riesgos de la aculturación a través del consumo que el reputado
economista senegalés Cheikh Ti-diane Diop, diplomado en las Universidades de
Dakar y Borgoña, hace un llamamiento a los jóvenes africanos. Afirma que no se
puede responsabilizar al atraso económico del continente su identidad, sino más
bien a la negativa de la Comunidad Internacional y de los propios países
africanos a tomar en cuenta “las lógicas culturales como dimensiones
esenciales del desarrollo”. Existe, no obstante, otra mirada sobre África: la
de la escritora Anne-Cécile Robert, autora de ‘África en auxilio de
Occidente. Saber Vivir, Saber Hacer’, Icaria Editorial-Cáritas, Barcelona,
2007). He aquí una visión a contracorriente de África y su lugar en el mundo.
¿Y si fuera Occidente y no África quien precisara de ayuda?
Artículos del mismo autor publicados en ElCanario.net