¿VUELVE EL MIEDO O HA MUERTO LA REBELDÍA?
Francisco
Javier González *
Soy de una echadura -la
de los canarios nacidos entre el 40 y el 50 del pasado siglo- a la que nos tocó
vivir la juventud durante los años de plomo del caciquismo criollo y el nacionalcatolicismo
hispano. Aquel mundo asfixiante en que vivían inmersos nuestros padres -mundo
sin ideas y con ideales escondidos con los libros enterrados en latas a salvo
de los perros uniformados de gris y de las negras sotanas guardianes de un régimen
castrador- traspasaba muy poco nuestra pelleja de niños que teníamos a la calle
y la Vega como gran campo de juego, fuera el trompo, los boliches, el robo de
las primeras brevas icariñas que crecían en las pericosas
de las higueras o las guirreas de piedras entre barrios vecinos según se
terciara, y que asistíamos a todas las misas dominicales en perfecta formación
con el maestro al frente. Ya pibes del instituto lagunero empezamos a tomar
conciencia de que aquello no marchaba. Algunos mayores empezaban a hablar. Las
guaguas de la “Eclusiva” subieron los precios. Vimos
-y participamos- en las primeras huelgas y las primeras quemas de las guaguas
encarnadas y blancas de los Orama. Algunos libros
salieron, mohosos y descoloridos, de los escondites en que hibernaban desde el
fatídico 36 y otros empezaron a circular bajo los mostradores de algunos
libreros. Con todo ello se rompió la inocencia y comenzaron las
clandestinidades.
La Universidad fue un
hervidero en que se templaron conciencias y se superaron miedos con un casi
nulo apoyo del profesorado embirretado, hasta que la grey del fascio, ya sin
caudillo, se travistió en monarquía y se destiñó el azul de las camisas. La
lucha continuó con su reguero de asesinatos aún impunes como los de Antonio
Glez. Ramos, Bartolomé García Lorenzo o Javier Fdez. Quesada, pero el miedo se
había superado. Partidos y Sindicatos salieron a la luz a caballo entre la
legalidad y la represión. El Colegio de Licenciados y Doctores lagunero acogió
las luchas y movilizaciones de un profesorado, mayoritariamente interino y muy
activo, amparado por una Junta Directiva en la que tuve el privilegio de
participar junto a socialistas activos como Melquiades Álvarez o Alfredo
Mederos. Allí y en el Salón de Actos de la entonces Escuela de Magisterio se
gestaron las grandes manifestaciones que, con la oposición frontal a unas
oposiciones injustas que primaban al foráneo, originaron opciones sindicales
como el STEC, nacido en y para la lucha.
Llegaron las
decepciones. Los Partidos perdieron el norte de sus aspiraciones. Del OTAN NO
se pasó a la actuación militar en Bosnia, en Irak y en Afganistán. De la
defensa del Derecho a la Autodeterminación se pasó a la Ley de Partidos que
criminalizan ideas y los Sindicatos mayoritarios se burocratizaron y
adocenaron. Anticolonialistas combativos devinieron en nacionaleros aticos coalicionados y un supuestamente triunfante
capitalismo canonizó a Fujiyama, su Fin de la Historia y la desaparición de las
clases, mientras la ciudadanía de esta sufrida colonia canaria, con un paro y
un empobrecimiento digno de las duras etapas de hambruna y emigraciones,
continuó carnavaleando en medio de una sociedad que emprendía un viaje proa al
marisco de difícil retorno.
Un extraño nirvana se ha
ido apoderando de esta sociedad nuestra. Admitimos como normal el saqueo de nuestra patria, la
esquilmación de recursos, la cleptocracia instalada en el gobierno, la cultura
del robo de lo público y el pelotazo sin que se sacudan nuestras conciencias.
El Gobierno autonómico –que no Autónomo- lidera la destrucción de nuestro
territorio y nuestra propia identidad y parece que sucediera en un extraño país
de ciegos y sordos, lejos de ésta nuestra particular Jauja. Pueden hasta vaciar
las entrañas de una Montaña Sagrada para nuestros antepasados, como Tindaya,
sin que la sociedad canaria ni sus supuestos representantes políticos de todo
el colorido del espectro alteren siquiera uno de sus músculos faciales. Salvo
el rito pseudemocrático de las Elecciones, es tan similar esta de hoy a aquella
sociedad gris de mi infancia que me pregunto si habrá vuelto el miedo o si es
que se ha agotado la rebeldía y la dignidad.
El último episodio
sangrante que nos brinda este desarme moral colectivo ha sido la desgraciada
muerte de un compañero, profesor de instituto en la capital grancanaria, cuando
entraba a su clase en el Cairasco de Figueroa -que compartía con el Mesa y
López- lo que supone realmente una muerte en acto de servicio. La Dirección
Territorial de Las Palmas -y, por ende, la Consejería de Educación- NEGARON al
profesorado y alumnado de ambos centros la declaración de un Día de Luto en
homenaje al profesor fallecido. Aparte de preguntarme que hubiera sucedido si
la fallecida al entrar al Centro fuera la Consejera, Sra. Luis Brito, o el Sr. Paulino
Rivero, no puedo extrañarme de la
actitud despótica de las “autoridades” académicas de un Gobierno degradado que
propicia tal felonía y al que mantenemos con nuestra pasividad. Tal vez más me
indigna más la actitud sumisa de unos compañeros que se limitaron a asistir
mansamente a sus aulas y centros y publicar un lacrimoso comunicado de rechazo
de la actitud de la Consejería y sus componentes. Ni siquiera fue de repulsa
por lo realmente repulsivo de esa actitud.
Este servilismo resignado de unos profesores -supuestos formadores de una
juventud que es el futuro- y el muro de silencio de Partidos y Sindicatos me
lleva a pensar ¿Otra vez ha vuelto el
miedo o ha muerto la rebeldía?
¿Tenía razón Secundino
cuando en su poema “Mi Patria” se preguntaba: ¿Es que la sangre de aquellos/ en la de estos se extinguió?/….¿No
vendrán nuevos destellos?/ ¿La dignidad se perdió? Si tenemos en cuenta que
los alumnos hicieron por su cuenta la Jornada de Luto mientras los profesores
estaban en sus aulas, pienso que tal vez, al menos para una nueva generación,
no es la rebeldía la que ha muerto.
Canarias a 27 de enero
de 2011
*
Catedrático de Instituto jubilado
Con la firma de: Francisco Javier González