El volcán que se escondió

 

Juan Jesús Ayala

Esperábamos con cierta preocupación, pero con mayor entusiasmo, poder verle la cara al volcán ese que continúa activo en los fondos marinos del mar de Las Calmas, el cual, por lo que se dice, retrasará su presencia o se esconderá para siempre dejando como recuerdo la extinción paulatina de esa mancha verde pardusca que casi circunda ya a la isla de El Hierro.

Lo que sí es cierto es que a partir de ahora se estará más pendiente y tomaremos más conciencia de que somos hijos de los volcanes; que Canarias tiene su solar erizado por múltiples cráteres que en su día incendiaron parajes y prolongaron las islas dándoles una diferente configuración a la que en su día tuvieron. Todos vamos a estar más preocupados, a partir de ahora, por aquellos imprevistos que nos puedan sorprender y que serán más manejables y, por lo menos, la certidumbre será la mejor consejera para saber qué hacer en un momento determinado y dejar atrás posibilidades de que esto pueda o no ocurrir y de qué manera.

Recordábamos en un artículo anterior que la isla tiene más de mil cráteres y que en esa zona suroeste la agresividad telúrica de la naturaleza queda bien definida por lo espectacular del paisaje, y quizás El Julan, que ahora duerme su modorra de siglos, fue producto de toda esa fuerza, quedando como testigo de una historia convulsa.

Lo paradójico, y que siempre nos ha llamado la atención, es cómo es posible que en esa parcela de la isla donde la revoltura y la confrontación del magma con el mar y con la tierra se haya generado una zona tranquila, sosegada, como si nada tuviera que ver con todo lo acontecido, que es el mar de Las Calmas. Su serenidad, su ausencia de viento, su perfecto dibujo enmarcado con las olas que lo rodean, su limitación perfecta, que ahora se ven sometidos a los vaivenes y contratiempos de una violencia que los ha desquiciado, y es que, seguramente, el mar allí en su día quedó como memoria aislada y remanso sempiterno; lo que deseamos es que siga así y dé esplendor a un paraje que quizás pueda enriquecerse aun más si los fondos marinos se regeneraran con la misma fuerza con la que han sido sacudidos.

El volcán se escondió, no quiso dar la cara y nos hemos quedado sin su esbeltez, sin ese espectáculo que ya imaginábamos y que no iba a producir efecto nocivo a los bienes y a las personas y que quedaría como atractivo de primer orden para El Hierro, a la vez que alentaría sus potencialidades como isla dispuesta a mirar al futuro con más rigor y decisión.

Pero que el volcán se haya escondido y que vomite su lava entre las olas del mar no impide que la imaginación sepa volar o sumergirse y detectar que la belleza de la isla es indestructible y que continúa dispuesta a mostrar sus rincones de tiempos atrás, donde existe ahora uno nuevo que hay que asimilar, valorar y darle el empuje necesario para que la isla se continúe proyectando y agrandando con o sin volcán.