"El volcán reclama lo que es suyo"

 

 

Juan Jesús Ayala

Esta frase es la que ha pronunciado doña Juana Hernández, una vecina de El Pinar, de 90 años, que en realidad viene a corroborar el dicho popular, y lo que se ha manifestado siempre sobre la fuerza de la naturaleza, que está en un constante encuentro con aquello que reclama como territorio ocupado. Lo que deseamos todos, y más aquellos que somos herreños y que llevamos la isla dentro, es que el fenómeno a desarrollar transcurra con la generosidad que la naturaleza ofrece y poder contemplarlo sin que se dañe ni a las personas ni a todo aquello que las rodea y que forma parte de su vida, y, sobre todo, que lo que acontezca no toque ni deteriore ni la más mínima arista de La Restinga, y que el espectáculo sea una maravilla más de la vitalidad, de toda esa lucha entre lo que pretende salir a la superficie y la tensión ejercida por el mar.

El último volcán que emergió en la isla fue en el noroeste de El Golfo, el Lomo Negro, en 1793, y desde esa fecha hasta hoy la isla no se ha dormido, y ha gestado uno nuevo, que intenta por todos los medios de su impulso telúrico aflorar a la superficie. Y tal vez lo hará, o lo ha hecho ya. Pero eso sí, que el impacto que origine sea nulo y la esplendidez que se pueda contemplar sea de una belleza infinita y le produzca a la isla satisfacción y progreso.

Esa mancha amarillo terrosa que avanza como un dragón de mil brazos azufrada y mezclada con materiales del piso de la isla es como una aventura que se ha producido desde el ancestro de su génesis, y se ha vuelto a repetir como si fuera una nueva visión para aquellos que han tenido la oportunidad de contemplar con naturalidad lo que la fuerza de los elementos son capaces de hacernos recordar, y que es ni más ni menos que somos hijos de un volcán, y lo habíamos olvidado.

Y El Hierro tiene en su solar muchas bocas que vomitaron lava, que están ahí petrificadas como memoria de movimientos incontestables y muchos de ellos en la soledad de millones de años, sin espectadores, solamente, si acaso por los bimbaches que habitaron El Julan. Quizás el Mar de las Calmas antes de eso fue un mar bravío y que tras una revoltura submarina de su suelo, tras la agitación sufrida, quedo remansado, y como un espejo navegando por el mar, tal vez, suceda lo mismo ahora, y que el mar del sur, por donde se desliza ese magma, deje tras de sí un nuevo Mar de las Calmas rodeando a La Restinga, con una riqueza aún mayor para sus incomparables fondos marinos.

Doña Juana Hernández tiene razón, porque siempre ha sido así, desde su historia vivida entre un paisaje áspero lleno de picachos y de lava petrificada, los volcanes de la isla no duermen, permanecen agazapados dándoles vida a las entrañas de la tierra, y desde esa potencia quieren que se les conozca, de ahí que pugnen por hacerlo y brotan hacia fuera; que su belleza submarina no se ahogue, salga al exterior para que se recreen los científicos y los que deseamos que la isla sea grande, que ya lo es, y que su vivacidad siga estando pendiente sin gran alboroto telúrico y con la majestuosidad que la naturaleza la ha tratado, y que ahora sin temor, con distinción, El Hierro pueda vestirse una vez más de gala dentro de la biosfera y ser paradigma del esplendor producido por la armonía acariciadora entre el mar y la tierra.