¡Vivan las cadenas!
Juan
Jesús Ayala
Fernando VII, llamado
"el Deseado", una vez que regresa a España después de haber estado en
un dulce destierro propiciado por el que lo expulsó del trono, Napoleón
Bonaparte, no solo acabó con los derechos y libertades que el pueblo había
logrado con el pronunciamiento de la Constitución de Cádiz de 1812, sino que
cerró universidades y todo aquello que pudiera comprometer su reinado, pasando
a ser llamado "el Felón". Los suyos, los que instigaban para que
volviera al trono, al ver que las libertades se extinguían y considerarse en
parte responsables de la situación adquirida por un rey que se casó cuatro
veces y que al final hizo de las suyas para que accediera al trono su hija
Isabel, más tarde Isabel II, no tuvieron más remedio que inmolarse y gritar
¡vivan las cadenas!
Era este el mejor
pretexto y la única justificación de un fracaso colectivo. O sea, todo lo que
estaba en un proyecto de país, por el que se había luchado denodadamente con
navajas, cañones y arcabuces por parte del pueblo español para expulsar al
francés, se fue al traste casi de la noche a la mañana. La mentira se instauró
y la mezquindad volvió, y la falta de entereza y credibilidad política fueron
las protagonistas que llegaron hasta las colonias de ultramar, que empezaron a zafarse
del yugo español dada la inoperancia de un reinado instalado en el fantochismo y la confabulación.
Da la sensación de que
en estos momentos la historia se repite. El pueblo español ha refrendado con
una mayoría absoluta un gobierno comandado por Rajoy sobre el cual se tenía la
esperanza de que todo cambiaría y que al menos el embuste y las dobles palabras
iban a desterrarse y se hablaría claro a todo el mundo. Decía hasta la saciedad
que no subiría los impuestos y que la carga de la deuda la soportarían los
ricos y los bancos. Pues ya ven lo que ha pasado. Palabras y más palabras. La
carga de los malos gobiernos y los inicios del de ahora la sostienen los de
siempre, los que son fáciles, a los que se accede sin grandes esfuerzos, a los
de la nómina; así como mantuvo con todo el énfasis del que era capaz que las
pensiones se subirían y que se recuperaría el valor adquisitivo de acuerdo a la
inflación anual, que las descongelaría y que las pondría en su sitio. El sitio
ya ven cuál ha sido.
Y por otro lado, tras
estos recortes imprevistos e imbuidos de la falsedad, han saltado a los medios
los sueldos descomunales, provocativos y escandalosos de directivos de la
banca, banca que fue reflotada por el Gobierno y a costa de los de siempre, los
que parecen intocables, además de sus futuras pensiones de supermillonarios. Y
los recortes del 20 por ciento a los sindicatos, que tienen una partida de más
de 15.000 millones con sus respectivas y millonarias subvenciones para cursos
de formación, muchos de ellos fantasmas, o la asignación de 5.000 millones a la
Iglesia, o los que se van para las tropas destacadas en Afganistán, situadas
allí para la defensa ni se sabe de qué; en fin, caricias y más caricias, ya que
no se han atrevido a meter el diente a instituciones más que caducas, cuando en
realidad poco pintan en una época donde la situación social va por otra que la
de finales del siglo XIX.
Lo que se pretende
significar con todo esto es la deslealtad que existe y que ha condicionado en
parte a muchos, basado en las promesas electorales, que hayan votado al partido
que hoy gobierna. Los que se estarán tirando de los pelos por creerse a pie
juntillas que se tenía escondida la varita mágica y que todo iba a resolverse
más pronto que tarde y, sobre todo, al comprobar que de lo que dijo nada de
nada.
Las cadenas de las
libertades cuando Fernando VII, a la gente, a los suyos, no les importó desde
un masoquismo impecable gritar que les parecía bien vivir así, arrastrando las
cadenas, y los que hoy se encuentran perplejos desde dentro del cogollo del
Gobierno y los que defienden el desaguisado seguro que estarán diciendo lo
mismo.
La situación es
difícil, eso se sabe desde tiempo. Se iluminó un rayo de luz, pero reiterando
el pretexto de Europa y de los mercados y la influencia que tienen sobre el
comportamiento de la economía de un país como que era el mejor telón de fondo
para tapar las desidias y las decisiones que habría que tomar, pero que no se
hicieron ni en su momento y menos en el "inicio del inicio".
Cuestión esta para
reflexionar y saber dónde están la trampa y el cartón, cuestión para no dejarla
pasar tan alegremente y no seguir comulgando con ruedas de molino.
El futuro es hoy, como
dijo Einstein. Deseamos, no obstante, que la situación no se vea empeorada por
el pudor de no ir por el camino que debe adoptar cualquier acción de gobierno,
pensando en la mayoría y no en los capitostes, los que han esquilmado el país,
los causantes del desaguisado, a los que se les sigue recompensando.
Instalarse en una
especie de esquizofrenia puede degenerar en una situación caótica a corto
plazo, donde la ausencia de coraje puede servir de fundamento para no entender
nada de nada y dejar de creer en lo increíble. Lo que sería grave.