El almendrero de Nicolás
Violentos
Paco
Déniz
El guineo de Rubalcaba sobre los violentos está
resultando nauseabundo. Él sabe que la violencia política polariza a la
sociedad y cuando tilda a los disidentes de violentos pretende colocarlos en el
punto de mira de una supuesta mayoría ciudadana decente y pacífica que respeta
el orden constitucional “que todos nos hemos dado”. Desde su óptica el Estado
no es violento, pero la definición más exacta habla de la institución que
ejerce el monopolio legítimo de la violencia. Y él es su comisario jefe. En esa
legitimidad se ampara la genuina razón de este sistema parlamentario, a saber:
en la violencia institucional.
Hoy sobre el 15-M, todos los días sobre Bildu, después sobre los acontecimientos del parlamento
catalán, y así, mareando la batata para ganarse un puesto en los pedestales de
la decencia y lo políticamente correcto. No le he oído nunca decir que en Bildu hay corruptos e imputados por delitos fiscales y
económicos, en cambio, en los partidos del régimen abundan los que se han
beneficiado del erario público. Está claro, el robo, si es legal, no es
violencia.
Pero la legitimidad no se adquiere de una vez para
toda la vida, hay que ganársela a pulso diariamente, y el estamento político, violentando
a la sociedad, lo que se ha ganado a pulso es su descrédito y su
deslegitimación. En ese proceso deslegitimador otros agentes ciudadanos han
ampliado el concepto de violencia. El movimiento indignado reactualiza lo que
la izquierda que lucha viene diciendo desde hace décadas: que el capitalismo es
violento por naturaleza.
Existen muchos tipos de violencia. Explotar a la gente
por un mísero sueldo y un mísero contrato por horas, desmontar el sistema público
educativo y sanitario es de una violencia desmedida pues ahonda en la desigualdad.
Las desigualdades profundas son violentas. Quitarle la casa hipotecada a una
familia y, encima, hacerle pagar la deuda, es auténtico terrorismo capitalista.
Percibir que tus hijos vivirán peor que tú, es deprimente. Observar todas las
mañanas cómo aumentan los bebedores empedernidos a tu alrededor esparciendo el aroma
del chinchón y del ron miel por todo el barítimo es dramático. Engancharse a
las máquinas tragaperras, triste. Constatar la proliferación de camellos que se
bajaron del andamio, también. Ilegalizar partidos políticos es fascismo puro.
En fin, que puestos a hablar de violencia, la cosa es
más compleja de lo que parece, y quitar un cuadro del Rey no es más violento
que mantener a la monarquía con dinero público. Por eso, comparado con lo
anterior, resulta anecdótico que le manchen de pintura el traje al diputado, o
que insulten al alcalde que pasea a su perro cagador. Porque, al final, la
indignación y la humillación, si se cronifican, puede traducirse en venganza,
aunque sea simbólica, pues es el último derecho que le queda a los nadie toda
vez que ni siquiera existe el purgatorio.