¿Quién dice que los vampiros no
existen?
Teodoro
Santana
Relatan los entendidos que los vampiros son criaturas que se
alimentan de la esencia vital de los humanos, especialmente de su sangre, para
así mantenerse vivos. En la Historia se da cuenta de unos cuantos personajes
tenidos por vampiros: el conde rumano Vlad Tepes (Drácula), la condesa húngara
Erzsébet Báthory, el barón francés Gilles de Rais, el duque inglés Henry
Fitzroy, y en este plan.
Como
ven, todos aristócratas, todos poderosos. Porque hay que tener mucho poder para
disponer de nuestro tiempo, devorándonos la vida en jornadas de doce o catorce
horas y pagándonos una porquería. Hay que tener mucho poder para hacernos
vivir en el miedo permanente a ser despedidos o a no encontrar trabajo,
soportando paralizados todos los abusos y todas las humillaciones.
Es
su condición de poderosos lo que les permite dominar nuestras mentes con la
televisión, adoctrinarnos desde niños en su ideología para esclavos,
convertirnos en simple masa de la que alimentarse. Y la que les permite
financiar o no partidos, poner y quitar gobiernos, proclamar u obligar a abdicar
reyes, alcaldes, tribunos.
Hay
que detentar mucho poder para condenarnos a envejecer como zombis, con pensiones
de mierda, temblando ante el castillo infranqueable de una sanidad depauperada.
Para reducirnos a la condición de rebaño, de ovejas temblorosas. Para que
encima vitoreemos a los monstruos.
Y
además son insaciables. Lo explicaba Marx en El Capital: “El obrero no
es ningún agente libre y su vampiro no cesa en su empeño, mientras quede un músculo,
un tendón, una gota de sangre que chupar”.
Les
podemos llamar oligarquía, “casta” o, aún mejor, mafia. Pero son,
simplemente, vampiros. O sea.
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