¿Va de nuevo?
Rolando Cordera Campos
Ante la amenaza de un
al no aceptar ya las condiciones de un draconiano ajuste para pagar sus deudas,
el gobierno griego acordó someterse a una expiación que de inmediato desató una
explosión social furiosa, más allá de la indignación suave de las plazas
españolas o francesas. Por su parte, el reputado analista del Financial
Times, Martin Wolf, advierte: la austeridad por si sola puede llevar al
desastre; reconocer los desequilibrios que trajo consigo la vasta acción
anticíclica del pasado no debe implicar desconocer la peligrosa fase del ciclo
que vive la mayoría de las economías avanzadas. Podría decirse así que los
tiempos duros de alto riesgo no son sólo para Grecia y los “suicidio
europeo
de la zona euro, sino para el planeta en su conjunto. periféricos
Imperturbable, la nueva Dama de Hierro, émula pueblerina de la
poco sofisticada señora Thatcher, desde Berlín insiste en vender cara su ayuda
a los desvalijados países endeudados, y lleva al extremo un eufemismo criticado
acerbamente por Joseph Stiglitz: el rescate griego, más allá de las
triquiñuelas de los gobernantes y sus asesores de Goldman Sachs, es sobre todo
un rescate de los bancos internacionales que prestaron con alegría a los
griegos bajo la ciencia y la paciencia de la eurocracia que sólo veía pasar las
cuentas sin poner luz amarilla sobre un endeudamiento que no podía sino llevar
a un aterrizaje forzoso.
,
equilibrar cargos y abonos al día, como tanto gustaban aconsejarnos los sabios
del Fondo Monetario Internacional en los años 80, puede llevar de nuevo a
varias décadas perdidas. La austeridad mal entendida –me comenta un
experimentado funcionario internacional, familiarizado con la era de la
atrición latinoamericana– no lleva al crecimiento y más bien orilla a largos
momentos de parálisis, a encogimientos de los que luego resulta muy duro salir. Poner
en orden la casa
Esta es, empero, la perspectiva que Merkel y asociados trazan para
Grecia, Irlanda, Portugal o España, con una visión que poco o nada tiene que
ver con la esperanza civilizatoria de cambio con solidaridad y equidad,
proclamado por la Europa de una o más velocidades, como la imaginara Delors,
pero con un solo rumbo: la construcción de una Europa social, habitable por
equitativa y dinámica por su formidable potencial innovador.
Habrá que esperar a que el
de la sociedad europea, del que hablara Polanyi, puesto a marchar
tranquilamente por los indignados, lleve a nuevos y audaces
compromisos frente a una crisis que no parece capaz de desatar fuerzas
endógenas para su superación, pero sí de desplegar inercias y fijaciones que
lleven a la economía y a la sociedad a largas pausas de atonía y regresión. doble
movimiento
Con un nuevo trato, con tasas de interés bajas y plazos alargados,
Grecia podría acercarse a un ajuste promisorio con crecimiento y pertenencia a
un Euro renovado, al dirigirse a la conformación de un gobierno económico
europeo. La lección debería ser contundente: no hay zona monetaria que
sobreviva en ausencia de una política fiscal común. Por eso, la crisis griega
no reside en Atenas sino en Bruselas, como escribiese Jacques Attali.
Sin embargo, a medida que pasan los días y el verano impone sus
vacaciones a los europeos, la vieja, pero siempre nueva, pregunta interviene
impertinente: ¿Puede cambiar la segunda economía del planeta, global y
ambiciosa, sin poner en orden con criterios de desarrollo y equidad a los ,
convertidos hoy en poderes salvajes y (auto) destructivos? mercados
La cercanía al precipicio le aumenta decibeles al reclamo de los indignados,
quienes desde la Plaza del Sol montaron su propio y elocuente debate sobre el
estado de la nación. Pero lo que exigen poco tiene que ver con las formas y
falacias de un orden global nunca consumado pero ahora muy horadado.
Las tragedias del mundo que resumió la Segunda Guerra, llevaron a las
naciones a buscar un régimen económico y político mundial que impidiera que
se repitiera, para que los panoramas negros de la Gran Depresión fueran
historia pasada. Y fue mucho lo que se logró en los años que siguieron a la
formación de la ONU y la firma de los acuerdos de Bretton Woods. aquello
Al borde de la autodestrucción nuclear se tejió el desarrollo y la
emergencia de naciones y pujantes territorios productivos y el capitalismo
vivió una edad de oro.
Con la globalización y el fin de la bipolaridad, se reeditó la hipótesis
de que nos acercábamos a un nuevo orden, superior al de la Bella Época que dio
pasó a las tinieblas de la Primera Guerra, la Gran Crisis y la Segunda
contienda. Sería un orden sustentado en el mercado libre y único y en la
democracia representativa de vocación planetaria. Y luego estalló la crisis,
global como ninguna.
La fractura que irrumpiera en 2008 no se cierra y podría ahondarse sin
pedir permiso. ¿Podrá evadirse la guerra o su aterrador equivalente de decenios
de depresión económica y social, como condición inapelable para otra ola de
reproducción capitalista ampliada? ¿Puede aspirarse a ello desde las maneras
conceptuales e ideológicas que acompañaron a una globalización cuyos motores y
resortes fundamentales aparecen hoy no sólo gastados sino corrosivos?
No son estas preguntas pepenadas en la
Europa, atribulada pero en vacaciones. Son campanas que también doblan por acá
[América]... y fuerte. Del norte al sur. vieja