El último de los gusanos
Agapito de Cruz Franco
Cada
primavera llega el milagro de la transubstanciación. Mila es Maestra de
Infantil y en esta etapa escolar es primordial educar en la naturaleza, experimentar
el asombro -desde los tres, cuatro o cinco años- ante los descubrimientos. Sentir
la maravilla de tantos seres que comparten con nosotrøs
la vida eterna: nuestros hermanos los animales (“las hermanas avecillas” que
diría el primer ecologista de la historia de Occidente).
Según la
época del año, son unos u otros los animalitos -tortugas, pájaros,…- que
pululan por el aula. Y llegada la primavera, los gusanos de seda. Debido a que son
parte del programa escolar, les he observado este año en mi casa, donde pasan
sus horas extraescolares. Como hay que llevarles comida, se hace necesario
buscar hojas de morera (su única dieta), para lo cual hay que hacer variopintas
excursiones a la captura del verde alimento. Sin necesidad de hacer ningún estudio
subvencionado, en el entorno del Valle de La Orotava quedan tres (o cuatro)
moreras. Al parecer antiguamente la isla estaba llena de moreras pero no se
sabe qué es lo que ha acabado con ellas: si el racismo, la hongkonización
urbanística a causa del turismo, o los monocultivos. De tal modo que,
exceptuando las citadas, algún árbol más por las medianías de las islas, la voz
del grupo musical Taburiente, el webmaster de El Guanche
o las del Atlántico de Tomás Morales, podemos decir que en Canarias están en
peligro de extinción.
Cuando a
los gusanos les ofreces las hojas de morera, salen de su letargo y las devoran
en minutos, para dejar solamente los nervios de estas pequeñas islas antes
verdes. Y así día tras día. No los puedes tocar, porque se mueren. Hasta que de
pronto, el más pizpireta de ellos le da por trepar, da
vueltas y más vueltas y cuando menos te lo esperas, comienza su rito de
extender finos hilillos blancos sobre los que termina enroscándose, hasta formar
un precioso capullo amarillo algodonado. A éste le siguen otros. Y, lentamente,
otros. Y así hasta que los más rezagados comienzan a abandonar la primera de
sus vidas y acaban por seguir la huella de los demás. Pero esta vez, el último
de ellos, al echar en falta la comunidad donde su vida tenía sentido, apareció
muerto al amanecer.
Pasado el
tiempo (y a excepción de la industria de la seda que ejecuta algo tan humano
como hervir los capullos con los gusanos dentro para vestir su antropocéntrica
desnudez), de los capullos comienzan a desperezarse unas pequeñas mariposas
(sin la vistosidad claro está de la gran monarca y su colorido vuelo tropical por
el interespacio). Su primera función es aparearse sin necesidad de normas
matrimoniales ni orientación sexual que valga, para dejar allí mismo unos
huevos de los que en la siguiente primavera, saldrán, sin necesidad tampoco de
protocolo ni proyecto político alguno o institución que vele por ellos, las
larvas que devendrán en unos lindos gusanos blancos.
Pero entre
tanta vida societaria siempre anida la desgracia de quienes no evolucionan
nunca y mueren. Quienes al margen de la sociedad y cobijados en la burocracia
de una caja de cartón, buscan en lugar del cambio social, el uso partidista de
la pujante vida comunitaria, para terminar perdidos entre los excrementos y los
abandonados esqueletos de las viejas hojas de morera que, registradas incluso
como instituciones muertas, pasan a formar parte de su propio destino.
Nota
de la redacción:
También se
pueden alimentar a los gusanos de seda con hojas de moral. Lo que no admiten
los gusanos es que se mezclen hojas de morera y de moral, tiene que ser unas u
otras siempre.