Trabajador de derechas

 

«.» Pedro M. González Cánovas

La admiración por los grandes empresarios, la envidia de sus fortunas y facilidad de vida, las ganas de ser cómplice y de satisfacer necesidades acaparadoras o pellizcar algo de esa riqueza, se reflejan en los medios de comunicación y en la cultura urbana que el consumismo imprime en el analfabetismo político del siglo XXI. Toda aquella cruel dialéctica del explotador que critica las políticas sociales y expone descaradas xenofobias, discriminaciones e intentos o consumados asesinatos sociales, son acciones y verbos naturalizados y asimilados por la candidatura a enriquecerse de los ambiciosos obreros aburguesados. Ha nacido un monstruo peor que el propio explotador.

La derecha acusa a la izquierda de «débil, inoperante y estafa social». «Las subvenciones y ayudas a las personas más necesitadas son un agujero en el bolsillo por el que se reparte la recaudación de impuestos, entre los que no aportan sino gasto al sistema». Reflejarse en esos machitos alfa empodera, sin duda, más que el discurso enclenque y desfasado de cierta izquierda rancia. La firmeza de los argumentos fáciles de la derecha, respaldada por la mayoría de medios de comunicación, da confianza y reafirma esa aculturación popular. Sobre todo, cuando no se aspira ni se pretende adquirir la mínima cultura política o social; sino que el individuo se conforma con tener un razonamiento de la actualidad de moda.

Para más inri, ciertas organizaciones que se hacen pasar por progresistas o de izquierdas denotan una clara práctica liberal, que aplasta a la sanidad pública u otros servicios básicos. O que, como el PSOE, fueron los artífices de las privatizaciones de Iberia, Telefónica o AENA, y harán lo mismo con cualquier servicio público que sea o pueda ser rentable, convirtiendo al ciudadano en un cliente con poder económico al tiempo que pasa al olvido el derecho universal de recibir una atención médica decente, un servicio de telecomunicaciones completo, un servicio aeroportuario con responsabilidad pública, etc. Pero, ¿se puede esperar más de un Estado sometido a una monarquía en pleno siglo XXI?

La empatía llega a tal punto que, en el propio lugar de trabajo, se criminaliza a los iguales ejerciendo de eco del más cruel explotador. Las palabras que no diría un empresario nunca, al menos en público, se oyen en boca de trabajadores que, sin pena ni dolor, son capaces de condenar al compañero más vulnerable (al que sufre una baja o a estresados representantes sindicales) con la mayor brutalidad inimaginable. Todo se curaría con un mínimo de cultura político-social.

Esto no es nuevo, hace mucho que la izquierda sabe de su impotencia para llegar a la masa popular. El movimiento obrero se lleva apenas unas migajas, comparado con el pastel que se come el mensaje basto de la derecha. Pero no es suficiente con ver y reconocer las propias carencias, hay que tomar medidas para cambiar la situación y, aunque algunas ya están descubiertas, la poca constancia y el desenfoque o dispersión del esfuerzo mantiene la revolución en pequeñas burbujas aisladas del exterior.

Con tanto estudio y formación personal, ¿dónde están las escuelas obreras, las universidades populares, los medios de comunicación de la izquierda? ¿Adónde se acude a buscar formación ideológica u organizativa?; y, lo que es más importante ¿cómo se atrae a alguien a esas escuelas de formación y se despierta el hambre cultural en la población?

Tenemos una oferta mejor. Nuestra propuesta social se basa en un reparto de la riqueza en que ganarían 9 de cada diez personas; y no una de cada diez, como ahora.

En realidad, la mayor parte de la culpa de la incultura del trabajador que vota o ejerce como la derecha, como el peor facha o explotador, es de la izquierda militante y su práctica inmadura. Ya no estamos en época de hacer proselitismo por las esquinas o repartir panfletos fotocopiados. La sociedad en que estamos inmersos tiene una imagen de consumo de colores y brillos, de mensajes multimedia, de indiscutidos oficialismos, de mensajes modernos que nos obligan a cambiar, a adecuarnos al siglo XXI y aunarnos para apoyar los proyectos que llegan de verdad a la masa porque están en la buena línea y pertenecen a la sociedad contemporánea. Es un escenario montado por el capitalismo, pero no hay otro.

Al final, donde está el más preocupante error es en la parte militante, que no sabe llegar a la mayoría de la población y exponer los mejores argumentos. Parece que cuesta aunar empatía con los problemas de la ciudadanía y la praxis de la teoría marxista, aunque en realidad lo que se demuestra es un análisis superficial de los textos de izquierdas y un distanciamiento del animal politizado con el resto de la población: hecho muy negativo. Si un mudo se niega a expresarse no está bien que se victimice y culpe de su problema al receptor. Ya es hora de abandonar antiguos clichés y complejos que frenan proyectos válidos de la izquierda revolucionaria; de dejar de descalificar al que pretendemos que sea receptor del mensaje y de autodescalificarnos y ejercer de vigilantes fiscales puristas. Ahora urge apoyar las iniciativas que demuestran estar llegando a un importante sector de población y son capaces de naturalizar la teoría y la praxis de la izquierda.

Maduremos: mejor juntos. Asumamos que el sitio de los trabajadores y trabajadoras no es el mismo que el de los explotadores y vendedores de derechos adquiridos en mil batallas obreras que costaron hambre, sudor y sangre y apoyemos a la izquierda real que está organizada.

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