Tomates y aulagas

Wladimiro Rodríguez Brito

 

 

El cultivo del tomate en Canarias ha sido una referencia social y cultural que ha aportado a las Islas importantes recursos económicos y las ha sacado del aislamiento y la autarquía, vinculándolas a la Europa rica, en particular a las islas británicas, Holanda o los países escandinavos. Esta situación se ha mantenido a lo largo de más de 120 años para empezar a fallar al irrumpir en el mercado internacional tomates del sudeste peninsular y Marruecos. Ante esta nueva situación, se planteó en la Unión Europea cubrir los costes de transporte entre Canarias y la Península para situarnos en igualdad de condiciones. Esta ayuda supone unos 12 céntimos de euro por kilo de tomates, significando en total unos nueve millones de euros. Canarias ha mantenido una exportación de algo más de 150.000 toneladas anuales, básicamente en los meses de invierno, superando las 300.000 toneladas anuales en la década de los noventa del pasado siglo.

 

Hasta ahora la Unión Europea había marcado una cuota que favorecía la producción en nuestras islas al limitar las importaciones de fuera de la Unión. Sin embargo, últimamente nos encontramos con un problema nuevo: durante el 2013 las ayudas no han cubierto los costes de transporte a la Península, ni tan siquiera en el 25%. Al mismo tiempo, la competencia de Marruecos se ha visto favorecida gracias a un contingente de exportación a la Unión Europea abierto por el resto de intereses económicos, desde la pesca hasta la apertura de importaciones y exportaciones de otros bienes. Pensemos en la diferencia brutal del coste de la mano de obra en Marruecos, que está en torno a 50 céntimos de euro por hora, multiplicándose aquí más de 10 veces.

 

El tomate en Canarias se desarrolló en los suelos más pobres de nuestras costas, sobre todo en el sotavento de las Islas, desde Gran Tarajal en Fuerteventura hasta Alojera en La Gomera. Aquí se han cultivado tomates incluso de secano en Lanzarote, con resultados de singular calidad. En Fuerteventura se han llegado a regar con aguas semisalobres, que son toleradas por este cultivo. El tomate es una planta que toleraba nuestras zonas áridas, y ha sido gracias al trabajo de adaptación y las técnicas aquí desarrolladas que se ha podido implantar su cultivo en otras zonas como el levante peninsular o Marruecos. El tomate revalorizó las zonas más pobres de las Islas, implantando allí nuevos núcleos de población, así como trayendo infraestructuras inexistentes hasta el momento, como las redes de riego, los pozos. Se crearon a su sombra pueblos como La Aldea de San Nicolás, el entorno de Juan Grande y Vecindario en Gran Canaria; Arico, Granadilla y Guía de Isora en Tenerife, Gran Tarajal en Fuerteventura, etcétera.

 

Con la crisis del tomate entra en caída libre un número importante de poblaciones de las Islas que no encuentran otra actividad alternativa, como muchos de los casos antes comentados. En un corto periodo de tiempo hemos pasado de cultivar más de 8.000 hectáreas a menos de 1.000. En torno a los tomates se ha desarrollado una cultura agraria que ha evolucionado desde el barbecho a tierras costeras de sotavento a modernos invernaderos con tecnología punta, tanto en sistemas de riego como en injertos y mejora de variedades, en continua lucha con las plagas y los agentes patógenos que amenazan los cultivos. El cultivo del tomate significa unos seis puestos de trabajo por hectárea, ayudando a ganarse la vida a muchas familias a la vez que revaloriza un paisaje que el sol y la aridez habían condenado a la marginación a lo largo de la historia de las Islas. Cada caja de tomates que sale del empaquetado significa exportar artesanía de nuestra gente; pero es también un símbolo de que, gracias al trabajo y esfuerzo de muchas manos, se puede obtener un precioso fruto en tierras donde antes solo había aulagas.

 

Las actuales dificultades en la comercialización se deben en gran parte a la falta de reconocimiento de la condición de insularidad, desventaja tantas veces olvidada por nuestros gobernantes. No se trata de conseguir subvenciones que distorsionen el mercado, sino simplemente de poner en pie de igualdad nuestras explotaciones agrícolas con las del resto de España. Es justo pedir que se pague, sino el porte completo, al menos el 75% de los costes de embarque hasta la Península. Es precisamente esta situación, y lo ocurrido en 2013, cuando las ayudas al transporte se quedaron en el 20% del coste de los fletes, lo que está creando gran inquietud en los agricultores. Muchos están pensando en tirar la toalla definitivamente en esta época del año en la que comienza la preparación de los semilleros.

 

Quedan aún más de 5.000 puestos de trabajo directos en el tomate. Todas esas familias y las que participan indirectamente (20.000) tienen su sustento en juego por la falta de compromiso del Ministerio de Agricultura. No vale dar largas aduciendo que falta más implicación de la Consejería de Agricultura. El Ministerio ha olvidado el coste del transporte, acordado hace ya muchos años, para igualarnos con la producción continental. El Plan Estratégico del Tomate de Canarias tampoco tiene contrapartidas económicas. Este cultivo ha sido la principal presencia canaria durante el invierno en Europa. Es el saber hacer y estar de un colectivo de agricultores y, en buena lógica, tenemos que mimarlo en el maltratado campo canario, añadiendo estabilidad social y ambiental en las Islas.

 

 

* DOCTOR EN GEOGRAFÍA POR LA UNIVERSIDAD DE LA LAGUNA

 

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