De Tijarafe a Barlovento

Wladimiro Rodriguez Brito *

Tenemos numerosos interrogantes sobre la crisis social y demográfica de La Palma: paro, envejecimiento, pérdida de población en casi todos los municipios, etc. ¿Se entiende que la isla que dispone del 20% de las aguas alumbradas no alcance el 4% de la población y continúe perdiendo efectivos? Hemos de hacer frente a estos y otros interrogantes ante la gravedad de la situación.

Barlovento y Tijarafe pueden ser ejemplos de lo que ocurre, ya que en un corto periodo de tiempo han mejorado la economía gracias a los aportes de importantes caudales de agua, más de 2.500 pipas/hora, sorribando más de quinientas hectáreas de regadío, incorporando una producción de plátanos y aguacates con cifras que superan el 10 % de la producción de la isla, con mejora en las comunicaciones, así como mejora en la situación sociosanitaria.

Y, sin embargo, viven estos municipios una crisis social sin precedentes. Veamos:

En el año 2015, según el padrón de habitantes, el número de niños con edad hasta 10 años era, en Barlovento, de 124, y en Tijarafe de 146. En cuanto a la población mayor de 70 años, se situaba en el municipio de Barlovento en 435, mientras que en Tijarafe llegaba hasta los 468. Estos datos arrojan una situación de pérdida de población que se manifiesta de manera similar en toda la isla (según datos del padrón); en el año 2015 se ha llegado a perder casi 2.000 habitantes con relación a 2013.

Tijarafe es el municipio con mayor porcentaje de extranjeros de la isla, más del 20% de su población total, gente que valora el lugar y que aquí encuentra calidad de vida. Por otro lado, encontramos la devaluación para la población local, que entra en la espiral de un modelo urbano que degrada lo rural y revaloriza los servicios y la construcción, en un marco de relaciones en las que la tierra, el mundo rural, son parte del pasado y la miseria. A ello se unen las importaciones de alimentos y los altos márgenes de la intermediación que devalúa toda la actividad agroganadera.

En este marco los dos municipios no alcanzan la población del año 1900, cuando se carecía de agua, carreteras, sanidad, escuela, etc., con migración masiva a Cuba.

Hemos de contrastar el nuevo ciclo económico con los alumbramientos de agua, la galería de La Faya (1949) y la del Caboro (1958), que fueron los faros que alumbraron el emporio que hoy conocemos, con las sombras de la desbandada demográfica que comentamos, siendo expresivo que el turismo de la Europa rica frene la caída de la población de Tijarafe, mientras parte de los palmeros engordan las listas del paro en numerosos puntos del archipiélago.

Lo fundamental para el futuro de esta tierra está en el relevo generacional, ante el éxodo producido en los últimos años, cuando dichos municipios disponen de más recursos, con mejoras en calidad de vida, carreteras, sanidad, enseñanza, etc. Y, sin embargo, existe una preocupante devaluación de lo rural y del campo, tanto en el plano cultural como económico, para buscar alternativas laborales en los servicios y la construcción, desplazando la población a los centros urbanos. La crisis demográfica tiene que ver con una crisis cultural asociada a un modelo económico que margina el medio rural, y en la que la intermediación se queda con lo que da la tierra, unido con una escala de valores que maltrata el ayer. Desde el surco al supermercado, el campo lo presentamos como parte del pasado, del atraso y la miseria, devaluación desde la familia, la escuela, la formación profesional o la universidad; no tiene mejor suerte tampoco en los medios de comunicación, modas de la globalización, fiestas, etc.

La política económica y cultural tendrá que hacer una nueva lectura de cómo potenciar nuestros recursos: población, agua y tierra. Los casos comentados y lo que ocurre en Garafía y otros puntos de Canarias ponen de manifiesto que la salida de la crisis requiere un modelo económico y cultural que armonice población y recursos naturales con garantías para el que trabaja la tierra, en la que sean incompatibles tierras y aguas ociosas y población joven sin orientación laboral, esperando que un estado providencial resuelva todo.

Estamos obligados a la revalorización de los recursos (agua, tierra, personas), como herramientas básicas para sembrar y plantar un futuro más solidario con nuestro pueblo, en una sociedad que revalorice el trabajo, el compromiso con la tierra en un modelo que dignifique el campo y los campesinos. No hay razones objetivas para que La Palma haya perdido población en los últimos años; tampoco para que tengamos más de 800 parados mientras los campos están sin trabajar y gran parte de los alimentos los importamos.

Otra La Palma es posible en una sociedad que dignifique el mundo rural, lo pequeño, lo local, lo nuestro.

 

* DOCTOR EN GEOGRAFÍA POR LA UNIVERSIDAD DE LA LAGUNA

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