El almendrero de Nicolás
Terrorismo
Paco
Déniz
El gobierno del PP y las élites económicas están
logrando aterrorizar y violentar las conciencias más tranquilas del vecindario.
La gente ya está hablando de terrorismo de Estado, de venganza, incluso
algunos, con ese padecimiento neblinado y confuso
propio del zoquetismo atávico de 80 años de atrasos,
han vuelto a sacar a Franco del ropero para que ponga orden en este
desconcierto político y les mantenga la paga del 18 de julio y sus casas del
patronato. En el mismo ropero releen su cartilla de racionamiento por ver si ha
caducado. Unos claman violencia contra los banqueros, otros contra los
políticos, y otros tiran por el camino del centro y disparan a todo lo que se
mueva detrás de la ventanilla. En fin, que el PP ha logrado sembrar un estado
de pánico que traspasa los círculos más o menos politizados para ir
adentrándose en las percepciones mayoritarias del sentido común. De la noche a
la mañana, y siempre según el sondeo barítimo, ha
crecido el número de personas que verían con buenos ojos un sustito a los
poderosos, también el número de personas que asistiría jubiloso al espectáculo
de la guillotina. Lo que demuestra que ni siquiera el aplatanamiento es eterno.
La gente anda aterrorizada por la calle contando los
céntimos que le quedan para poder pedir un cortadito, y tristes y vigilantes
porque no pueden convidar a nadie. Y la tristeza se cronifica y se traduce en
nervios por la incertidumbre que vivimos. La incertidumbre, que dicen que a los
hombres se les bota al estómago y a las mujeres a la cabeza, de no saber si
falta mucho para tocar fondo, de no saber siquiera cómo será ese fondo. La
incertidumbre, que es la condición postmoderna, institucionaliza la duda que
nos atenaza. Y ahora todos somos postmodernos viviendo en un capitalismo
radical que destrozó las amarras del Estado, que se ha vuelto intratable, y que
amenaza con devorarnos a casi todos. Regresa la familia a la educación pública
porque no puede pagarse el supuesto lujillo ya devaluado de meter a sus hijos
en un centro concertado para mejorar las amistades. Vuelve la gente a acordarse
de sus muertos; perdón, de cómo vivían sus antepasados. Alguno, incluso,
vigilando de refilón, ha comprado gofio familiar.
Anda la clase media mirando hacia abajo por ver si la
dimensión del golpe será o no soportable. Anda la clase obrera mirando hacia
abajo por ver lo cerca que se encuentra del lumpen proletariado. Y así andamos
con los dientes apretados normalizando hechos tipificados como delito, en medio
de un clima de terror porque las instituciones se empeñan en rescatar a los
grandes delincuentes, en vez de defendernos de ellos. Desalentados y
enrabietados, atemorizados y a punto de desembocar en un clima de violencia
política que ya se está dando en algunas ciudades europeas. Al tiempo.