"Los más sabios de todas las épocas han pensado siempre que la vida
no vale nada... Siempre y en todas partes se ha oído de su boca el mismo
acento: un acento cargado de duda, de melancolía, de cansancio de vivir,
de oposición a la vida. Incluso Sócrates dijo a la hora de su muerte: «La
vida no es más que una larga enfermedad; le debo un gallo a Esculapio por
haberme curado.» Hasta Sócrates estaba harto de vivir."
Las soluciones ideológicas
planteadas para resolver el problema canario son incoherentes con la realidad
social, colonial, que tenemos. Nuestros amigos del mito, próceres de la
patria por excelencia, iluminados y obreros de salón, banqueros de carretilla,
no son más que representantes de la decadencia política, de si mismos. No les
siguen ni sus familiares o amigos. Llego a dudar si los tienen, el canario es
un tipo familiar y eso es público y notorio.
¿Se nos permite hablar así?
¿Podemos disentir del mito político? La sociedad canaria en general
siente rechazo de estos enfermos de poder. Seguramente, esto debe tener algo de
enfermedad. Sería interesante comenzar por examinar de cerca a cada uno de
ellos. ¿Será que se tambalean, que son unos decadentes? Son los cuervos
entusiasmados con la peste a carroña...
La lucha ideológica en una
colonia es un síntoma de decadencia, instrumento de la descomposición nacional,
pseudocanarios y anticanarios.
Hastiados de la condenada tragedia, que no plantea una solución
real a los problemas, los canarios ajenos corren a refugiarse en carnavales y
centros comerciales al más puro estilo sajón. La soberanía de salón es la tragedia,
la quietud social es la consecuencia. ¿Dónde está el origen de la
tragedia nacional que padecemos? ¿Quién puede dar una solución a corto-medio
plazo? ¿Qué pasará si no amanece en Kanaria?
La postura negativa cuando
se plantean tratamientos contra la enfermedad, lo que prueba, es el consenso de
todo un pueblo para continuar amarrados y mantenerse sin comprender. Sin nada
en común más que su insular y colonizada africanidad, coinciden
fisiológicamente en presentar una postura negativa frente a la vida. De
momento, la vía de fuga propuesta no me convence. ¡Qué emigren ellos si
quieren!
Si un canario considera que
el valor de la libertad constituye un problema nos plantea una interrogación,
no solo sobre el hecho en sí, sino sobre su canariedad
misma. No seamos estrechos de mente, hay que intentar percibir la admirable
sutileza de que Kanaria es un valor que no se puede tasar y ningún trágico,
éstos tipos, no nos la puede arrebatar. Los suyos son juicios de valor relativo
a nuestra identidad, que tan solo valen como síntomas de la terrible
enfermedad social, y nunca podrán ser tenidos como juicio verdadero. Esto sería
irreal aunque convivamos con ello. Forma parte de una recreación ilusoria de la
realidad.
"Por su origen, Sócrates pertenecía
a lo más bajo del pueblo: Sócrates era chusma. Se sabe, e incluso hoy se
puede comprobar, lo feo que era. Pero la fealdad, que en sí constituye una
objeción, era entre los griegos casi una refutación. ¿Fue Sócrates realmente
un griego?"
Los trágicos indudablemente
pertenecen a lo más bajo de la sociedad. Les gusta la chusma porque forman
parte de ella. Sabemos lo enfermos que están. ¿Son los trágicos
realmente canarios? Representan la evolución descendente, entorpecen el progreso
social y de bienestar común. Son elementos que entorpecen la evolución y
transformación de colonia a Kanaria. Los trágicos son monstruos en
cuyo interior se esconden todos los vicios y todas las malas inclinaciones.
Ahora es cuando se ven señalados y comentan: «¡Qué
bien me conoce este tipo!»
En los trágicos observamos
la diarrea identitaria y la anarquía cultural. Lo cual reconocen con orgullo.
Todo en ellos es exagerado, sin tino y caricaturesco, al mismo tiempo que
repugnante, lleno de segundas intenciones y subterráneo. Con ellos la libertad
se torna en falsa democracia. ¿Qué sucede? Con la falsa democracia nos gobierna
la chusma, peor y más corrupta que los españoles y mira que es difícil. Son
los medianeros. Los canarios deben repudiar estos procedimientos y la
falsa democracia colonial. Se debería prevenir a los jóvenes contra ésta tragedia.
Se debe desconfiar de quien manifiesta sus razonamientos en contra de Kanaria. Éstas son las razones que se deben exhibir por ahí y será
entonces cuando el trágico, cuando libremos la frustración social
generalizada, sea tomado por lo que es... un payaso.
No hay nada más fácil de
disipar que el efecto producido por un trágico. No disponen de masa
social, suscitan desconfianza y se propagan en su medio natural: el miedo.
Cuestiones absurdas e irreales como supuestas invasiones, etc. De eso viven y todo forma parte de su espectáculo circense. La Tragedia solo
puede ser entonces un recurso forzado en manos de quienes carecen de otras
armas. Los canarios anti-canarios son abortos de la identidad. Los trágicos si
nos damos cuenta son meros comediantes.
¿Es la anti-canariedad, la Tragedia, una verdadera amenaza?
¿Resentimiento... una consecuencia o instrumento del colonialismo quizás? Los trágicos tienen
en sus manos el peor de los deberes: la tiranía. A los canarios los dejan en
entredicho, porque les obliga a tener que probar que no son idiotas; les
enfurece y luego les niega la réplica. El trágico reduce la
realidad a su mínima expresión. Es un ser detestable. La Tragedia vista
así es una simple forma de venganza, otra vía de fuga a la frustración social.
La manera de descargar con sus semejantes toda la furia. Son realmente
peligrosos y repulsivos.
He sugerido qué es lo que podía haber en
Sócrates de repulsivo; falta explicar, con mayor motivo, qué es lo que
había en él de fascinante. Sócrates
era también un gran erótico.
El trágico intuye
también algo más, conoce que la Metrópoli tiene intereses en su ultraperiferia
natal. Se dio cuenta de que la idiosincrasia de su caso dejó de ser
excepcional. Por todas partes se extendió la solución final, lo que le contaron
que era realmente eficaz: emigrar. El trágico comprendió que,
literalmente, sobraba en su tierra. La colonia platanera y de turismo geriátrico
se dirige a su final. Nos dominó a todos pero la cuestión es cómo llegó a
dominarse a sí mismo.
Su caso no fue más que el
caso extremo, en el país de los ciegos el tuerto es el rey, como dicen. La
cuestión de lo que constituye una verdadera catástrofe nacional identitaria,
donde nadie se domina a si mismo, donde el acento se había descafeinado para
volverse unos contra todos, el trágico en esta situación fascinó
por representar todo lo contrario a lo real. Su fealdad ideológica, que inspira
miedo, es más fácil de entender y fascinó (continúa fascinando) al ser
presentada como la respuesta al caos nacional canario.
El sentimiento anti-canario
de los trágicos debe estar condicionado patológicamente,
sencillamente al tener que imitar a los españoles en sus contradicciones
ideológicas e instaurar continuamente el europeísmo, frente a la realidad
africana. No hay mal que dure cien años...
Los políticos canarios y
los canarios de a pié, todos ellos, se engañan a si mismos cuando creen que
combatir la lucha ideológica sin arrancar la soberanía nacional, sin
desconectarnos de la Metrópoli, significa superar todas nuestras
contradicciones. Pero llevarla a cabo es algo que está por encima de sus
fuerzas, su remedio de salvación es una expresión más de decadencia, cambian la
expresión de decadencia pero no la eliminan. O realmente no han parado a pensar
esto, o son unos auténticos canallas. La lucha ideológica en una colonia es un
malentendido. No es más que una enfermedad diferente llegada desde el continente,
como la gripe.
¿Llegó a entender esto el más inteligente de
cuantos se han engañado a sí mismos? ¿Acabó diciéndose esto, en medio de
la sabiduría de su valiente enfrentamiento con la muerte? Y es que
Sócrates quería morir. No fue Atenas quien le entregó la copa de veneno;
fue él quien la tomó obligando a Atenas a dársela... «Sócrates no es un
médico —se dijo a sí mismo en voz baja—; aquí no hay más médico que la
muerte... Sócrates no ha hecho más que estar
enfermo durante mucho tiempo...»
Aguere a 16 de enero de 2012
Re-interpretando a Nietzsche.
Fragmentos de texto de El Crepúsculo de los Dioses