Wladimiro
Rodríguez Brito *
Vivimos en una sociedad
con poca memoria. Solo miramos por lo inmediato, lo coyuntural. No le damos
ningún valor a lo pequeño, lo local, lo nuestro, el esfuerzo, el trabajo; solo
prestamos atención a lo virtual, “la modernidad”, sin raíces, sin mirar hacia
atrás a nuestra historia, a nuestra cultura.
Tejina se sitúa en la zona de contacto de los
materiales antiguos de Anaga y las lavas recientes
que cubren el valle de Tegueste. Allí, junto a una
pequeña fuente que aflora donde el barranco de Agua de Dios abrió una ventana
en el cauce, nació el pueblo de Tejina.
En los inicios del siglo XX se
construyeron primero una acequia de tierra y luego de mampostería para
alimentar charcas de barro entre el barranco y la zona de Porlier. Esos
precarios depósitos de agua para regar fueron construidos bajo la dirección de
maestros venidos de Tamaraceite y San Lorenzo, en la
vecina isla de Tamarán.
En años posteriores, se construyó una
presa de mampostería gracias a una sociedad de regantes del barranco, con su
correspondiente canalización hacia la costa de Tejina
y Valle de Guerra, implantándose cultivos de tomates, plátanos y otros regadíos
de la zona. En los años treinta del pasado siglo, llegaron a la zona
importantes caudales de las galerías procedentes del valle de Güímar por el canal de Araca y
posteriormente Río Portezuelo. Gracias a ello, la comarca se convirtió en uno
de los emporios más importantes en el cultivo de tomates y plátanos de
Tenerife.
La crisis de valores del mundo agrario
que hemos sufrido en las últimas décadas ha dejado gran parte de las
infraestructuras agrarias infravaloradas o infrautilizadas: la presa cargada de
sedimentos, algunos canales en estado ruinoso, charcas de barro en abandono.
La cultura agraria ha perdido totalmente
su valor, y la sociedad vive de espaldas al entorno donde se asienta. Es
incomprensible que hace apenas dos meses hubiera serios problemas ante la falta
de agua de riego en la zona. El agua de algunos pozos es de una calidad muy
problemática.
A ello se suma que en estos momentos
agua de buena calidad corra por el barranco hacia el mar, olvidando las
importantes infraestructuras de aprovechamiento construidas cuando éramos
pobres.
Mientras, amplias fincas y estanques
carecen de actividad agraria, tierras balutas al fin
y al cabo, con una tasa de paro muy preocupante y sufrimos limitaciones en el
suministro de alimentos frescos. Tenemos una grave falta de cultura agraria;
las instituciones y el sistema educativo y formativo tienen mucho que hacer.
Hemos de recuperar una cultura del ayer
que puede alumbrar el mañana; tenemos en Tejina
numerosos maestros, como don Domingo González, que son una biblioteca de la
historia y la cultura y sobre todo del conocimiento del medio.
Los duros caminos que han abierto los tejineros en tiempos no tan lejanos parece que tendremos
que volver a abrirlos, cortando y limpiando de zarzas y pese a la burocracia
alejada de la realidad.
La producción de alimentos y la cultura
de la tierra nos obligan a optimizar cuantos recursos tenemos en las Islas. Lo
que está ocurriendo en la costa de Tejina y otros
puntos de las Islas nos obliga a recordar el famoso proverbio chino atribuido a
Confucio sobre enseñar a pescar de hace ya más de dos mil quinientos años.
El estado de los canales y estanques
abandonados, con el agua de los barrancos terminando en el mar, nos indica que
algo funciona mal en nuestra tierra; hasta hace unos años esto era un vergel
agrícola. Hemos de reconducir esta situación. El sudor de la frente, el trabajo
y la sabiduría popular son una alternativa al paro y a las tierras abandonadas.
Hagamos de esta tierra un pueblo
socialmente más justo y ambientalmente más sostenible. Gracias, don Domingo.
* DOCTOR EN GEOGRAFÍA
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