Suicidio del pastor; muerte de la oveja

 

Padre Báez

 

Nada tiene que ver un caso con el otro: el primero en Tenerife; el segundo en el Gran Tabaibal; sobre el primero, lean pinchando sobre el siguiente enlace: La muerte del cabrero

 

Y, seguidamente, el de Gran Tabaibal:

 

Miguelito el pastor de Caideros

 

Se trata de Miguelito el pastor, el pastor de Caideros. Ya con sus muchos años, que pasan de los ochenta, se resiste a no dejar el ganado. No son muchas las ovejas que tiene, por eso las ama más, las quiere más. Vive por y para ellas, son su tesoro; es lo que ha hecho siempre, desde niño: primero con su abuelo, luego con su padre; no ha visto otra cosa y otra cosa no sabe hacer, sino cuidar de su rebaño.

 

Pasa que pasan por las orillas de las carreteras -una vez más, y un año más-, y tanto por el Norte como por el Sur, una máquina envenenadora, echando veneno para secar la hierba a un metro de la raya blanca por las orillas de la carretera, y algo que es tan perjudicial para la flora como para la fauna, parece no lo tienen en cuenta estos señoritos, tan comodones, que a su paso van dejando un reguero de muerte y enfermedades: ganados, pájaros, lagartos, insectos, etc., caen como moscas a la par que la hierba y cañas, tuneras, vinagreras, higueras y cuanto verde se arrime o acerque a la calzada es envenenado, con la secuela que puede tener en el pueblo o entre humanos. Piénsese en ese higo envenenado o moras de zarzas, por poner dos ejemplos, que alguien se los lleven a la boca y..., le pase lo que a la oveja de Miguelito, que sana y oronda, de buenas a primera el animalito decaído, sin fuerza, sin ánimo, sino con fiebre y vómitos, hasta que se le murió. Según parece, presuntamente, porque comió hierba envenenada en ese trasiego de cruzar la carretera de su ida y venida de pastar por el lugar. Y es otra forma y manera de acabar con pastores y ovejas. Por mi parte, nada más voy a añadir, pero creo el caso es grave, al margen que a este pobre hombre no le van a pagar -habiendo culpable- la vida de su oveja muerta. Y este es un caso sabido. Me lo contó alguien que me decía: “¡ya sabe usted, Padre Báez, lo que son las ovejas para Miguelito!” Y tanto, que le vendieron sin su consentimiento, aprovechando estaba en el médico ochenta de las cien ovejas que tenía y al verlas ir, lloraba como un niño, y dijo a su familia, que “¡si me quitan las restantes, me encierro en mi cuarto, no como, no hablo, y en quince días se mudó!”. Su mujer  -Francisquita- que lo conoce bien, le dijo a sus hijos: “¡no le quiten las ovejas, que Miguel hace lo que dice!” Lo encontré en un entierro, y le pregunté por el caso y lleno de alegría me dijo que: “¡las veinte que me dejaron están preñadas y pronto tendré cuarenta y así el próximo año si Dios quiere (esto dijo)-, tendré ochenta y pronto el mismo número que tenía!”

 

Pues, lo dicho: tiene una menos (por lo pronto [pues el veneno es de efecto retardado, y no sabemos cuántas más se le puedan morir; de momento, ya tiene una menos. Y ello, porque anda el kabildo envenenando cunetas y orillas de carreteras, sin respetar que hay animales domésticos y otros [y también personas]).

 

Otros artículos del Padre Báez publicados en El Canario y en El Guanche