Soy lagunera

 Pedro M. González Cánovas 

 

Algo falla en el municipio, el sentimiento de pertenencia no pasa de la Plaza del Cristo, de la Cruz de Piedra, del Padre Anchieta o San Benito. Parece que las personas laguneras son solo aquellas que viven en El Casco y calles colindantes porque, desde que nos alejamos un poco, se nombra exclusivamente el barrio, el pueblo o la zona, sin hacer siquiera alusión al ámbito municipal.

La gestión institucional lagunera ha conseguido crear notables diferencias en cuanto a inversión, servicios municipales o cargas impositivas. De tal forma, se aíslan así zonas concretas del municipio con distintos fines económicos y supuestos escalafones sociales; creando los laguneros de primera, que viven en el centro; y por otro lado los laguneros irreconocibles como tal, que conforman las poblaciones costeras de La Punta, Bajamar, Tejina y Valle de Guerra, o las de La Cuesta – Taco, y las más periféricas de Anaga u otros ámbitos rurales de medianías.

El interés institucional se desgasta en la zona centro y alcanza débilmente el resto del municipio. Será por eso que, cuando se hizo el esfuerzo para conseguir la nomenclatura de Patrimonio de la Humanidad del Casco, se olvidaron la cantidad de asentamientos aborígenes (mucho más antiguos que las fachadas del Casco) existentes en toda la franja costera y barrancos del municipio. Para los que tampoco existe una planificación de conservación y reconocimiento del consistorio y la única alianza de las fuerzas políticas locales es la del silencio y el más absoluto oscurantismo; a pesar de la rentabilidad turística que podrían tener, como han demostrado en Gran Canaria con los suyos.

Por otro lado, la parte agrícola del municipio que representa la única referencia del sector primario de la economía y es referente insular en cuanto al sector ganadero o la producción vitivinícola, parece solo contar con “el favor” del ayuntamiento un par de veces al año: cuando se acercan sus productos al Casco, ya en forma de romería, arrastre, al único matadero de Tenerife, o “la noche en tinto” donde se reconoce la importante producción de vino lagunero.

Pero la peor parte se la lleva esa franja “ciudad dormitorio” que son La Cuesta – Taco y sus barrios colindantes, con un comercio casi invisible frente al del Casco o la carga industrial que soportan y donde habita dos terceras partes de la composición humana del municipio, sin que por ello puedan dejar de ser personas laguneras de segunda, o de tercera, frente a un consistorio centrado, muy centrado, o tan centrado que -sin duda- peca de centralismo.

Va siendo hora de que alguien anime a todas las personas del municipio a llamarse a sí mismas laguneras. Va siendo hora de tomar el centro, el Casco, con propiedad y dejar de sentirnos sospechosos ante la policía municipal que pagamos con nuestros impuestos. Es el momento de ir corrigiendo nuestro lenguaje y borrar eso de “voy pa´ La Laguna” cuando estamos en un barrio o un pueblo lagunero, porque La Laguna somos los laguneros y las laguneras de todo el municipio y el Casco, y el ayuntamiento, es de los que vivimos en el extremo más recóndito del municipio, no solo de los que residen en el Casco que, además, tiene entre su composición poblacional la mitad de población flotante, no lagunera, atraída temporalmente por nuestra Universidad.

La Laguna la tendremos que hacer los laguneros y laguneras, hasta que decidamos apostar por unos gobernantes municipales que la allanen, cobrando menos impuestos a los comerciantes del Centro y prestando más servicios municipales y esfuerzos urbanísticos a la mayoría de población que conforma nuestro municipio.