Cuando sobran los motivos 

                        sobran también las excusas

 

Juan Rivera

 

     Releyendo lo escrito por el joven Engels sobre la situación de la clase obrera británica en la primera mitad del siglo XIX, resulta llamativo constatar la vigencia en nuestros días de aquel sistema económico, capaz de fracturar conscientemente la sociedad en dos partes irreconciliables: una minoría a la que se le quedan chicos todos los adjetivos sobre su fortuna, pues han realizado un proceso de acumulación de riquezas -sin freno ni trabas- a costa de una mayoría que ve deteriorarse cada día más sus condiciones de vida, hasta situarse sólo un escalón más arriba que las bestias de carga y muchos peldaños abajo -en la consideración del patrón empleador- que los caballos montados en la caza del zorro.

 

      También llama poderosamente la atención comprobar la fortaleza inmisericorde de su hegemonía , capaz de articular una superestructura ideológica que ha conseguido borrar de la historia -oficialmente contada - el exterminio que supuso para el proletariado de la época (por su duración y número de masacrados) la aplicación en sus carnes del liberalismo triunfante. Todo el proceso histórico se nos presenta en positivo y sin aristas.

 

      Por desgracia, doscientos años después estamos otra vez inmersos en un ciclo que vuelve a repetir los mismos elementos: la voracidad del enriquecimiento ilícito de unos menos que esquilman sin piedad a la mayoría o la destrucción planificada de cualquier derecho colectivo, sin importar las consecuencias humanas del huracán capitalista que deja tras su paso un paisaje de tierra quemada (en vivienda, sanidad, educación, condiciones de trabajo...).

 

      Contra este diseño, traje hecho a medida de las clases dirigentes pero pagado por el resto, hay convocada en Europa una jornada de lucha el próximo miércoles 14 de Noviembre.

 

      Entramos en la cuenta atrás, en la semana de la introspección, cuando el trabajador, sopesando pros y contras, decide sumarse o mantenerse al margen de la movilización. Y en estos días resulta curioso comprobar la cantidad de excusas banales que algunas personas ponen sobre la mesa.

 

      Evidentemente quedan excluidas de este grupo todas aquellas que por la precariedad de sus contratos, de su situación laboral o el aliento en el cogote del jefe blandiendo un despido (¿cuándo aparecerá en cualquier informativo una noticia hablando del contrapiquete gigante de las amenazas patronales?) hace años vieron convertirse su teórico derecho constitucional de huelga en papel mojado y, aunque lo desearan, no pueden sumarse al resto de sus compañeros.

 

     Me estoy refiriendo aquí a los trabajadores y trabajadoras de un entorno laboral que, por el momento, conserva ciertos derechos: el funcionariado de cualquier sector, puteado, vejado, recortado y convertido en payaso de las bofetadas, en muñeco para hacer rituales de vudú, en chivo expiatorio.

 

      En mi centro de trabajo (educación) donde afortunadamente comparto el día a día con un elevado número de personas dispuestas a combatir por una enseñanza pública, laica y de calidad, encuentro una variopinta  -pero más abundante de lo que debiera dada la enormidad de la agresión recibida- fauna que, sin ánimo de ser entomólogo, podemos clasificar en grupos distintos. A saber:

·         Los silentes: Lo componen quienes hasta noviembre de 2011 despotricaban, día sí y otro también, sobre la “ crisis que había generado Zapatero” y la etapa paradisiaca que traería la llegada del PP al poder. Se les puede reconocer -además de por la foto de Esperanza Aguirre en la agenda y el llavero del Tea Party- por “ predicar con el ejemplo”, teniendo a su prole en la concertada religiosa mientras comen de una enseñanza pública en la que no creen. A los rasgos mencionados han añadido un silencio cartujo ante las actuaciones del gobierno central.

·         Los que se curaron milagrosamente de la afonía de los últimos años. Son los mismos que callaron cuando las políticas económicas contra los trabajadores las hacía el PSOE. Se dividen en dos grupos. Uno, siguiendo impulsos ugetistas secundarán el paro y el  otro -tras la estela de los diputados del PSOE en el Parlamento nacional-, de corazón estarán con la huelga pero por responsabilidad y nómina acudirán al trabajo, eso sí, cruzando los dedos y rezando para que sus alumnos se hayan sumado a las movilizaciones.

·         Los de: “un día de huelga no sirve para nada, habría que hacer una indefinida”. Curiosamente son los mismos que en el caso contrario dirían: “Una huelga indefinida es una barbaridad, con un paro simbólico de un día expresamos perfectamente el malestar”. Mientras tanto, por fas o nefas, mantienen su marcador a cero y nadie les ha visto nunca sumarse a una movilización, aunque muchos estén ya a punto de jubilarse.

·         Quienes admonizan: “El país no está para huelgas” (entonces, ¿qué más debemos perder?). Cuesta distinguirlos del grupo primero y tercero.

·         Los que lastimeramente claman “No me puedo permitir perder cien euros de salario” y aunque controlan las Matemáticas son incapaces de ver que ya han pagado una cuenta – recortes, bajada de salario- que les han cobrado muchas veces esos cien euros.

·         Quienes alzan el meñique y epatan con pose de dandy: “No me junto con las mafias sindicales de CC.OO y UGT”, obviando que en la convocatoria están muy presentes otros sindicatos y otros colectivos con los que si podían juntarse sin correr riesgo de “contaminación”.

     Hay más grupos y todos podríais añadir otro, porque el número de excusas es infinito. A todos convendría recordarles que cuando sobran los motivos también están de más las justificaciones y quien no considere necesario secundar la huelga del 14N está en su derecho pero, por favor, que nos exima de escuchar coartadas.

      El día 14 haré huelga y de todos los motivos posibles para sumarme a ella, sólo voy a utilizar uno: por dignidad personal. Mi protesta es un simple “¡basta ya” a las agresiones que desde hace años estamos soportando los trabajadores, a la humillación continuada, a la voladura de los derechos laboriosamente conseguidos.

      Tal vez sea también una excusa: la de cuando los nietos pregunten “abuelo¿ por qué no se lee bien en tu piel el sello “súbdito propiedad de..” poder decirles “hijos, seguramente porque no me estuve quieto cuando me marcaban”.