¿Siete años perdidos?

 

Wladimiro Rodríguez Brito *

 

[Tenemos un cóctel de leyes fabricadas bien en el Parlamento de Canarias, en Madrid o en Bruselas que penalizan los usos tradicionales de nuestro agricultor y ganadero. Tenemos un altísimo porcentaje de territorio de supuesta protección, un marco que dificulta hasta el grado de prohibir el trabajo de ayuda o apoyo en la vendimia y otra faenas agrarias de pensionistas o parados; incluso se penaliza por vender un saco de papas para pagar la semilla a un parado o un pensionista, en eso que Soraya Sáenz de Santamaría llama lucha contra el fraude… La situación aún se ha hecho más grave ya que nuestras leyes llegan al detallismo de establecer rigurosamente la altura de la pared de un cantero, la limpieza de una roza de nuestros montes para sembrar papas, la instalación de granjas ganaderas en zonas periurbanas o incluso la posibilidad de tener pequeñas explotaciones de cabras, gallinas o cochinos como actividad complementaria en una explotación agrícola… Maltratamos a nuestros campesinos como si bordearan la delincuencia cuando lo que necesitamos es animar y buscar apoyos para los que se intentan ganar la vida en el campo. Las labores tradicionales no deben ser objeto de sanción…]

 

Tras el fin de la bonanza económica nos hemos instalado en una crisis económica que llamaron coyuntural pero parece que ha venido para quedarse. Es evidente que dada la dura situación actual es difícil analizar y tomar decisiones que nos hagan avanzar. Acostumbrados a unos niveles de liquidez irreales, no hemos sabido reaccionar a lo largo de estos últimos años con iniciativas propias y originales adaptadas al marco territorial que nos toca vivir; en buena lógica hay numerosas iniciativas que como pueblo hemos de tomar. La suerte de estas islas ha estado condicionada siempre por planteamientos hechos en el exterior. Se echan de menos iniciativas que al menos intenten optimizar nuestros recursos: el factor humano puede y debe decir mucho. Hemos estado esperando como agua de mayo la llegada del verano, confiando en que las circunstancias nos trajeran una buena temporada turística. Sin embargo, las cosas se complican en el exterior, y en consecuencia, hemos de plantar y sembrar iniciativas que revaloricen cuantos recursos disponemos, apoyando el único factor que se ha potenciado estos años, el sector servicios.

 

Viendo las estadísticas, con una cifra récord de 12 millones de turistas, el número de parados supera el 30%. Es evidente que, dado que el turismo no nos da trabajo suficiente, nuestra economía se debe diversificar, intentando optimizar de cuanto recurso disponemos: la cultura del ladrillo y los servicios parece que han tocado techo. La situación del paro en las islas nos indica que el marco teórico y legal que declaró el 50% del territorio canario como protegido no es sostenible.

 

Si antes parecía que podíamos prescindir de las actividades agro-ganaderas y quedarnos solo con los servicios, hoy los hechos nos indican que así no se resuelven los problemas de nuestra sociedad. Las actividades agrícolas y ganaderas se deben potenciar también por otras razones, ya que fijan población en los pueblos, eliminan combustible para los incendios, reducen la dependencia de las importaciones; en definitiva, diversifican la economía.

 

Apoyar el campo no significa que nos olvidemos del turismo, pilar fundamental de nuestra economía. Debe ser un esfuerzo encaminado a reducir el riesgo de tener todos los huevos en la misma cesta. No olvidemos que parte de la buena coyuntura del turismo tiene que ver con la primavera de los países árabes, es la desgracia de los demás la que nos ha permitido esta mejora. La mejora de la agricultura y ganadería también potencia un turismo más estable, al desarrollarse actividades complementarias al mismo (turismo cultural, rural, senderismo, etcétera). La sociedad europea apoya a sus agricultores por los bienes que produce ya que hay una relación cultural y económica importante entre caldero y medio ambiente. Sin embargo en Canarias el sector primario ha sufrido una dura devaluación social y cultural: tenemos la obligación de revalorizarlo por razones obvias pues ya no es tiempo de que siga perdiendo recursos humanos, culturales y sociales. En estas islas vivimos 50 personas por hectárea cultivada mientras que en la súper poblada China a cada hectárea le corresponde 10 habitantes.

 

Tenemos un cóctel de leyes fabricadas bien en el Parlamento de Canarias, en Madrid o en Bruselas que penalizan los usos tradicionales de nuestro agricultor y ganadero. Tenemos un altísimo porcentaje de territorio de supuesta protección, un marco que dificulta hasta el grado de prohibir el trabajo de ayuda o apoyo en la vendimia y otra faenas agrarias de pensionistas o parados; incluso se penaliza por vender un saco de papas para pagar la semilla a un parado o un pensionista, en eso que Soraya Sáenz de Santamaría llama lucha contra el fraude.

 

La situación aún se ha hecho más grave ya que nuestras leyes llegan al detallismo de establecer rigurosamente la altura de la pared de un cantero, la limpieza de una roza de nuestros montes para sembrar papas, la instalación de granjas ganaderas en zonas periurbanas o incluso la posibilidad de tener pequeñas explotaciones de cabras, gallinas o cochinos como actividad complementaria en una explotación agrícola.

 

Maltratamos a nuestros campesinos como si bordearan la delincuencia cuando lo que necesitamos es animar y buscar apoyos para los que se intentan ganar la vida en el campo. Las labores tradicionales no deben ser objeto de sanción: no son lógicos casos como la sanción a una granja de vacas en Ruigómez entre Rosa Vieja y Las Tronqueras, que lleva 8 años sin poder ser legalizada. La ley de armonización ambiental que está tramitando el Gobierno de Canarias debe adaptarse a los problemas de gestión ambiental, atendiendo a la realidad de nuestra gente del campo; no nos podemos permitir que enrede y complique aún más la relación entre las distintas administraciones competentes sobre el territorio. Ello solo puede añadir dificultades a los ciudadanos, que ya se sienten muchas veces indefensos y confusos ante la falta de un interlocutor claro con plenas competencias.

 

Necesitamos también puentes intergeneracionales que potencien y optimicen los sabios conocimientos que tienen nuestros campesinos y que son altamente necesarios para optimizar los recursos de nuestras tierras en un mundo que ha internacionalizado las semillas y la tecnología agraria. Las multinacionales tienen cada día un mayor control sobre lo que comemos y, lo que es peor, sobre las semillas que sembramos en nuestros campos.


Sean estas líneas de apoyo, de compromiso, de dignificación del mundo rural. Es necesario y básico para ser una tierra más solidaria, en la que los conocimientos del ayer, las gavias, las goronas, los jables, los setos, los nateros, la sorriba, etcétera, pueden y deben ser parte de un mañana más solidario, ambiental y socialmente.

 

* DOCTOR EN GEOGRAFÍA POR LA UNIVERSIDAD DE LA LAGUNA

 

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