¿Siete años perdidos?
Wladimiro
Rodríguez Brito
Tras
el fin de la bonanza económica nos hemos instalado en una crisis económica que
llamaron coyuntural pero parece que ha venido para quedarse. Es evidente que
dada la dura situación actual es difícil analizar y tomar decisiones que nos
hagan avanzar. Acostumbrados a unos niveles de liquidez irreales, no hemos
sabido reaccionar a lo largo de estos últimos años con iniciativas propias y
originales adaptadas al marco territorial que nos toca vivir; en buena lógica
hay numerosas iniciativas que como pueblo hemos de tomar. La suerte de estas
islas ha estado condicionada siempre por planteamientos hechos en el exterior.
Se echan de menos iniciativas que al menos intenten optimizar nuestros recursos:
el factor humano puede y debe decir mucho. Hemos estado esperando como agua de
mayo la llegada del verano, confiando en que las circunstancias nos trajeran una
buena temporada turística. Sin embargo, las cosas se complican en el exterior,
y en consecuencia, hemos de plantar y sembrar iniciativas que revaloricen
cuantos recursos disponemos, apoyando el único factor que se ha potenciado
estos años, el sector servicios.
Viendo
las estadísticas, con una cifra récord de 12 millones de turistas, el número
de parados supera el 30%. Es evidente que, dado que el turismo no nos da trabajo
suficiente, nuestra economía se debe diversificar, intentando optimizar de
cuanto recurso disponemos: la cultura del ladrillo y los servicios parece que
han tocado techo. La situación del paro en las islas nos indica que el marco teórico
y legal que declaró el 50% del territorio canario como protegido no es
sostenible.
Si
antes parecía que podíamos prescindir de las actividades agro-ganaderas y
quedarnos solo con los servicios, hoy los hechos nos indican que así no se
resuelven los problemas de nuestra sociedad. Las actividades agrícolas y
ganaderas se deben potenciar también por otras razones, ya que fijan población
en los pueblos, eliminan combustible para los incendios, reducen la dependencia
de las importaciones; en definitiva, diversifican la economía.
Apoyar
el campo no significa que nos olvidemos del turismo, pilar fundamental de
nuestra economía. Debe ser un esfuerzo encaminado a reducir el riesgo de tener
todos los huevos en la misma cesta. No olvidemos
Tenemos
un cóctel de leyes fabricadas bien en el Parlamento de Canarias, en Madrid o en
Bruselas que penalizan los usos tradicionales de nuestro agricultor y ganadero.
Tenemos un altísimo porcentaje de territorio de supuesta protección, un marco
que dificulta hasta el grado de prohibir el trabajo de ayuda o apoyo en la
vendimia y otra faenas agrarias de pensionistas o parados; incluso se penaliza
por vender un saco de papas para pagar la semilla a un parado o un pensionista,
en eso que Soraya Sáenz de Santamaría llama lucha contra el fraude.
La
situación aún se ha hecho más grave ya que nuestras leyes llegan al
detallismo de establecer rigurosamente la altura de la pared de un cantero, la
limpieza de una roza de nuestros montes para sembrar papas, la instalación de
granjas ganaderas en zonas periurbanas o incluso la posibilidad de tener pequeñas
explotaciones de cabras, gallinas o cochinos como actividad complementaria en
una explotación agrícola.
Maltratamos
a nuestros campesinos como si bordearan la delincuencia cuando lo que
necesitamos es animar y buscar apoyos para los que se intentan ganar la vida en
el campo. Las labores tradicionales no deben ser objeto de sanción: no son lógicos
casos como la sanción a una granja de vacas en Ruigómez entre Rosa Vieja y Las
Tronqueras, que lleva 8 años sin poder ser legalizada. La ley de armonización
ambiental que está tramitando el Gobierno de Canarias debe adaptarse a los
problemas de gestión ambiental, atendiendo a la realidad de nuestra gente del
campo; no nos podemos permitir que enrede y complique aún más la relación
entre las distintas administraciones competentes sobre el territorio. Ello solo
puede añadir dificultades a los ciudadanos, que ya se sienten muchas veces
indefensos y confusos ante la falta de un interlocutor claro con plenas
competencias.
Necesitamos
también puentes intergeneracionales que potencien y optimicen los sabios
conocimientos que tienen nuestros campesinos y que son altamente necesarios para
optimizar los recursos de nuestras tierras en un mundo que ha internacionalizado
las semillas y la tecnología agraria. Las multinacionales tienen cada día un
mayor control sobre lo que comemos y, lo que es peor, sobre las semillas que
sembramos en nuestros campos.
Sean estas líneas de apoyo, de compromiso, de dignificación del mundo rural.
Es necesario y básico para ser una tierra más solidaria, en la que los
conocimientos del ayer, las gavias, las goronas, los jables, los setos, los
nateros, la sorriba, etcétera, pueden y deben ser parte de un mañana más
solidario, ambiental y socialmente.
* DOCTOR EN GEOGRAFÍA POR LA UNIVERSIDAD DE LA LAGUNA
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