La salud, como mercancía

 

Joaquín Rábago *

Ha anunciado el Gobierno de Madrid, ese laboratorio de todas las Españas (del PP), que seguirá adelante con su proceso privatizador de la Sanidad pública. El argumento siempre es el mismo: ayudará a racionalizar el gasto, eliminará burocracia y, lo que siempre le gusta oír a la gente, nadie lo notará, pues la sanidad seguirá siendo universal y gratuita.

Son razonamientos ideológicos que no tienen base alguna en las experiencias de otros países. Llamemos a las cosas por su nombre: privatización es comercialización, hacer de la sanidad un mercado, de la salud y la enfermedad, mercancías, y de los enfermos, clientes de unos determinados servicios.

Se convence al público mediante campañas catastrofistas de que el modelo de sanidad tal como lo conocíamos hasta ahora en Europa es insostenible debido a nuestra esperanza de vida y se van erosionando poco a poco su carácter público y la gratuidad de sus prestaciones.

Se da así entrada al capital privado, sociedades que a veces cotizan en Bolsa y que, como ocurre por ejemplo en Inglaterra con algunas de las que gestionan hospitales, están registradas en paraísos fiscales del canal de la Mancha o del Caribe. Los accionistas de esas empresas, como es lógico, buscan siempre el mayor beneficio, lo que puede lograrse por diversas vías, por ejemplo, reduciendo las plantillas, el catálogo de prestaciones gratuitas -por ejemplo, mamografías, pruebas de embarazo o cualquier otra- o eligiendo las más rentables y dejando que el sector público se ocupe del resto. Las consecuencias de la fragmentación del sector derivado de la competencia entre empresas son varias y así se acaba con las ventajas que proporciona la economía de escala, por ejemplo a la hora de negociar con la poderosa industria farmacéutica, aumentan los gastos administrativos, y se hacen necesarios más controles para ver que se cumplen los estándares fijados.

Un metaestudio realizado en 324 hospitales de Estados Unidos a lo largo de un periodo de 20 años demuestra que en ese país, que muchos aquí toman siempre como modelo, los costos de los centros privados son un 19 por ciento superiores a los que no tienen fines lucrativos. Con la privatización y el fin de la gratuidad, tal como la estamos viendo ya en Madrid, la experiencia demuestra que aumentan los costos totales para la sociedad ya que disminuye la calidad de algunos servicios y sobre todo la accesibilidad para los sectores más vulnerables, y muchas enfermedades no tratadas a tiempo corren peligro de degenerar en crónicas.

La privatización no significa necesariamente mayor eficacia y sí con frecuencia mayor gasto al final para el Estado y peor servicio para los ciudadanos, como demuestra lo ocurrido con los ferrocarriles británicos.

Con su privatización crecieron exponencialmente los subsidios públicos para su funcionamiento. Por otro lado, el descuido de las infraestructuras hizo que aumentaran de modo alarmante los accidentes hasta el punto de que el Gobierno no tuvo más remedio que renacionalizar Railtrack, la compañía cotizada en Bolsa a la que se encargó de su mantenimiento.

Operados por un total de 2.000 empresas, que se ocupan de distintas líneas y servicios, los ferrocarriles británicos tienen ahora algunas de las tarifas más caras del mundo, como han denunciado reiteradamente los medios de ese país. Y para colmo, muchos trenes, sobre todo los de cercanías, van siempre atestados. ¡Eso sí que es eficacia!

* Fuente: laprovincia/2012/11/04