El riesgo nuclear en Canarias a lo largo de la historia

 

 

Agapito de Cruz Franco

 

     El accidente nuclear de Japón el pasado 11 de marzo, tras la explosión en la central nuclear de Fukushima, estremeció al mundo. El terremoto de 9º en la escala Richter bajo las aguas del Océano Pacífico, y el maremoto posterior con olas de hasta 10 metros, fueron los causantes de que fallara la seguridad de las centrales 1 y 3 y se pusieran en alerta otras dos. Un fallo físico -como afirmó Carlos Bravo, de la organización ecologista internacional Greenpeace- que no minimiza el que a las 53 centrales japonesas restantes no les ocurriera nada, pues basta un accidente de nivel 7 en una sola de ellas para desencadenar la muerte nuclear de todo el ecosistema con el ser humano como parte de él. En este caso el nivel de gravedad ha sido establecido en 4 de una escala de 7. (Three Mile Island (EEUU) en 1979 fue de nivel 5, Kyshtym (Rusia) en 1957 de nivel 6 y Chernobil (Ucrania) en 1986 de 7). La alerta nuclear, al multiplicarse el nivel de radiación por 72 en apenas 5 horas (de 0,07 microsievert hora a 5,1), produjo la evacuación de más de 200.000 personas en un radio de 20 Kilómetros. Y junto a ello, el riesgo de contaminación por todo el antiguo mar español desde Asia hasta América, ante una nueva amenaza nuclear en la tierra del sol naciente. La tragedia ha traído a la memoria el drama humano y medioambiental que supuso en 1945 y en estas mismas islas, el comienzo de la era nuclear en el Planeta tras el lanzamiento por EEUU de sendas bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki.

 

     Conviene hablar sobre las Islas Canarias en su relación con el problema nuclear, sobre todo, tras las recientes e irresponsables declaraciones del vocal de ASINCA -Asociación de Industriales de Canarias- Benicio Alonso y aparecidas en todos los medios de comunicación, cuando afirmaba en enero de 2011 que: "Canarias será un pueblo orgulloso de ser atómico", planteando la introducción de la energía nuclear en las Islas con dos grupos de 250 megavatios en Tenerife, otros dos en Gran Canaria y uno de 150 megavatios para Lanzarote y Fuerteventura. Fue inmediatamente desmentido por científicos, empresarios, políticos de todas las ideologías y ecologistas, argumentando no sólo los ya conocidos peligros de la energía nuclear, sino la imposibilidad técnica de ser aplicada en Canarias. Sin embargo, no era el primero en hablar del tema pues el 7 de abril de 1990, Antonio Castellano Auyanet, Presidente por ese entonces de UNELCO, manifestaba al periódico La Gaceta de Canarias que: “la energía nuclear no debe ser descartada nunca”. Animaba así a la introducción en el Archipiélago de energía nuclear a la japonesa: “En Japón están fabricando grupos nucleares de 500 megavatios que serian muy funcionales para Canarias”. El TEA -Tagoror Ecologista Alternativo- le respondería entonces de forma contundente con un artículo titulado: “¿Planea UNELCO nuclearizar Canarias?”, afirmando que esta Compañía se había convertido en un enemigo de primer orden para el pueblo y la naturaleza canaria.

 

     La energía nuclear es una de las razones de que los estados nacionales, esos artilugios de dominación que nos trajo el siglo XVIII –y que ya eran historia desde la globalización económica- no existan sobre el mapa. La contaminación radiactiva no sabe de fronteras ni de divisiones nacionales, y no basta con que en tu nación no haya centrales nucleares para estar exentos del peligro nuclear: es necesario que tampoco las tenga la de al lado, incluso ninguna otra.

 

     En ese sentido, Canarias, por su cercanía a Marruecos, no tendría escapatoria posible ante una emergencia en el país aluita. En 1988 Marruecos comenzaba a diseñar su programa nuclear con el anuncio de la construcción de una central termonuclear en Bouknadel, a 20 kilómetros de Rabat, con un presupuesto inicial de 110 millones de dirhams (1.650 millones de las antiguas pesetas), determinando la creación de un Centro de Estudios Nucleares cuya pieza maestra iba a ser un reactor nuclear tipo Triga. Fue en 1999 cuando se destapó el comienzo de todo un programa nuclear en el Magreb con un centro en Maamora y otra central más a levantar entre Safi y Essaouira, a unos 200 Kilómetros de Canarias, zona por otra parte propensa a movimientos sísmicos. Hay que recordar que en 1960 un terremoto sepultó la ciudad de Agadir produciendo decenas de miles de muertos. Esta situación generó en Canarias un movimiento antinuclear, la Plataforma Antinuclear Canaria y en donde el cineasta garachiquense David Baute llevo a cabo uno de sus primeros documentales: “Antinuclear”. Ilka Schröder de Los Verdes alemanes llego a formular una pregunta a la Comisión Europea (“Question time”) sobre la nuclearización de Marruecos. En 2007 esta idea tomaba cuerpo al adjudicar Mohamed VI a Francia la construcción de la primera central nuclear de Marruecos, en Sidi Boulbra -entre las dos ciudades citadas anteriormente- en un contrato millonario que superaba los 2.000 millones de euros y que incluye un acuerdo para la obtención de uranio a partir de los yacimientos de fosfatos del Sahara y negociando además con el consorcio estatal ruso Atomstroyexport.  El CNI alertó del riesgo de una central nuclear tan cercana a Canarias.

 

     Eso sin hablar de otro territorio cercano a las Islas, España -no así Portugal que no tiene ninguna- donde existen 6 centrales nucleares, algunas ya obsoletas como la de Santa María de Garoña en Burgos, similar a la siniestrada de Fukushima (Ambas mantienen un idéntico reactor modelo General Electric -de 439 megavatios la de Japón y de 460 la española- conectándose a la red esta última en mayo de 1971 y la nipona en marzo también de ese mismo año. Con una vida de 40 años, el Gobierno español del PSOE  se comprometió en su momento a cerrar la suya cumplida esa edad pero en 2009 decidió alargar ese cierre hasta 2013 cuando la central tenga ya 42 años. Cosa peor y suicida piensa el PP, que ha anunciado que si llega al poder no la cerrará y que incluso construirá nuevas centrales.

 

     El rechazo en Canarias a la energía nuclear viene ya desde el nacimiento de los primeros grupos ecologistas en la década de los años 70. Se constata toda una campaña perfectamente organizada en agosto de 1982 por parte del MEVO -Movimiento Ecologista del Valle de La Orotava- contra el vertido de residuos radiactivos en aguas canarias. Un conflicto generado por la confirmación hecha por el Gobierno de Holanda de una propuesta a presentar en la Convención de Londres sobre la “instalación de un cementerio atómico de residuos nucleares de alta radiactividad en aguas de Canarias o próximo a ellas con el grave riesgo que este tipo de instalación supondría para la supervivencia de los que habitamos estas islas, al existir la posibilidad de la ruptura del equilibrio ecológico”, según nota de el MEVO en ese entonces. Esta campaña elaboraría una curiosa pegatina con unas Islas Canarias cayendo por un inodoro al tirar de la cadena de la energía nuclear.

 

     La siguiente alarma nuclear en las islas tuvo lugar mas adelante, en 1992, cuando el Akatsuki Maru, conocido como el Barco de la Muerte, cruzó a 300 millas al NO de Canarias con una tonelada y media de plutonio en sus bodegas camino de Japón y procedente del puerto francés de Cherburgo. La Armada española tuvo orden incluso de expulsarlo si entraba dentro de las doce millas.

 

     Cabe citar también el atraque en las islas de barcos de guerra con armas nucleares denunciadas mas de una vez por ATAN, y, porque tiene mucho que ver con la radioactividad, aquellos pararrayos radiactivos que ENRESA instaló por toda la geografía española y canaria desde los años 60 y que en 1986 el BOC obligó a retirar por Real Decreto declarándolos instalación radiactiva y ante la múltiple aparición de enfermedades cancerosas en sus inmediaciones. Curiosamente, la mayoría de estos pararrayos radiactivos estaban en centros públicos de enseñanza, y habían sido manipulados por personal diverso, lo que motivó la creación por parte de las APAS y de los centros educativos de una “Coordinadora pro-retirada de pararrayos radiactivos”  el 25 de abril de 1989 en Puerto de la Cruz (Tenerife).

 

Agapito de Cruz Franco