José Manuel Hernández Hernández *
[...El olvido oficial se impuso en el siglo XVI: la prohibición de las manifestaciones de la cultura de los antiguos canarios y el encuadramiento de éstos en la religión católica vino acompañada de la represión, la esclavitud y la muerte de muchos de ellos. El terror garantizaba la parálisis de las resistencias y la consecución del objetivo último: la usurpación de las tierras y los recursos naturales. El olvido oficial se impuso en 1936: la prohibición de cualquier disidencia con el fascismo triunfante y la imposición del nacional-catolicismo vino acompañada, también, del asesinato y la represión violenta sobre miles de republicanos y republicanas canarias...]
Si a alguno o alguna de ustedes les da, en algún momento, por
pasear por la historia de Canarias y si ésta es capaz de despertar su interés
para hacer acopio de argumentos que puedan explicar, al menos en parte, la
evolución seguida en la conformación de la sociedad canaria, a poco que se
detengan un rato en profundizar en los procesos o hechos históricos que pudiéramos
considerar como hitos, como momentos de especial trascendencia en la vereda
transitada por el pueblo canario en, al menos, los últimos seiscientos años,
no nos será difícil identificar al proceso de conquista militar de las Islas,
en el siglo XV, y a los años de la Guerra Civil y la larga dictadura
franquista, como dos de esos hitos, posiblemente los más importantes y los de
mayores consecuencias, si queremos entender las relaciones de poder establecidas
en el espacio temporal que va desde los inicios de la colonización hasta la
actualidad
Estos
dos momentos decisivos y, en algunos aspectos coincidentes (enfrentamiento
violento, represión, imposición de un discurso/cultura/ideología) son dos
hechos históricos sobre los que, a nuestro juicio, se vertebra la historia de
Canarias y que explican muchos de los rasgos que caracterizan a la población y
la sociedad canaria actual. Sin duda, se trata de los procesos más dramáticos
y con mayor carga traumática de los que hemos vivido como colectividad,
caracterizados ambos por el uso de la violencia física y psicológica para la
consecución de un objetivo: la implantación o el mantenimiento de una
estructura de poder que garantizase el control absoluto de la economía, de la
política y de las administraciones en manos de una minoritaria élite
dominante.
Dos
hechos en los que hubo vencedores y vencidos, donde los primeros se apresuraron
a realizar un relato histórico que se inicia con la construcción de un
discurso que legitime la imposición violenta de esa estructura de poder y de
una lectura única de esos procesos, sin posibilidad alguna de que los vencidos
hicieran su propio análisis de los hechos. Un solo discurso que trata de
fortalecerse con el enaltecimiento de los personajes y los hechos históricos a
través de la fijación de la ideología vencedora en producciones literarias,
históricas, artísticas… que engrandecen y justifican la imposición violenta
y que tiene su traslación al espacio público y a la memoria colectiva en forma
de homenajes, efemérides, denominaciones de calles y plazas, al tiempo que se
hace explícito y se extiende el miedo al disenso con quienes legitiman,
justifican o silencian el uso de la violencia para la imposición ideológica,
económica, social o política. Con todo ello se persigue, también, el acentuar
la condición de perdedores a quienes lo fueron en esos momentos y a sus
descendientes; el impedir la afloración de resistencias y de empoderamientos
colectivos que surjan desde el conocimiento histórico y la memoria y el impedir
la construcción de identidades colectivas que supongan amenazas para las
posiciones de poder de las élites y del Estado dominante.
El
olvido oficial se impuso en el siglo XVI: la prohibición de las manifestaciones
de la cultura de los antiguos canarios y el encuadramiento de éstos en la
religión católica vino acompañada de la represión, la esclavitud y la muerte
de muchos de ellos. El terror garantizaba la parálisis de las resistencias y la
consecución del objetivo último: la usurpación de las tierras y los recursos
naturales. El olvido oficial se impuso en 1936: la prohibición de cualquier
disidencia con el fascismo triunfante y la imposición del nacional-catolicismo
vino acompañada, también, del asesinato y la represión violenta sobre miles
de republicanos y republicanas canarias.
El
fascismo victorioso en 1936 en Canarias, entronca su discurso de legitimación
histórica directamente con el bando vencedor en el enfrentamiento violento que
se vivió en el proceso de conquista en las Islas. El pasado imperial y la
religión católica se convierten en las bases sobre las que se sustenta la
Cruzada. Como afirma la investigadora Josefina Cuesta, el discurso legitimador
del fascismo consistió en “recuperar la gloriosa memoria militar del pasado,
enriquecida con las victorias presentes de la Guerra Civil, [que] constituía
una forma de legitimación del presente y de su nuevo punto de partida. En este
intento de apropiación del pasado glorioso, para adensar el presente, junto a
la España Imperial aflora la España católica, la colonizadora y catequizadora
de los pueblos americanos y baluarte contra la ‘invasión marxista’”.
El
entronque con la otra cruzada, la que sometió y humilló a los “infieles
canarios”, hizo que, desde el nuevo poder autoritario, afianzando, ensalzando
y estableciendo líneas directas de conexión con los vencedores del siglo XVI,
se rescatase y se actualizase el discurso que legitimaba el poder de las élites,
imponiendo, durante el período dictatorial y la transición, el olvido y el
silencio sobre la memoria de los vencidos. Si bien es cierto que no se prohibió
la investigación o la difusión de aspectos del pasado precolonial isleño, se
acentuaron las investigaciones sesgadas sobre el papel jugado por los
conquistadores –glorificando sus acciones- y se reprimió, con dureza,
cualquier oposición al discurso de la memoria oficial que llevara implícito
una reivindicación de nuestra identidad política nacional –caso de la
oposición a los pendones y a las celebraciones de las victorias castellanas
sobre los antiguos canarios- o se prohibió aquellas rememoraciones del pasado
que pudieran constituirse en signos de resistencia cultural ante la dominación
colonial –caso de la prohibición de poner nombres guanches, que la Iglesia
católica y el poder político identificaban como desafíos-. Las referencias al
pasado precolonial no estaban permitidas si éstas significaban un
cuestionamiento de las relaciones de poder emanadas del proceso violento de
conquista. Y la memoria oficial –la memoria del poder- se apropió del espacio
público –calles y plazas con denominaciones de conquistadores que, a la luz
del derecho internacional actual y de la defensa de los derechos humanos, serían
considerados como genocidas- siguen ocupando espacios significativos en nuestras
ciudades y pueblos.
Sin
embargo, mientras hay un rechazo y una concienciación sobre la necesidad de no
glorificar a los protagonistas y ejecutores del acto violento de imposición que
supuso la Guerra Civil y el período de represión y dictadura franquista (que
se puede explicar por la existencia, entre los vencidos y hasta hace muy poco
tiempo, de una memoria “viva” de ese periodo y por la extensión por el
Estado de un movimiento memorialista que trata de dignificar las figuras de los
luchadores políticos, sindicales y sociales de esa época) no existe –salvo
entre la militancia del movimiento nacionalista más consecuente con ese
posicionamiento- un rechazo de la sociedad canaria a la glorificación de
quienes, en los siglos XV y XVI protagonizaron y vencieron en el proceso de
imposición violenta de unas normas políticas, sociales, económicas y
culturales que tenían como objetivo la dominación de los pueblos y los
recursos naturales de las Islas. En ambos casos los objetivos y las formas de
alcanzarlos fueron similares (eliminación de resistencias, extensión del miedo
a través del terror, construcción de una “memoria oficial” e indiscutible,
imposición del silencio y el olvido y establecimiento de garantías para la
perpetuación de la dominación política por parte de las élites económicas),
pero la sociedad isleña ha reaccionado de forma desigual ante ambos procesos,
pues no hay un cuestionamiento popular y colectivo al genocidio cometido en el
siglo XV.
Afortunadamente,
existe, desde hace mucho tiempo y en el marco de la investigación académica,
un interés y un progreso evidente en el conocimiento de nuestra realidad
precolonial, de cómo se organizaban los antiguos canarios, de cuáles eran sus
creencias, de cuáles eran sus orígenes, de cómo evolucionaron en el contexto
insular… –aunque aún queda mucho camino por recorrer-. Pero, salvo honrosas
y meritorias excepciones, no se ha producido un avance importante en el
conocimiento, desde la mirada de los vencidos, del proceso violento de conquista
y la represión ejercida como consecuencia de la misma. Tampoco como instrumento
imprescindible de dominación de los antiguos canarios, de usurpación de su
espacio geográfico vital y de los recursos naturales que garantizaban su
existencia. Y, sobre todo, seguimos –hablo del conjunto de nuestro pueblo, no
de los sectores académicos- desconociendo las consecuencias que tuvo ese
proceso de represión física y cultural y de implantación de un modelo económico
colonial- en la conformación de la sociedad canaria, sobre todo teniendo en
cuenta la pervivencia de los antiguos canarios al proceso de conquista.
Necesitamos
anclarnos, desde la identidad, en este mundo globalizado, interconectado y
convulso. No se trata de mitificar el pasado. Se trata de desmitificarlo. De
tumbar los mitos impuestos del conquistador bueno, generoso, el que trajo la
modernidad, el que nos enlazó con el Occidente dominante y “civilizado”, el
que nos sacó de la “prehistoria”, el que hizo posible que Canarias se
alejara del continente en el que está ubicada geográficamente, el que engendró
“hijos ilustres”… Desmitificarlo porque es una lectura trucada de la
historia. Una lectura ampliamente difundida durante quinientos años que sólo
ha perseguido un objetivo, inalterable a lo largo de todo este tiempo: la
dominación de una élite y un Estado y la imposición de sus normas sobre el
conjunto de la población canaria. Necesitamos despojarnos de la memoria como
instrumento de dominio y convertirla en instrumento de liberación, dejando atrás
las actitudes simbólicas de vasallaje y sumisión, escenificadas periódicamente
por los presidentes autonómicos, a una monarquía que es heredera directa de
los dos procesos violentos que sustentaron las construcciones de unas relaciones
de poder injustas y desiguales en Canarias.
* José
Manuel Hernández Hernández / Creando
Canarias
29 de enero de 2016
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