El almendrero de Nicolás
¿Quién
merece ganar las elecciones?
Paco
Déniz
Cuando el presidente de los españoles dijo que las
elecciones las gana quien las merece, algunos a su alrededor se pusieron colorados,
pues si eso fuera así, su partido no ganaba ni pa’ chufas. Al menos en La
Laguna, Santa Cruz y Granadilla, deberían cerrar el quiosco. Por su propio
bien, menos mal que se equivocó una vez más, pues lo normal es que las
elecciones las gane quien más dinero tenga, quien más medios de comunicación
controle, quien más populismo practique, quien más cercano esté del poder
empresarial; en fin, los de siempre. En eso consiste el mérito, es de manual.
Encima, en cuanto a merecimientos, el último hallazgo
científico papal sobre la inexistencia del purgatorio nos deja sin la
posibilidad de que, al menos allí, en el purgatorio de toda la vida, algunos
paguen sus deméritos. Yo me imaginaba sentado en la grada del purgatorio con un
bocadillo de chorizo de Teror y aguacate enjuiciando
a Zerolo, Soria, Abreu, Plasencia, LOPESAN,
Domingo González Arroyo, Macario, Isaac Valencia, al pijo Matos, pero
no, la religión nos ha quitado hasta la última satisfacción. Incluso después de
muertos.
Por lo visto, el purgatorio es un estado de ánimo.
Cámbate. O sea que, si no es en las elecciones, ni en el purgatorio, y parece
que en los juzgados tampoco, ¿dónde se evalúan los méritos y deméritos de las
personas y los partidos? Y lo que es más importante, ¿quién es el evaluador?
Esa es la cuestión.
En nuestras narcotizadas democracias es algo difícil
de resolver, pero en otras latitudes al menos han demostrado
que no es un problema filosófico o metafísico. Es un problema político que
acarrea algún atisbo de violencia, pues violento es el paro, la exclusión y el
sistema electoral.
Egipcios y Tunecinos han
resuelto el dilema botándose a la calle y exigiendo que se manden a mudar los
que hasta ahora les han gobernado. Esa es su evaluación y consideración. No es
sencilla, pero podría ser válida. Se trata de buscar una plaza más o menos
grande, donde quepa mucha gente que represente a otros tantos, que se sume
gente nueva que no se hayan visto jamás, y que se compartan uno o varios
objetivos claros, por ejemplo: barrer del mapa a quienes han convertido la
política en un negocio, las elecciones en un carnaval, y la indecencia en una
virtud. En ese caso, las elecciones merecen ganarlas los de La Plaza. Los de
cualquier plaza pública del mundo que clamen que sí se
pueden y se deben cambiar las cosas.