PURPURARIAS Y AFORTUNADAS

LA MACARONESIA CENTRAL EN LA ANTIGÜEDAD

 

Francisco García-Talavera[1]

 

Fig. 1.- Islas más allá de las Columnas de Hércules

 

En una fresca noche de febrero de 1976 zarpamos a bordo del “Agamenón”, un pequeño barco cedido por el Instituto Oceanográfico de Tenerife para la que resultaría, a la postre, una expedición histórica. Íbamos a bordo nueve componentes de un equipo científico multidisciplinar perteneciente al Museo Insular de Ciencias Naturales de Tenerife y a la Universidad de La Laguna. El objetivo eran las islas Salvajes y en ese viaje pretendíamos darle un impulso al conocimiento de la gea, fauna y flora del pequeño archipiélago macaronésico, y de sus relaciones biogeográficas con Canarias y Madeira. Los  interesantes resultados de la campaña fueron publicados en 1978 por el Aula de Cultura del Cabildo de Tenerife y se convirtieron en un referente obligado para futuras investigaciones sobre la Macaronesia.

 

No era la primera ni la última vez que visitamos las Salvajes, pero resulta curioso que en esta ocasión el nombre de la embarcación que nos transportó allí, hace 30 años, fuera el de “Agamenón”, héroe mítico de la antigüedad griega que, en cierto modo, guarda relación con el tema de este artículo.

 

Más de una veintena de campañas oceanográficas y expediciones científicas nos han permitido conocer a fondo la naturaleza y geografía de los archipiélagos macaronésicos y las costas de “Berbería”, desde Azores a Cabo Verde y desde Marruecos a Senegal. La experiencia adquirida nos ha enseñado a interpretar y contrastar datos e información. Sin ella habría sido muy difícil  llegar a elaborar la hipótesis propuesta. Del mismo modo, los conocimientos acumulados a lo largo de tantos años de investigación sobre el pasado de nuestras islas y de la fachada atlántica del vecino continente, han contribuido, en buena parte, a mi “atrevimiento” al abordar un tema que no ha hecho más que generar controversia y confusión a lo largo de siglos. No es que pretenda con esta humilde aportación despejar todas las incógnitas planteadas, pero sí contribuir en lo posible a ello, sugiriendo nuevos caminos, con una hipótesis factible y razonable.

 

En esta difícil tarea de identificación nesonímica, la interpretación de los pocos textos antiguos que hacen referencia a nuestro archipiélago debe ser extremadamente aséptica y flexible, teniendo en cuenta que estamos hablando de unos hechos que ocurrieron hace más de 2.000 años, cuando la realidad geográfica, climática, política, económica y tecnológica era muy diferente a la actual. Sólo desde esa perspectiva diacrónica y con esas premisas generosas intentamos aproximarnos a la verdad.

 

Del mito a la realidad geográfica.

 

Desde que estas islas fueron consideradas el extremo  occidental de la antigua Ecumene -o sea, el límite hacia el Oeste de la Tierra conocida y poblada- y durante más de dos milenios, se han visto envueltas en un halo mítico y misterioso que motivó a  autores clásicos como Homero, Hesíodo o Platón a localizar en ellas sus mitos fantásticos -que siempre escondían algo de realidad- como “ El Jardín de las Hespérides”, “Los Campos Elíseos”, “Las Islas de los Bienaventurados” (Makaron nesoi) o “ La Atlántida ”.

Pero es con Estrabón ( 64 a .C.-21d.C.), Plutarco (46-120 d.C.) y, sobre todo, con  Plinio el Viejo (23-79 d.C.) cuando las islas pasan a ser reales y localizables en los confines del proceloso océano Atlántico, frente a la antigua Mauretania. Vemos que en esa época  se comienza a  hablar de dimensiones, distancias, características de su flora, fauna, clima y hasta de su número. Por todo ello podemos decir, sin temor a equivocarnos, que es a partir de esas fechas (comienzos de la Era cristiana) cuando nuestras islas macaronésicas entran a formar parte de  la Historia de la Humanidad y, en nuestra humilde opinión, creemos que este hecho importantísimo aún no ha sido valorado en su justa dimensión.

 

Las Islas de los Bienaventurados (Afortunados) de Plutarco

 

Entre todos los textos antiguos de la época romana existen tres que, desde nuestro punto de vista y el de otros investigadores, son claves para discernir -cuando se hace referencia a las Afortunadas- si se trata de islas reales pertenecientes a Canarias o a Madeira. El primero de ellos se lo debemos a Plutarco (Ca. 96 d.C.) quien, en su biografía de Sertorio (Vidas, VIII-IX), dice lo siguiente:  

         “… pasando el Estrecho Gaditano dobló a la derecha y tocó en la parte exterior de Iberia, poco más arriba de la desembocadura del Betis, que confluye en el Atlántico, y da nombre a la parte que baña de esta región. Diéronle allí noticias unos marineros, con quienes habló de ciertas islas del Atlántico, de las que entonces venían. Estas son dos, separadas por un breve estrecho, las cuales distan de África (Libia) diez mil estadios, y son llamadas de los Bienaventurados. Las lluvias en ellas son moderadas y raras, pero los vientos, apacibles y provistos de rocío, hacen que aquella tierra fértil  no sólo  se preste para arar y sembrar, sino que espontáneamente produzca frutos, que por su abundancia y buen sabor basten para alimentar sin esfuerzo a aquel pueblo ocioso. La bonanza en las estaciones, y la suavidad de su cambio son el rasgo característico de estas islas… de tal manera que se ha extendido hasta aquellos bárbaros la firme creencia de que allí están los Campos Elíseos y la mansión de los Bienaventurados que cantó Homero”.

 

Fig. 2.- Moneda fenicia con navío

 

 Pues bien, la primera conclusión a la que llegamos tras la interpretación de este texto de Plutarco es que, según le contaron a Sertorio los marinos béticos del sur de Iberia, a comienzos del siglo I a.C., las islas de las que venían -posiblemente de pescar- estaban ya habitadas. El hecho de que fueran dos, separadas por un breve estrecho, con un clima suave y con poca lluvia, pero con un suelo fértil que produce muchos frutos, y a una distancia de 10.000 estadios (unos 2.000 km ) de África – no se refiere al continente africano sino al África Proconsular, o antigua Numidia, la parte oriental de la actual Argelia , cuya frontera con la Mauretania era el rio Ampsaga, hoy llamado uad el Kebir  (como el Guadalquivir andaluz), que significa rio grande– nos hace considerar que se trataba de Lanzarote y Fuerteventura, cuyas características concuerdan con todos los parámetros geográficos, agrarios y climatológicos descritos. Al mismo tiempo, esto nos lleva a descartar a otras islas candidatas, como podrían ser Madeira y Porto Santo, con las que no concuerda la pluviometría, la distancia al Africa Nova Proconsular y, sobre todo, porque no estaban habitadas.

 

Otro dato importante es que Plutarco se refiere a los pobladores de estas islas como bárbaros, indicando que, al menos en esa época, sus habitantes (los mahos) continuaban con sus costumbres y cultura ancestrales y, por lo tanto,  no eran gentes totalmente “punizadas” o “romanizadas” -a pesar de sus frecuentes contactos con esas culturas mediterráneas- sino una población paleobereber de origen norteafricano. Este hecho ha sido ratificado también genéticamente ( Rando et al., 1999 y  Maca Meyer et al., 2004, entre otros). Según estos autores, el poblamiento humano de Canarias se produjo de Este a Oeste, comenzando en Lanzarote y Fuerteventura, y con una población claramente portadora de marcadores genéticos norteafricanos (haplogrupos de ADN mitocondrial), que perviven en los actuales canarios.

 

Las Afortunadas de Pomponio Mela

 

Otro de los textos que hemos escogido como importantes para definir y localizar a estas islas de la Macaronesia central en la Antigüedad se lo debemos a Pomponio Mela (Ca. 43 d.C.), quien, en un fragmento de su obra “de Chorographia” (III, 10: 102-103; trad. V.Bejarano), nos dice:

 

        “Situadas enfrente, las islas Afortunadas abundan en plantas que crían espontáneamente, y con los frutos que nacen sin parar unos tras otros alimentan a sus despreocupados habitantes más felizmente que a otras ciudades civilizadas. Una isla es muy célebre por la extraña naturaleza de dos fuentes: los que han probado el agua de la una acaban muriéndose por la risa que les provoca; mas para los afectados por este mal, el remedio consiste en beber agua de la otra fuente”.

 

Al igual que Plutarco, que escribió su obra (Vidas) a finales del siglo I d. C., Pomponio Mela nos habla de unas agradables y fértiles islas habitadas, cuyos “afortunados” pobladores viven tranquilos y felices con sus recursos. Pero, a diferencia de aquel, no menciona el número de islas Afortunadas, lo que hace difícil su localización, aunque sí las sitúa “enfrente” (de la costa atlántica del sur de la Mauritania ). No obstante, la novedad de este texto es la existencia, en una de esas islas, de dos fuentes con “aguas” de buena y mala calidad. Esto, en cierto modo, nos recuerda al relato de Plinio, con los dos tipos de “árboles como la férula” en la isla de Ombrion, que analizaremos más adelante. Lo que sí parece claro, según comenta Pomponio Mela, es que esas islas estaban ya habitadas. En cuanto al curioso dato de las dos fuentes, muy bien podríamos situarlas  en Lanzarote, isla escasa de agua y con alguna fuente salobre como la de Gusa , frente a La Graciosa , aunque no creemos que ésta fuese la causa de la “enfermedad de la risa” y nos inclinamos más por la “metáfora” de las tabaibas dulces y amargas.

 

Las Afortunadas de Plinio y las Purpurarias de Juba

 

El tinte natural color púrpura, símbolo de nobleza, poder y riqueza en la Antigüedad Clásica , obtenido por los fenicios a partir de los moluscos gasterópodos marinos del grupo de los murícidos ( Trunculariopsis  trunculus, Bolinus brandaris y Stramonita haemastoma) fue objeto de un intenso comercio desde finales del segundo milenio a.C. en todo el Mediterráneo y en el Atlántico conocido. Fue la época de la expansión fenicia hacia Occidente, con el establecimiento de colonias en lugares estratégicos de sus costas (ca. 1100 a .C.), algunas tan alejadas como Gadir (Cádiz) en el litoral atlántico de la península Ibérica , o  Lixus (Larache) y Mogador (Essaouira) en la fachada atlántica de Marruecos. Por esas fechas, el valioso colorante natural se conocía como “Púrpura de Tiro” porque era esa ciudad fenicia (en el actual Líbano) la principal productora y la que controlaba el comercio de los tejidos teñidos, hasta tal punto, que incluso el etnónimo “fenicio” derivó de la denominación griega “phoinix”, que significa rojo oscuro, el color púrpura más preciado, y que es producido, precisamente, por el Stramonita haemastoma, muy abundante en las Canarias orientales de aquella época, como hemos constatado paleontológicamente.

Tras la fundación de Cartago (actual Túnez) por los fenicios en el año 814 a .C., el comercio de la púrpura fue pasando a manos de los cartagineses, sus primos hermanos, llegando a ser conocidos éstos también como púnicos (deformación del vocablo  phoinix  aplicado a los fenicios).

Con la caída de Cartago ( 146 a .C.) los romanos se adueñaron e impulsaron este importante comercio, aprovechando, en muchas ocasiones, la infraestructura y localización de las antiguas factorías y tintorerías fenicias y púnicas. Es en este contexto donde comienzan a nombrarse las “Islas Purpurarias”.

 

Si ahora analizamos el texto fundamental de Plinio (Historia Nat. VI, 32) -el más importante y trascendental sobre la identificación, la geografía y naturaleza de las Islas Canarias (al menos parte de ellas) en la época romana- vemos que comienza diciendo:

 

          “Y no hay una información más segura de las islas de la Mauretania. Se sabe, al menos, que unas pocas fueron descubiertas por Juba frente a los Autóloles, en las cuales había decidido producir púrpura getúlica”.

 

Dado que el mismo Plinio sitúa a los Autóloles entre el Cabo Guir y el Cabo Jubi (Hist. Nat. 5.10) cabe pensar que se está refiriendo a las Canarias orientales, distribuidas y alineadas casi paralelamente a esa costa, y a unos 100 km de distancia de ella.

Sin embargo, la mayoría de los autores recientes se inclinan por el islote de Mogador a la hora de localizar las Purpurarias, sobre todo a raíz de las investigaciones de A. Jodin (1967), que encontró allí restos arqueológicos de un establecimiento romano de la época de Juba y, sobre todo, abundante material fenicio-púnico datado entre los siglos VII y VI a.C., que se corresponderían con una factoría de la época. Todo esto viene avalado, además, por documentos antiguos como el “Pseudo Escilax” en el que se llega a identificar Mogador con la célebre isla de Cerne.

Nosotros, en cambio, somos contrarios a localizar las islas Purpurarias en Mogador, entre otras razones, porque en realidad se trata de un islote de apenas 0,5 km2 de superficie, 900 m de longitud máxima y 29 m de altura, flanqueado por varios roques de 26, 13 y 10 m de altura, los mayores, y distante del litoral menos de l km. El islote está situado sobre una manga arenosa que lo une a tierra firme con profundidades que no sobrepasan los 4 m . Pero en ningún caso se le puede dar el tratamiento de archipiélago, máxime cuando es posible que en aquella época el nivel del mar podría estar 2 ó 3 metros por debajo del actual, quedando conectado a tierra en marea baja y ser simplemente un promontorio, eso sí, muy estratégico e idóneo para fundar una factoría, como los que solían escoger los fenicios. Además, si nos fijamos en el texto, dice: “ … se sabe que unos pocas fueron descubiertas por Juba” (las Purpurarias), mientras que Mogador, tan cerca del continente, evidentemente ya era conocida.

 

 

Fig. 3. Islote de Mogador (Foto del  autor)

 

Al igual que nosotros, P. Barker-Webb y S. Berthelot (1836-1850), G. Chil y Naranjo (1876), A. Díaz Tejera (1988) y otros, sitúan las Purpurarias en Lanzarote y Fuerteventura, pero en nuestro caso, como explicaremos más adelante, incluimos el archipiélago Chinijo y Lobos, como también lo hizo  Álvarez Delgado (1944).

Siguiendo con el mismo texto, Plinio dice a continuación:

                                                                                           

  Hay quienes piensan que mas allá de éstas (las Purpurarias) están las Afortunadas y algunas otras islas, de las que el mismo Seboso transmite también las distancias diciendo que Junonia dista de Gades 750.000 pasos y que a otros tantos en dirección al ocaso están Pluvialia y Capraria; que en Pluvialia no hay otra agua que la de lluvia; que a 250.000 pasos de éstas se encuentran las Afortunadas enfrente del costado izquierdo de Mauretania, en el rumbo de la octava hora del Sol, que se llaman Invalle por su concavidad y Planasia por su aspecto, que el contorno de Invalle es de 300.000 pasos y que en ella crecen árboles de una altura de ciento cuarenta pies”.

 

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Fig. 4. Invalle: Curral das Freiras (Madeira)--------------------- Fig. 5. Planasia: Porto Santo

 

Invalle y Planasia

 

Aquí Plinio está diferenciando claramente las Purpurarias de las Afortunadas y señala, además, la existencia de “otras islas” (que podrían ser las Salvajes). Es obvio que la información que relata la obtuvo a través de otros autores como Seboso y, por lo tanto,  al no llegarnos de primera mano, los datos geográficos, distancias y medidas hay que tomarlas con ciertas reservas.

Estamos convencidos de que para Plinio, al igual que otros, las Afortunadas eran Madeira y Porto Santo, pues en su descripción dice que son dos: “ Invalle (Madeira) por su concavidad y  Planasia (Porto Santo) por su aspecto plano. Los que conocemos bien estas islas hemos observado que las impresionantes “ribeiras” de Madeira, algunas con paredones de más de 1.000 m , surcan la isla a modo de profundos tajos o valles (Invallis =entre valles). Estos serían los impresionantes huecos a los que Plinio se refiere cuando dice: “vocari Invallem a convexitate”, pues convexitate significa también: concavidad, hueco. Por su parte,  los 140 pies de altura ( 40 m ) de los árboles a que alude, pueden ser alcanzados por algunas especies de laurisilva, como es el caso del til (en aquella época la laurisilva de Madeira estaba intacta y en algunas zonas llegaba hasta la misma costa).

El contorno de 300.000 pasos (1 paso = 1,478 m ), que a primera vista parece exagerado, no lo es tanto si tenemos en cuenta que podría tratarse de una circunnavegación a cierta distancia de la isla, en la que estarían incluidas la Punta de S. Lorenzo y las Desertas. Por otro lado, todos sabemos que Porto Santo es una isla, en general, muy llana, de escaso relieve y con poca altura sobre el nivel del mar, salvo algunas montañas del norte y este.

También podemos añadir que, en el texto que comentamos, la orientación de las Afortunadas (Madeira) es bastante real, puesto que las sitúa “hacia el ocaso, en el rumbo de la octava hora del sol” (probablemente partiendo desde Gades, que equivaldría al  oeste-suroeste), y “enfrente del costado izquierdo de Mauritania” (la fachada atlántica del Norte de Marruecos).

Pero cuando habla de la distancia, transmitida por Seboso, de 750.000 pasos desde Gades a Junonia se está refiriendo a una de las Purpurarias (para nosotros La Graciosa ), distancia que por otro lado es muy aproximada ( 1.100 km ), teniendo en cuenta la deriva marina.

También nos dice que Pluvialia y Capraria, más al ocaso, distan otro tanto (de Gades, no de Junonia). Estas islas podrían corresponderse con las Salvajes –aunque el nesónimo Capraria se repite y suscita dudas- y a partir de ellas calcularía la distancia a las Afortunadas (Madeira) de 250.000 pasos ( 375 km ),  que  aproximadamente concuerda con la realidad.

Veamos ahora la continuación del célebre texto de Plinio:

 

 

Fig.6.- Posible itinerario de la expedición de Juba

 

         “Juba averiguó sobre las Afortunadas lo siguiente: que también están situadas bajo el Mediodía (hacia el Sur), cerca del Ocaso, a 625.000 pasos de las Purpurarias, de suerte que hay que navegar por encima del Ocaso 250.000 pasos y a continuación se busca el Orto durante 375.000 pasos. Que la primera, sin rastro alguno de edificios, se llama Ombrion; que tiene entre los montes una charca y unos árboles parecidos a la férula de los que  se obtiene agua exprimiéndolos, de los negros amarga y de los más blancos agradable de beber; que la segunda se llama Junonia; en ella hay un pequeño templo construido únicamente con piedras, que muy cerca está la isla menor del mismo nombre, a continuación Capraria, repleta de lagartos; que a la vista de ellas está Ninguaria, que ha recibido su nombre de sus nieves perpetuas, cubierta de nubes. Que la más cercana a ésta se llama Canaria por la cantidad de canes de enorme tamaño, de los cuales le trajeron dos a Juba; que en ella (Ninguaria) aparecen ruinas de edificaciones. Que si bien todas abundan en cantidad de frutos y de aves de toda clase, ésta (Ninguaria) asimismo abunda en palmeras productoras de dátiles y en coníferas; que hay abundancia de miel y que también se crían papiros y siluros en los ríos; que estas islas están infestadas de monstruosos animales marinos en putrefacción que el mar arroja a tierra frecuentemente.  

 

Las verdaderas Purpurarias

   

 

Fig.7.  Archipiélago Chinijo  (Foto L. Sánchez-Pinto)

 

La primera conclusión a la que llegamos tras la lectura de esta parte del relato es que Juba, o sus informantes, conocieron de primera mano las Afortunadas, esto es, Madeira y Porto Santo, a las que diferenciaban claramente, como ya comentamos, de las Purpurarias, o sea, las Canarias orientales.

Para poder fijar el rumbo y las distancias tan aproximadas (625.000 pasos y no 500.000 ó 750.000) tuvieron que realizar el viaje, porque dice Plinio: “Juba averiguó sobre las Afortunadas…” y en párrafos anteriores, como ya hemos señalado, también comenta: “Hay quienes opinan que más allá de éstas (Las Purpurarias) están las Afortunadas… en el rumbo de la octava hora del Sol…”

 

Pero, en nuestra opinión, lo que quizás haya creado la confusión que se ha venido arrastrando hasta la actualidad, es que esas distancias y rumbos se referían al trayecto de navegación menos complicado, según la dirección de los vientos dominantes y las corrientes marinas: o sea, desde Madeira al Archipiélago Chinijo. Estamos convencidos de que, al menos inicialmente, y eso es lo que reflejan las palabras de Plinio, Juba, o sus emisarios, no conocían el resto del archipiélago canario. Todo esto nos lleva a replantear muchas cosas.

 

Así, el trayecto desde las Afortunadas a las Purpurarias para cubrir la distancia de 625.000 pasos (949 km ) de que nos habla Plinio pudo ser el siguiente: saliendo de Porto Santo, la isla más “habitable” en aquellos momentos, se recorren 250.000 pasos (370 km ) con rumbo norte-sur (sobre el Ocaso), pues según ellos las Afortunadas estaban en el límite de lo conocido, en donde se ponía el Sol, y por consiguiente mucho más al poniente que las Canarias orientales. Tras unos dos días de navegación llegarían a la altura de las islas Salvajes, desde las cuales muy rara vez se divisa el Teide, y desde allí tomarían rumbo este (hacia el  Orto) para cubrir 375.000 pasos ( 550 km ) en dos tramos: el primero desde Salvajes hasta Alegranza (Ombrion), la primera de las Purpurarias, y el resto siguiendo la alineación NNE –SSW de estas islas, hasta acabar en Ninguaria (Fuerteventura).

 

Fig. 8. Roma en el año 40 AC

 

Veamos ahora la descripción que hace de cada una de las seis islas Purpurarias (no de las Afortunadas). Este es, según nuestra hipótesis, el segundo y más importante error de interpretación del texto. La descripción que hace Plinio es de las Purpurarias, que eran las islas donde Juba decidió producir la púrpura.

 El rey mauretano conocía o sabía de las Afortunadas y probablemente las tendría como reserva de pesca, de madera, o como un buen lugar donde retirarse. Pero las verdaderamente estratégicas eran las Purpurarias, por su cercanía al continente y por sus recursos, marinos fundamentalmente, entre los que no debemos olvidar la sal.

Fig. 10.- Caldera de Alegranza

 

El “estanque” de Ombrion

 

 El derrotero seguido por las naves de Juba -posiblemente siguiendo referencias cartaginesas o de marinos de Gades, aunque, con toda seguridad, ellos conocían la ruta directa desde Lixus o Mogador- sería: saliendo desde Madeira y  pasando por, o muy cerca de Salvajes, arribarían en primer lugar a Ombrion (Alegranza) que, según comenta Plinio, tenía una charca en sus montes. Pues bien, en el interior de la caldera de Alegranza en aquella época, mucho más lluviosa que la actual, es muy probable que hubiese una pequeña laguna. Esto ocurre actualmente en las calderas de Azores y no era infrecuente, hace siglos, encontrarse con estas charcas en el interior de calderas y conos volcánicos antiguos de Canarias (Montaña Birmagen y La Caldereta de La Orotava , en Tenerife, o la Caldera de Bandama en Gran Canaria),  como consta en documentos de los siglos XV y XVI.

 

 También nos dice que “en sus montes crecían unos árboles como la férula, de los que se obtenía agua (o jugo) amarga  en unos y buena  para beber en otros”.  Lo cual nos está indicando, además, que se trataba de la zona xérica de una isla baja y sin vegetación arbórea como Alegranza y no de la exuberante La Palma , como otros argumentan. Vemos claramente que aquí se está refiriendo Plinio a tabaibas de gran porte, probablemente a la tabaiba dulce (Euphorbia balsamifera) y a la tabaiba amarga (E. regis-jubae). Curiosamente, el nombre genérico de este grupo de plantas deriva de Euphorbio, el médico de Juba. Según Plinio y Dioscórides, fue Juba II quien descubrió esta extraña planta, de la que se obtenían importantes productos (medicinales, látex, etc.), y la denominó “euphorbos” por llamarse así su querido médico griego, y  cuyo hermano, llamado Antonius Musa, también fue un famosísimo médico del emperador Octavio Augusto.

A la vista de esto, creemos que la tabaiba debe ser otro de los productos a tener en cuenta entre los recursos naturales que ofrecía Canarias en la Antigüedad. Además ,  la Euphorbia regis-jubae que crece en nuestras islas fue descrita por Webb y Berthelot dedicándosela a Juba II, seguramente con motivo de este texto de Plinio. Con anterioridad, en el siglo XVIII, Viera y Clavijo (Dicc. His. Nat.) ya apuntaba la posibilidad de que a lo que se refería Plinio, sobre lo que estamos comentando, era a estos dos tipos de tabaiba.

Otro hecho importante que podemos deducir de todo ésto es que probablemente Juba no llegó más abajo de Mogador, pues solamente un poco más al sur, en el litoral de Cabo Guir (Aguer) aparece el que consideramos como paradigma de los “enclaves macaronésicos continentales”, conteniendo abundantes tabaibales y, por lo tanto, si los hubiese conocido, no se referiría a las euforbias como “extrañas plantas parecidas a la férula”. Los que sí llegaron, con seguridad, fueron los fenicios y cartagineses en sus periplos por las costas africanas.

 

El “templete” de Junonia

 

Siguiendo con el texto, la segunda isla que nombra es Junonia ( La Graciosa ), en la que  había en aquel momento un pequeño templo construido únicamente con piedra (y no, como aparece en muchas traducciones: construido únicamente con una sóla piedra). Nos hemos decidido por asimilar Junonia a La Graciosa por varias razones. Primero, porque concuerda con la costumbre fenicia y púnica de establecer sus factorías y puertos principales en lugares estratégicos, con bahías resguardadas y con islotes y promontorios que las protegieran, como es el caso de Mogador o de Gadir.                                   No muy lejos  de esta última ciudad  hubo una pequeña isla también llamada Iunonia, donde se adoraba a Astarté (Hera), Tanit o Juno, según las épocas. En este sentido, de todos es conocido que El Río, entre Lanzarote y la Graciosa , constituye un buen puerto-refugio, sobre todo para embarcaciones de poco calado como las de aquella época. Ya G. Glas (1764) topografíó y resaltó las excelencias de este fondeadero, por estar abrigado a los fuertes temporales del norte. Otra de las razones es que todo apunta a que cuando Juba arribó a las Purpurarias, Lanzarote y Fuerteventura estaban pobladas, de ahí el pequeño templo que encontró en Junonia o las edificaciones de Ninguaria. Además, hay indicios, como ya comentamos, de que posiblemente cuando llegaron fenicios y/o púnicos a sus costas, ya estaban habitadas y sus pobladores pudieron establecer con ellos algún tipo de comercio para aprovechar sus importantes recursos marinos y terrestres.

 

El reciente descubrimiento, por parte nuestra, de un yacimiento paleontológico  del Holoceno marino conteniendo restos arqueológicos consolidados (García-Talavera, 2002), viene a confirmar la presencia y estancia en La Graciosa , al menos temporal, de antiguas civilizaciones mediterráneas. Los fragmentos de cerámica a torno fueron datados en unos 900-1.000 años a.C.,  lo que nos llevaría a la época fenicia. Si a esto añadimos huesos de cabra y de aves marinas, restos malacológicos y, sobre todo, los abundantísimos fragmentos machacados de Stramonita haemastoma (antiguamente Púrpura o Thais haemastoma) encontrados en ese yacimiento, no nos queda mas remedio que pensar en cierta actividad antrópica en la isla, que irá siendo dilucidada a medida que avancen las investigaciones en curso.

En las inmediaciones de este importante yacimiento, y posiblemente relacionados con él, se encuentran los restos semienterrados de lo que parece ser una construcción de grandes piedras calcareníticas extraídas del mismo lugar –algunas con señales de haber sido trabajadas- que ocupa una superficie visible de unos 30 m2 . La arena que lo cubre, el mar en los temporales y, sobre todo, la mano del hombre, han desmantelado lo que tal vez pudiera ser el “templete” que menciona Plinio.

 

 Junonia Minor y los lagartos de Capraria

 

El texto de Plinio nos habla también de otra isla más pequeña y cercana a Junonia, Junonia Minor, que para nosotros no puede ser otra que Montaña Clara. Y luego pasaron a Capraria (Lanzarote), donde encontraron que estaba, según relata: “lacertis grandibus refertam”, cuya traducción debería ser: “plagada de lagartos o con grandes concentraciones de lagartos” y no,  como se ha venido repitiendo por la mayoría de autores: “repleta de grandes lagartos”. Esta es otra repetitiva confusión, por mala traducción, que ha llevado a gran parte de esos investigadores a trasladar Capraria a El Hierro, amparándose, también, en la descripción que de esta isla se hace en Le Canarien (“…lagartos enormes como gatos”). Todos sabemos que en las islas Canarias  orientales  abundan los lagartos, pero éstos son de pequeño tamaño (Gallotia atlantica), en comparación con los de las otras islas, los cuales evolucionarían así debido a los condicionantes ecológicos insulares.

 

La “nieve” de Ninguaria

 

A continuación viene una parte muy importante, en nuestra opinión, del texto de Plinio:

 

       “…que a la vista de ellas está Ninguaria, que ha recibido este nombre de sus nieves perpetuas, cubierta de nubes…”.

 

Desde lo alto de la Caldera de Alegranza (300m)  hay posibilidades de ver las montañas del noroeste de Fuerteventura (a una distancia de 90 km ) en días de mucha visibilidad, al igual que desde la Caldera de Montaña Clara. Y si tenemos en cuenta  que en la época de Juba no existían las Montañas del Fuego ni gran parte de Timanfaya, formadas durante la erupción de 1730-36, la probabilidad de avistamiento era aun mayor.

Fig. 9.- “Nieves perpetuas”: nubes y arenas organógenas en las cumbres de Jandía

 

 Decimos que es importante este fragmento del texto, porque con la nueva interpretación que le damos cambia todo el sentido del mismo, al igual que sucedió con la confusión entre Purpurarias y Afortunadas.

Para nosotros Ninguaria no es lo que se ha aceptado hasta ahora como una evidencia: Tenerife, por las nieves perpetuas. Aunque pueda parecer descabellado, se trata de Fuerteventura, la isla principal y con más recursos de las seis del relato pliniano. Veamos por qué. Si asumimos, como ya hemos comentado, que el derrotero seguido por las naves de Juba al llegar a Ombrion (Alegranza) es hacia el sur, visitarían primero el archipiélago Chinijo y luego Lanzarote. Desde allí observarían una gran isla cuyas montañas estaban cubiertas de nubes -formadas por los alisios, muy intensos en las estaciones de primavera y  verano, que es cuando se viajaba en aquella época- dejando entrever en sus laderas depósitos blanquecinos, sobre todo en Jandía. Lo que a ellos les pareció nieve desde sus naves y a distancia, no era otra cosa que la blanca arena organógena transportada por el viento y acumulada en manchones, contrastando con las oscuras rocas basálticas. Nosotros hemos podido comprobar personalmente este efecto recorriendo en barco las costas de barlovento de Jandía en días nublados. Todo esto nos lleva a pensar, también, que la descripción que relata Plinio sería producto de un primer viaje de reconocimiento y que apenas desembarcaron en las islas en aquellos momentos, máxime si, como hemos apuntado, ya estaban pobladas Lanzarote y Fuerteventura, y temían ser atacados.

                                         

Los “perros” de Canaria  

 Siguiendo con el texto, veamos lo que dice a continuación: “Que la más cercana a ésta se llama Canaria por la cantidad de canes de enorme tamaño, de los cuales le trajeron dos a Juba”.

Asimismo, consideramos que la interpretación de este fragmento es de suma importancia, dada la trascendencia que ha tenido y la que, a su vez, tendrá esta nueva lectura del texto de Plinio. Todos los autores, prácticamente sin excepción, han dado por hecho que la Canaria de Plinio coincide, sin duda, con Gran Canaria. Sin embargo, siendo coherentes con nuestra hipótesis, estaríamos hablando, en realidad, de la isla de Lobos, la más cercana a Ninguaria (Fuerteventura).  

 

Fig. 10.- Lobos marinos

                                                                                 

Recientemente, Jiménez (2005) ha resaltado el hecho de que los “canes” de Canaria no eran perros sino “lobos marinos”, con lo cual estamos de acuerdo, pues esta “novedad” ya la habíamos comentado hace años en algún medio de comunicación y a él personalmente. Pero, con lo que no estamos de acuerdo, es que a los emisarios de Juba les llamara la atención la gran abundancia de lobos marinos en una sola isla y que ésta fuera Gran Canaria, ya que, probablemente,  estaría habitada y los lobos marinos extinguidos o a punto de hacerlo. Por otra parte, su abundancia en la isla de Lobos en aquella época, también nos está indicando que Lanzarote y Fuerteventura ya estaban pobladas por los mahos, que explotaban, y probablemente comerciaban, con ese recurso (pieles, sebo, carne), como lo atestigua el inventario arqueológico de la Cueva de Villaverde (Hernández et al., 1988). Por todo lo cual, la foca monje (Monachus monachus) seguramente habría quedado confinada a la isla de Lobos y a pequeños enclaves, poco accesibles, del archipiélago Chinijo, de Lanzarote y de Fuerteventura.

 

Lo que viene a continuación del texto se refiere a Ninguaria (Fuerteventura) y no a Canaria, como repetitivamente se ha ido copiando e interpretando por malas traducciones del texto original. Después de un punto y coma, dice:

         “…; que en ella (Ninguaria) aparecen vestigios de edificaciones (un signo más de que estaba o estuvo habitada); que si bien en todas abundan en cantidad los frutos y aves de toda clase, ésta asimismo abunda en palmeras datileras y en coníferas”.

    Los “frutos” que comenta Plinio, no son  frutas como normalmente imaginamos, sino productos o recursos naturales, fundamentalmente marinos. Y las aves, tanto nidificantes como de paso, en aquella época serían muy abundantes en  las islas e islotes orientales de Canarias.         

 

Asimismo, sabemos que siempre fueron conocidos los grandes palmerales de Fuerteventura, muchos de los cuales eran de la palmera datilera (Phoenix dactylifera), como se documenta desde la conquista. Más problemático parece, a primera vista, lo de las coníferas, pero una vez más hay que acudir a la perspectiva temporal y a la diacronía, con flexibilidad en la interpretación y darnos cuenta de que es posible que en los altos de Jandía existiesen pinos (hace 18.000 años la altura de la isla sobre el nivel del mar era de casi 1.000 metros ).

 

  En un estudio sobre el cambio de la composición y estructura de la vegetación entre los siglos III y IX d. C. (Machado, 1996), llevada a cabo en carbones del material arqueológico de la Cueva de Villaverde (Fuerteventura) se constató la presencia de especies arbóreas mesófilas, hoy extinguidas en la isla, entre las que destaca  Pinus canariensis (pino canario) y algunas especies de la laurisilva. Además , cabría la posibilidad de que los enviados de Juba confundieran con pinos los abundantes tarajales de los barrancos y costas de Fuerteventura.

 

Fig. 11.- Charco en el Bco. de  los Molinos, Fuerteventura ( Foto L. Sánchez- Pinto)

 

El “papiro” y “los siluros”

 

Sigue el texto: “que hay abundancia de miel y que se crían también el papiro y siluros en los ríos”.

 

La abundancia de miel es muy fácil de constatar pensando en una época más lluviosa y húmeda que la actual, con abundante floración en primavera (como sucedió 7.000 años antes con la gran proliferación de las abejas Anthophoridae. Pensemos que por aquel  tiempo, en la vecina costa africana aún había grandes ríos y lagos, con cocodrilos, hipopótamos, elefantes y otros animales tropicales.

 Los ríos a los que se refiere Plinio son los grandes barrancos de Fuerteventura (la isla con más recursos hídricos y de toda índole entre las Purpurarias) que en aquel tiempo serían verdaderos cursos fluviales. Incluso hoy en día subsisten algunos con flujo continuo de agua, como es el caso del Barranco de los Molinos, en cuyo cauce hay grandes charcos con abundantes juncos (Scirpus holoschoenus ), el papiro a que se refiere Plinio, y anguilas (Anguilla anguilla), los siluros del texto, que todavía son pescadas en Fuerteventura, al igual que en Gran Canaria, Tenerife y otras islas ( Lorenzo Perera  et al., 1998).

 

Por último, Plinio también hace referencia a que “estas islas (las Purpurarias) están infestadas de monstruosos animales  en putrefacción que el mar arroja a tierra frecuentemente.”

Se trata, indudablemente, de los varamientos por causas naturales de ballenas, rorcuales, cachalotes, calderones y otros cetáceos. Es este un fenómeno que, desgraciadamente, se sigue produciendo en nuestras costas, aunque ahora, casi siempre es debido a la acción antrópica (contaminación, maniobras militares, embarcaciones rápidas, etc.).

 

El mapa de Ptolomeo

 

 

Fig. 12.- Reproducción del mapa de Ptolomeo, siglo II  DC, con las 6 islas Purpurarias

 

Consideramos, finalmente, que la clave que nos ha llevado a plantear esta nueva hipótesis -que de antemano sabemos va a generar mucha polémica- está en la “Guía Geográfica ” de Claudio Ptolomeo, en cuyos mapas sitúa a las islas de los Bienaventurados (Makáron nêsoi) en el meridiano 0. Al observar algunas de las reconstrucciones de su mapa del mundo occidental conocido, vemos que en la mayor parte de las ediciones medievales aparecen las seis “Fortunatas insulas  (las Purpurarias de Plinio) alineadas paralelamente a la costa atlántica norteafricana y prácticamente situadas entre los meridianos 0 y 1. Los nombres griegos que le asigna Ptolomeo se corresponden, a grosso modo, con los de Plinio, y son, de norte a sur: Aprósitos (Ombrion), Heras (Junonia), Pluitale (Junonia Minor), Kaspeiria (Capraria), Kanaria (Canaria) y Pintuaria (Ninguaria).

 

La conclusión que sacamos de todo esto es que en la época del geógrafo egipcio Claudio Ptolomeo (100 – 178 d. C.) se seguía conservando la tradición pliniana sobre la situación de las seis Afortunadas – Purpurarias,  y no figuraban todavía otras islas, aparte de las que representa mucho más cercanas a la costa de Mauretania (Mogador y otras), que nada tienen que ver con ellas. Pero lo más importante para nosotros, además del número (6), es el orden en que las sitúa  de norte a sur, pues en todas las versiones aparece Aprósitos = Ombrion en primer lugar y  Ninguaria (Pintuaria) como la última, la más meridional. En este sentido, debemos añadir que el nombre griego Aprósitos (Inaccesible) que le asigna Ptolomeo a Ombrion está acorde con las grandes dificultades que, aún hoy en día, encontramos a la hora de desembarcar en Alegranza.

 

La penúltima isla que Ptolomeo sitúa en su mapa  es Canaria (Lobos), colocándola entre Kapraria (Lanzarote) y Ninguaria. Esto concuerda perfectamente con nuestra hipótesis:   Canaria es la isla de Lobos y Ninguaria Fuerteventura, y además creemos que este discurso es más coherente con el texto de Plinio, ya que de esta manera se evitan los “malabarismos” y “arreglos” que muchos autores “Canaria -centristas” tienen que hacer para situar a Canaria como la última y principal del relato de Plinio y además, albergando  “manadas” de grandes perros, cuyos restos nunca han sido documentados arqueológicamente. Y en el caso de que esto fuera así, entonces sería lógico pensar que si Juba conoció Gran Canaria, también tuvo que conocer Tenerife (la mayor, más alta y más visible a distancia) y, en consecuencia, La Palma , La Gomera y El Hierro, cosa que, según hemos explicado, parece ser que no sucedió. El que en ningún momento del relato aparezca el impresionante pico del Teide, nos reafirma en nuestros postulados. Luego pasarían muchos, muchos años y siglos hasta que nuestras islas,  pobladas desde hacía mucho tiempo, fueran “redescubiertas” y rescatadas del olvido medieval.

 

En fin, Purpurarias o Afortunadas, da lo mismo. Aquí la Historia y la Naturaleza se dan la mano y lo importante es que Canarias y Madeira compartieron protagonismo en la Antigüedad como “Afortunadas” y han permanecido ligadas históricamente desde el siglo XV. Los dos archipiélagos se enmarcan en una de las regiones insulares  ( la Macaronesia ) que alberga mayor biodiversidad en nuestro planeta, además de poseer un clima y una situación geoestratégica excepcionales. Un honor que, desde siempre, les ha reconocido la Humanidad y de lo cual los macaronesios nos sentimos muy orgullosos.

 

[1][1] Director del Museo de Ciencias Naturales (OAMC) de Tenerife.

 

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