La privatización en marcha

 

 

Juan Jesús Ayala

La quiebra del Estado de bienestar lleva años gestándose de manera paulatina, y hasta sibilina, pero es ahora, como pretextó de la crisis económica, cuando se ha destapado de manera desaforada en el intento de enviar lo público hacia la vía de la extinción.

Lo que se debe, además, reforzándolo, a la contribución de gobiernos débiles que se encuentran desposeídos de argumentos convincentes para abordar tajantemente el bienestar de los ciudadanos. La pérdida de un proceso social articulado entre gobiernos y ciudadanos, ratificando el contrato social adecuado, es lo que aumenta el poder de un Estado por medio de la persuasión y desarrollando políticas donde el miedo toma presencia desarrollando el poder de los Estados y gobiernos implicados en esta tesitura de la ambigüedad y de la mentira.

Burke esta situación la describió perfectamente en "Reflexiones de la revolución francesa", llegando a la conclusión que cuando se destruye el tejido del Estado no tarda en desintegrarse en el polvo y en las cenizas de la individualidad. O sea lo social se desvanece, los pueblos se desesperan y el individualismo enmarcado en un neoliberalismo asoma con todo su vigor su cara degradable, torpedeando los servicios públicos, empezando a desmantelar el Estado del bienestar, donde ya el fin justifica los medios y un utilitarismo desaforado se implanta, reviviendo una vez más la insolidaridad, poniendo a la sociedad en la picota y dispuesta, en el momento menos pensado, como masa a actuar, cuya reacción siempre es imprevisible.

Las soluciones políticas que se activaron en anteriores épocas de penuria pasaron por fortalecer lo publico, cuya realidad fue patrimonio de las socialdemocracias que, con las enseñanzas de Keynes, reafirmaron y apuntalaron que los desfavorecidos y la fuerza del trabajo se compaginaran aliándose con la intelectualidad, lo que motivó se construyera una sociedad solidaria con la aspiración hacia el igualitarismo como objetivo a conseguir.

Cuando lo que prevalece, como ahora, es la disociación entre los poderes públicos y el individuo estaremos en la antesala de lo imprevisto, en las primeras páginas negras de una historia que está por escribir y que deseamos sea que se detengan a tiempo sus trazos desdibujados que nos indican quiebra y desazón.

Y para ello hay que volver al contrato social, rescatar a la sociedad del marasmo inducido por las malas políticas y usar el sentido común, porque en ello no solo se condenará al ostracismo a los menesterosos, sino que los poderosos, al final, ni siquiera tendrán donde mirarse ni esgrimir su poderío, porque solo les quedara el fracaso de una opulencia inservible sin nadie que los contemple y cante, aunque sea de manera interesada, sus melifluas hazañas.