Prioridades
en la educación en tiempos de emergencia: Máquinas versus personas.
Mary
C. Bolaños Espinosa. Colectivo Harimaguada
Parece
que el Gobierno de Canarias, en plena crisis sanitaria, económica, social y de
cuidados, se decanta por implantar la enseñanza virtual en todas las etapas
educativas para “continuar el proceso educativo”. Esta crisis, que estamos viviendo a nivel
global, nos afecta a todas las personas, pero no nos afecta por igual. Muy al
contrario, ha puesto de manifiesto las carencias que siempre han presentado
nuestros sistemas públicos de educación, sanidad y bienestar social, pero que
ahora se han hecho más patentes. Por ello, se hace necesario que las miradas
desde los despachos, las urgencias y las actitudes prepotentes no impidan ver la
realidad y lo que es verdaderamente importante. Precisamente es ahora, cuando
las familias están confinadas en sus casas, cuando las vulnerabilidades que
tiene nuestro alumnado se hacen más evidentes.
¿Por qué, como se ha hecho en otros ámbitos de la sociedad, las
autoridades educativas no se han parado a pensar en qué función debería
cumplir la escuela en estos momentos?, ¿por qué no cuentan con las comunidades
educativas para buscar soluciones efectivas, humanistas y realistas?
Estamos viviendo una catástrofe que formará parte de la historia. No
podemos pretender actuar como si aquí no pasara nada. Sería importante
priorizar la salud emocional de niños, niñas y adolescentes, apoyar a las
familias en la salida de este bache, y
aprovechar todos los aprendizajes que nos está dejando esta pandemia.
Nuestros
niños, niñas y jóvenes, en reclusión.
Cuatro semanas ya de confinamiento. ¡Y dos más,
como mínimo, por delante! Las afrontamos conscientes de que el esfuerzo es
necesario, pero estarán de acuerdo conmigo en que en más de una ocasión hemos
sentido frustración, agobio, miedo, desánimo…, poniendo a prueba nuestra
estabilidad emocional. Todo ello muy influenciado por la situación que se viva
en la casa donde estemos recluidos. Si esto nos ocurre a las personas adultas,
¿cómo lo pueden estar viviendo nuestros niños, niñas y adolescentes?
Se les confina, se les priva del aire libre, de
la calle, del colegio / instituto, de su familia extensa,
de sus amistades, de su grupo de compañeros y compañeras con quienes
comparten sus días, sus clases, sus actividades, sus recreos, sus sueños, sus
locuras, sus pilladas, sus intimidades, sus alegrías, sus enfados, sus
experiencias… Y según avanzan los días, viven como la crispación, el
cansancio, la ansiedad, el estrés emocional, y
en algunos casos los episodios de violencia, aumentan en sus hogares, en los que
se mantienen unas intensas relaciones y situaciones para las cuales las personas
adultas disponemos de algunas estrategias para afrontarlas, pero que nuestros niños,
niñas y jóvenes todavía están aprendiendo.
A
todo lo anterior hay que sumarle la diversidad de los requerimientos que llegan
desde los centros educativos, produciendo en ocasiones aún más crispación en
la convivencia familiar. Ante las confusas instrucciones de la Consejería de
Educación, nos encontramos con una amplia variedad de respuestas escolares,
desde los centros que han hecho una labor de apoyo y empatía con su alumnado y
sus familias, pasando por los que han implantado un horario escolar online con
deberes diarios,
hasta los que se encuentran superados por las condiciones de pobreza y
vulnerabilidad de su alumnado, cuyas
familias sufren especialmente las consecuencias del escenario provocado por la
pandemia del coronavirus.
Estremece
pensar las vivencias que pueden estar teniendo nuestros niños, niñas y jóvenes,
en su amplia diversidad. Según las informaciones publicadas en la prensa, el
alumnado de cuota cero en los comedores escolares está siendo atendido. Pero ¿quién
se hace cargo de aquellos aspectos también fundamentales para su desarrollo
personal, social, afectivo y emocional, cuando las familias son incapaces por
carecer de herramientas para ello o por el desbordamiento que les está
suponiendo la actual situación? ¿No requiere el momento actual un trabajo
integral desde el ámbito educativo, con la intervención de diferentes
profesionales? ¿Cómo se puede prescindir en estos momentos de los 36
educadores y educadoras sociales, que han
trabajado durante tres cursos escolares en alrededor de 70 centros educativos de
Canarias, en lugar de ampliar su número y definir claramente sus
funciones en el periodo de emergencia?
Cuando el gran problema de
la equidad educativa lo tenemos en los centros
ubicados en contextos de especial precariedad, las educadoras
y los educadoras sociales podrían trabajar para buscar
recursos, asegurar el acompañamiento emocional, el apoyo, el trabajo de rutinas,
el seguimiento, la facilitación de herramientas… a las niñas, niños,
adolescentes y familias más vulnerables, a las que es especialmente difícil llegar.
Preocupa que la pérdida de este colectivo profesional sea por la
misma razón que la dada en relación a las sustituciones, en la mesa técnica
con los sindicatos del 3 de abril, en la que la
Consejería informó que la intención es realizar todas las posibles,
atendiendo a “la racionalización del
gasto público de la actual situación, valorando y adoptando unos criterios
pedagógicos y jurídicos ecuánimes”. Desde el 12 de marzo, al menos en
la página web de la Consejería, no aparece ningún nombramiento. Cuestión de
“racionalización”, ¿tal vez de prioridades? En
esta situación excepcional, pareciera que se están echando más en falta a las
máquinas y no tanto a las personas. Lo digo por la tan cacareada brecha
digital.
No
es la brecha digital, es la brecha social.
La decisión de continuar las clases de manera telemática
ante una crisis como la del coronavirus parecería la más razonable, en pleno
siglo XXI. Sin embargo, en Canarias, no
es una solución factible para todas y todos. En este periodo de cuarentena en
casa, las comunidades educativas han realizado
grandes esfuerzos para continuar las clases y
reforzar y ampliar los contenidos trabajados en los centros. Pero estos
grandes esfuerzos no han podido evitar que se extienda la sensación de
impotencia, porque pretender hoy que el sistema educativo canario realice su
función a distancia con equidad es una
quimera. Un momento especialmente duro ha sido el
de la segunda evaluación, que la Consejería de Educación mandató realizar,
con la correspondiente comunicación de notas a las familias. De forma virtual, el profesorado ha tenido que decidir notas y proponer
planes de recuperación, siendo consciente de que esta información, remitida de
forma fría y lejana a los hogares en la actual situación de incertidumbre,
para poco bueno serviría y que estos planes van a ser imposibles de llevar a
cabo.
Antes
de las crisis por la COVID-19 Canarias contaba con
mucha población en riesgo de pobreza, con altas tasas de desempleo, con
gran cantidad de empleo de baja calidad (ya sea por la temporalidad o por la
parcialidad), con fuertes carencias habitacionales, con un modelo económico
que, estructuralmente, es tremendamente frágil y dependiente, con los
trabajos de cuidados - que se han vuelto esenciales para sostener el
confinamiento - invisibilizados y poco valorados,
con un alto abandono educativo temprano, con
importantes tasas de repetición de curso y de alumnado en riesgo de
pobreza y exclusión social, con
ratios muy altas, con plantillas insuficientes, con falta de especialistas, con
horarios lectivos de los docentes sobrecargados, con escasa participación
familiar, con un nivel cultural bajo de la población adulta en su conjunto… La
crisis afrontada en este marco estructural evidencia que las emergencias no son
solo las sanitarias.
Y
es en estas circunstancias en las que dice la
Consejera de Educación del Gobierno de Canarias que la
razón que impide “garantizar la
continuidad pedagógica obligada por el carácter constitucional del derecho a
la educación” es la brecha digital,
y por eso “se están habilitando, en colaboración con las administraciones
locales, la adquisición de tabletas y tarjetas de datos”.
Bienvenida sea esta medida.
Cierto
es que el derecho a la educación incluye la garantía y provisión gratuita de
los recursos necesarios para el aprendizaje, pero no es el único factor
que favorece la desigualdad educativa. La brecha educativa no viene ocasionada
solo por la dificultad de acceso a la tecnología, sino va a estar
determinantemente marcada por la realidad que vive el alumnado, que también
delimitirá el uso que haga de esta tecnología, un
uso indiscriminado de la pantalla o un acompañamiento en su uso y en el proceso
de aprendizaje por parte de la familia.
Los
docentes que día a día conviven con su alumnado saben que no todas las casas
son un buen espacio educativo, que las alumnas y los alumnos que más
dificultades tenían cuando iban a clase, que preocupaban cómo llegarían los
lunes, también son quienes menos
atención educativa pueden tener ahora, porque sus familias no
poseen las capacidades, el tiempo o los recursos para hacerlo.
Las dificultades se agravan cuando necesitan una atención especializada e
individualizada, con especialistas, materiales y entornos adaptados, y sus
familias se encuentran perdidas y desasistidas.
Podemos
imaginar lo que está ocurriendo en estos momentos y lo que sucederá cuando el
alumnado vuelva a nuestros centros. ¿Será posible que nuestro gobierno canario
esté atento a estas necesidades y les busque solución, obligados “por
el carácter constitucional del derecho a la educación”, como dice la
Consejera? ¿O el cese de la labor de las educadoras y educadores sociales es
una muestra de cómo va a abordar la equidad educativa en tiempos del
coronavirus?
En
los colegios en los que he trabajado hasta el curso pasado, en el informe que se
enviaba a la Consejería evaluación tras evaluación, hemos insistido, año
tras año, en que el bagaje socializador que trae y vive en casa nuestro
alumnado marcaba su avance y que era imprescindible una intervención socio
educativa real, con disminución de ratios, trabajo personalizado e integral
desde la escuela con la participación de diversos profesionales, apoyo
socio-económico-cultural a esas familias, trabajo menos burocratizado y más
comunitario… ¡Nunca recibimos respuesta!
Por
ahora, además del anuncio de la Consejera de que se va a dotar a las familias
de tabletas y tarjetas de datos, han colgado en sus redes sociales las guías
“Enseñar y aprender desde casa” elaboradas
por el Grupo de Investigación EDULLAB de la Universidad de La Laguna en
colaboración con la Consejería de Educación del Gobierno de Canarias, en la que
se recoge que “La educación a distancia
o el estudio en casa con niños, niñas y adolescentes no puede desarrollarse
sin el concurso y apoyo de las familias. Como hemos indicado, esta modalidad
formativa se basa en el autoaprendizaje de los estudiantes. Los menores de edad,
en este sentido, necesitan la presencia de una persona mayor que les anime,
estimule, controle y tutorice durante el tiempo de interacción de ese niño con
un material o entorno virtual.” ¡Queda claro!
No podemos permitir que la brecha social cree aún más distancia en los niños, niñas y adolescentes más vulnerables. No es el momento de priorizar el “avance en la agenda digital educativa”. El profesorado seguirá proponiendo actividades, aprovechando las cosas cotidianas como recurso o situación de aprendizaje, generando momentos agradables, apoyo y acompañamiento en estos días de confinamiento, y lo harán de todas las formas que les sea posible. De ello hablaremos en una próxima reflexión. Pero no les pidan lo imposible. Si se quiere cumplir el mensaje planteado por la ministra Isabel Celaá, y asumido por la Consejera Mª José Guerra de "que ningún alumno, que ninguna alumna se quede atrás", hay que dar prioridad a las personas, no a las máquinas.
Mary C. Bolaños Espinosa. Colectivo Harimaguada